La primera vez que me vino la idea de que ellos
formaban una 'piedad', un grupo escultórico de carne viva, fue en uno de aquellos
bailes que cada tarde se organizaban para los children, el otro nombre cariñoso que se daba a los buonifigli.
Keke, sentado en una silla de
plástico, sostenía en su regazo a Chibiken. Fue un relámpago, pero yo lo vi
claramente, como cuando en la universidad, en un examen de arte, te caía la
Pietá de Miguel Ángel o la Piedad de Gregorio Fernández.
Pocos días más tarde, por la fiesta
de la Asunción, la imagen apareció ante mí nítida, y sobre todo, hermosa y
religiosa. Era la hora de la comida, y los seminaristas encargados de dar de
comer a los niños, no acababan de
aparecer en el comedor. Entonces Keke cogió a Chibiken de la silla, lo colocó en su regazo,
le puso el babero, y le empezó a dar la comida: con sus dedos fue untando
pedacitos de garri en la salsa y
metiéndoselos en la boca.
Pero
Keke no es un monitor, ni un trabajador, ni un religioso. Es otro buonfiglio, otro chico con discapacidad. Un chico fuerte, de silencio
total, que por las mañanas lo ves echando de comer a los cerdos y limpiando las
cochineras. Pero tiene ese sexto sentido que tienen los ángeles –y también las
madres- y, cuando un niño llora por la noche, antes de que el cura haya salido
de su cuarto, somnoliento, para ver lo que pasa, ya Keke lo ha acunado y lo ha
tranquilizado.
Y Chibiken, con su cuerpecillo
desmoronado, se siente amorosamente sostenido, y con sus ojos negros y
brillantes le mira de vez en cuando como queriendo agradecerle, aunque torpemente, tanta materna
solicitud.
Sus dos cuerpos, unidos por la
consanguinidad de espíritu, forman una pietà
de mentes deficientes, de cuerpos carentes, de almas sobresalientes. Una pietà guanelliana. ¡Cómo le hubiese
gustado a don Luis Guanella contemplar esta escena!
Puentes: 25 Años de una corriente solidaria.
Nnebukwu-Nigeria, 2005
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