Muchas veces me pregunto para qué escribo. Hace años podría haber
contestado que por vanidad, por ‘hacerme oír’ o ‘por afán de ser leído. Pero
hace mucho tiempo que renuncié a cualquier publicación. Ni siquiera lo he
intentado. Tal vez escribir un blog es
una forma de publicar o de autoeditarse. Tal vez. No lo sé.
Escribí un libro hace mucho tiempo. Un pequeño ensayo que tenía forma
de libro. Se titulaba Corazón de Padre. Alguna alegría me dio en su tiempo,
como comprobar una tarde en internet que había sido traducido al rumano. Un librito del que nunca he reclamado
derechos de autor, ni tan siquiera aparecerá como tal en la Sociedad General de
Autores. Fue un libro de encargo. Un libro que redacté por complacer a algunos
amigos. Nada más.
Escribir es inútil está claro. Platón decía que “el que escribe no
hace sino trazar dibujos en el agua”. Desde que hace un año escribo este blog,
con asiduidad semanal, no creo haber tenido un solo lector. Bueno, miento. He
tenido una lectora. Mi escritura no ha tenido eco alguno. Y quizás está bien
que así sea. Escribir para uno mismo, para nombrar el mundo, para explicarse el
mundo, no es una tarea que carezca de sentido. Esto debería ser suficiente.
Renunciar a la vanidad, renunciar a tener lectores es altamente educativo. No
escribir para nadie le quita a uno la tensión de la opinión de los demás. Si
les gusta, te sube idiotamente el ego. Si no les gusta, te viene un bajón. A
una cierta edad ya no se puede estar pendiente del parecer ajeno: ni de la loa
pastelera, ni de la crítica acerba.
Se está bien así. Sin esperar ni el aplauso ni el pataleo. Leo en
Gabriel Albiac: “Si uno esperase algo de la escritura, sería un perfecto
imbécil. Escribimos sólo para poner una distancia entre nosotros y el mundo.
Entre nosotros y los necios. Para no repetir sus palabras. Y para saber que, en
esas palabras repetidas está siempre al acecho lo peor. Escribir es estar en la
distancia. Privilegio de entender algo: pienso que el único privilegio de una
vida humana. No sale gratis nunca, pero vale la pena”.
San Agustín decía que la escritura es la lima del pensamiento. Y puede
que tenga razón. Escribir ayuda a pensar. Escribir es una actividad del
pensamiento sobre la cuartilla o sobre el teclado del ordenador. Pensar, eso sí
no nos hará más felices. Tal vez todo lo contrario. Nos lo había advertido
Blaise Pascal. Para aquel que hace suyo el deber de pensar, la alternativa es: “o ser odioso o ser desdichado”.
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