lunes, 29 de julio de 2024

París 2024: la Última Cena y una bandera al revés



Se puede resumir de muchas maneras la Ceremonia de Apertura de los Juegos Olímpicos de París 2024. Un primer resumen podría ser: el grandioso escenario del Sena y de los espectaculares edificios construidos a lo largo de los siglos en París no merecían el espectáculo decadente ofrecido. No obstante, no faltaron los momentos brillantes: la canción Hymne à l’amour, de Edith Piaf, en la voz de Celine Dion, el traspaso de la antorcha de las manos de Zidane a Nadal, un jinete sobre un caballo mecánico surcando las aguas del río, el encendido de la llama olímpica, la Marsellaise cantada desde lo alto del Grand Palais. No quise perderme la ceremonia de apertura de una ciudad a la que tanto, y por tantos motivos, amo; en la que viví, y cuyas calles, plazas, parques y museos recorrí palmo a palmo.

La lluvia vino a deslucir la ceremonia, es verdad. Un público, ya de por sí muy escaso, por razones de seguridad, a lo largo de los 6 kilómetros del río, fue mermando poco a poco a medida que la lluvia arreciaba, y las autoridades aguantaban estoicamente, con chubasqueros de todo a cien, el chaparrón. El desfile de las delegaciones olímpicas no se diferenciaba en mucho de los bateau mouches para turistas que recorren cada día el Sena. Y hubo algún equipo africano (recuerdo el de Gabón) al que le tocó desfilar en embarcación tan pequeña, que bien parecía una patera recién llegada al Sena. Una estética rosa y queer, más propia de un desfile gay pride o de festival de Eurovisión, fue la nota dominante. Con un cierto sonrojo contemplamos a la mismísima Guardia Republicana en plan charanga Pakito el chocolatero. Un autosatisfecho Macron declaraba que “Esta es la Francia”. Creo que Francia es mucho más que esta sucesión de números musicales algo kitsch y que resultaban fríos por la falta de un público que les contagiase calor y emoción. Nada menos deportivo que la aparición de un Dionisio azul y cebado en medio de alimentos altamente calóricos. Los valores de contención, dominio, disciplina, superación, esfuerzo y coraje, sacrificio y compañerismo, típicos del deporte y de los esforzados atletas, brillaron por su ausencia. El hedonismo, valor supremo en esta Europa sin rumbo, quedó muy bien pintado y reflejado. Ciertamente, no vivimos tiempos heroicos. El emblema olímpico de Citius, altius, fortius, (más veloz, más alto, más fuerte) se trastocó en el Sena, en varios momentos, por un alarde de feísmo. Nada de la antigua grandeur de Francia. Francia (al igual que toda Europa) rebajada a unos ideales efímeros, panfilistas y buenistas, muy acordes con los tiempos que corren.

El espectacular edificio de la Conciergerie albergó uno de los números de peor gusto que se haya visto en unos juegos olímpicos: una María Antonieta decapitada aparecía vociferando en uno de los balcones, mientras una banda de música metal cantaba una canción de la época revolucionaria Ça ira (entre otras lindezas, se decía: ¡colgaremos a los aristócratas!), y una lluvia de confetti rojo simulaba el baño de sangre que acarreó la revolución francesa y el conocido periodo del Terror. Nada más alejado del espíritu olímpico: los griegos que fundaron los Juegos en Olimpia exigían una tregua de paz a todas las ciudades participantes.

El plato-basura llegó cuando un grupo de drag-queens escenificó grotescamente la Última Cena de Leonardo da Vinci (por cierto, muerto y enterrado en Francia). A lo largo de las últimas décadas ha habido muchos artistas que han parodiado, incluso irreverentemente, la original disposición de los 12 apóstoles, en grupos de tres, del pintor milanés. Nada que objetar. Pero no parece de recibo que en una Ceremonia, diseñada por un gobierno, en este caso el francés, y pagada con dinero público, se pueda ser tan irrespetuoso con los valores de una religión que profesan millones de creyentes en el mundo entero. En este número, la vulgaridad y la zafiedad alcanzaron tintes épicos. El respeto deportivo falló completamente. Tampoco me hubiera gustado que ninguna otra religión fuese escarnecida. Pero, puestos a reírse de las religiones, podían haber repartido las burlas entre todas las religiones. Alguna de las cuales, en su versión radical, la tienen muy cerca y muy presente los franceses, con continuas algaradas e incendios en los barrios, sabotajes, algún sangriento asesinato a sus espaldas, por ejemplo de los trabajadores del periódico satírico Charlie-Hebdo.

Hay una Francia onírica, irreal, buenista, que sermoneó y catequizó a lo largo del espectáculo de  Apertura con las ideologías de moda. Pero hay una Francia real, menos colorista y menos alegre. Es la Francia de los sabotajes a los trenes, en las horas previas a la inauguración. Una Francia atemorizada con la insolencia de un islamismo radical (en el que no puedo incluir a los honrados y piadosos musulmanes) que desprecia los valores democráticos y siente un odio visceral por la Francia laica y republicana. La misma Francia que ha brindado a las sucesivas oleadas de emigrantes muchas oportunidades en la escuela, en el hospital, en los subsidios de desempleo y en todo tipo de ayudas. Un islamismo radical que siente el mismo desprecio por la religión de los cristianos que son los mismos que les ofrecen ayuda incondicional en cada parroquia y en cada salón de cáritas, lo cual honra a los cristianos, todo sea dicho. Esa es también la Francia real. No me extraña que muchos islamistas radicales se froten las manos ante esta ceguera de Francia y de Europa.

 Y no está de más recordar, en este punto, el cuentecillo de aquel hortelano al que los topillos tenían arrasados los surcos del huerto. Apenas salían los brotes, los topillos hacían de las suyas. Y sin embargo el hortelano no paraba de disparar con su carabina a los gorriones. Francia, y también Europa, no para de disparar contra los gorriones, a pesar de que son los topillos los que arrasan con las coles, las lechugas y los tomates.

En fin cosas de la modernidad, de la cultura de la cancelación y de esa fascinación por la barbarie, que parecen definir nuestro tiempo. En cada momento las ideologías ciegas, sostenidas por sus correspondientes políticos en los Parlamentos, dicen contra qué gorriones hay que disparar y ante qué topillos hay que ponerse de rodillas. Probablemente nada nuevo en el mundo. Pero da un poco de pena por esta Europa desnortada, que olvida sus raíces y tira piedras a su propio tejado. Es, sin duda, la Europa de Dionisio, de cuya borrachera nada bueno puede esperarse.

Tal vez esa bandera olímpica izada al revés junto a la torre Eiffel de París sea sólo un símbolo, metáfora inquietante, comparación siniestra, de una Francia y de una Europa ‘al revés’, orgullosa de su decadencia y de su galope hacia el abismo de los bárbaros. No olvidemos nunca que un pequeño rey bárbaro, Teodorico, en un momento en que  Roma empezaba a sentirse orgullosa de su decadencia, y era incapaz de ver lo que pasaba a su alrededor, describió magníficamente lo que observaba: “los bárbaros listos quieren ser romanos, y los romanos tontos quieren ser bárbaros”.

Probablemente, cuando los "bárbaros" alcancen el poder y sean mayoría en las naciones de Europa, los primeros que van a caer son los derechos de las mujeres y los derechos LGTBI, además de otros muchos. Y entonces, muy probablemente, no nos quedarán ganas de mofarnos de la Última Cena ni de los valores inmortales que esa misma Cena contiene y representa.




















viernes, 12 de julio de 2024

Epílogo: “Polvo en el viento”. Y sin embargo…

 


La celebración en 2023 de los 25 años de Puentes fue un motivo para recordar y una razón para mostrarse agradecidos. Es verdad que, cuando miramos hacia atrás, lo hacemos con el bagaje que hemos ido acumulando hasta el presente. No hay memoria inocente. Algo que nos pareció muy bonito en su momento, nos parece ridículo ahora. Y algo a lo que no dimos mucha importancia cuando ocurrió, podemos magnificarlo y convertirlo en mítico.

En las últimas 44 semanas, y gracias a las muchas notas y fotografías tomadas en su momento, he tratado de contar los viajes a los proyectos de Puentes en Ghana, Nigeria, R.D. del Congo, México y Guatemala: el impacto de algunos encuentros y las enseñanzas recibidas, las impresiones que provocaron y las preguntas que suscitaron. Cada lunes, en el Blog de Puentes Ongd y en el Blog Adan Breca en Camino ha ido apareciendo un artículo tras otro.

 Recordar es volver a pasar por el corazón. Recordar es, en cierta forma, volver a vivir. Y de esta manera han vuelto a pasar por el corazón muchos rostros, muchos momentos, muchos nombres y, sobre todo, muchas historias escuchadas, vistas y escritas.

El ser humano no puede vivir sin relatos, no puede vivir sin historias que recordar o que contar o que escribir o que pintar. De generación en generación, desde los tiempos de Altamira hasta los de Google, el ser humano tiene imperiosa necesidad de contar historias, al amor de la lumbre en una cueva, o en la pantalla de un ordenador, en un pentagrama, en un papiro, en un óleo, en los frisos de un templo griego o en las vidrieras de una catedral.  El hombre es, por naturaleza, un “contador y un transmisor de historias”.  Por ello, por esa asombrosa capacidad de la Biblia para recoger los relatos de hombres y mujeres, cualquier lector, creyente o no, se identifica fácil y hermosamente con esas historias. 

En una tarde del verano de 1998, una joven con polio recibe, desolada, la noticia de que no hay dinero en la misión guaneliana en Ghana para una pequeña intervención en sus piernas. Helen es su nombre. Y su historia está en el origen de un impulso solidario que terminaríamos por llamar Puentes Ongd.

¡Pero hay tantas historias vistas, oídas o leídas!: Kwasi o Kwame, aquejados de poliomielitis en un país, Ghana, donde aún no todos los niños son vacunados. La historia de la fortaleza de Cape Cost que guarda la tumba del único esclavo que pudo regresar a su tierra. El holandés Leonard que monta un taller para hacer zapatos ortopédicos en Abor. Las fotos impactantes de los niños famélicos de la guerra de Biafra. La pequeña Ifunanya que encuentra en la casa de Nnebukwu su hogar. Keke, un chico con discapacidad, que cuida a otros niños con discapacidad como una madre cuida a sus hijos. Ébere, el niño que se maravilla ante un grifo de agua potable. Las madres-coraje que luchan por sacar adelante a sus mellizos. Las  mujeres que se organizan en asociación para conseguir un poco de 'oganihu’ (progreso). Los niños que construyen sus propios coches de juguete con materiales del basurero. La ambulancia que recorre las calles de Kinshasa al encuentro de niños de la calle, enfermos y heridos. Dieu le veut, el niño feliz porque tiene cada mediodía un plato de fufú. El rostro terrible del sida reflejado en los ojos moribundos de Dieu-Merci. El alumno que protege del diluvio su cuaderno de clase, como si fuera un inmenso tesoro. Los niños condenados a picar piedra por un plato de comida. Los jóvenes que aprenden el noble oficio de la panadería. Los primeros doce franciscanos que llegan a América para poner dulzura y cordura en la Conquista. La vida de María Guanella, una mujer ‘inexistente’ para la administración de México. Miguel, el pastelero sonriente de San Miguel Teotongo. La historia de Chonito, el niño enfermo, que consuela y alienta a sus vecinos. Los voluntarios que llevan medicinas y comida a los enfermos de Tepetzintan. Las eucaristías donde no sólo reparte a Cristo sino también un tazón de leche. La familia numerosa a la que construyeron una pequeña casa en la aldea de Chapas. El gesto inmaculado de Jeremías que guarda la mitad de su hamburguesa para su hermanito. Los misioneros que defienden el evangelio e igualmente los derechos sociales de los pobres. El pequeño Roberto que ayuda a sus padres a recolectar café. Y otros muchos nombres. Y  otras muchas historias. Y otros muchos rostros.

Porque un movimiento solidario no es sólo el trasvase de unos miles de euros desde un territorio rico a un territorio pobre. Un movimiento solidario es una ventana donde gentes sensibles y sensatas se asoman para ver lo que sucede más allá del puente que separa dos orillas.

¿Y qué son los recuerdos? ¿Tal vez sólo polvo en el viento / Dust in the wind, como nos ha enseñado la inolvidable canción escrita por Kerry Livgren e interpretada por la banda Kansas? “Cierro los ojos / solo por un momento y el momento ya se ha ido /Polvo en el viento / Todo lo que somos es polvo en el viento / Solo una gota de agua en el mar / Todo lo que hacemos / se desmorona en el viento / aunque nos negamos a ver / polvo en el viento”

Pero los recuerdos, antes de ser polvo en el viento, fueron hechos, palabras, miradas, abrazos, momentos compartidos, biografías aprendidas, rostros grabados, primero en la retina y, definitivamente, en el corazón.

Todo es polvo, pero ‘polvo enamorado’, nos enseñó Quevedo. Porque, antes de ser ceniza, la madera fue árbol. Y el recuerdo de su sombra y de su fruto seguirá dando un poco de compañía al niño, al adulto y al anciano. 

“Polvo en el viento. Hasta que la desmemoria todo lo borre. Y el viento se lleve el polvo al país de la nada. Y sin embargo, un trozo de pan ofrecido, una palabra entregada con cariño, un cuerpo sostenido en cualquier Gólgota del mundo, perdurarán ahí para siempre en una eternidad eterna. Y esos pequeños gestos de humanidad y amor “seguirán moviendo el sol y las estrellas”, como poéticamente nos enseñó Dante Alighieri


Puentes Ongd: 1998-2023














jueves, 18 de abril de 2024

Una temporada en el infierno


           

En una estación de París, desciende un joven de 16 años, cuerpo atlético, pelo alborotado y ojos azules. Se llama Arthur Rimbaud. En el andén, impaciente, lo espera un escritor consagrado, avejentado, a punto de entrar en la treintena, casado y en espera de su primer hijo. Se llama Paul Verlaine. Es el año 1871. Y Francia entera está a punto de vivir el escándalo literario más clamoroso del siglo XIX.

Rimbaud había nacido en el seno de una familia de cinco hermanos, donde los gritos eran la música de fondo de la casa, hasta que un buen día el padre abandonó el hogar para siempre. Los cinco hermanos quedaron al cuidado de una madre autoritaria y exigente que traía a mal traer al adolescente Arthur, rebelde, soñador, pero también el más brillante del Instituto de Charleville.

A los 15 años escribió sus primeros poemas y, convencido de la valía de estos, enamorado como un Pigmalión de sus versos, se los envió a los grandes poetas de París, entre ellos a Paul Verlaine. Necesitaba salir de la cárcel de su casa y de su pueblo. Paul abrió la carta y no dio crédito a lo que leía. Los poetas consagrados llegaban a esta perfección después de veinte años de denodados ejercicios, y ¡un adolescente era capaz de esta grandeza! Verlaine se los dio a leer a Víctor Hugo y éste sentenció: “Shakespeare enfant”. Un Verlaine entusiasmado le escribió y le mando el billete de tren: “Podrás alojarte en mi casa”.

Verlaine paseaba al joven poeta de salón en salón literario y de café en café. Y todos se hacían lenguas del poema de Rimbaud, "Bateau ivre” (barco ebrio), maravillados ante unos versos destinados, como así sucedió, a formar parte de todas las antologías poéticas en lengua francesa. Con aplauso unánime, las revistas literarias publicaron los poemas del enfant terrible.

Rimbaud se sabía elegido por los dioses y por las musas, y allí donde entraba, se formaban corrillos para escucharle o simplemente para ver "la juventud hecha verso y la rebeldía hecha poema”. Verlaine se sentía descubridor y mecenas, y ya no sabía dar un paso por los salones de París sin la compañía del joven poeta. Salían todas las noches. Bebían absenta, fumaban opio, consumían hachís. Y volvían a casa, ebrios de palabras y borrachos de absenta. Muy pronto, Verlaine, sintió que le gustaba el joven Rimbaud, pero no sólo como poeta. Rimbaud sintió algo parecido por aquel Verlaine que le doblaba en edad y que se manejaba por los salones de París, como anguila en el agua. Las palabras encendidas terminaron por encender los cuerpos. Pero aquel torrente de deseo, a contracorriente de los buenos usos y costumbres de la época, no iba a ser fácil de encauzar por un tranquilo canal. En un café literario, melancólicos y absortos, los retrató, junto a otros literatos del momento, Henri-Fantin Latour. El cuadro, titulado Un coin de table (un rincón de la mesa), se puede ver en el Musée d’Orsay.

Algo a la mujer de Verlaine le hizo pensar que Rimbaud, alojado en su casa, era su rival. También los poetas y artistas, los bebedores de licor de ajenjo, leyeron algo en los ojos  de los dos artistas. Los rumores empezaron. Y con ellos, la incredulidad y la burla, el escándalo y la condena. Asustados, decidieron separarse. Rimbaud volvió a su casa. Verlaine mantuvo las formas en la suya.

Pero para Rimbaud la casa materna seguía siendo cárcel. La vida era insufrible, aburrida y vacía. La idea del suicidio entró en su cabeza. Nada más lógico, en un siglo de suicidas incomprendidos. Volvió a París, se encontró con Verlaine en una calle. Era el 7 de julio de 1872. Rimbaud le dijo: “Me voy a Bélgica. Ya no volverás a verme, a menos que me acompañes”. Era la orden esperada. Paul Verlaine, el más renombrado poeta de su generación, sólo pudo balbucir: “Entonces, vámonos”. El escándalo explotó en París como una tempestad no anunciada, como un obús, como un incendio. La pareja dio la espalda al mundo y viajó a Bruselas; luego, a Londres. Vivieron y malvivieron. Los pocos ahorros que llevaban en sus bolsillos pronto se esfumaron. Daban clases, vendían poemas, pero la pobreza llegó a sus vidas. Los insultos, las broncas, las lamentaciones, las culpas, las amenazas de abandono, el perdón y la reconciliación, se mezclaban con la absenta y el opio, las sábanas revueltas y también con los labios que se buscan y se maldicen al mismo tiempo.

Las cosas empeoraron y se salieron de madre. Rimbaud le dijo que definitivamente quería romper y largarse. Verlaine pareció aceptar esta solución, también él reconcomido por un sentimiento de culpabilidad frente a su mujer y a su hijo. Cuando llegó el momento de la despedida, Verlaine enloqueció. Sacó un revólver y disparó dos veces, pero los nervios y la borrachera erraron el tiro. Rimbaud estaba dispuesto a olvidar el incidente, mas cuando Verlaine hizo ademán de coger de nuevo la pistola, avisó a la policía. Un homicidio frustrado puso punto final a la relación amorosa más escandalosa de Francia.

A Verlaine le esperaban dos años de cárcel. Entre los barrotes -y bajo la abstinencia de absenta- tuvo tiempo para reflexionar sobre una vida echada a perder, sobre las personas infelices que había dejado a su alrededor y sobre Rimbaud, el joven poeta que le había elevado a los cielos y le había arrojado al averno. Y en la vorágine de culpa, desdicha, arrepentimiento y sufrimiento, su alma volvió a Dios. Surgió el poeta de espléndidos versos cristianos e inconfundibles anhelos místicos.

Dicen que los dos escritores aún se vieron una última vez. Tomaron una cerveza juntos. Verlaine le dijo que había encontrado refugio y paz en Dios.  Rimbaud le escuchó en silencio como quien oye llover.

Al joven poeta, al niño prodigio de la rima francesa, aún le quedaban otras aventuras por recorrer. Se alistó en diferentes ejércitos mercenarios, viajó por medio mundo y acabó en Harar, actual Etiopía, donde se dedicó al contrabando de marfil y de armas y al tráfico de esclavos. En su poemario en prosa “Una temporada en el infierno” dejó buena cuenta de su atormentada relación con Verlaine. Este, por su parte, habló de ese periodo salvaje en “Libro de los poetas malditos”.

Rimbaud tenía sólo diecinueve años cuando escribió su último poema. No volvió a emborronar una cuartilla.  En cinco años como escritor había alcanzado una de las cimas de la poesía en lengua francesa. Perdido en África, nadie supo nada de él. La tierra se tragó al iluminado poeta, al favorecido de las musas.  

Hace un par de años, un grupo de intelectuales franceses solicitó al presidente de la República, Enmanuel Macron, que Verlaine y Rimbaud fueran sepultados juntos en el Panteón de París. Se opusieron los últimos familiares de ambos y los amigos de sus asociaciones. Lo suyo –argumentaban- no fue una historia de amor. Simplemente sus vidas se encontraron y chocaron durante un breve tiempo. Nunca sabremos si se echaron de menos el uno al otro.

Macron no tuvo más alternativa que respetar la voluntad de los familiares y de los amigos. A pesar de los muchos intentos de hacer de ellos un icono gay en Francia, nada más ajeno a los sentires y pensares de los protagonistas. Rimbaud hubiera probablemente contestado con uno de sus versos rotundos: “Nunca he pertenecido a este pueblo; nunca he sido cristiano; soy de la raza que cantaba en el suplicio; no comprendo las leyes, soy un bruto: os equivocáis”

Roído por un cáncer de huesos, lo que obligó a amputarle una pierna, Rimbaud volvió a Francia en 1891, para morir unos meses después. Tenía 37 años. Está enterrado en su ciudad natal, Charleville, bajo un escueto epitafio: “Priez pour lui”, rogad por él. Cinco años después, hundido por el alcohol y la locura (en una ocasión intentó estrangular a su madre), Paul Verlaine murió a los 51 años. Está enterrado en París, en la tumba familiar. En su lápida solamente aparece escrita una palabra: “Poéte”

Tal vez muchos no hayan leído un solo verso de estos poetas. Y sin embargo, sus vidas malditas, salvajes e inconformistas seguirán llenando páginas y páginas. Ese lapso que va entre el encuentro de dos hombres en el andén de una estación parisina y el sonido de un disparo fue, como lúcidamente escribió Arthur Rimbaud, una temporada en el infierno, aunque en el momento en que estaban inmersos en ella, también les supiese a gloria y a miel. O por lo menos, a absenta.




























domingo, 7 de abril de 2024

El cielo. Sobreinformación. Y cooperantes.

 


El ictus dobló el cuerpo de I. y la condenó a una silla de ruedas. Tras unos meses en el hospital y en rehabilitación, pudo volver a casa. A ese refugio familiar en que cada cosa habla de una larga existencia, con sus penas y alegrías. Una casa que es más que una vivienda, porque allí están la mantita, la taza de café de cada sobremesa, la fotografía, mil veces besada, llorada y rezada, del hijo joven que se fue en una semana. Allí están el cestillo de la costura, la caja de manualidades, el último dibujo del nieto. Y en la casa están las atenciones, las visitas, los cuidados, el vocabulario propio de cada familia, las pequeñas celebraciones y la comida especial de los días de fiesta. Y veo ahora la foto que P., su marido, ha publicado. Veo a I. de perfil. Lleva el pelo recogido en una cola de caballo. Y dos flores en su pelo, sujetas con una horquilla: dos dientes de león, uno en flor y otro en semilla. Hermosos y efímeros. Todo un tocado de alta costura. Y P. añade un comentario: “A la hora de dar las buenas noches, ella me ha dicho: “nos vemos en el cielo”. Y él se ha quedado confuso e inquieto, sin entender nada. Tal vez ella ha querido decir que ellos dos, marido y mujer, seguirán unidos, queriéndose y respetándose, cuando tengan que dejar este mundo, y lleguen al cielo. O tal vez, ella sólo ha querido decir que, a la mañana siguiente, cuando despiertan de nuevo, el ‘cielo’ continuará en esa casa que es su casa. Porque, cuando en el momento de la enfermedad, alguien nos cuida con cariño y delicadeza, crea para nosotros un paraíso. Puede que la enfermedad invalidante sea un infierno. Puede. Pero sentirse amado y cuidado es alcanzar ya el “cielo”.

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 Todo periódico, desde su primera línea hasta la última, es nada más que un tejido de horrores. Guerras, crímenes, robos, impudicias, torturas, crímenes de los príncipes, crímenes de la nación, crímenes de los particulares, una borrachera de atrocidad universal. Y con este vomitivo aperitivo acompaña el hombre civilizado su desayuno cada mañana. Todo, en este mundo, exuda el crimen. No comprendo como una mano pura pueda tocar un periódico sin una convulsión de asco”. Lo escribió Charles Baudelaire (1821-1867). ¿Qué no hubiera dicho hoy si abriera un periódico?  Esto –y más- es lo que se experimenta ante un telediario o un boletín informativo: la mentira y la manipulación elevadas a categoría de noticia verdadera e información objetiva. ¿Los medios de comunicación siguen siendo un contrapoder o son ya el poder mismo? ¿Daríamos a nuestra boca y a nuestro estómago comida caducada, estropeada, envenenada continuamente? La intoxicación informativa a la que el poder político y económico nos somete cada día es, sin dudarlo, mucho más perjudicial que la contaminación atmosférica o industrial. ¿Ponerse a dieta de noticias, ayunar de tanta sobreinformación, no será ya la única opción para permanecer en la cordura?

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Por una carretera de Gaza avanzan unos coches. Avanzan unos “samaritanos”, aunque en su pasaporte ponga United Kingdom, Australia, Polska, United States o Palestina. Son –eran- siete cooperantes de la Ong World Central Kitchen (creada por el chef español José Andrés) que se dedican a repartir comidas a las hambrientas familias de una insensata guerra. Estaban ahí donde hacían faltan, realizando algo esencial, como es ofrecer un plato de comida y una botella de agua, tal vez una sonrisa y una mano en el hombro, alimentos también necesarios en tiempos de desolación y violencia. Fueron bombardeados sin piedad, a pesar de ir bien identificados como una Ongd. Ya se sabe que en tiempos de guerra, se ven enemigos por doquier. Y ya se sabe que en tiempos de odio el fin justifica todos los medios. Todos. Con la consabida “indignación calculada”, algunos gobiernos han levantado la voz, no demasiado alta. Israel, para aplacar los ánimos, ha dicho que ha sido un error y que ha destituido a los militares implicados. Es también una ‘disculpa calculada”. Siete vidas se han perdido para siempre. Y todos los que amaban estas vidas han sido heridos también para siempre. El periódico mañana pasará página. Cada uno seguirá a lo suyo. Algunos cooperantes volverán a sus casas, temiendo por sus vidas. Y es lógico. Otros cooperantes seguirán en la brecha. Están hechos de otra pasta. Nunca en los caminos por donde transitan los heridos del mundo faltarán “samaritanos”.


viernes, 22 de marzo de 2024

Oxford. Niños. Y hojas

 


El escritor castellano José Jiménez Lozano y el profesor inglés C. Stuart Park hubieran querido viajar juntos a Oxford con parada en Port Royal des Champs, en París, en Canterbury y en Londres. No pudo ser. Y sustituyeron este periplo por unas “charletas” en Alcazarén, Olmedo y Valladolid. Y de este diálogo tranquilo y casero en torno a la Biblia, el libro por el que ambos sentían pasión, surgió un delicado librito titulado “El viaje a Oxford que nunca tuvo lugar”. Y estas conversaciones empiezan por Qohelet que nos enseña que la vida es niebla, humo, vaho, vapor, es decir algo efímero, pero increíblemente hermoso, como la vida. Y siguen con aquellas Biblias en español que tuvieron que imprimirse en el extranjero, en el exilio, porque en el suelo patrio la Biblia en romance estaba prohibida. Y en estas charletas, no falta el recuerdo para George Borrow (Don Jorgito el inglés), agente de la Sociedad Bíblica Británica que recorrió España vendiendo Biblias que “sólo podían ser útiles para el bien de la sociedad”. Y tampoco podía faltar un melancólico recuerdo para los heterodoxos españoles que, en su día, no comulgaron con la ortodoxia imperante hispana, por lo que muchos de ellos fueron enterrados en cementerios separados. Ambos ‘conversadores’ lamentan la falta de una presencia netamente bíblica en la literatura española, algo que no sucede en la inglesa. Este casero diálogo alrededor de la Biblia tiene el sabor de un trozo de paz y la frescura de un vaso de agua. Algo verdaderamente raro en este país de escasos lectores bíblicos.

 Una amiga italiana me envía su última reflexión, que suscribo y rubrico: “Niños a los que organizan fiestas grandiosas de cumpleaños, con tartas gigantescas que no comen, animadores pagados a los que no escuchan. Padres-taxistas, pegados a su móvil, listos para recoger a sus hijos y llevarlos de un sitio para. Padres que vigilan, ansiosos, la comida, la bebida, el sueño, los pasos y la respiración de sus pequeños. Padres convertidos las 24 horas del día en monitores de ocio y tiempo libre porque los niños están instalados en un continuo aburrimiento. Niños sin fantasía que no saben qué hacer si les quitas la tablet de las manos. Niños incapaces de dar las gracias, de saludar o pedir perdón. Niños a los que se suplica un beso. Niños que no aceptan un no como respuesta. Niños sin ninguna capacidad para sobrellevar un contratiempo, una frustración. Niños que no aguantan más de diez minutos haciendo la misma cosa, o que no sienten la mínima simpatía hacia quien no tiene zapatillas de marca o el último juguete tecnológico. Profesores a los que se culpa de todo y a los que se abronca si al hijo se le ha puesto una nota baja o se le ha afeado un mal comportamiento. Todos, niños, padres, profesores, insatisfechos y preocupados, hartos y tristes. Pero todos incapaces de pararse un momento y empezar a educar en serio, educar con el estilo con el que la vida nos educa, porque la vida está hecha de síes y noes, de pequeñas derrotas y victorias, de alegrías y penas, de paciencia y de espera, de esfuerzo y perseverancia, de cortesía y de respeto, de breves momentos de exaltación o breves momentos de bajón, en medio de un larguísimo camino de rutina”.


En Todos nuestros ayeres, de Natalia Ginzburg, Cenzo Rena, refiriéndose con humor a la protagonista de la novela con la que terminará casándose, dice: “Ana es un insecto pequeño, perezoso y triste encima de una hoja”. También nosotros somos hojas sobre las que de vez en cuando se posa un insecto. Nos hace un poco de compañía. Nos alegra un poco el corazón o nos sumerge en la zozobra. Y luego, nos abandona. También nosotros somos insectos que nos posamos un buen día sobre una hoja nueva, bajo el sol o la lluvia. Una hoja a la que vamos descubriendo, una hoja que nos enternece o nos bombea el corazón. O nos hace reír o soñar; también sufrir. Y luego, abandonamos. Durante un tiempo amamos las hojas sobre las que nos posamos. Y durante un tiempo amamos los insectos que llegan a nuestra vida. Y así comprobamos que la vida tiene su dicha y su desgracia: La esperanza linda con la desilusión. Y la alegría hace pared con el llanto. La ternura y la aspereza crecen en el mismo tiesto. Y el rosal tiene punzantes espinas y olorosos pétalos. Solo al buen lector del corazón humano le aguarda eso que llamamos serenidad.

jueves, 14 de marzo de 2024

11 M. Haití. Y Manuel.


1.- En las iglesias de Madrid, las campanas han doblado a muerto veinte años después del atentado del 11-M que costó la vida a 192 personas. Cada uno de nosotros recuerda dónde se encontraba cuando conoció la noticia de la masacre perpetrada por el terrorismo islamista. Yo recuerdo la incredulidad y una tristeza en aumento, a medida que las cifras de heridos y muertos se disparaban y se conocían los detalles espeluznantes de las estaciones de tren. Luego, vinieron las llamadas. Quién más y quien menos tenía conocidos en la capital y todos deseábamos conocer si estaban a salvo. Poco después, llegó el silencio, como una nevada de piedra que lo cubría todo. Un duelo en cada casa. Un luto que impedía hablar alto, salir a tomar una cerveza al bar, ir al cine o al gimnasio, celebrar el cumpleaños… Han pasado los años. Y las víctimas seguirán peleando con sus demonios interiores y llorando a sus muertos. O reconciliándose con sus propias heridas. Y en estas dos décadas no ha habido respuestas para tantas preguntas sobre el mayor atentado terrorista ocurrido en suelo europeo.

 

2.- Hay estados a los que únicamente se les puede dar dicho nombre porque su bandera ondea en la sede neoyorkina de las Naciones Unidas. Haití es uno de esos estados fallidos. Existen sólo en el papel de los mapas pero no pueden cumplir ninguna de las funciones supuestas de un Estado: ni la seguridad, ni la educación ni la sanidad ni las infraestructuras. Al país más pobre de América y uno de los más pobres del mundo, el terremoto del 12 de enero de 2010 lo hundió definitivamente en el caos y en la miseria. Murieron más de 300.000 personas y perdieron la casa más de un millón y medio de haitianos. No quedó un edificio en pie. La solidaridad internacional fue grande. Se dice que si toda la solidaridad recaudada en el mundo hubiera llegado a Haití y se hubiera repartido bien, a cada ciudadano le habrían tocado varios miles de dólares. Las oleadas de cooperantes internacionales llegados tras la catástrofe tuvieron poco a poco que salir por patas, ya que los secuestros de extranjeros estaban a la orden del día. Sin autoridad y sin Gobierno, las bandas criminales se hicieron con el país, cada una de ellas con su violencia y sus ganancias, sus atentados y sus secuestros. Varias de estas bandas están bajo el control de Jimmy “Barbecue” Chérizier, un temido líder, puede que más fuerte que el propio Gobierno. ¿De dónde le viene el apodo "Barbacoa"? Unos dicen que su familia regentaba un restaurante a la brasa. Otros, por su gusto a incendiar casas con sus moradores dentro. Y según otros, porque alguna vez se ha jactado de comer a la brasa la carne de sus víctimas. Son muchas las voces que aseguran que Haiti está al borde de una guerra civil, pues las autoridades se muestran impotentes ante estas bandas que siembran la violencia por doquier. Es verdad que los soldados de Naciones Unidas llevan años en Haití, en prolongada y carísima misión, y también bajo acusaciones graves. Pero de ellos, por tu típica inoperancia, nada se espera.   


 3.- Rodrigo Muñoz Ballester nació en Tánger. A los 7 años llegó a Madrid. Vivió durante una temporada con sus padres y hermanos en una mala pensión de la capital. Un día empezó a pintar en el papel de estraza que había envuelto un poco de carne: “He sido capaz de hacer el mundo”, dijo el muchacho maravillado al acabar su dibujo. Unos años más tarde, ya hecho un hombre, bajó a la piscina y allí descubrió a Manuel que disfrutaba del agua y del sol con su mujer e hijos. Pero el deseo, que no entiende de códigos ni de estados, incendió el cuerpo del artista tangerino. Un amor no correspondido. Un amor imposible. Un deseo nunca satisfecho, pero un amor, al fin y al cabo. De este amor triste y callado surgió una escultura, “Manuel”: dos cuerpos fundidos, como injertados el uno en el otro; el uno, vestido; el otro, desnudo, pero compartiendo un solo corazón. Una galería de arte llevó la escultura a Arco, año 1983, causando escándalo mayúsculo. Un coleccionista inglés la compró, pero, al morir, se la legó al autor en el testamento. En esta edición de 2024, la escultura ha vuelto a Arco, y ha recobrado protagonismo, ya sin polémica, porque una obra de arte queer ya no provoca a nadie. Aún no se sabe si alguien la ha comprado. Esta escultura parece decirnos que las vidas se construyen, no solo con lo vivido, sino también con lo que se sueña, con lo que se desea, con lo que se teme, con aquello a lo que se aspira, y que se mantiene vivo en la mente, el corazón y la piel.

sábado, 9 de marzo de 2024

“… so pena de ser señalado como un Estado asesino”


La muerte de más de 100 civiles a manos de las tropas israelíes mientras se arremolinaban para recoger alimentos ha devuelto actualidad a la guerra de Gaza. Condené en su día el atentado y secuestro de rehenes en octubre de 2023, perpetrado por el sanguinario grupo terrorista Hamás, tal vez el enemigo número uno de Palestina.

Pero la respuesta de Israel ha sido mucho más que desproporcionada; ha sido sanguinaria. La Comisión General de Justicia y Paz, tras el ataque a los civiles que, hambrientos, intentaban hacerse con un puñado de arroz o galletas, ha manifestado con rotundidad: "Hay límites que no se pueden cruzar son pena de ser señalado como un Estado asesino”. La Comisión afirma también: “Es una acción más de la larga lista de ataques con la excusa de encontrar personas de Hamás entre ella”.

            Condenar el atentado de Hamás no significa callar ante las acciones violentas de Israel, que han ido mucho más allá de la legítima defensa. Un Estado deja de ser Estado cuando no respeta los más elementales derechos humanos, hace caso omiso de las normas internacionales, y ataca a civiles desarmados.

            Los ataques a hospitales, con el pretexto de que esconden armas o terroristas de Hamás, ha dejado en la pura ruina la atención sanitaria de la franja de Gaza. Con la excusa de perseguir a los terroristas, están expulsando de sus casas y de sus barrios a miles de palestinos. “¿Se trata –se pregunta la mencionada Comisión- de asolar el territorio, para no dejar posibilidad de residencia en él?”. Yo diría que existe una voluntad de reducir Gaza a un solar, que posteriormente será ocupado por los colonos israelíes. Ni siquiera en legítima defensa vale todo. Ni siquiera en la guerra vale todo. Hay una ética de mínimos que debe respetarse. Cuando se cruza ese umbral, se entra en la ley de la selva: un bosque de terror,  horror y barbarie.

            ¿No resulta increíble que un pueblo que a mediados del siglo XX conoció Auschwitz, Birkenau, Treblinka, Mathausen, Dachau… no sienta un mínimo de piedad hacia los niños inocentes, enfermos, hambrientos de Palestina? Netanyahu, sus ministros  y todos sus apoyos son enemigos, no solo de Palestina, sino de los propios israelitas, porque a los ojos del mundo están comportándose como sus antiguos verdugos de los campos de concentración. Puedo sentir hasta pena por los jóvenes soldados, arrastrados a una guerra y empujados a matar. La víctima derrama su sangre. Pero esa misma sangre mancha de por vida a quien mata.

            El drama de Palestina es, tal vez, que es un pueblo sin amigos, ni siquiera entre sus vecinos árabes o musulmanes, verdaderamente indolentes e indiferentes al drama gazatí. Resulta hipócrita y cínico, por otro lado, que en los últimos días, con la boca pequeña, la administración norteamericana alerte de los “excesos israelíes”, cuando ha vetado todas y cada una de las resoluciones de la ONU que condenaban a Israel por sus repetidos atropellos y demasías contra los palestinos. ¿Es Estados Unidos un Estado cómplice de un Estado terrorista? Ahí lo dejo.

            Lo he escrito en otro momento, Palestina no es modelo de casi nada: ni de democracia, ni de derechos humanos, ni de respeto a las minorías. Pero eso no quita para que, ante tantas vidas inocentes y echadas a perder para siempre, se condene sin paliativos la masacre provocada por el ejército israelita. Se calcula que desde el momento del estallido bélico en octubre pasado han muerto algo más de treinta mil palestinos, otros setenta y dos mil han resultado heridos. Y se calcula que más de un millón de desplazados forzosos están hacinados en campos de refugiados, mientras los hospitales reciben consternados a niños que se les mueren por desnutrición (según estimaciones, el 16% de los niños la sufren). El Director de la OMS ha escrito que “los niños que han sobrevivido a un bombardeo, tal vez no sobrevivan a una hambruna”

            Solo cabe esperar que en tantos israelitas honrados, que los hay, y en tantos palestinos honrados, que los hay, crezca la piedad hacia los inocentes, hablen la lengua que hablen, crean en el Dios que crean y tengan la bandera que tengan. Sin esa piedad hacia los inocentes, difícilmente podemos seguir llamándonos humanos.

La tierra del profeta Isaías que soñó una mundo donde “De las espadas forjarán arados; de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra. La tierra en la que Jesús bendijo a los mansos, a los limpios de corazón, a los humildes y a los pacíficos… no se merece menos. Ni sus gentes pueden aspirar a menos.

















jueves, 7 de marzo de 2024

Juan Carlos Unzué. Artículo 49. Y Fathi Ghaben

 


1.- El ex futbolista Juan Carlos Unzúe llegó el otro día en silla de ruedas al Congreso de los Diputados para hablar de la enfermedad del ELA (esclerosis lateral amiotrófica) que él sufre, y con él otros cuatro mil españoles. Una enfermedad verdaderamente terrible que va paralizando todo el cuerpo hasta convertirlo en un ‘guiñapo’. Y sin embargo un ‘guiñapo’ que aún siente, ama, sufre y espera. Unzué empezó su discurso pidiendo que levantaran la mano los diputados presentes. Sólo había cinco. Los demás eran enfermos, familiares y voluntarios de las distintas asociaciones. Dijo que los enfermos, llegados a una determinada fase, necesitan cuidadores, a los que hay que pagar, y que casi ninguna familia puede hacer frente a una situación así. Pidió hechos, pidió leyes, y se lamentó de que lo único que se ofrece a los enfermos (a ellos y a todos) es una muerte digna. Pero que él, y muchísimos más enfermos, lo que pedía era una vida digna. Pero vivimos un tiempo en que la gente se desgañita a favor de la “muerte digna”, porque eso parece ser lo progresista, lo razonable, lo que toca, en lugar de reclamar una vida digna para todos. Por cierto, la 'muerte digna' sale muy barata, apenas unos euros. Pero llevar una ‘vida digna’ durante la enfermedad sale cara. Cuesta tiempo y sacrifico, exige múltiples cuidados por parte de mucha gente, necesita mucha inversión pública. Y también una grandeza moral a la que ya hemos renunciado.

 


2.- El pasado 15 de febrero el rey Felipe VI ratificó la reforma del artículo 49 de la Constitución Española. Dicha reforma sustituye la palabra “disminuidos” por el término “personas con discapacidad”. Se barajaron otras expresiones, como “personas con capacidades diferentes”, o “personas con diversidad funcional”, y aunque buscaban un mensaje positivo, no han encontrado consenso por ser términos vagos e indefinidos que no terminan por nombrar a nadie. Bienvenida sea la reforma del artículo, si verdaderamente eso significa que, como ciudadanos y como sociedad, pensamos que las personas con discapacidad tienen idéntica dignidad e idénticos derechos que el resto de ciudadanos. Bienvenida sea, si pensamos que ellas tienen no poco que decir a una sociedad que todo lo mide en eficiencia y apariencia. Esperemos que este cambio de palabra no corresponda únicamente a un deseo de ser políticamente correctos y buenistas. Son muchos los que sabíamos que eran personas muy válidas, aunque en la Constitución se hablase de “disminuidos”. Porque también podemos hablar elegantemente de “personas con discapacidad”, pero al mismo tiempo pensar que un “Down” pueda ser eliminado antes de nacer sin ninguna mala conciencia.



3.- Hace pocos días murió el reconocido pintor palestino Fathi Ghaben. Había sido fiel a su tierra, Palestina, que le vio nacer y donde creció como artista. Le llamaban el Van Gogh de Gaza. Su estado de salud se agravó en las últimas semanas, pero ningún hospital de Gaza estaba en condiciones de atenderlo, debido a la guerra y a la destrucción de los centros hospitalarios. Los familiares de Fathy Gaben solicitaron insistentemente a las autoridades israelíes una autorización para salir de la zona asediada y poder así recibir tratamiento en un hospital extranjero. Pero no hubo respuesta. No corren tiempos para la piedad, sin duda. Y la desgracia de Fathi Ghaben es también la desgracia de todo un pueblo. Un sufrimiento compartido por tantos. Está de más decir que el mundo de la cultura europea, tan sensible a otros temas, tampoco ha movido un dedo ni ha lamentado la pérdida del pintor gazatí.


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