domingo, 17 de enero de 2021

Oriana Fallaci: rabia y orgullo

 




Era una adolescente, casi una niña, cuando iba y venía por las calles de Florencia con un capazo. Debajo de las coles, las zanahorias y las lechugas, transportaba bombas y municiones para la Resistencia contra el fascismo durante la Segunda Guerra Mundial. Su padre, un albañil, un partisano muy activo alistado a la Resistencia, la había educado desde pequeña como a un hombre que no debía tener miedo a nada ni a nadie. Al acabar la guerra, fue condecorada como un soldado valiente. Tenía 16 años. Estamos hablando de Oriana Fallaci (1929-2006).

Estudió medicina, pero finalmente se dedicó al periodismo. Cubrió la muerte de Martin Luther King, la de Robert Kennedy  y la matanza en la Plaza de las Tres Culturas de México en 1968, “una masacre peor de las que he visto durante la guerra”. Fue durante esa refriega de la policía contra los estudiantes donde fue herida. Se la dio por muerta y se la condujo a la morgue, pero el capellán, al rezar el responso, se dio cuenta que movía los dedos. Escribió también sobre la llegada del hombre a la luna. Fue la primera mujer corresponsal de guerra, cubriendo la guerra de Vietnan, en la que se mostró igual de crítica con los estadounidenses y con las tropas locales.

Oriana fue la escritora que se dio cuenta de esas contradicciones de la juventud hippy, a la que llegó a ridiculizar: “El vandalismo de los estudiantes burgueses que osan invocar al Che Guevara, pero que viven en casas con aire acondicionado, van a la escuela con el todoterreno de papá y al night club con la camisa de seda”.

En agosto de 1973, Alexandros Panagoulis salía de la cárcel griega donde había permanecido por su oposición a la Dictadura de los Coroneles. Oriana Fallaci se acercó para entrevistarle. Se enamoraron perdidamente, y juntos permanecieron hasta que un sospechoso accidente automovilístico acabó con la vida de Alexandros en 1976 (a él le dedicaría la novela Un hombre). Juntos habían investigado la muerte del poeta y cineasta Pier Paolo Pasolini, y habían señalado “que no era una muerte pasional sino un asesinato con móvil político”, algo que aún hoy no se ha esclarecido. Oriana y Alexandros perdieron al hijo que esperaban, y de esta experiencia traumática, surgió Carta a un niño que nunca llegó a nacer. Vendió cuatro millones de ejemplares.

Después vendría el libro Entrevista con la Historia, en la que recoge entrevistas a personalidades de medio mundo. El Dalai Lama, Gary Grant, Husein de Jordania, el arzobispo Makarios, Golda Meir, su amado Alexandros Panagoulis, Sean Connery, Yasser Arafat, Reza Pahlevi, Federico Fellini, Haile Selassie, Henry Kissinger, Indira Gandhi, Willy Brandt, Deng Xiaoping, Leoplodo Galtieri (a quien llamó directamente "torturador"), Gadafi o Jomeini (a quien acusó de tirano, a la vez que se quitaba el chador que le habían obligado a vestir para hacer la entrevista),  se sometieron a las preguntas aceradas de la más importante periodista de la época.

En 1991 fue enviada a la Guerra del Golfo, última vez que Fallaci trabajó como reportera de guerra. Luego la escritora se retiró a Nueva York, asqueada por una Italia y una Europa del buenismo y de lo políticamente correcto. Se convirtió en una exiliada de su propia patria a la que ya no podía entender. Pero los atentados de las Torres Gemelas en septiembre de 2001 la sacaron de su monacato de Manhattan, de un silencio que duraba ya 10 años. Volvió a la palestra pública, una irrupción atronadora y clamorosa, mediante un artículo publicado en el Corriere della Sera, La rabia y el orgullo. Un largo artículo en el que clamaba contra una forma equivocada de entender la tolerancia por parte de Europa, la multiculturalidad, el diálogo con un islamismo que, según ella, desprecia los valores, la cultura, la religión, la laicidad, los derechos de la mujer, propios del mundo occidental.

Ella que había sido toda su vida una furibunda anticlerical y una atea activa, se declaraba, en esta hora trágica de la historia, una “cristiana atea”. Bramaba contra el buenismo occidental y la ceguera de una Europa ridícula que no quiere ser acusada de racista o xenófoba: “Nuestro primer enemigo no es Bin Laden ni Al Zarqaui, es el Corán, el libro que los ha intoxicado”.  Y consideraba una broma de mal gusto comparar a Cristo con Mahoma: "Alá es un Dios patrón, un Dios tirano, un Dios que en los hombres ve a sus súbditos y sus esclavos. Un Dios que, en vez del amor, enseña el odio, que a través del Corán llama perros infieles a los que creen en otro Dios y manda castigarles, subyugarles, matarles. ¿Cómo se puede poner en el mismo plano al cristianismo y al islamismo?, ¿cómo se puede honrar de igual manera a Jesús y a Mahoma?"

La rabia y el orgullo, el panfleto y alegato contra la decadencia de Occidente y la tolerancia hacia el Islam, encendió todas las iras y todas las críticas contra la periodista italiana. Radical, racista, xenófoba, fascista… Fue denunciada por particulares, ongds, asociaciones y hasta tres gobiernos (entre ellos el francés) “por incitación al odio racial y frases ofensivas para el Islam y los que practican esta religión”. Pero ella ya estaba desbocada. Y fiel a la consigna de no tener miedo ni a nada ni a nadie, siguió presentando batalla contra todo y contra todos (izquierdistas de pancarta, feministas críticas con el catolicismo y tolerantes con el islamismo, la propia Iglesia Católica y sus asociaciones caritativas, las autoridades europeas). Las amenazas y los insultos llovieron sobre Oriana: “Ojalá tengas un cáncer”. Y ella, impertérrita, contestaba: “Ya lo tengo” (como así era, de pulmón). “Ojalá te mueras”,  y ella contestaba: “No tardaré”.

Al final de su vida, sólo decía sentir admiración por la inteligencia clara y la búsqueda de la verdad de un hombre: Benedicto XVI. Llegó a entrevistarse con él en Castelgandolfo, aunque nunca se supo de qué habían hablado. En una de sus últimas declaraciones a la prensa, Fallaci aseguró: "Me siento menos sola cuando leo los libros de Ratzinger".

En 2006, muy enferma, quiso volver a su Florencia para morir, a las calles que la habían visto de adolescente, paseando, arriba y abajo, con su capazo de verduras y bombas de mano. ¿Fue la radical xenófoba y la racista incendiaria  o la Casandra que ve un futuro de nubarrones que nadie quiere ver en esta Europa desnortada?








domingo, 10 de enero de 2021

Otro tipo de paternidad



La inmensa maquinaria del mundo produce tanto ruido que difícilmente somos capaces de fijarnos en las personas que obran el bien en silencio, pero cuya bondad, si faltase, la echaríamos en falta.

San José es el personaje más silencioso del evangelio. Tan discreto que los cristianos tardaron siglos en percibir su grandeza. El arte cristiano, que refleja siempre la fe en un momento determinado de la historia, se ocupó muy tardíamente de él. Y las primeras veces que lo hizo, por ejemplo en las escenas del nacimiento, lo representó en un segundo plano, casi escondido, insignificante, una figura perdida en el escenario en que María y el Niño brillaban con luz propia.

Y este recuerdo a San José me viene ahora a la cabeza porque acabo de leer que el Papa ha decidido que el 2021 sea el Año de San José, un hombre, aparentemente, de escasa biografía, cuya vida y hechos caben en una línea.

Un modesto carpintero de Nazaret se queda prendado de una hermosa joven, pero antes de convivir con ella, descubre que espera un hijo. Y sin embargo –misterios del corazón humano- decide seguir adelante con sus planes de formar una familia. Y renuncia a repudiarla públicamente. ¿Confianza ciega en la joven María que le asegura que no ha conocido varón? ¿Amor sin fisuras hacia esa mujer en cuyos ojos bondadosos él se ha visto reflejado? ¿Fe sin peros en el Dios de sus padres que invita a la misericordia y a la clemencia? En el Evangelio, se nos dice que José tuvo ‘sueños’, que es la manera poética para indicarnos que este hombre tomó decisiones después de escuchar la propia conciencia.

El Nuevo Testamento se inicia con la genealogía de Jesús que nos proporciona el evangelista Mateo. Genealogías tan caras a los orientales y a las estirpes regias.  Abrahán engendró a Isaac y así sucesivamente, generación tras generación… Jacob engendró a José, el esposo de la Virgen María, de la cual nació Jesús. La genealogía se interrumpe abruptamente en José. José es el varón que no engendra. En José, la genealogía se hace trizas. Y aquí termina el antes de Cristo y empieza el después de Cristo. Muere el antiguo pueblo de Dios, al que se pertenecía por la sangre y el semen de la raza,  y nace el nuevo pueblo de Dios, al que se pertenece por el espíritu de amor. La genealogía se interrumpe en José. La paternidad no se otorga a José por la sangre sino por el amor y la ternura. Una paternidad distinta. Lo que crea paternidad es la protección, el cuidado, el cariño, la custodia, el consejo, la guía, el ejemplo…

El gran silente del evangelio, el hombre que ha renunciado a la semilla de su cuerpo, el hombre que alimenta, cuida, protege y mece en sus brazos a un Dios es el más insignificante de los hombres nacidos entre los judíos. Ni rey, ni profeta, ni sacerdote.

El hombre que obedece a su conciencia y que, con su conducta, abole la ley judía que permitía al varón denunciar cualquier conducta ‘no ejemplar’ de la mujer. José es el hombre que afronta el camino de los refugiados a Egipto para no poner en peligro la vida de un hijo que no es suyo, pero al que quiere más que a sí mismo. El hombre que enseña, como piadoso judío, las oraciones a su pequeño, que le acompaña a la sinagoga, que se siente acongojado cuando el niño se pierde en Jerusalén… Un sencillo carpintero que desaparece discretamente de esta mundo, sin hacer ruido, cuando Jesús es un adulto y ya no lo necesita.

José es imagen de tantos hombres y mujeres callados, silenciosos, discretos, que obran el bien sin flashes y sin cámaras. No predican porque se saben ignorantes. No pontifican porque no creen estar en posesión de la verdad. Perdonan porque desean ser perdonados. Cuidan porque han sido convocados a la maternidad y a la paternidad.

San José es la imagen del trabajador sacrificado, del padre que se gana la paternidad día a día, por su ternura, del esposo que confía y protege, del emigrante que huye de su propio país para proteger a su familia. Para los creyentes, es el patrón de los agonizantes, quien vela y cuida de ese instante en el que todo ser humano abandona esta tierra y se enfrenta al misterio insondable del más allá.

En estos tiempos de yoes superinflados, de personas que se creen el ombligo del mundo, de sermoneadores que a cada momento nos dicen lo que debemos pensar, sentir y hacer, de gentes que cacarean, como gallina ponedora, sus cualidades… San José es el hombre justo (el único adjetivo con que le describe el evangelio) que deja la semilla humilde de su vida sembrada en la tierra del mañana.

El mundo no se desquicia y sigue girando como si nada, gracias a estos seres humanos que se ganan, día a día, la paternidad y la maternidad, por su ternura y por sus cuidados. Lo suyo no es vivir a tope. Lo suyo es desvivirse.

martes, 5 de enero de 2021

De lecturas y relecturas en 2020






1.       1. Diez lecturas para resumir el año.

      George Steiner murió en 2020, después de una vida académica al servicio de las humanidades. Uno de los últimos intelectuales en defender los saberes clásicos, ahora en grave retroceso por la revolución tecnológica e informática. Pero sin las humanidades, asegura Steiner, será  fácil perder las raíces, saber de dónde venimos, y  luchar contra la barbarie y las ideologías totalitarias  y los populismos.Un largo sábado es un libro-entrevista muy interesante para quien quiera conocer las inquietudes y los desvelos de este humanista. El libro es también mérito de la periodista francesa Laura  Adler que, mediante inteligentes preguntas, sabe sacar lo mejor del escritor. El título -que contiene la palabra sábado- es altamente significativo. Steiner no renunció nunca a su origen judío, si bien se mantuvo alejado del sionismo y más alejado aún de la manera de conducirse del estado de Israel. Pero Steiner defiende la aportación impresionante del mundo judío a la Historia con mayúsculas. Interesante un apunte: El judío ante un libro, una obra de arte, siempre piensa: “puedo mejorarlo”. Y no por arrogancia, sino por esa tensión de superaración, de esfuerzo y de búsqueda de la excelencia. Steiner es un ateo que sabe que la oposición del modernismo y de la progresía a la tradición bíblica es simplemente un suicido para Occidente. Una larga y enriquecedora entrevista para ocuparnos del ser humano que trabaja, lucha, pero que también tiene el sábado para descansar, para releer su historia, para sosegar su corazón y para tratar de entender los sentires y los pensares de otros hombres. Su reflexión sobre el ser humano que es un invitado a la vida y que, al acabarla, debe dejar esta casa un poco mejor de como la encontró, me parece fascinante.


 

En uno de los momentos más convulsos de la historia de la Compañía de Jesús, Pedro Arrupe fue llamado a dirigirla como su Prepósito General (1965-1983). Este vasco universal  fue testigo ocular, un 6 de agosto de 1945, de la explosión de la primera bomba atómica sobre la ciudad de Hiroshima, una tragedia que le marcaría para siempre. El hecho de que, además de sacerdote, fuese médico, le permitió curar a los muchísimos heridos que, de todas partes, acudían a la casa de los jesuitas. Hay que remontarse varios siglos atrás para encontrar un general jesuita tan carismático. Pedro Miguel Lamet traza una biografía apasionante de un hombre verdaderamente fascinante. Arrupe fue uno de los mejores lectores del mundo y de la Iglesia en los tiempos inmediatos al Concilio Vaticano II. El primero en avistar el problema de los refugiados, para los cuales crea el Servicio Jesuita a Refugiados. Su paso por Japón le acercó a la espiritualidad oriental y a sus maneras de meditación y de oración. Su mentalidad abierta, le acarrearía algunos sonoros encontronazos con el Vaticano, aunque, como buen hijo de San Ignacio, su obediencia al Papa estuvo fuera de toda duda.  En 1981, sufrió un severo ictus, por lo que tuvo que empezar de cero, como un niño pequeño, a leer, andar o escribir. Así pasó la última década de su existencia: conviviendo con el sufrimiento y la enfermedad, lo que dejó admirados a todos los que le conocían. Sus últimas palabras: “Para el presente, amén; para el futuro, aleluya”. En uno de sus viajes –cuenta él mismo- recibió su regalo más hermoso. Al acabar una celebración, un campesino indígena le pidió que le acompañara. Le llevó hasta un rincón y le dijo: “Padre, mire, le he traído hasta aquí para que vea este atardecer”.

 

El Orden del día, la breve novela del joven escritor Éric Vuillard con la que obtuvo el Goncourt , nos lleva a un momento clave de la historia de Alemania que tantas desastrosas consecuencias traería para el resto del mundo:  el 20 de febrero de 1933. Ese día los principales industriales alemanes fueron a mostrar a Herr Hitler su apoyo sin fisuras y sin peros, y también sus millones de marcos al proyecto nazi. A cambio le pedían seguridad para sus negocios y unas leyes más acordes con sus intereses. Perfectamente vestidos, allí estaban todos: Los Krupp, Bayer, Afga, Opel, IG Farben, Siemens, Allianz, Telefunken, porque “las empresas no mueren como los hombres. Son cuerpos místicos que no perecen jamás”.

Los sueños locos de un loco personaje no prosperan sin muchas adhesiones y muchos aplausos. Y no sólo los apoyos del capital sino también los apoyos de muchos ciudadanos en las calles, las fábricas, los hogares y las cancillerías. Es una lección para la Historia, útil en estos tiempos de desmemoria, amnesia y tics populistas que siempre acaban siendo políticas autoritarias. Y también para no olvidar nunca que el poder económico manda ahora como nunca lo ha hecho antes, capaz de adaptarse para no perder influencia y peso. Una buena novela francesa, con una prosa limpia y con un mensaje necesario.

 


El periodista Ramón Lobo llega a Kabul, como corresponsal de El País, en 2009, para cubrir las primeras elecciones de Afganistán. Aparte de las crónicas enviadas a España para intentar comprender la trágica y esperanzada situación de Kabul, capital de Afganistán, después de la inusitada violencia sufrida durante décadas, primero con la invasión del Ejército Rojo y después con la Revolución de los talibanes, el autor aprovecha su estancia en la capital afgana para escribir un libro. En Cuadernos de Kabul, Ramón Lobo posa su mirada en las personas anónimas que, a pesar de la guerra y sus ‘daños colaterales’, intentan y se esfuerzan por llevar una vida ‘normal’. La desigual batalla de ciudadanos sencillos es descrita por el autor con inmensa ternura y con esperanza. Un barbero, un cambista, las ruinas de lo que fue un cine, un equipo femenino de fútbol, el niño que vende vasos de agua en el zoológico, los adolescentes que vuelan cometas, el panadero que acude a su cita diaria con la harina y el horno. El desafío de la reconstrucción de Kabul y el trabajo de los ‘sencillos hombres, mujeres y niños para llevarla a cabo’. Mientras muchos periodistas se limitaban a transmitir literalmente los partes oficiales y los teletipos de las grandes agencias, Ramón Lobo bajó a las casas y a las calles, tal vez ruidosas y sucias, pero sin duda las únicas donde era posible captar el respirar cotidiano de los afganos.


 Fratelli tutti. Esta expresión pronunciada por frate Francesco hace 800 años en Asís ha sido retomada por el Papa para escribir una encíclica sobre la fraternidad y la amistad social. En cierto modo, se trata del proyecto del Papa para ‘sanar el mundo’ después de la Guerra del Coronavirus. En un momento sin liderazgos mundiales, donde los dirigentes políticos, sindicales o intelectuales están a la altura del betún, el único referente mundial, la única voz que suena distinta y clara es la del Papa Francisco. Fratelli tutti hace un análisis certero de los males que acosan el corazón humano y el corazón del mundo, y propone una globalidad de los afectos, una fraternidad universal basada en los derechos humanos, la justicia y la distribución equitativa de los bienes de la tierra. Y pide a las religiones que sean promotoras de la única globalización que merece la pena: la del bien y la de la paz entre creyentes y no creyentes. Cada página de esta encíclica está cargada de mensajes inspiradores, de frases a subrayar, de ideas que invitan a la reflexión y al cambio. En el encuentro celebrado en Abu Dabi con el Gran Imán de Ahmad Al-Tayyeb, ambos pudieron proclamar: “Asumimos la cultura del diálogo como camino, la colaboración común como conducta; el conocimiento recíproco como método y criterio”.

 

Javier Reverte, el escritor viajero con más lectores de este país, nos dejó el pasado otoño. Un buen libro de viajes, si es bueno, tiene que suscitar en el lector las ganas de hacer la mochila y coger el tren o el avión para presentarse en las calles y paisajes que el escritor nos ha descrito. A mí me sucedió con este libro. Pero este viaje italiano de Reverte tiene mucho de literatura y de amor a los escritores de una determinada geografía. Cuando Reverte viaja a Venecia, va en pos de Thomas Mann y su gran novela Muerte en Venecia. Cuando visita Trieste busca las huellas del delicado poeta Rilke y sus elegías de Duino. Y cuando se planta en Sicilia, no puede por menos que recorrer, como un creyente perseguidor  de reliquias, los lugares que Giuseppe Tomasi, Príncipe de Lampedusa y autor del Gatopardo, pisó, amó y detestó de su amada y odiada Sicilia. Y son las páginas dedicadas a este libro y a este autor las que a mí me han gustado más, quizás porque la novela de El Gatopardo me parece algo grande dentro de la narrativa italiana, y porque la bellísima película de Visconti aún danza en mi cabeza, como lo hicieron durante 40 minutos Burt Lancaster y Claudia Cardinale.


 Primero conocí al autor en una tanda de conferencias en la ciudad de Valladolid. Un comunicador nato y un hombre que transmitía una pasión ilimitada por el Libro de los Libros. Luego, lo conocí como lector. Este cuaderno titulado La casa sin paredes de la vida es un poético y profundo análisis del Cantico delle Creature o Cántico del Hermano Sol, de Francisco de Asís, y del que Borges diría que ‘contenía en sí todo el universo’. Leer este pequeño ensayo al lado del río Duero, o desde el altozano donde se contempla el atardecer, o junto a los campos de los girasoles, o de los trinos de los pájaros y las hierbas humildes del campo, ayuda bastante. No es que Francisco fuera un ecologista, ni un ‘verde’ de hace ocho centurias. Es mucho más. Francisco “escribe poco a poco este poema y el poema le va escribiendo a él”. El poverello es un hombre que se ha desnudado de todo para vestirse de Dios. Y de ahí procede su mirada inocente y virgen sobre el Criador y las criaturas: el sol, la luna, el agua, el fuego, la hierba, los frutos, la muerte y, sobre todo, los hombres que, perdonando por amor al Creador, consiguen no deformar la imagen de Dios en este mundo que sigue siendo hermoso. Francisco con su Cántico y Víctor con este cuaderno nos invitan a entender que “todo lo verdadero es frágil y de todo lo frágil emerge lo bello. Y de esta triple cuerda (verdad, fragilidad y belleza), la vida anuda el misterio de amor que nos alienta”.

 

José Jiménez Lozano fue un escritor total. Ensayos, novelas, cuentos, poesía y  diarios. Para mí, los Dietarios fueron lo mejor de su obra. Fueron los que más me enseñaron. Me dieron a conocer pensadores y escritores de los que yo no había oído hablar jamás, pero sobre todo me enseñaron a leer la realidad desde una perspectiva genuinamente humana y, al mismo tiempo, lejana de las modas, de los ‘ismos’,  y de las gafas de lo políticamente correcto. Jiménez Lozano fue el último de los ‘avisadores’, en el sentido de que nos avisó de por dónde se iba a despeñar el mundo si continuábamos practicando, acríticos, el credo de la modernidad (la ingeniería biológica y social, la cristofobia, el horror a los libros, el desprecio por la historia, etc., etc) y la insulsa felicidad que se nos ofrece ‘para nuestro bien”, como nos dicen los telediarios  y los portavoces de las ideologías imperantes cada día y cada noche.

Evocaciones y Presencias es el diario póstumo del escritor abulense que llevó siempre una vida retirada en Alcazarén.  Este dietario corresponde al periodo 2018-2019. El título –Evocaciones y Presencias- dice mucho. Jiménez Lozano evoca figuras, páginas, noticias, voces que son auténticas presencias en el día a día de los humanos. Pondré un ejemplo. El autor evoca una página de Enmanuel Levinas en la que recuerda su paso por el campo nazi, reducido a una rata, a un no-ser por sus guardianes y por unas ideas. Pero en el campo había un perro vagabundo que se había unido al pelotón y que les acompañaba al trabajo, y con ellos volvía ladrando y moviendo la cola. Y Levinas escribe. “Por él fuimos hombres”.

 

Empecé a leer este libro por curiosidad y también porque la autora es una Tordable (cuarto apellido en su caso), una lejana pariente de un apellido minoritario en España. El libro de Paz Velasco de la Fuente se ha convertido en poco tiempo en un manual imprescindible en las facultades y en los departamentos de policías y jueces donde se estudia la criminología como ciencia. Me rindo ante la capacidad sintetizadora de la autora, la falta de prejuicios a la hora de hablar de ciertos temas (por ejemplo de los crímenes cometidos por mujeres, que no son pocos), y sobre todo por ahondar en algunas ideas que considero de máximo interés: el problema del mal, las causas de los comportamientos criminales, las vidas rotas y las infancias truncadas detrás de muchos asesinos, la fascinación por el dominio sobre el otro, el deseo imperioso de hacer entender a la víctima que su vida depende de él, la apariencia de normalidad –incluso de ejemplaridad- que es connatural a muchos de los mayores criminales y asesino en serie,  la fascinación que muchos criminales y canallas de la peor calaña ejercen sobre algunas mujeres hasta el punto de convertirse en sus amantes o colaborar estrechamente en sus crímenes. Y sobre todo: dónde está la delgada línea que separa a un hombre corriente y normal de un asesino. ¿Estamos libres de cruzarla? Es algo verdaderamente inquietante. El libro suscita muchas preguntas, pero también da muchas respuestas.

  


Cuando concedieron el Premio Nobel de Literatura a Svetlana Alexievich fueron muchos los que dudaron de que el galardón fuera merecido. En el fondo, la escritora bielorrusa se había dedicado toda su vida a registrar en su grabadora las historias que otros le habían contado y a a transcribirlas. Y en cambio, ¿por qué gustan tanto sus libros? Tal vez porque, en cada uno de ellos, recoge todos los puntos de vista posibles y todas las voces que tuvieron que ver con algún acontecimiento. No son libros con un protagonista, sino con multitud. Son libros corales. Desde que leí su libro sobre la tragedia de Chernobyl, Svetlana ha sido una habitual en las lecturas de los últimos años. En esta ocasión, la autora recoge los testimonios de los que durante la Segunda Guerra Mundial, en una Unión Soviética alcanzada por el poder nazi, eran unos niños. Su infancia estuvo marcada por la violencia, el hambre, la escasez y los enormes sacrificios. Representan a la generación sin infancia, que pasó de la cuna a trabajar los campos o a cuidar a los heridos.  Toda la vida de estos niños ha consistido en tratar de entender lo que pasó, perdonarse  a sí mismos algunos de sus comportamientos, absolver a sus verdugos e intentar seguir adelante, a pesar de la violencia ejercida sobre sus pequeños cuerpos o almas.  


2.       2. Dos relecturas


Cuando el 1 de enero empecé la relectura de El Quijote, nada hacía presagiar que estábamos a las puertas de una de las bromas más pesadas de nuestras vidas: la pandemia. Cuarenta años después de la primera lectura y de varias relecturas, el Quijote me sigue haciendo reír y pensar. Y también me sigue asombrando y haciéndome feliz (una cualidad de algunos libros insuperables). Para Unamuno, El Quijote era el Evangelio que Dios había dado a los españoles. Y Camilo José Cela decía que España, el día del Juicio Final, podrá presentar el Quijote y La destrucción de las indias (Bartolomé de las Casas) para no ir de cabeza al infierno. Los novelistas, ya se saben, sólo deben rendir cuentas ante Cervantes. En mi biblioteca hay dos ejemplares del Quijote que salvaría de cualquier incendio y de cualquier diluvio: uno de ellos estaba en la Biblioteca del Colegio de Aguilar de Campoo y me fue regalado cuando se clausuró allá por 1991. El otro me fue regalado por un ‘anónimo’, tras atenderle, en mi oficina, “como merecía él y merecía su caso”, según él, después de llamar a mil teléfonos y mil ventanillas, me confesó.

 Siempre me he preguntado cómo habrá gente que, sabiendo que se va a morir,  no lee estos dos libros: la Biblia y El Quijote.

 

Decía George Steiner que, por muy ateo y agnóstico que uno sea, cuesta mucho afirmar que haya sido un ser humano el que haya escrito ciertos libros, entre ellos el Libro de Job. Releí el Libro de Job en pleno confinamiento duro del mes de abril, en la bellísima traducción que hizo Luis Alonso Schökel de este hermoso poema. Lo que sucede con los libros eternos es que saben leer nuestro presente. No es verdad que leemos libros. Son los libros –algunos pocos- los que nos leen a nosotros. En Job está el misterio del mal, las preguntas que nos suscitan la enfermedad y la desgracia. Job es el más impaciente de los pacientes y por ello se atreve a pedir cuentas a Dios de su dolor y de su miseria. Job no se conforma. Job quiere conocer cómo se mueve el corazón de Dios cuando los hombres injustamente sufren, se desesperan, lloran y mueren. En Job hay pocas respuestas, pero todas las preguntas del hombre moderno ya están en los bellísimos -amargos o dulces- versos de Job. El alma humana se retrató definitivamente en este libro de Job, escrito hacia el año 500 antes de Cristo.


3.     3.  Y un libro muy especial.


Me reconozco parcial y subjetivo al hacer la crítica de este brevísimo cuento escrito por chicos y chicas con discapacidad intelectual de Villa San José. Les conozco de cara y nombre y he frecuentado la casa donde viven y trabajan. Pero esto no quita mérito a este pequeño libro: la historia de Azahar, de su llanto por la pérdida de un ser querido, de su enamoramiento singular por un joven, de sus problemas de convivencia con sus compañeras, de su aprendizaje de cómo funciona su corazón y el corazón de los demás… Es un cuento que refleja la vida de tantos chicos y chicas con discapacidad, pero que también refleja nuestra vida, porque ninguna diferencia hay entre ‘ellos’ y ‘nosotros’. Todos somos capaces de muchas cosas y todos, a la vez, somos discapacitados para otras tantas. Las bonitas ilustraciones que acompañan al cuento hacen aún más valioso este paseo por el jardín de mis emociones.


***

Y dicho todo esto, ¿Te atreves a sugerirme algún libro que te haya gustado en 2020?

























jueves, 31 de diciembre de 2020

Existe también la alegría





¿De qué hablar el último día del año del peor año que ha vivido la humanidad desde hace muchas décadas? ¿De qué hablar después de 12 meses de dolor, muerte, derrumbe económico y colapso sanitario?

Me lo preguntaba mientras caminaba esta misma mañana entre los campos anchos de una ancha Castilla. Y al final he decidido despedir el año hablando de la alegría. Y la excusa es el recuerdo de un vídeo que me llegó a mediados de 2020: las imágenes de unos niños huérfanos africanos acompañando con sus bailes la canción de Jerusalema. 

Veo este vídeo y me hago muchas preguntas. ¿Existe la alegría sin alcohol? ¿Y sin las músicas atronadoras que descerebran? ¿Existe la alegría sin el vértigo de la velocidad y de los excesos? ¿Y sin el sexo convertido en pura gimnasia? ¿Existe la alegría fuera de los estadios y de los macroconciertos? ¿Existe la alegría sin las drogas? ¿Existe la alegría sin las compras compulsivas?

¿Existe la alegría porque sí? ¿Existe la alegría independientemente de nuestros pies descalzos, de nuestra historia personal renqueante, de nuestro plato escaso, de nuestra pobre ropa de segunda mano, de nuestro pasado imperfecto y de nuestro futuro nuboso, de nuestra enfermedad y de nuestro miedo?

Si lo tenemos todo, ¿Por qué no estamos siempre alegres, risueños, sonreídores, afables y amables? ¿Por qué nos quejamos de todo o de casi todo, desde la cola en la seguridad social, al aire acondicionado en la oficina, a la ropa que no nos conjunta, al metro que llega con dos minutos de retraso, a la lluvia imprevista…?

¿Por qué nos irritan tanto las cosas que no se ajustan a nuestros deseos y las personas que no se acoplan a nuestros sueños? ¿Por qué nos gusta tan poco nuestro cuerpo imperfecto, nuestra casa que no se parece a la del Hola, nuestra familia con sus enfados y sus cabreos? ¿Por qué andamos enfermos de tristeza en nuestras naciones opulentas?

¿Y por qué nos admira y nos causa asombro y maravilla la alegría de un niño pobre que baila alegre como unas castañuelas?

Y sin embargo, la alegría, que es el alimento para el alma, sin el cual esta desfallece y finalmente muere, estuvo, ha estado y estará en nuestras vidas. Incluso en 2020, ha existido la alegría. Quizás para verla, hay que deshacerse de tantas cataratas que turban y perturban nuestra miradas, y que nos hacen caminar como cegatosos por el mundo y por la existencia.

Existe también la alegría. En la mano que saluda al enfermo desde el otro lado de la mampara. En el silencio abrazante de quien perdona y acepta ese perdón. En el reencuentro de dos familiares después de un tiempo de olvidos y rencillas. En el sabor de un café que anima el corazón y la charla.

Existe también la alegría. En quien carga con una bolsa de alimentos para el vecino desvalido. En quien manda un whatsapp con un te quiero. En quien junta sus manos para bendecirte. En quien escucha humildemente las razones del otro. En quien te agradece de corazón el don de tu tiempo, tu palabra y tu vida.

Existe también la alegría en el petirrojo que gorjea en la rama. En el olor del romero al cruzar el jardín. En el atardecer de fuego y oro que despide al día. En la lluvia que empapa los terrones y hace brotar las semillas. En la flor del almendro que susurra delicadeza y ternura. En el perrillo que, loco, se pone de manos al verte entrar por la puerta.

Existe también la alegría. En quien alarga su jornada de trabajo para consolar a un moribundo. En quien llora de emoción al escuchar la voz de un padre anciano y lejano. En quien sabe mirar con esperanza el horizonte del mañana. En quien celebra lo que tiene y no se queja de lo que le falta. En quien busca la verdad, más allá del prejuicio y de sus intereses. En quien comparte algo de lo suyo con seres lejanos que jamás podrán decirle gracias.

Existe también la alegría. 

Feliz Año Nuevo. Feliz Alegría también en los tiempos oscuros.


jueves, 24 de diciembre de 2020

La vacuna de Belén.



En lugar del Adviento del Mesías, el Adviento de la Vacuna. Y no negaré yo que todos estamos esperando una vacuna contra el coronavirus que ha dejado una formidable cosecha de muertos y otra no menos formidable cosecha de heridos. Una pandemia que nos ha sumido a todos en una suerte de tristeza, de desangelamiento, de irritación y de desconfianza. En verdad, todos estamos esperando una vacuna que nos devuelva la alegría, la sociabilidad, los encuentros y los abrazos. Pero a uno ya le cansa este continuo vocerío sobre la maravilla de la vacuna: las dosis, los laboratorios, los precios, la distribución, la prioridad de los vacunados. Y ese mundo feliz y libre que tendrá la humanidad cuando todos estemos vacunados.

Uno, que es ateo del poder y agnóstico de los telediarios, vuelve a releer con una cierta melancolía las páginas de Lucas y Mateo donde se nos describe la Primera Navidad. Unos cuantos personajes intervienen en el relato, que son como el resumen del mundo y sus habitantes. A una muchacha de Nazaret se le anuncia una gran noticia, algo increíble y fuera de toda razón y sentido común: la encarnación y nacimiento de un Niño, destinado a ser Dios-con-nosotros. Y el anuncio, curiosamente, no se anuncia a los representantes ‘legítimos’ de Dios en el mundo judío, que lo estaban esperando generación tras generación.

A un hombre, José, se le invita a cuidar de este niño, que no es el suyo, que nada tiene que ver con su sangre y con su semen. Y José acepta esta paternidad de la ternura y del amor, sin pedir explicaciones, como han hecho siempre los pobres y los que se saben poquita cosa. Y en ese punto de la Historia, el emperador Augusto de Roma, el César del mundo, quiere saber absolutamente todo de sus súbditos: dónde viven, qué piensan y qué odian o aman. Y ordena un censo global. Pues el poder no admite que nada se oculte a su mirada de señor de vidas y haciendas. Y también el Niño que aún no ha nacido quiere ser sometido al control y a la estadística. El poder no admite un Dios-sin-control.

Y María y José se suman a la riada de personas que se someten al censo. Pero una nueva vida llama a la puerta, una vida que se escapará a todos los censos y a todos los archivos, que no pertenecerá a ningún señor, ni a ningún pueblo, ni a ninguna patria, porque Él viene a lo suyo: la instauración de un Reino de Paz y de Justicia. En Belén, una humilde pareja llama a puertas de posadas y mesones, pero las posadas se cierran, porque la vida, en su máxima fragilidad, difícilmente encuentra albergue en este mundo. Al recién nacido lo arroparán las estrellas y le darán calor los animales.

Y en la noche oscura, unos pastores vislumbran una pequeña luz para sus vidas apagadas y aplastadas. Y ellos también sueñan con mundos de paz y ríos de leche. Y se ponen en camino. Un caminar incierto por las periferias del mundo, hacia las chozas de los que viven a la intemperie. Y allí descubren, asombrados y atónitos, a alguien más pobre que ellos. Una mujer que acaba de dar a luz, un hombre que intenta hacer una hoguera, y un Niño aterido de frío. Y se ponen de rodillas, es decir se ponen a su altura, la altura propia de los mendigos y de los indigentes. Y comparten su pan escaso y su queso duro, y tal vez el tañido gozoso de una esquila. Y una alegría, más grande que ellos mismos, se apodera de ellos. Y luego reparten esa alegría por otras casas y la distribuyen a sus vecinos, como el pan recién salido del horno. Y se sienten salvados y redimidos.

Y más adelante, de muchas naciones, hombres sabios y de corazón justo se pondrán en marcha, seguirán una estrella, en busca del verdadero Sol, que ilumina horizontes de igualdad y de paz. Abrirán de par en par los cofres de su corazón: anhelos no saciados, hambres no satisfechas, dolores sin cuenta y amores traicionados. Pero también: los sentimientos de oro, la gloria de cada ser humano, el perfume de las buenas acciones. Y estos hombres sabios –reyes de sí mismos- se sentirán llenos de una paz sin ocaso y de una vida sin final. Y ellos, que nunca habían inclinado la rodilla ante nadie, lo harán ante un Niño.

Pero también hay Herodes que temen por su trono, que no soportan que nadie les haga sombra, que les diga las verdades o haga luz en sus sótanos hediondos. El poder, y todos los vicios, no admiten competencia. Y Herodes ordena segar vidas, como quien siega hierba en las cunetas. Y no escuchará ni el lamento ni el desgarro de una madre. El grito de mil madres acompaña y hiere como una lanza a María, a José y a su hijo en el destierro a Egipto. El pan amargo del destierro les espera. Y es el pan que espera a todos los desterrados, los excluidos, los sin patria, sin casa, sin lecho y sin mesa.

Belén es la lección más importante que podamos aprender. Belén es el teatro del mundo, en cuyos actores nos podemos ver reflejados. Cada uno de sus ropajes ha estado alguna vez sobre nuestros hombros.

Quién ha frecuentado Belén desde pequeño ya está vacunado para siempre contra la sed de dominio y de control del Cesar de turno. Y también contra la violencia de los Herodes de cualquier época. Y también contra la falta de ternura y de acogida de los posaderos que tienen en sus manos las llaves del dinero y las influencias, de los contactos y de las decisiones importantes. Belén nos vacuna contra las ‘buenas nuevas’ que nos prometen a cada instante y en cada tiempo y que, apenas prometidas, se convierten en la desdicha de siempre y en la desgracia de todos los días.

Quien ha frecuentado Belén sabe cómo funciona el mundo y sobre qué goznes de bruticie gira. Quien ha frecuentado Belén conoce la alegría de las cosas pequeñas, la dicha que se encuentra al compartir, la ventura que supone descubrir gracia y vida en la debilidad más absoluta.





miércoles, 16 de diciembre de 2020

¿Eutanasia o 'euvivasia'?


 

Con alevosía y ‘covividad’ se tramita en estos días la ley de la eutanasia y del suicidio asistido. Con inusual celeridad en la tramitación, sin ningún diálogo abierto en la sociedad, con una ciudadanía paralizada por culpa de la pandemia, sin atender al Comité Nacional de Ética que no aconsejaba su tramitación,  y –lo que es denigrante- en un año en que, de forma miserable, miles y miles de ancianos han muerto por causa del Covid-19, en parte porque desde las autoridades no se permitía el acceso de los mismos a los hospitales. ..

Como apuntaba José Jiménez Lozano en las páginas de su último diario ‘Evocaciones y presencias', este darwinismo filosófico y esta ingeniería social son una victoria de la ideología hitleriana, aunque ahora este movimiento de la eutanasia esté liderado por banderas bien distintas, banderas progresistas, según nos cuentan a cada momento. Pero en el fondo es el mismo programa: el descarte de los improductivos o la invitación a que no den más la matraca con sus penas y dolencias, y pidan esfumarse de este mundo. 

Sé que es un tema muy delicado, como todos los que atañen a la vida humana y a la ética. Desde hace algún tiempo, se viene presentando el suicidio asistido como un caso de compasión. Se ofrecen al público casos extremos (por ejemplo, el del tetrapléjico Ramón Sampedro) y, a partir de ahí, se intenta que se vea todo este asunto como un asunto de altruismo.

La eutanasia y el suicidio asistido pueden parecer un progreso en humanidad, y sin embargo, creo yo, es la derrota de la humanidad misma, porque estamos confesando nuestra incapacidad para cuidar y para curar. Hay enfermos incurables, pero no incuidables.

Otra cosa bien distinta es que no se tendría que darse un encarnizamiento terapéutico ni el uso de medios extraordinarios que alarguen agónicamente la existencia. No es de recibo. Me parece a mí. Como también me parece que cargar a jueces y médicos con la responsabilidad de suministrar la muerte, es poner un fardo bien pesado sobre sus espaldas.

¿Cuál es el mayor riesgo que corremos con leyes así? Pues que, poco a poco, se cree una conciencia, difusa pero extendida, de que algunas personas, por su enfermedad o vejez, suponen una carga para el erario público, y para esta sociedad perfecta de mujeres y hombres sanos, fuertes, potentes y brillantes. ¿Podemos imaginar la presión, sutil pero eficaz, que dentro de no mucho se puede ejercer social, política, e incluso familiarmente, sobre ancianos, discapacitados, enfermos crónicos, afectados por problemas de salud mental o depresión, es decir sobre ‘inútiles’ o 'incordiantes' por su debilidad física o psíquica?

En Holanda, país pionero en estas cuestiones, la ley de la eutanasia creo que no está resultando ningún éxito. Y hasta jóvenes afectados por pérdidas de seres queridos, crisis, enfermedades transitorias o fuertes depresiones, han solicitado –y obtenido- el suicidio asistido.

Ese es el drama de la eutanasia. La cuestión merecería mucha reflexión y mucha cautela, y muchas otras normas y praxis para invertir en cuidados paliativos.

Pero hay un campo, formidable, magnífico, todo un desafío y un compromiso, donde cada individuo puede actuar. Cada ser humano, en su inmensa fragilidad, en su terrible soledad, en su falta angustiosa de sentido vital, debe encontrar a otros seres humanos capaces de sostenerlo, cuidarlo, protegerlo, animarlo, curarlo, acompañarlo y amarlo. Que ningún ser humano, cercano o lejano, sienta la tentación de pedir licencia para morir. En lugar de la eutanasia, la ‘euvivasia’ (con perdón de la Real Academia de la Lengua). En lugar de la buena-muerte, la buena-vida.

Y esta es una responsabilidad de cada uno: que cada ser humano, por el hecho de experimentar el apoyo de otros seres humanos, sienta que la vida puede ser bella y que merece la pena disfrutarla y vivirla.


 

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jueves, 3 de diciembre de 2020

Un paseo por el jardín de mis emociones

 


“Era un día de verano, con un sol espléndido”
. Así comienza el último libro que acabo de leer. A la hora de comer, cuando he llegado a casa, había un sobre en el buzón. Dentro, un libro titulado ‘Un paseo por el jardín de mis emociones”. Un regalo que los autores del libro han tenido la deferencia de enviarme.

Era un día de verano, de flores y mariposas, macetas en los balcones, pájaros que cantan, niños que juegan, pero Azahar estaba triste. Así se abre este singular libro que hoy ha caído en mis manos. Los autores de este cuento son jóvenes con discapacidad intelectual del Centro Villa San José (Palencia). Hace unos años empezaron a frecuentar la Biblioteca Pública de Palencia. Leían, comentaban, exponían, dialogaban sobre las lecturas. Después, animados por su coordinadora, Alma Arconada, dieron el salto a la escritura. Ellos y ellas tenían cosas adentro, tal vez adormecidas o no expresadas. Lo vivido, leído y escuchado. Instantes, miedos, inquietudes, rostros, sueños, emociones… muchas sentimientos que necesitaban ser traducidos en palabras escritas.

Así ha surgido este libro. La historia de Azahar, una chica con discapacidad intelectual, tan cerca y tan lejos de cada uno de nosotros, con los mismos pesares y los mismos pensares que cada uno de nosotros. Con palabras sencillas, Azahar nos cuenta sus emociones: la tristeza por la pérdida de un ser querido, la necesidad de ser escuchada, la confusión de lo que siente, la difícil convivencia, el rechazo al otro, el cosquilleo de un enamoramiento, la alegría burbujeante de quien prueba el amor y la amistad. Pero también la ayuda de una ‘estatua’ que nos comprende, nos quiere, se preocupa por nosotros, nos enseña y nos ofrece consejo y consuelo… Esta estatua del jardín es todo un personaje del cuento: ¿Un amigo, un padre, una educadora, Dios, nuestra propia conciencia? Y lo que es más importante: La estatua del jardín mágico es el espejo que le hace comprender a Azahar que es en su interior donde verdaderamente puede hallar la fuerza y los recursos para afrontar el día a día, con sus penas y sus alegrías.

Elena, Mª del Rosario, Soledad, David, Sergio, Pedro Manuel, Consuelo, Alejandro, Estíbaliz, Marco Antonio, Jesús y José Antonio… todos ellos son Azahar. Y todos ellos somos nosotros. Estos ‘escritores’ de Villa San José, contándonos cosas de Azahar, nos cuentan cosas suyas. Descubriendo las emociones de Azahar, descubrimos sus propias emociones, no diferentes y no distintas de las nuestras, de las que bullen en el interior de cada lector.

El libro ha tenido una ilustradora muy valiosa y muy capaz, Esmeralda González Delgado, que ha sabido interpretar el texto escrito con acierto y belleza. Hay que valorar, no poco, la cuidada y esmerada edición en la que el libro se nos presenta.

Que en un proceso creativo, bien orientado y acompañado, unos jóvenes con discapacidad intelectual hayan sido capaces de expresar sus sentimientos, de hilar, frase a frase, un libro, de imaginar situaciones, de retratarse en Azahar, dice mucho de la ‘genialidad’ que perfuma a estos chicos y chicas de Villa San José. En su discapacidad capacitadora, en su diferencia, anida el ‘ángel’ de la grandeza de cada ser humano, valioso por el hecho de serlo y haber sido llamado a la existencia y a la convivencia con el resto de hombres y mujeres de este mundo, en igualdad de oportunidades y en diversidad de dones.

¿Es exagerado si pido para ellos el Nobel de Literatura? No lo sé. Creo que, por el hecho de haber tocado con sus manos y visto con sus ojos este libro tan bonito, recién salido de la imprenta, estos jóvenes escritores se sienten tan dichosos y tan felices como si hubieran ganado dicho galardón. 

Y para acabar: Se nos invita a leer este cuento con los pies descalzos. Y no es una tontería. Solo quien se descalza y está dispuesto a calzarse los zapatos del otro podrá entender su caminar, ligero o renqueante, cansado o alado, alegre o triste. Leer es dejarnos asombrar y fascinar por el alma de un libro. ¡Feliz lectura!

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Puedes adquirir el libro directamente en la tienda de Villa San José (Palencia): 9 euros.

Si deseas que te lo envíen: contacta con: https: //m.facebook.com/VillaSanJosePalencia/

https://fb.watch/28NPCLNvUW/








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