domingo, 24 de diciembre de 2023

Descanso en la huida a Egipto, de Joachim Patinir

    

                   El Evangelio de Mateo dice que un ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: “Levántate, toma al Niño y a su madre y huye a Egipto, y estate allí hasta que yo te avise; porque Herodes ha de buscar al Niño para matarle”. Entonces José se levantó, tomó al Niño y a su madre de noche, y se retiró a Egipto”.

             En torno a esta huida a Egipto surgieron muchas leyendas y romances, y los pintores plasmaron muchas veces este episodio que cierra el ciclo de Navidad. A finales del siglo XV y durante todo el siglo XVI, los pintores flamencos descubrieron el paisaje y situaron escenas de la infancia de Jesús en medio de espectaculares naturalezas. Es el caso de Joachin Patinir, autor flamenco del que el Prado cuenta con maravillosos cuadros.

            A Joachim Patinir (Dinant, 1480 – Amberes 1524), se le considera precursor del paisajismo hasta el punto de relegar el asunto religioso a un segundo plano. En la Sala 55 A del Museo del Prado nos encontramos con este fabuloso óleo sobre tabla (121 cm x 177 cm): “Descanso en la huida a Egipto”. A primera vista este cuadro podría parecer una obra de paisaje, pero descubrimos en seguida a la Virgen María amamantando al Niño en el centro de la escena. Sentada en el campo, su manto le da una forma piramidal, algo muy habitual para indicar perfección estética e importancia del retratado. A los pies de María aparecen los elementos típicos de una peregrinación, la cesta, la calabaza para el agua, el palo de viaje.

Tratándose de una huida a Egipto, podríamos esperar un paisaje desértico de arenas y dunas, y sin embargo nos encontramos con un vergel, un paraíso de rocas, árboles, prados, flores, arroyos. Patinir se inspiró en su Dinant natal, pero supo tocar la naturaleza que tenía delante de sus ojos de poesía y grandiosidad. Su obra es una convocatoria a la ensoñación.

María y el Niño son el centro de la creación, parece sugerirnos Patinir. Y si María es la esclava del Señor, San José aparece como el siervo y criado de María y Jesús. Lo vemos, pequeño y casi empequeñecido por voluntad propia,  a la izquierda de María. En sus manos lleva un cantarillo de leche que intenta mantener en equilibrio para que no se derrame.

A las espaldas de María, contemplamos un manzano, que recuerda el pecado de Adán y Eva en otro paraíso fugaz; un manzano que la sola presencia de Jesús hace fructificar en un paraíso, ahora sí, con vocación de duradero. También aparece una parra enroscada a un árbol, preanuncio de la Eucaristía y de la sangre de la redención.

Patinir conocía bien las leyendas que adornaban esta peregrinación de la Sagrada Familia y no se resistió a pintarlas. A la derecha podemos ver la ciudad de Heliópolis y la caída desde los más altos tejados de los antiguos ídolos. Los viejos dioses caen al paso del Señor, como lo confirma esa bola granítica sobre la cual reposan solamente los pies de un antiguo ídolo de oro.

Otro episodio legendario es el del Milagro del Trigo, que podemos ver a la derecha del cuadro. Poco antes del descanso en la huida a Egipto, María y José se encontraron con un agricultor sembrando trigo. Le pidieron que, si acaso llegaban soldados preguntando por ellos, les dijeran la verdad. Y así lo hicieron. Cuando los soldados de Herodes llegaron a este lugar, preguntaron a un campesino si había visto pasar a un hombre y una mujer con un niño, y él les dijo la verdad: “por aquí pasaron cuando yo sembraba este trigo”. Pero el trigo milagrosamente había crecido y madurado, y las espigas estaban combadas y listas para la siega, así que los soldados renunciaron a proseguir su captura, pensando que habían transcurrido muchos meses.

Las rocas fantasmagóricas, las prodigiosas arquitecturas de las ciudades, las nieblas del fondo, los numerosos árboles, la hierba de los prados, las múltiples flores, las escenas costumbristas (el arado de la tierra, la cerda alimentando los lechones, los hombres de paseo seguidos por un perro, el hombre defecando, el músico) no pueden esconder un hecho trágico recogido, no en las leyendas, sino por el propio evangelista: la matanza de los inocentes. A la derecha de la tabla, los soldados irrumpen violentamente en la aldea de Belén para acabar con las vidas de los niños menores de dos años. Nada les detiene en su cabalgada de muerte y horror: ni los padres que intentan defender lo que más quieren ni las madres suplicantes de brazos lanzados al cielo o petrificados por el dolor. Las lanzas serán siempre más fuertes que los brazos implorantes. Es la ley del infierno. Los cuerpecillos de algunos infantes yacen por el suelo. La vida ha huido de sus vidas.

El hermoso paisaje no esconde la terrible realidad en la que los hombres viven con frecuencia. María y el Niño descansan por un instante, y José acaba de procurarse el alimento para ese día. Pero su camino deberá proseguir, y será un camino amargo como es el de todos los exiliados, el de todos los refugiados, por el simple hecho de que su vida no encaja en el mundo fantasmal que los poderosos (político, económico, ideológico) crean a su gusto y para su beneficio.

Una pintura, una obra de arte, no es sólo un manjar estético para los ojos, es también una pregunta dramática, una interrogación lacerante. Cada obra de arte nos transmite un mensaje. Cada obra de arte actualiza el mundo y nos da las claves para leerlo.

La Navidad puede ser muy idílica –como el paisaje del cuadro- pero las mujeres de Gaza, de Ucrania, de Sudán, de Nagorno-Karabaj (Armenia), Bateke (R.D. del Congo) están viviendo su particular ‘huida a Egipto’ o su  particular ‘matanza de los inocentes”.

Y sin embargo, la Navidad trae en su misma palabra un mensaje de esperanza: los ídolos terminarán por caer, porque los ‘dioses humanos fabricados por otros hombres”  son de barro y de papel, aunque los seres humanos en su locura les lleven dones para sus sacrificios inútiles, como vemos en la terraza de uno de los edificios.

La esperanza es siempre la última llama que permanece encendida. Precisamente por eso seguimos celebrando la Navidad dos mil años después, aunque muchos se empeñen en cambiar el significado de estas celebraciones. Y esa llama no tiene nada que ver ni con los neones de los grandes almacenes ni con las bombillas de las calles. Es otra cosa.













jueves, 14 de diciembre de 2023

Los espárragos de Juan de Yepes

Cuando a finales de verano llegué a Úbeda el sol de la tarde doraba los palacios de esta ‘Salamanca de Andalucía’. ¡Bosque de piedras blasonadas! Pero nada más descender del autobús, mis pies marcharon raudos al convento donde Juan de Yepes, después San Juan de la Cruz para la Iglesia Católica, murió el 14 de diciembre de  1591.

La celda donde Juan murió fue convertida en oratorio, y ahora forma parte del museo con el que los carmelitas honran la memoria del genial místico, estudiado por cristianos, musulmanes, budistas e hindúes.

En el centro del oratorio se levanta un cenotafio que recuerda el lugar exacto donde murió. Sus restos mortales no reposarían por mucho tiempo en Úbeda, ya que la segoviana Ana de Peñalosa revolvió Roma con Santiago para que el cuerpo de Juan de la Cruz fuera depositado en la ciudad del Acueducto, como así se hizo (el traslado nocturno y en secreto constituye una de las aventuras del Quijote, y es narrado en el capítulo XIX de la Primera Parte)

 “A oscuras y en celada/ ¡oh, dichosa ventura!

No había nadie en el museo. Y me encontré solo ante el cenotafio. ¿Qué podía hacer sino recitar el Cántico Espiritual, esa cima de la poesía en castellano, que no ha sido aún superada? Viví uno de esos momentos que justifican un viaje. Desde que leí por vez primera el Cantico Espiritual, Juan de Yepes pertenece a mi “liber amicorum”, junto a Miguel de Cervantes, Machado, Teresa de Jesús, Dostoievski, Flaubert, Stendhal, Natalia Ginzburg, Jiménez Lozano, Miguel Delibes, Stefan Zweig, François Mauriac, Enmanuel Carrère y algunos otros.

A Juan de la Cruz, admirado y ensalzado después de muerto, perteneció mientras vivía, a la categoría de los perdedores y de los crucificados. El hambre pasada en su infancia, el hambre que se llevó a su padre y a su hermano lo marcó para siempre. El hambre es la ‘nada’ de alimento. Y él pasaría el resto de su existencia buscando la nada en su interior, como única manera de hacer vacío en sus adentros y que Dios ocupase todo el espacio. El vacío habitado.

Su familia que procedía de Yepes (Toledo) se trasladó a Fontiveros, Arévalo y, finalmente, Medina del Campo. Tal vez, como han sugerido algunos, esa huida del terruño nativo pudiera deberse a la sospecha sobre la limpieza de sangre (la ascendencia judía o morisca) o tal vez al matrimonio de sus padres no aceptado por sus familias. Lo cierto es que su madre, la Catalina, era una criada y una tejedora, y que Juan, en su infancia, tuvo que aprender varios ‘oficios de pobres’, ayudar a su madre a hacer cestas de mimbre, o a aceptar un trabajo degradante como era la asistencia a enfermos infecciosos en el hospital de Medina, donde pudo conocer la pobreza de la enfermedad unida a la marginación que provoca el contagio. Atendió con dulzura a los agonizantes y aceptó las tareas más humildes como asear a los enfermos, cambiar las vendas y recoger sus vómitos. Pero allí, alguien observó al adolescente, canijo y endeble, pero dulce y valiente, y también inteligente, que leía libros sentado en el suelo en los pocos momentos que le dejaba el cuidado de los enfermos. Fue esa inteligencia poco común la que finalmente le llevó al colegio que los jesuitas acababan de abrir en Medina, como estudiante ‘pobre’.

Recién ordenado sacerdote, manifestó su deseo de hacerse cartujo y vivir su vocación en soledad y en silencio, apartado del mundo. Tenía 25 años la tarde en la que, a través de la verja de la clausura del convento de Medina, se entrevistó con Teresa de Jesús. Ella tenía 52 años. Una perspicacia fuera de lo común, le hizo ver que ese “medio fraile” (bajísimo de estatura) era el “hombre” que ella necesitaba para reformar a los carmelitas.

Duruelo (Ávila) fue el primer convento ‘descalzo’ de la rama masculina de los carmelitas. Y la pobreza y oración con la que allí se vivía no asustó a Juan, sino que le confirmó que ese era el camino: descalcez, pobreza, oración, vida interior, silencio… Cuando Teresa lo visitó, quedó maravillada de la vida reformada de su “senequita”, como cariñosamente le llamaba, por esa sabiduría que manifestaba Juan, no obstante su juventud.

Ocupó diversos cargos en la Orden del Carmelo, y ganó muchos amigos, pero también mucha inquina y muchos enemigos poderosos. Acabó con sus huesos en la cárcel de Toledo, encerrado por sus propios hermanos de religión. Todos los días era azotado. Pasaba los días en un cuchitril hediondo, conviviendo con sus propios excrementos, recibiendo como alimento un comistrajo, con el cuerpo lleno de piojos y pústulas. Y sin embargo, esta experiencia de abandono, postración y sufrimiento, lejos de desesperarle y llenarle de rebeldía o amargura, le abrieron el camino al amor de Dios y a la belleza del mundo. En el lugar más mísero, él escribió los versos más hermosos de la lengua castellana (es Doctor de la Iglesia y Patrón de los Poetas): la belleza de Dios, la belleza del amor, la belleza de la ternura, la belleza de la naturaleza. Pero no se resignó a la cárcel y en cuanto pudo, descolgándose por la pared, escapó y encontró refugio en un convento femenino a cuyas monjas él recitó, por primera vez, los versos que tenía bien escritos en su memoria: el Cántico Espiritual.

“Mil gracias derramando,/ Pasó por estos sotos con presura, / Y yéndolos mirando, / Con sola su figura / Vestidos los dejó de su hermosura”.

El desprecio o la cárcel hicieron mella en su cuerpo, que siempre había sido enteco y frágil, pero no en su alma que era libre, fuerte y gozosa. Al final de su vida, las envidias le desposeyeron de todos sus cargos, y el volvió a ser un fraile corriente y moliente. Estando en el convento de La Peñuela, Juan enferma de unas “calenturillas” en la pierna. Como en ese convento no hay farmacia, deciden enviarlo al convento de Úbeda. Y como era un fraile insignificante, un fraile de nada, el superior encarga a un hombre de la Peñuela que le acompañe con su mula. Es un hombre ‘inocente’, corto de inteligencia y algo retrasado. Era el 28 de septiembre de 1591 cuando a lo lejos se divisa Úbeda. En el último descanso antes de alcanzar el convento, el mozo ofrece un poco de pan duro a Juan, pero éste se muestra inapetente, tal vez su boca ya no podía tragar ese corrusco duro. Y así, lleno de melancolía, Juan dice al mozo: “si al menos fuesen unos espárragos trigueros”. Y como el mozo era medio ‘inocente’ no cayó en la cuenta de que septiembre no es mes para espárragos, así que se levantó y a escasos metros encontró, junto al puente, un buen manojo de espárragos, y se los ofreció a fray Juan, que los recibió con contento, y esbozó una sonrisa. Y este episodio, leyenda o florecilla la vi plasmada en una hermosa escultura de madera: Fray Juan y a su lado un manojo de espárragos.

En el convento de Úbeda se encontró con un superior poco dado a la misericordia con el enfermo y pronto le espetó “que eran pobres y que una boca más no convenía al convento”. Juan aceptó la reprimenda. Pero poco a poco la humildad y la bondad de un fray Juan postrado y enfermo fue conquistando a todos los frailes, también al superior, arrepentido de su aspereza. Y en sus últimas horas, toda la comunidad se hallaba en su celda, con lágrimas en los ojos y ternezas en el corazón. Quisieron leerle las recomendaciones del alma, muy apropiadas para los moribundos, pero él les rogó que le leyesen por caridad el Cantar de los Cantares, que es propio de los enamorados. Justo a las doce de la noche entre el 13 y 14 de diciembre, Juan partía a “decir maitines en el cielo”, mientras sus ‘calenturillas’ dejaban de desprender el hedor, y un perfume suave de flores llenaba toda la estancia y todo el convento. Tenía 49 años.

Había peregrinado en pos de la nada, pero una nada que le iba a permitir poseer el Todo: “Míos son los cielos y mía es la tierra; mías son las gentes, los justos son míos y míos los pecadores; los ángeles son míos, y la Madre de Dios es mía y todas las cosas son mías, y el mismo Dios es mío y para mí, porque Cristo es mío y todo para mí. 

Se comprende ahora que, nada más llegar a Úbeda, fuese al encuentro de Juan de Yepes o Juan de la Cruz. Los palacios de Las Cadenas, de Vela de los Cobos, de los Marqueses de Bussianos, de los Medinillas, de los Anguís, de los Porceles, del Marqués de Mancera bien podían esperar hasta el día siguiente.










martes, 28 de noviembre de 2023

¿Réquiem por Israel y por Palestina?


Después de semanas de violencia inaudita en Gaza, se ha abierto un resquicio de luz con el intercambio de rehenes por ambas partes. No por criticar al gobierno de Israel, uno es antisemita. No por sentir piedad por los palestinos, uno está a favor de Hamás. Ya sé que ante este conflicto se nos exige posicionarnos, sin matices. En Estados Unidos está muy mal visto ser pro Palestina. Y en Europa está muy mal visto ser pro Israel. Sé también que la equidistancia es el terreno de los tibios. Y también sé que en todo conflicto, en ambias partes, aunque no con el mismo porcentaje, hay héroes y villanos, víctimas y victimarios. Para empezar una pregunta: ¿quién ha puesto mayoritariamente los muertos, los heridos, los refugiados?

La guerra continúa en Gaza, independientemente de los manifiestos de los intelectuales, de las redes sociales que nos invitan a firmar para que haya paz y de las canciones y poemas que nos dicen que una mala paz es preferible a una buena guerra. No basta con desear la paz, ni con colgar una foto de dos niños (uno israelí y otro palestino) dándose la mano. Las guerras las ganan los más armados de armas; no los más armados de razón.

Cuando al acabar la II Guerra Mundial, se conoció la magnitud del extermino judío a manos de los nazis, el mundo quedó en shock. Y los líderes del momento dieron luz verde al tan deseado Estado de Israel por parte del sionismo militante. Pero no cayeron en la cuenta, o no quisieron caer, que allí había un pueblo establecido desde hacía tiempo y que también merecía un respeto y un territorio: los palestinos.

La precipitada proclamación del Estado de Israel y la llegada masiva de judíos de todas las partes del mundo, así como la ocupación de territorios palestinos después de cada victoria israelí, no podía por menos que desencadenar una explosión de rabia y de ira en los palestinos. Lo demás ha sido asunto de los telediarios: guerras, violencia, atentados, territorios ocupados, intifadas, ataques terroristas indiscriminados, política de tierra quemada, asesinatos a discreción, cárceles llenas, la huida de los perseguidos, los campos de refugiados, las torturas, secuestros, muros de la vergüenza, los hospitales llenos de heridos y la inseguridad y tensión en la que malviven ambas poblaciones. ¿Entonamos ya el réquiem por Israel y por Palestina o aún queda espacio para la esperanza?

El comienzo de esta última batalla tuvo lugar cuando, a primeros de octubre, el grupo terrorista Hamás, en un acto de violencia inusitada, provocó centenares de muertos e hizo rehenes a decenas de israelíes. Una violencia que muchos no han condenado todavía. La respuesta desproporcionada de Israel no se hizo esperar y en ella estamos ahora mismo: casa por casa y calle por calle. Una violencia que muchos tampoco han condenado. Se ve que sólo vemos violencia cuando atacan nuestra ‘ideología’.

Palestina está lejos de ser una sociedad democrática que goce de libertades,  derechos e igualdades (empezando por las libertades de las mujeres o de los homosexuales). O una sociedad con prosperidad laboral, educativa o sanitaria. Y no toda la culpa es de sus vecinos/enemigos judíos. Sus mandatorios han hecho bastante poco por el progreso material de su pueblo. Y además, grupos terroristas o radicales mantienen a la población palestina en un estado de pobreza e ignorancia, rehenes de ideales en que se mezcla lo político y lo religioso. Pero Palestina no es Hamás, y acaso este grupo terrorista sea, como piensan muchos observadores, “el enemigo número uno de Palestina”.

Por otro lado, Israel, que ha alcanzado altas cuotas de progreso, de derechos y libertades, y que es la única democracia de la región, ¿no ha utilizado, acaso, frente a los palestinos, en algunos momentos de su corta historia como Estado, métodos parecidos a los de un grupo terrorista? Gracias al vergonzante apoyo de Estados Unidos, que ha vetado todas y cada uno de las resoluciones de Naciones Unidas, Israel no ha cumplido ni una sola de las exigencias de la ONU. Israel, ¿ha tratado a los palestinos, en ocasiones, de forma parecida a como los nazis los trataron a ellos? 

Israel tiene derecho a vivir en paz. Palestina tiene derecho a vivir en paz. Ya nadie cree que Israel únicamente ataca a los miembros de Hamás, porque la mayoría de los muertos son civiles, mujeres y niños, palestinos corrientes de Gaza o de Cisjordania. Ya nadie cree que Palestina no sea una sociedad en manos de exaltados terroristas. Y lo que verdaderamente no creemos nadie es que Israel, sin el apoyo culpable de Estados Unidos, pudiera cometer impunemente cualquier fechoría. Ni tampoco creemos que el terrorismo de Hamás, sin el apoyo de otros tantos grupos terroristas mundiales, habría sobrevivido.

Cada estallido de violencia prorroga una década de inseguridad en la zona. En los próximos años aún se seguirá amamantando a todos los niños en el odio al israelí y en el odio al palestino, dependiendo en qué parte del muro se viva. Y se inculcará el odio en la escuela y en casa, en la calle y en el taller, en la sinagoga y en la mezquita, en árabe y en hebreo. La paz creativa de los audaces, ¿quiénes la verán?

El respeto mínimo para la convivencia entre el pueblo de Israel y el pueblo de Palestina parece que ya no lo conocerá esta generación. Y sin embargo, bajo las bombas y los escombros, siempre surgirán historia personales de concordia, de estima, de ayuda y de amor, como nos lo ha contado, bellamente, la película Out in the dark, que narra la historia de amor de Nimr y Roy, palestino e israelí, musulmán y judío. Una tierra fértil para la violencia y habitada por el odio, a veces conoce la ternura y el entendimiento. Una flor delicada en el estercolero.  






viernes, 24 de noviembre de 2023

Espigas para Holodomor


El cuarto sábado de noviembre, la palabra holodomor está en los labios de los ucranianos, los que viven en el país y los que forman parte de la diáspora. En las iglesias, los fieles musitan oraciones, y los monumentos se llenan de espigas. Es el día conmemorativo del Holodomor.

La palabra ucraniana “holodomor” significa literalmente exterminio por hambre. A partir de los años cincuenta, se empezó a hablar de genocidio, algo que Rusia no ha admitido nunca. Durante el régimen soviético, estaba prohibido hablar de la ‘hambruna ucraniana”. Con la caída de la URSS empezaron a abrirse los archivos y el mundo pudo conocer poco a poco este trágico episodio acaecido entre 1932 y 1934.

El debate sobre si la hambruna fue un genocidio o tan solo el resultado de una política nefasta de colectivización de los campos aún está en el aire. Si bien, muchos estudiosos, universidades y estados reconocen que la hambruna sufrida por el pueblo ucraniano no fue una fatalidad del destino, una pésima estrategia alimentaria o una sequía, sino un plan perfectamente urdido desde el poder para doblegar al pueblo ucraniano y castigar la resistencia a la colectivización por parte de los campesinos.

         La precipitada y terrible colectivización de las tierras organizada por el régimen comunista impuso gravosas condiciones, imposibles de cumplir, a los campesinos ucranianos (y también a todos los demás). Las cuotas de trigo y otros cereales eran tan abusivas que no dejaban margen para la propia alimentación. La policía pasaba una y otra vez por las aldeas para requisar cualquier cosecha y cualquier alimento.

Cuando los graneros se vaciaron, la gente empezó a devorar los animales, también los perros y los gatos, los pájaros del cielo, las ortigas, las cortezas de roble, las hojas de los tilos, incluso las pieles no curtidas de las ovejas y los huesos roídos. Los campesinos empezaron a huir a la ciudad porque no tenían nada que llevarse a la boca, pero eran  detenidos, torturados y devueltos a sus tierras. Muchos morían por el camino. Si la policía hallaba patatas o un poco de trigo escondido, significaba la pena de muerte. Las calles aparecían llenas de cadáveres de gentes que habían salido a buscar algo de comida y habían muerto en el intento.

El escritor Vassily Grossman, testigo de ese momento, anotó: "Al principio el hambre te echa de casa. Primero es un fuego que te quema, te atormenta, te desgarra las tripas y el alma: el hombre huye de casa [...]. Luego llega el día en que el hambriento vuelve atrás, se arrastra hasta casa. Esto significa que el hambre le ha vencido, aquel hombre ya no se salvará. Se mete en la cama y permanece tumbado: ya no quiere vivir…”


            Gracias a la eficiente propaganda comunista y a la complicidad de los intelectuales europeos, el gran crimen apenas fue conocido. El primer ministro francés, Édouard Herriot, visitó en 1933 Ucrania para conocer la situación. Las autoridades soviéticas le llevaron a aldeas donde había comida abundante y todos se mostraban felices. A su vuelta a París declaró: “Puedo decir que he visto al país como un jardín a pleno rendimiento!".

A la eliminación de los intelectuales ucranianos, a la deportación a Siberia de los pequeños propietarios, los kulaks, a la prohibición de hablar la lengua local y mostrar abiertamente las tradiciones, hay que añadir esta batalla programada contra los campesinos que tanta resistencia habían ofrecido a las medidas colectivistas del Kremlin. En el año 1928, las autoridades soviéticas solo pudieron recoger 4,8 millones de toneladas de trigo, de las 6,8 millones de toneladas programadas, lo que encendió la ira comunista contra los campesinos e inició el ‘holodomor’.

Todo el mundo conoce el holocausto judío y cientos de libros y reportajes lo recuerdan cada año, pero las atrocidades cometidas por el régimen soviético son todavía poco conocidas. Holodomor es una de ellas, y es justo que sea dada a conocer.


Una superviviente escribió: “Tenía un padre, una madre y una abuela: en dos semanas murieron los tres. Me quedé sola en casa. Tenía doce años: ¿qué podía hacer? No se encontraba nada de comer en ninguna parte. Por la mañana salía, y hasta el anochecer me arrastraba por los huertos buscando algo que roer, cualquier hierba o grama; encontrarlas no era fácil, porque no era la única que rebuscaba. Mascaba hojas de tilo, son amargas pero a mí me bastaban. Luego me puse enferma. Una vecina me trajo unas cerezas y una cucharada de miel. Me salvó de la muerte. Nunca olvidaré semejante generosidad”.

Pero de todos los testimonios leídos, sin duda este me parece escalofriante: “En 1933, en un pueblo de la región de Járkov, unas mujeres hacíamos lo que podíamos para cuidar a los niños en una especie de orfanato. Los niños tenían los estómagos abultados; estaban cubiertos de heridas y de costras, sus cuerpos parecían a punto de reventar. Un día, los niños se callaron de repente; fuimos a mirar lo que ocurría y vimos que se estaban comiendo a Petrus, el más pequeño. Le arrancaban tiras de carne y se las comían. Y Petrus hacía lo mismo, se arrancaba tiras y se comía todo lo que podía. Los otros niños ponían los labios en las heridas y se bebían la sangre”.

Tal vez sólo una mujer se atrevió a implorar clemencia a Stalin para el pueblo ucraniano. Nadezhda Alilúyeva, segunda esposa de Stalin, había renunciado a la vida palaciega del Kremlin. Ingresó en la Escuela Técnica y allí pudo escuchar los relatos de la gente del pueblo: las torturas y los fusilamientos. Se le abrieron los ojos. Y pidió a Stalin que reconsiderase su política en Ucrania. Pero obtuvo el silencio. Y ella no soportó la realidad, cayó en abatimiento y se disparó un tiro una noche de noviembre de 1932. El parte oficial aseguró que había muerto de apendicitis.

La periodista Anne Applebaum escribió “Hambruna roja” para hablar de todo esto y para explicar que no se trató de una fatal casualidad sino de un verdadero genocidio en aras al “hombre nuevo al que la Dictadura de los Trabajadores quería dar a luz”. Según esta periodista, al menos 5 millones de personas murieron por la hambruna, de los cuales 3,9 millones eran ucranianos.

            Este último sábado de noviembre, las espigas, en Ucrania y en otras partes del mundo, recordarán que es el Día del Holodomor.








martes, 14 de noviembre de 2023

El Cartel Conmemorativo

 

Cuando en la reunión de la Junta Directiva del pasado mes de agosto se pensó en un cartel conmemorativo para celebrar los 25 años de Puentes, rápidamente nos pusimos de acuerdo en que la persona indicada para realizarlo era José Manuel García, ‘Josete’. Le llamé por teléfono y, aunque se encontraba en Estados Unidos, aceptó el encargo a la primera.

Arandino de nacimiento, muy pronto el gusanillo del dibujo y del diseño fue ganando espacio en sus aficiones y en su formación académica. Diseñador gráfico & ilustrador, o Freelance Graphic Designer, por entendernos en inglés, ha colaborado en multitud de proyectos muy bien acogidos. Y es también escritor y autor de varios cuentos, como La costurera de corazones, El hijo del hombre del saco o el Circo de Igor. 

Ha pasado largas temporadas en Nueva York, aunque actualmente reside en Madrid, donde se desarrolla profesionalmente. En 2007, Puentes convocó un concurso para elegir el logo corporativo y fue precisamente ‘Josete’ quien lo ganó. Desde entonces, cualquier colaboración que le hemos solicitado la ha realizado con espíritu solidario y “por amor al arte”. La revista Servir (padres guanelianos) contó durante muchos años con sus ilustraciones. Me gusta recordar que hace algunos años donó a Puentes varias cajas de camisetas con diseños suyos que se vendieron pronto y bien..


Y aquí tenemos el cartel de ‘Josete’: Sobre un fondo suave, un blanquiazul desvaído, podemos apreciar tres franjas. En la franja superior, aparecen dos leyendas. En lo más alto “1998 – Puentes Ongd – 2023”, fecha de la fundación, nombre de la asociación y fecha actual.  Y una segunda leyenda: “25 Años de una corriente solidaria”. Aunque el nombre ‘Puentes’ llegó en 2007, la corriente solidaria, esa voluntad de hacer algo por los demás, había aparecido antes, ya en 1998, primero con el nombre ‘Ghana Solidaridad’ y luego bajo la denominación de ‘Misiones Guanelianas’.

El segundo elemento ocupa la franja central y es una representación del Mundo. Curiosamente, Josete acudió a la inteligencia artificial para crearlo. La Bola del Mundo aparece agitada por el caos: una masa informe de agua, donde las corrientes del bien y del mal chocan entre sí enfurecidas. Y los continentes y las islas parecen “tierras a la deriva”. Y sin embargo, este mundo caótico tiene su contrapunto de alegría y esperanza en los tres árboles que crecen frondosos como bellos frutos de la Tierra.

Y bien podríamos decir que este Mundo es un desafío y un planeta fértil para quien busca el bien, pero también una desolación y una tristeza, porque por mucho que nos empeñemos en cambiar el Mundo, la Historia sigue con sus avances, retrocesos, empujones y parones, en un vaivén inquietante y misterioso. “Nosotros – lo decimos mucho en Puentes- no vamos a cambiar el Mundo, con mayúscula, pero sí el mundo, con minúscula, de personas concretas, con su nombre, su rostro y su historia”. Y estas tres cosas (nombre, rostro e historia) están representadas en los tres árboles. “Cambiar el mundo de una persona concreta” es el objetivo y la razón de la lucha de la Ongd. El diseñador ha querido coronar este Mundo con el logo de Puentes, en color plateado, para simbolizar las bodas de plata que hoy conmemoramos.

Y llegamos a la tercera parte del cartel. Frente a los colores tenues, pálidos de toda la parte superior y central, en esta franja inferior encontramos una explosión de vida y diversidad. Son los rostros de los que en un momento u otro del cuarto de siglo de Puentes, han sido  sostenidos por la generosidad de nuestros donantes. Ellos y ellas han sido y son la razón de ser de Puentes. Niños de la calle, jóvenes con discapacidad, mujeres adultas, madres solteras, enfermos, africanos y latinos, niños, jóvenes, adultos y mayores. Se llaman Kwame, Kwasi, Jean de Dieu, Chibiken, Keke, María, Guadalupe, Flor, Francisco, Belinda o Iliana. Y tienen a sus espaldas una historia de desdicha, pero también de superación y esperanza. Han comenzado a leer y a escribir, han llegado a estudios superiores, han encontrado un hogar cálido para su discapacidad, han aprendido un oficio, han hallado medicinas y curas en el ambulatorio, han trabajado en la cooperativa cafetera, en el vivero o en el gallinero. Se han formado en dignidad y derechos humanos, han sido comprendidos en su pobreza y animados en su trabajo, en su igualdad de mujeres. Han mejorado su vivienda, su calzado ortopédico, o han podido llevar gafas y pasar por el dentista. Y sobre todo se han sentido valorados, apreciados, reconocidos en su dignidad de seres humanos, a pesar de los pesares.

Este cartel representa todo esto. Y mucho más que no se ve, “porque lo esencial, como nos enseñó El Principito, siempre es invisible a los ojos”.

En este lado del puente, contemplando el cartel, voluntarios y donantes solo podemos sentirnos agradecidos por haber tenido la oportunidad de construir un puente, apenas un puentecillo, apenas una corriente de solidaridad. Una vez más, comprobamos que, al dar algo, nos mejoramos y ganamos en estatura moral. Y, al entregar nuestro tiempo o nuestro talento por los demás, nos enriquecemos, de manera misteriosa, pero cierta.

Feliz Aniversario. Gracias, amigos y constructores de puentes, por estos 25 Años.













lunes, 13 de noviembre de 2023

La victoria de los delincuentes

 


Los señores del mundo, por seguir en el poder, han hecho barbaridades. Basta con acudir a los libros de historia. Ahora en el suelo patrio, tengo la impresión de que estamos asistiendo a una de ellas, en este caso por mantenerse en el Palacio de la Moncloa.

Cuando a mediados de verano los periódicos reprodujeron una foto en la que se veía a la vicepresidenta del Gobierno y al prófugo de la justicia Puigdemont, en amable conversación y efusivo saludo, pensé que estaba ante una broma de mal gusto. ¿En algún país democrático un miembro del Gobierno se reúne con prófugos de la Justicia? Las cosas desde verano han empeorado hasta el punto de estar asistiendo a una verdadera “subasta” de dineros y competencias, con tal de obtener 7 votos en la investidura del Sr. Sánchez.

No es verdad que lo que quiere el pueblo español es un ‘gobierno progresista’ (¿es progresista el nacionalismo excluyente y el blanqueo de grupos estrechamente vinculados a ETA?) y que, por lo tanto, hay que pactar con el diablo, con tal de seguir cuatro años más en el poder. En las últimas elecciones, el pueblo español votó mayoritariamente al PP y al PSOE. Y si estos partidos tuvieran un mínimo de decencia tendrían que haberse puesto de acuerdo, buscar fórmulas políticas, ser creativos y cumplir la voluntad de los españoles.

No es de recibo que minorías de dudosa catadura moral tengan en sus manos el destino de una nación. Y lo que es peor, se trata de minorías que están en contra de esa misma nación, que no tratan de disimular su odio y su desprecio y que no respetan ni el ordenamiento jurídico ni las instituciones del Estado.

En este país de excesos y de radicalismos resulta que no sólo se llega a Presidente de Gobierno gracias al apoyo de delincuentes prófugos, sino que se les perdonan todas sus fechorías y delincuencias, perfectamente tipificadas en el código penal, y además se les premia con un montón de millones, una propina extraordinaria y abultada para seguir cometiendo los mismos desmanes y tropelías, y alguno más. Millones de euros que son sustraídos a murcianos o extremeños, por ejemplo. ¿Se supone que castellanos, andaluces, gallegos, riojanos o cántabros tienen menos derechos o son ciudadanos de segunda?

            Y hasta se podría entender que a veces por el bien de una nación, haya que pasar página, olvidar historias y desencuentros en bien de la reconciliación de todos y la concordia nacional. Pero, y no debemos olvidarlo, hay que cumplir dos condiciones mínimas para obtener el perdón: el arrepentimiento y el propósito de enmienda, es decir, arrepentirse de lo hecho y comprometerse a no volverlo a hacer. Esto aquí no se ha dado. Por activa y por pasiva los independentistas dicen que volverán a intentarlo una y otra vez. Y encima ahora, se les da dinero -y mucho- para cumplir sus propósitos.

Si echamos la vista a estos últimos cuatro años, los ataques y los asaltos a la independencia del Poder Judicial han sido constantes. La ex vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, dijo en una ocasión que la “amnistía era impensable y que no cabía en nuestro sistema jurídico, porque eso sería invadir y atropellar el poder judicial, uno de los tres pilares de un Estado de Derecho”. En ese momento, estoy seguro, decía la verdad y además decía lo que es normal decir en un Estado de Derecho, en el que el Gobierno es el primero que tiene que cumplir las reglas de juego y la separación de poderes.

Tengo la sensación, tal vez me equivoque, de asistir al espectáculo de una España cada vez más anestesiada en su memoria y más subvencionada en sus caprichos, caciqueada por todos los costados para el propio rendimiento electoral. Una España que sólo habla y grita cuando se trata de problemas de menor calado, un día el beso de Rubiales; otro, una victoria deportiva; el siguiente, una tormenta de nieve que deja apresados a cuatro coches en la carretera.

¿Es posible ya creer en la Justicia? Los delincuentes son absueltos y además se les conceden dineros por sus conductas delictivas, al mismo tiempo que leemos en los periódicos, que un albañil ha sido multado por quitar un nido de golondrina del alero de una casa en reformas, o que a una señora le han puesto una multa por atar a su perro a una farola, mientras entraba a comprar al supermercado. Cosas de locos.

Mal vamos, si la justicia ya no es igual para otros. Mal vamos si, dependiendo del territorio donde se cometa la tropelía, caben amnistías o blanqueamientos de conductas. Mal vamos si se castiga a las comunidades que son leales al ordenamiento jurídico y se premia a las que se lo saltan a la torera, fragmentan la sociedad, adoctrinan desde las escuelas a toda la infancia y juventud, cancelan de promoción laboral a los funcionarios no afines con la estelada o el lazo amarillo, tornan invisibles a los que opinan de otra forma, dividen a los ciudadanos en buenos y malos dependiendo de su color político. Mal vamos si los que provocaron la mayor fragmentación social de la historia de Cataluña, los que de forma violenta se enfrentaron quemando y arrasando las calles, incitando a la violencia, castigando a los niños que hablaban español en los recreos, vejando a los hijos de policías en la escuela (algo que mereció una seria advertencia de Unicef, un hecho que debería haber avergonzado a una nación y que aquí paso inadvertido), cortan carreteras (a veces utilizando bebés sobre el asfalto), estaciones de ferrocarril, aeropuertos, siembran la división en las familias, las empresas y la sociedad, catalanizan la iglesia con sus esteladas ondeantes en los campanarios y sus votaciones durante las misas... Mal vamos si a estos delincuentes se les premia con millones para que vuelvan a sus fechorías, y en cambio, a los que respetan las leyes y las normas se les trata de mentecatos y retrasados. (Y aquí hago un paréntesis: también es totalmente condenable la violencia callejera que en estas últimas noches ha sacudido los alrededores de Ferraz).

Creo que fue Ada Byron la que escribió que “los acontecimientos por venir arrojan su sombra con antelación”. Creo que las sombras ya se ven por esta España nuestra. Esa tregua de concordia que, generosamente, los españoles se concedieron mutuamente en lo que se llamó la Transición, fue eso, una tregua, un intermedio, un paréntesis. Tal vez estamos condenados, como nos lo recordaba con frecuencia Don Antonio Machado, a malvivir en el territorio sangriento de Caín.

















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