viernes, 11 de abril de 2025

El Mesías de Darfur, de Abdelaziz Báraka Sakin

La novela de Abdelaziz Báraka Sakin tiene como telón de fondo la guerra de Sudán, una de las guerras olvidadas en este Occidente nuestro, donde sólo cuentan Ucrania y Gaza, porque además de ser “guerras” están cargadas de ideología política.

Es muy orientativo este párrafo: “El poder central había buscado y conseguido que la guerra en Darfur tuviese la apariencia de un conflicto entre dos colectivos, los árabes y los “azules”, o sea, los negros”. Pero todo es mucho más mezquino y complejo: el intento de vaciar un inmenso territorio de sus propietarios legítimos.

La región de Darfur, al oeste del Sudán, ha sido el escenario de esta interminable guerra. Se dice que al menos cuatrocientas mil personas han muerto y más de tres millones y medio de personas han tenido que dejar sus hogares. Las temibles milicias yanyauids fueron apoyadas desde el principio por las fuerzas gubernamentales, lo que permitió a sus soldados las mayores atrocidades, al mismo tiempo que el Gobierno sudanés les aseguraba la impunidad. Tal vez porque Sudán es un país desconocido, al principio cuesta entrar en ese laberinto de geografías, grupos revolucionarios, apoyos extranjeros, etnias y tribus. Sobre los temidos yanyauids leemos en la novela: “Los yanyauids no son una tribu ni una raza. La persona nace buena y luego elige convertirse en ser humano o en yanyauid”.

La novela se sitúa en este escenario bélico, y por tanto la narración se ve impregnada del paisaje típico de una guerra: la crueldad, las violaciones, la venganza, las aldeas calcinadas, los prisioneros. Y los campamentos de refugiados, donde “cada vez que encendían los motores de los aviones al atardecer o por la mañana temprano y los oían los niños de campamento, se orinaban encima”. Y la inoperancia de los cascos azules, "esos gandules de la ONU". Pero no es un reportaje periodístico para el morbo o la indignación. La novela tiene personajes bien construidos, como Abderramán, Ibrahín, Jarifía o Shikiri, en los que se mezcla la violencia y el deseo carnal, la heroicidad y la villanía, la traición y la astucia, la ambición personal y la compasión, la brutalidad y el humor, y una buena dosis de aventura. Y también de locura y de desequilibrio mental, ese abismo al que van a parar los seres a los que el sufrimiento les hizo añicos, como es el caso la de la mujer que deambula, demente, con la mirada perdida, en busca de unos hijos que ya nadie le puede devolver.

Tal vez solo en un clima así, de violencia generalizada, puedan surgir, aquí y allá, charlatanes y mesías que anuncian tiempos nuevos, tierras prometidas a solo unas leguas de distancia, y un poco de esperanza, sin la cual no hay mañana ni futuro. Uno de estos profetas es el mesías de Darfur, en el punto de mira de los yanyauids y del ejército, pero en cuya órbita giran también los desesperados, los pobres y los que creen en la utopía: “Os garantizo la vida eterna, pero no os puedo evitar la muerte ahora”

El Mesías de Darfur, así como los familiares y amigos que lo rodean, se inspiran directamente en los evangelios: Aisa, Máriam, Yúsuf, Yahia, Máriam de Magdala, etc. En un territorio en el que la yihad islámica se ha convertido en realidad cotidiana, el autor de la novela ha querido dar a este Mesías todas las características de paz, de amor y perdón del Jesús cristiano. En medio de la noche larguísima que vive el pueblo sudanés, Abdelaziz parece decirnos que solamente un mensaje de profunda humanidad podría llevar un poco de paz y de perdón sobre esta tierra empapada en sangre. Y tal vez sea este el sentido del Cortejo presidido por el Mesías de Darfur, con que termina la novela, y las cosas que suceden a su paso:

“Cuando pasaba junto a las aldeas quemadas, las casas se levantaban de sus cenizas, los pozos se purificaban de ponzoña, crecían los árboles derribados, los utensilios hechos añicos hallaban compostura y quedaban como nuevos. Las bestias, las aves, las liebres, los lobos, las escuelas, los parques, las mezquitas, las calles, las cuadrillas, todo volvía a ser como fue. Los masacrados resurgían de sus tumbas, los que no habían recibido supultura se sacudían el polvo y los hierbajos y se levantaban. Por mucho que pesaran las cruces, se sentían volar, planear muy alto por el cielo, que era como el seno de una madre descomunal, infinita, que los abrazaba y sonreía”.

La novela de El Mesías de Darfur nos habla de una situación de guerra enquistada que llegó a dividir el país en dos estados, y que ha causado una de las crisis humanitarias más trágicas de los últimos años. Las tentativas de entendimiento han chocado una y otra vez contra un muro de cemento impenetrable. Pero el autor, apuesta por la esperanza, algo que nunca se ha extinguido en el desolado caos de Sudán: “La máquina de la muerte está dispuesta para quien la pone en marcha. No temáis a los mensajeros de las tinieblas, porque marchan hacia sus propias tumbas”.

Artículo relacionado:

 https://adanbreca.blogspot.com/2019/04/el-papa-se-arrodilla-para-suplicar-la.html

Dos estados: Sudán y Sudán del Sur. Una región en conflicto: Darfur


Abdelaziz Báraka Sakin, escritor

Cuestionadas intervenciones de la ONU


Campamento de refugiados de Acnur

Y a pesar de todo... la esperanza




















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