martes, 6 de marzo de 2018

Pequeña historia de Malva Marina y Pablo Neruda




Pablo Neruda fue uno de los poetas mayores del siglo XX. Poeta del amor y de la sensibilidad hacia los más necesitados. Sus versos y su prosa le convirtieron en abanderado de la justicia a los ojos de miles de seguidores.  Ahora sale a la luz una novela de una escritora holandesa, Hagar Peeters, en la que habla de la única hija de Neruda, Malva, que fue rechazada y abandonada por Neruda a causa de su enfermedad. Maryca o ‘Maruca’, como la llamaba Neruda, era el nombre de su esposa, de origen javanés, y madre de la pequeña.
Malva había nacido en Madrid en 1934 con hidrocefalia. Neruda sólo estuvo orgulloso de su hija los primeros días, mientras no era aún consciente de la gravedad de su enfermedad. Pero después, el rechazo pudo más y terminaría abandonándola a su suerte. De ella llegó a decir que era un ‘ser perfectamente ridículo’, ‘una vampiresa de tres kilos”, “una especie de punto y coma”. Nunca soportó tener una hija enferma, para él era una especie de fracaso personal y de vergüenza social.
Terminaría por abandonar definitivamente a madre e hija. Cuando empezó la guerra civil, ambas tuvieron que dejar España, y tras un periplo, acabarían en Gouda, una ciudad holandesa, donde, sin dinero, les tocó pasar muchas penurias. Maryca encontró una guardería de una iglesia sostenida por un matrimonio, los Julsing, donde dejó a Malva, aunque la visitaba con frecuencia. Malva murió a los 8 años en esta ciudad y en el cementerio de Gouda está su sepultura. Hasta el último día de su vida fue amada por los Julsing (el señor Julsing junto a la lápida sepulcral en el cementerio  de Gouda) y por Maryca.
En las memorias de Neruda no hay ni una sola línea dedicada a su hija. Sus amigos, sus editores y sus aduladores (incluido el Partido Comunista tan ligado a Neruda) siempre silenciaron esta hija que tanto avergonzaba a Neruda, un episodio poco honroso de uno de los grandes poetas del siglo XX.  

 

Obras maestras y autores inmorales



La biografía poco ortodoxa o netamente inmoral de un artista, ¿debería influirnos a la hora de disfrutar de su obra? No debería, pues si una obra es bella o nos ilumina o nos eleva, esto tendría que bastar para el espectador o el lector. Las obras anónimas tienen el encanto de la no autoría. La biografía del autor nos es totalmente desconocida y podemos leer o ver la obra sin los prejuicios que nos puede provocar su autor. Es verdad que si ‘censurásemos’ las obras de literatura o de arte que han sido escritas por ‘inmorales’, nos quedaríamos sin belleza y sin obras maestras en las bibliotecas o en los museos, en las catedrales y en las calles.  Y por otra parte, la moralidad, o la inmoralidad, está muy ligada a una época o a unas circunstancias concretas. Lo que hoy resulta heroico, mañana aparece como mezquino. Hace unos días la editorial Gallimard decidía no volver a publicar la obra de Celine, porque éste fue colaboracionista durante la segunda guerra mundial y pro nazi. Para mí tengo que no se trata de un asunto moral o inmoral, sino de un asunto político. Y lo políticamente correcto no está llevando a una nueva inquisición, pero también a hacer sublimes tonterías. Giotto era un usurero despiadado, pero ahí están sus frescos de San Francisco en Asís. Sartre justificaba todos los excesos del comunismo y se paseaba tranquilamente por la Plaza Roja mientras en los Gulags millones de personas morían de hambre y de frío. Picasso era un depredador sexual. Y Neruda abandonó a su hija de dos años porque estaba enferma. Nos puede gustar o no la biografía de un creador. Podemos incluso censurar su conducta, pero de ahí a privarnos de su obra simplemente por sus ideas ‘incorrectas’ en un momento determinado, o por su falta de moralidad y escrúpulos, es otra cosa y bien distinta.

miércoles, 28 de febrero de 2018

La serena reflexión de los obispos catalanes.




Hace unos días los obispos catalanes, con dulces palabras y el tono melifluo que se supone a los purpurados, invitaban (se supone que al Gobierno de España) a hacer una “serena reflexión” sobre la situación actual política que se vivía en Cataluña, en la que se incluía a los que ‘sufren’ prisión preventiva.
De todos es sabida la sensibilidad de los obispos catalanes por los que sufren y padecen. Ellos defendieron a los castellanoparlantes cuando los catalanoparlantes les hacían el vacío y castigaban a los niños que no hablaban la lengua de Verdaguer. Ellos mostraron su sensibilidad y cercanía a los hijos de guardias civiles que eran arrinconados en las escuelas, y a los propios policías a los que no se permitía alojarse en hoteles de Cataluña. Ellos fueron sensibles con los ciudadanos catalanes que no pensaban como los ‘indepes’ en los días en que estos se saltaban las leyes a la torera y sembraban el odio por doquier. Ellos pidieron ‘serena reflexión’ a los alborotadores de la Cup, Junts per Catalunya y ERC cuando vulneraban una y otra vez el ordenamiento jurídico vigente tanto en España como en Cataluña. Ellos -¡con cuánta sensibilidad¡-, exigieron a párrocos y a abades que facilitasen misas en castellano, porque en Cataluña también vivían andaluces, castellanos, colombianos y ecuatorianos. Ellos no se prestaron (¡ni por asomo!) al juego de colocar esteladas en los campanarios de las iglesias, ni de abrir los templos para hacer mítines independentistas, pues sabían que la mitad de los catalanes (y más de la mitad de los fieles católicos) opinaban de otra manera y se sentirían excluidos. Ellos, los obispos catalanes, desautorizaron con contundencia a los grupos de sacerdotes o al propio abad de Montserrat que hacían campaña en favor de un referéndum declarado ilegal por el Tribunal Constitucional. Ellos fueron los que llamaron al orden a su compañero de mitra, el obispo de Solsona, cuando se prestó a la payasada de vestirse de diablo en medio de esteladas en una fiesta popular y, más aún, cuando fue a votar en la jornada del uno de octubre.
 
En estos últimos días, los obispos catalanes, pidiendo una ‘serena reflexión’ y rezando en las preces dominicales de todas las parroquias catalanas por los de la ‘prisión preventiva’, no hacen sino seguir la ‘estela’ de su cercanía y de su sensibilidad hacia todos los que sufren y son marginados.
Tanta cercanía y tanta sensibilidad, tanto espíritu universal (eso es lo que significa católico) hace que las iglesias catalanas estén llenas de fieles católicos dispuestos a ser ‘cristianos en salida’, como desea el Papa Francisco. Esta cercanía episcopal es la que hace posible que los seminarios catalanes estén llenos de jóvenes arrastrados por una visión tan universal del amor y de la caridad.
 
 Ellos, los obispos catalanes, en resumen y también en serio, deberían haber sido pontífices, constructores de puentes (quizás lo ha sido Mons. Omella, de Barcelona), en estos tiempos inciertos, pero se han convertido en ‘lanzadores de piedras y escondedores de manos’ contra una parte (algo más de la mitad) del Pueblo de Dios que peregrina en Cataluña, por el simple hecho de que esta porción prefiere la unidad y la concordia con los otros pueblos de España.

martes, 27 de febrero de 2018

El Yacente de Venancio Blanco.



 
El pasado 22 de febrero moría Venancio Blanco. Vi en muchos sitios y en muchas exposiciones obras suyas, pero fue en la catedral de Salamanca, en las Edades del Hombre, cuando su escultura ‘Cristo yacente’ me subyugó por completo. Curiosamente se trata de una obra de madera, un material poco habitual en la trayectoria artística de Venancio Blanco. Una cofradía salmantina le encargo un ‘yacente’, para su paso titular de Semana Santa, pero la obra no gustó a los cofrades y, de este modo, la escultura se quedó en el taller del artista.
 
Se trata de una escultura prácticamente sin policromar. Vemos la madera de pino de Valsaín al desnudo con todas sus vetas. Pero él supo transformar esta madera en carne. Venancio no hizo un ‘yacente’ al uso, tal como los ‘yacentes’ que Gregorio Fernández convirtió en canónicos. Venancio eligió el momento en que Cristo muerto se incorpora lentamente a la vida. Es el primer paso de la resurrección. No es ya un yacente, pero todavía no es un resucitado. Cuando se lo contempla de cerca, se tiene la sensación de que a Dios le cuesta resucitar a su Hijo, la sensación de que la tortura, los golpes, las vejaciones, el dolor y la muerte fueron tan reales y tan terribles que se necesita toda la omnipotencia para restaurar ese cuerpo maltrecho y esa alma devastada.
Cuantas veces lo he vuelto a ver (en Santa María de Valbuena o en Salamanca), siempre me he sentido conmovido por esa carne de Cristo que aún conserva las huellas de la pasión y de la muerte, pero que poco a poco, por una misteriosa fuerza que ni el mismo cuerpo dolorido parece entender, empieza a volver a la vida, a respirar, a incorporarse. Dentro de unos momentos el Cristo se mostrará erguido y triunfante, pero en el momento en que Venancio Blanco nos lo muestra, todo el dolor parece estar presente: la impotencia y la debilidad de un Dios ‘mortal’ no han sido aún vencidas del todo.

lunes, 19 de febrero de 2018

Los nuevos dogmas de la economía.


Ya sé que las cifras son mareantes y cuando se habla de cantidades colosales, los mortales de a pie no nos podemos hacer una idea exacta del problema. Según se recoge en el Informe del Banco de España el rescate a la banca española alcanza la cifra de 77.000 millones de euros. Los economistas entendidos y otros nobeles de las finanzas dicen que es más barato rescatar un banco que dejarlo hundir, como sucedió con el Lehman Brothers americano, que en su caída arrastró a muchos provocando una auténtica debacle. Y hasta aquí lo puedo entender.
Lo que ya no comprendo – y además me resulta totalmente inaceptable e inmoral- es que este rescate bancario lo tengamos que pagar entre todos. Ya sabíamos que la crisis la estábamos pagando a partes iguales los que habían vivido por encima de sus posibilidades y los que habíamos vivido incluso por debajo. Pero el rescate bancario que se nos había repetido por activa y por pasiva que ‘no costaría un duro a los contribuyentes’ también lo vamos a pagar todos.
Hemos visto como la banca ha saneado sus cuentas y como empieza a tener sonoros beneficios. Y por lo tanto nadie en su sano juicio entiende que ganes y dinero y no pagues las deudas. Según este mismo informe del Banco de España, hasta la fecha sólo se ha recuperado el 5% del dinero concedido a los bancos, y se espera que, como mucho, se recupere otro 10% (en el que queda incluido lo que se pueda sacar de la venta de Bankia). Resumiendo, y en el mejor de los casos, debemos pensar que de cada 5 euros, sólo las arcas del Estado (que somos todos los ciudadanos que vivimos en este país) recuperarán 1 euro.
Los bancos han sido vendidos (incluida Banca Catalana que, junto a Bankia fue la que más recibió) y, por lo tanto, las nuevas entidades propietarias no devolverán un duro.
¿Se entiende esto? Sinceramente, no. Parece una ofensa a todos los españoles a los que la crisis zarandeó hasta arrastrar a la pobreza a muchos que tuvieron que hacer cola permanente ante Cáritas y el Banco de Alimentos, con todos los dramas personales y familiares que el empobrecimiento supuso –y aún supone- en esta pobre país nuestro.
Si se exigiese la devolución total del rescate bancario, España podría disminuir su deuda monstruosa o volver a llenar la hucha de las pensiones, amenazadas en este momento de paro cardiaco y de colapso total.
Pero se ve que las leyes económicas mundiales siguen otros derroteros y otras razones que los ciudadanos de a pie no entendemos. ¡Misterios más profundos y más intricados que los de la fe tiene la economía mundial! Nos dirán que todo es por nuestro bien. Y nos lo dicen y dirán desde la izquierda y desde la derecha. Y a nosotros parece que únicamente nos queda decir ‘amén’, lo mismo que ante el misterio de la Santísima Trinidad.

miércoles, 14 de febrero de 2018

El Santo Entierro de Juan de Juni.




Juan de Juni esculpió en madera este grandioso Santo Entierro de Cristo en torno al año 1540 para la capilla funeraria de Fray Antonio de Guevara, en el desaparecido convento de San Francisco, situado en la Plaza Mayor de Valladolid. Fue la obra que más me impresionó en mi primera visita a Valladolid, y una de esas obras que uno no se cansa de ver. Otras obras maestras de la escultura policromada le hacen compañía, pero probablemente ninguna le hace sombra. Y a mí me sigue cautivando cada vez que  me acerco al Museo.
Juan de Juni, natural de Borgoña, había vivido un tiempo en Italia, formándose como artista, para recalar finalmente en España. En torno a un Cristo muerto, de potente corporalidad y cuya cabeza parece inspirada en el Laooconte, seis figuras parecen apresadas, subyugadas y rotas de dolor ante el cuerpo sin vida del que fuera la razón de su vida y el porqué del latir de su corazón. Son la madre y cinco amigos los que, primero, han descendido el cuerpo de Cristo de la cruz y, luego, lo han limpiado, lavado y aseado, precipitadamente porque la pascua judía estaba a punto de comenzar y esta era una tarea ‘impura’. La jarra y el paño junto a Nicodemo y el tarro del bálsamo en la mano de María Magdalena parecen sugerirlo así.
El grupo escultórico, que más que esculpido en madera parece modelado en barro, recoge el momento preciso en que, una vez limpio el cuerpo de Jesús, contemplan al que acaba de morir y, al mismo tiempo, da rienda suelta a su dolor. Cinco de las figuras concentran su apenada mirada en Cristo, mientras que uno, José de Arimatea, mira directamente al espectador, mostrándole acusatoriamente una espina que acaba de quitar de la cabeza de Jesús. Juan por su lado, el brazo abrazante en torno a Maria, parece intentar sujetar y consolar a María para que no se desplome del todo ante el rostro golpeado y sin vida del hijo.
 
Volúmenes rotundos de las figuras, ropajes que parecen girar como torbellinos, rostros que representan todas las edades del hombre, cuerpos modelados como arcilla, volúmenes que se contraponen formando equilibrios armoniosos: Juan y María inclinados, Nicodemo y José de Arimatea, rodilla en tierra, María Magdalena y María de Salomé, de pie.
En la policromía, predominan los tonos dorados, creando una sensación de hoguera llameante entorno al cuerpo inerte y frío de Cristo. Danza sagrada alrededor del Dios muerto. Teatro sacro que busca la conmoción y el arrepentimiento de los fieles ante la muerte mil veces injusta del más inocente de los hombres.

lunes, 12 de febrero de 2018

A propósito de René Girard.




A René Girard lo encontré por primera vez en algunos de los dietarios de José Jiménez Lozano. Hace unos días, Pablo d’Ors, en un artículo sobre el libro de Lucetta Scaraffia “Desde el último banco’, escribía que algunos de los males de la Iglesia actual es que había leído poco y mal a René Girard y a Claude Levi-Strauss. Decidí buscar cosas sobre uno y sobre otro. Encontré un largo artículo de Ramón Alcoberro sobre René Girard que me dio hambre para seguir conociendo a este antropólogo francés.
René Girard (Aviñón 1923 – Stanford 2015) emigró desde su Francia natal a Estados Unidos a los 24 años, donde se convirtió al cristianismo. Y este es un hecho fundamental, porque toda su teoría del ‘deseo mimético’, encuentra uno de sus fundamentos en la Biblia. Cuatro temas centrales ocupan la amplia obra de este antropólogo controvertido, admirado y vilipendiado a partes iguales por pensadores y lectores:
1.       La importancia del deseo mimético en las relaciones humanas: el deseo de ser otro y el deseo de poseer lo que el otro posee está en la raíz de toda violencia. La modernidad ha exacerbado el deseo mimético y de ahí la ‘religión del consumismo’. Cada vez hay que trabajar más para obtener menos (¡El progreso!) El hombre actual es un ‘disciplinado consumidor’. Girard es un adversario del progreso que es una de las ‘mitologías contemporáneas’ y que nos arrastra a la idolatría del consumo autodestructivo. El deseo es un drama existencial que se juega a tres bandas:  nosotros, los otros y la cosa deseada. Creemos, equivocadamente, que el otro tiene una plenitud que a nosotros nos falta. La rivalidad mimética se resuelve siempre en violencia. Caín y Abel son el ejemplo bíblico de ese deseo mimético que engendra el asesinato y la destrucción. Parece que este deseo mimético está en la propia estructura biológica del ser humanos (las neuronas espejo). Nos volvemos desgraciados ante el solo hecho de pasarnos la vida comparándonos. El deseo instaura la violencia como ley. Las personas libres son las que gestionan y controlan el deseo. La reiterativa comparación con el otro conduce a la insatisfacción y condena a la infelicidad.
 
2.       El criterio arcaico de religión que gira sobre el mecanismo victimario del chivo expiatorio. Nietzsche con su teoría del eterno retorno supone un retroceso sombrío respecto al cristianismo, pero definiendo al cristianismo como ‘religión de esclavos’ ha revelado lo mejor y más verdadero del cristianismo. El chivo expiatorio es un rito habitual en las religiones primitivas: para apaciguar la cólera de los dioses, se sacrifica a una víctima inocente, al tiempo que se exige la complicidad de los ‘fieles’ obligándoles a participar del ritual. El mito de Edipo es un ejemplo clásico (peste en  Tebas. El pueblo se pregunta el porqué de esta peste. Se busca una víctima. Se descubre a Edipo. El oráculo: si os desembarazáis de él, estaréis curados. La ciudad se desembaraza. La ciudad está curada (eso al menos cree). El chivo expiatorio permite superar la desunión del grupo (búsqueda de un enemigo común).
 
3.       La apología del cristianismo como superación del mito fundador (el chivo expiatorio) mediante el sacrificio de Cristo y su propuesta de amor y de perdón para resolver la violencia en las relaciones humanas. Uno de los objetivos del judeocristianismo es la lucha contra la fatalidad sangrienta del deseo. Sin el papel moderador de lo sagrado, la violencia sería imparable. En el antiguo Testamento, se produce un cambio significativo respecto a las religiones anteriores: El Dios de Abraham detiene el brazo en el sacrificio de Isaac (se cambia de víctima: de un ser humano a un animal). Job se mantuvo fiel frente al entorno hostil. Con la sola fuerza del hombre no se podía resolver la eterna rivalidad de los humanos, era preciso el sacrificio de un hombre que fuese Dios.  Y Jesús se presenta como la última víctima, la que rompe el esquema victimario del eterno retorno. Él es el Inocente. Su resurrección indica que la muerte no es la última palabra y da esperanza así a todas las víctimas. En el cristianismo lo esencial es la piedad ante el dolor de la víctima, ante el dolor del inocente. Esto es un ‘novum’. Este hecho (entrevisto en el sacrificio de Abrahan) funda una civilización: las víctimas no son culpables. Las víctimas son inocentes. Si el mal no está en la víctima, hay que hallarlo en la sociedad. La revelación cristiana desvela la verdadera naturaleza del hombre: el mal y el pecado personal e individual. Con Cristo se torna vacía la mentalidad sacrificial. Cristo pone al desnudo el mecanismo victimario; por ello, el cristianismo es la religión de los parias, los únicos que pueden comprender el absurdo de la violencia y de la búsqueda de víctimas propiciatoria. El mecanismo de la venganza queda desarticulado. Sólo podemos participar de Cristo, si renunciamos a la violencia sacralizada.  
 
 4.    El análisis de los tiempos apocalípticos que vivimos (neopaganismo): una violencia sin redención y una vuelta a las religiones primitivas. El mismo Cristo fue consciente de que en este mundo no cabría nunca la justicia total, porque este mundo es el de la violencia que nunca desaparecerá del todo. “Mi reino no es de este mundo” es capital para entender el ‘fracaso’ parcial del cristianismo. El cristianismo sólo obtendrá victorias parciales. El Evangelio termina con el libro del Apocalipsis que no es una profecía sino un aviso: el fracaso de la religión cristiana. El Apocalipsis está ahí para indicarnos que el hombre que no quiera escuchar a Cristo sucumbirá ante Satán y ante su propio deseo de violencia. El Apocalipsis es un anuncio de lo que está sucediendo en Europa desde hace 200 años (desde Las Luces): la violencia de este mundo puede conducir a la desaparición del propio ser humano como especie (la destrucción de la naturaleza, los genocidios, la amenaza nuclear, el retroceso hacia las religiones primitivas, la neomentalidad de que las ‘víctimas’ son culpables). La paradoja está en que cuando los tiempos son apocalípticos, el Apocalipsis deja de leerse
Para Girard el ‘Dios ha muerto’ de Nietsche se ha traducido en ‘el hombre no existe’. Cuando se logra convencer a los sabios y al ‘pueblo’ de que el hombre no existe, es posible hacer cualquier cosa con los seres humanos, ya que se trata de ‘fantasmas’. El lager y el gulag serían las expresiones aterradoras, pero muy ilustrativas, de la muerte de Dios y de la muerte del hombre.

miércoles, 7 de febrero de 2018

En el contenedor de los escombros.




Conocía la instalación ‘La abdicación del Rey’ de Cristóbal Toral desde el momento en que se produjo su exhibición en una sala de arte madrileña, pocos meses después de la abdicación del Rey, en 2014. La obra dio mucho que hablar, ya que provocó una cierta polémica. En un contenedor de escombros, junto a una bañera, una mesilla de noche, otros cachivaches inservibles y muchos cascotes, aparece un retrato de Juan Carlos I.
Hoy me he encontrado de nuevo con la foto de esa instalación, y puedo decir que no sólo no me ha parecido irreverente, como la tacharon algunos, sino dramáticamente cierta y certera. Cristóbal Toral ya había dicho en su día, que no quería ser una ofensa contra el Rey emérito, contra el que no tenía nada, sino simplemente constatar un hecho: Todos acabamos ahí, en un contenedor de basura o de escombros, junto a todas las demás cosas inservibles e inútiles.
La instalación me parece exactamente una constatación de lo que sucedió al propio monarca, que tuvo un papel destacadísimo en la escena nacional e internacional, y que durante décadas gozó de una popularidad de la que no disfrutó ninguna otra institución española.
Pero el rey joven y campechano, el rey de la concordia que había sabido poner de acuerdo a izquierdas y derechas para construir la España de la modernidad, cayó en desgracia al final de su largo reinado. Fue justo en el momento en que España estaba pasando por la peor crisis económica del último medio siglo de historia. Y el rey se hizo viejo y además enfermó. Y por si fuera poco, al rey se le ocurrió frivolizar con cierta dama con la que se marchó de safari africano. Fue el final.
Las personas viejas y enfermas sobran en todos los sitios pareció sentenciar el pueblo. El gran error de Juan Carlos fue creerse impune y pensar que los medios le respetarían como lo habían hecho hasta entonces. Pero la ‘lealtad’ saltó por los aires. Y no sólo no continuó el respeto y la adulación hacia el monarca, sino que las críticas acerbas explotaron e hicieron añicos el personaje. Juan Carlos se vio obligado a abdicar la corona en su hijo Felipe. Y, como en la instalación de Cristóbal Toral, acabó en el contenedor de los escombros, donde acabaremos todos, por cierto.
La historia juzgará a Juan Carlos I con ecuanimidad y con justicia. Pero me temo que, en esta época de posverdades, la rehabilitación del papel del Rey Emérito aún queda lejos.

miércoles, 31 de enero de 2018

Palabras para Gero Lombardo.



 

A última hora de la tarde, un mensaje desde Italia me comunica el fallecimiento de Gero Lombardo, el responsable de la Missionprokura der Guanellianer en Alemannia, asociación con la que Puentes mantuvo una leal colaboración, al menos en los años en que yo fui Presidente.
Gero había estudiado con los guanelianos en Naro-Italia, iniciando con ellos un camino vocacional. Abandonaría después la Congregación, pero nunca abandonaría a sus antiguos compañeros de libros y de patio, ni tampoco a los muchos pobres acogidos en nombre de Don Guanella. Como tampoco olvidaría una historia que le contaba su padre a menudo: soldado en la segunda guerra mundial, fue hecho prisionero en India y durante meses obligado a permanecer en un campo de prisioneros, muerto de hambre y de sed. Recordaría siempre que los campesinos pobres de los poblados cercanos se acercaban a dar a los pobres prisioneros un cuenco de arroz.  Gero me contaba que a menudo su padre le decía: “Me gustaría devolver a la India algo de lo que aquellos campesinos hicieron conmigo”.
Cuando su amigo guaneliano, Domenico Saginario, impulsó la llegada de los guanelianos a India para abrir una casa, Gero Lombardo pensó que ahora podría cumplir el deseo de su padre de ayudar a los indios. A partir de ese momento,  participó con su generosidad personal, pero también animando a amigos suyos empresarios a involucrarse en este proyecto indio. El tsunami de la Navidad de 2004 que afectó a las costas de la India redobló su ayuda y acrecentó su entusiasmo misionero.
Cuando a Gero le llegó la hora de la jubilación, después de toda una vida de frenética actividad laboral, pensó en crear una asociación en Alemania para ayudar de forma más organizada a los misioneros  guanelianos. Fue entonces, cuando por consejo de Alfonso Crippa y de don Mimí, entró en contacto conmigo, para conocer cómo nos organizábamos en España con la Ongd Puentes.
En mayo de 2010, junto a su mujer Inge me visitaría en Valladolid. Pudimos poner así las bases de una colaboración para afrontar juntos diversos proyectos tanto en África como en Hispanoamérica que, por su envergadura, precisaban la participación de más de una entidad. Esta colaboración se amplió también a ASCI, en Italia.
Me llamaba frecuentemente por teléfono o me enviaba correos, hablándome de todas sus aventuras, de los proyectos nuevos, de las subvenciones concedidas, de la implicación de la Orden de San Lázaro de Jerusalén. Removió Roma con Santiago para que yo mismo fuese nombrado Caballero de esta Orden, algo que finalmente consiguió y que se materializó en una ceremonia en la Basílica de San Giuseppe al Trionfale, de Roma.
 
Gero era de una tenacidad y de una perseverancia que no conocían el desaliento. Tenía la eficiencia alemana y la pasión italiana. Podía criticar cuanto sucedía en las misiones o la falta de entusiasmo de ciertos misioneros, pero no por eso dejaba de quererlos, de mimarlos y de ayudarles. Su casa en Pforzfeim-Alemania era una ‘casa aperta’, para todo aquel que se ‘apellidase’ guaneliano.
Sus gestiones, insistentes hasta el aburrimiento, ante la Curia de la Obra Don Guanella en Roma, obtuvieron que dos sacerdotes guanelianos se trasladasen a Alemania para atender a los muchos emigrantes italianos y españoles afincados en este país, y, de paso, para continuar su tarea de buscar recursos para las misiones guanelianas en los países más pobres.
En este momento sus desvelos iban dirigidos a abrir una casa para 'buonifigli' para los hijos de emigrantes filipinos e indios que trabajan en Catar, principalmente en el sector de la construcción. Sus buenas relaciones con influyentes cataríes empezaban a allanar el camino, siempre largo y tortuoso en tierras de mayoría musulmana. Sin duda, ha sido el sueño incumplido de Gero.
Tenía mil proyectos y mil ideas, llamaba a mil puertas, enviaba decenas de mensajes, importunaba, a tiempo y a destiempo,  a unos y a otros, porque fiel a lo que aprendió de joven en Casa Guanella, no podía cruzarse de brazos mientras hubiera pobres que socorrer. Sólo la muerte le ha obligado a cruzarse de brazos.
Gero Lombardo, que se sentía y se definía como un ‘cristiano imperfecto’, parece decirnos en este momento que, a fin de cuentas, tantos ‘cristianos imperfectos’ en los entornos guanelianos y en la propia Iglesia, están, quizás sin saberlo, quizás sin ser ni comprendidos ni valorados como merecen, construyendo el Reino de Dios, donde el Pan y el Señor son ofrecidos gratis y abundantemente. Descansa en Paz, Gero Lombardo.

martes, 9 de enero de 2018

Gianluigi Colalucci y la Capilla Sixtina


 


En 1989, según se cuenta en el libro El Vaticano por dentro, de Bart McDowel y Jamens L. Stanfield, el doctor Gianluigi Colalucci logró acabar la histórica restauración de la Capilla Sixtina. Junto con otros cuatro restauradores, llevaba nueve años completos en esta tarea, bastante más tiempo de lo que tardó Miguel Ángel en pintar los frescos. El último día de los trabajos, el restaurador Jefe Colalucci invitó a un grupo de amigos a una celebración en los andamios instalados en la Capilla, y allí ante sus invitados procedió a restaurar los últimos centímetros de fresco que aún quedaban sin limpiar. Para la ocasión había reservado el fragmento que va desde el dedo de Dios al dedo de Adán, o, lo que es lo mismo, lo que va desde lo divino a lo humano. Al fin y al cabo, la Capilla Sixtina no se sabe si es una obra de hombres o de dioses.
¿Por qué Julio II invitó a pintar la bóveda de la Capilla Sixtina a Miguel Ángel que era un afamado escultor pero sin casi experiencia en el terreno de la pintura? Parece que fueron los rivales del artista, entre ellos Bramante y Rafael, los que metieron en la cabeza al Papa la idea de que invitara a Miguel Ángel. Si rechazaba, se ganaría la eterna enemistad de Julio II; si aceptaba, Miguel Ángel se desacreditaría como artista, porque él no era un pintor. Parece que en principio se negó: “Eso no es cosa mía”. Pero al final aceptó el encargo y se resignó: “Señor, soy tu esclavo. Cuanto más me esfuerzo, menos te muevo a compasión”.
Miguel Ángel se entregó con pasión a su trabajo. De pie, pegado casi al techo, con las gotas de pintura que le caían continuamente sobre el rostro. “Debía tener un aspecto deplorable –se cuenta en el libro. Miguel Ángel nunca había sido muy agraciado. Tenía la nariz rota y la cara aplastada. Y además iba siempre desaliñado. Dormía con sus ropas de trabajo, manchadas de pintura, y se quitaba las botas tan pocas veces que, cuando lo hacía, cuenta un amigo suyo, “le caía la piel como si fuera la de una serpiente”. No es sorprendente que tuviera pocos amigos”.
Hoy todos admiramos su trabajo, pero Miguel Ángel no tuvo ningún éxito social, en parte debido a su carácter hosco, y a su aspecto desaseado. Probablemente no era de los invitados a los palacios cardenalicios o aristocráticos del momento. En la Roma renacentista él era un artesano, un trabajador, y a veces un trabajador difícil. Hacía su trabajo para Dios, y parece ser que las alabanzas o las críticas le importaban un comino.  "Si a Dios le place mi trabajo, es suficiente".
 

 

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