miércoles, 16 de febrero de 2022

Franz Jalics: una presencia de silencio y luz

Hace un año, vacío de memoria, inocente como un niño y libre como un pajarillo del campo, moría Franz Jalics en su Hungría natal. Había nacido en 1927 en el castillo que su familia, de origen noble, poseía a las afueras de Budapest.

Al estallar la Segunda Guerra Mundial, tuvo que abandonar la casa y el país y huir al extranjero. Cuando la guerra terminó, regresó con toda su familia a Hungría. Su padre fue arrestado en la frontera y después envenenado. Los nueve hermanos y la madre recorrieron, a pie y andrajosos, el camino hasta su casa. El castillo había sido saqueado y vandalizado. La familia se reunió en el sótano y allí sobre unos colchones por el suelo pasaron esa primera noche. Fue entonces cuando asistió a una escena que no olvidaría nunca. La madre pidió a sus hijos que rezasen por los que habían saqueado su casa, por los que habían hecho asesinado a su padre y por los que les odiaban por el solo hecho de pertenecer a una familia noble y ser creyentes. Cada día rezaron por los que les habían arruinado la vida. De esta manera Franz Jalics pudo crecer sin odio y sin resentimiento. El odio no destruye al enemigo; destruye al que odia.  

Antes, durante la guerra, Jalics había sentido un miedo atroz durante los bombardeos de la ciudad alemana de Nuremberg. Pero allí, durante unos instantes, sintió una paz interior grande, una paz tras la que corrió toda su vida y de la que aprendió algo fundamental: es preciso liberarse del temor irracional a morir o a ser herido, a pasar hambre o a no tener cobijo, en definitiva el miedo al futuro. Fue entonces, cuando decidió hacerse sacerdote. En 1947 entró en los jesuitas.

Quizás su historia empezó mucho antes. Su madre siempre fue una personal capital en su vida. En su juventud, su propia madre había deseado ingresar en un convento. Las religiosas del Sacre Coeur la invitaron a que antes cursase estudios universitarios. Así conoció al que sería su marido. Durante un tiempo se debatió entre la vocación al matrimonio y la vocación religiosa.  Rezaba para encontrar su camino. Y una noche, ‘oyó’ una voz: “yo quiero a tu hijo”. No dudó que el susurro venía de Dios. Se casó y trajo al mundo ocho hijos. Cuando Jalics decidió hacerse sacerdote, su madre comprendió que la frase escuchada en su juventud alcanzaba todo su sentido.

Después de completar sus estudios en Bélgica, Jalics es destinado a América, primero a Chile y luego a Argentina, como profesor de teología. En 1974 decidió compartir su vida con los más necesitados, en una comunidad jesuita de las llamadas “villas miseria”, barrios pobres de las periferias. Son años convulsos en Argentina. La dictadura del general Videla no admite ninguna oposición ni ninguna crítica a su escasa labor social. Y, además, ve enemigos por doquier y guerrilleros en todas partes. En mayo de 1976, Franz Jalics y Orlando Orio fueron secuestrados por los militares, como sospechosos de colaborar con la guerrilla. Durante cinco meses fueron torturados y, encapuchados y esposados, vivieron con la incertidumbre de ser asesinados en cualquier momento.

Como Franz Jalics ha confesado muchas veces, la oración le salvó de la locura. Y lo que es más importante: durante el secuestro aprendió a orar, se abandonó a Dios, algo que enseñaría después a muchos discípulos.

Durante ese secuestro se produjo también un malentendido que le provocaría un sufrimiento enorme, a él, a su compañero de secuestro y a su superior jesuita, el P. Jorge Bergoglio. Franz Jalics y Orlando Orio pensaron que la persona que había delatado a los militares su presencia en la villa miseria había sido el P. Jorge Bergoglio. Franz Jalics solo quiso hablar una vez de esto: “Yo mismo creí ser víctima de las denuncias, pero al final de los 90, después de muchas conversaciones, me di cuenta de que las sospechas fueron infundadas; por lo tanto es falso afirmar que mi captura y la de mi compañero tuvieron lugar por iniciativa del padre Bergoglio (Papa Francisco en la actualidad)”. En el año 2000, Franz Jalics y su antiguo superior pudieron celebrar juntos la misa, abrazarse y reconciliarse.

Tras ser liberado por los militares, Jalics abandona Argentina e inicia una búsqueda espiritual en las escuelas orientales del conocimiento. Bajo la guía de Ramana Maharshi, se adentra en la espiritualidad oriental. Este hecho suscita la incomprensión y la crítica de muchos de sus compañeros jesuitas. Finalmente, Jalics deja la Compañía de Jesús y funda una casa de oración en Gries, Baviera. Su madre se instala junto a él. Tendrán que pasar muchos años antes de que Jalics acepte la invitación de incorporarse de nuevo a la Compañía.

Poco a poco Franz Jalics se fue convirtiendo en maestro de oración. En 1994 publica un libro fundamental, “Ejercicios de contemplación”. Un libro denso y profundo, pero que contiene un método preciso y pautado para meditar. Este libro ha obtenido su máxima difusión gracias al empeño de Pablo d’Ors, fundador de los Amigos del Desierto.

Un día de diciembre de 2012, un desconocido entró en el despacho del hospital madrileño Ramón y Cajal, donde Pablo d’Ors ejercía de capellán. Le felicitó por su obra Biografía del silencio y le regaló, sonriendo, un libro: “Ejercicios de contemplación”, de Franz Jalics. Pablo d’Ors nunca había oído hablar de su autor. Empezó a leerlo, a subrayarlo, a anotar lo que ese libro le sugería. Supo muy pronto que este libro le cambiaría la vida. Poco después, viajó a Alemania para conocer a Franz Jalics. Durante doce días conversó a diario con él. Le preguntaba, le pedía opinión, le abría su corazón. Pablo d’Ors comprendió que “me encontraba ante un gran maestro espiritual, posiblemente un santo. Aquel hombre irradiaba una gran fuerza y bondad: nunca nadie me ha producido una conmoción tan profunda. Jalics no aportaba soluciones a los problemas que le presentaba, pero me bastaba que los pusiera ante él para que se disolvieran”.

Como ha sucedido a tantos discípulos de Jalics, cuando Pablo d’Ors regresó a Madrid era otro. En 2014 fundó Amigos del Desierto sobre dos pilares bien significativos: Charles de Foucauld y Franz Jalics.   

Javier Melloni escribió una vez a propósito de Jalics: “El problema de muchos maestros o místicos cristianos es que explican los efectos de la oración, pero pocos se detienen en esclarecer cómo orar”. Y Esteban Azumendi, por su parte, comentó: “Muchas personas “saben” que Dios existe, que “Dios está acá”, que “Dios los ama”. Sin embargo, este conocimiento se encuentra alejado de la experiencia: “Dios está, pero no lo percibo”; Jalics ha ayudado a muchos a descubrirlo”.

En 2017, Franz Jalics regresa a su Hungría natal donde finalmente fallece el 13 de febrero de 2021. Los que pudieron verlo en sus últimos años dicen que su rostro irradiaba una luz única, de felicidad y de santidad. Su legado sigue inspirando a muchos en todo el mundo. El mejor epitafio a la vida de este místico, probablemente lo escribió el propio Pablo d’Ors: Los maestros nunca se marchan; nos dejan lo más hermoso y necesario: un camino”.








sábado, 12 de febrero de 2022

Periodista asesinado. Ulises de Joyce. Benedicto XVI. Y Pasolini

 

“Los nadies que valen menos que la bala que los mata”. Lo dijo Eduardo Galeano en una ocasión. Hay países donde la bala que mata cuesta más que la vida de un ser humano. Esta misma sensación se tiene ahora en México, por ejemplo. Un periodista acaba de comunicar que su hijo, también periodista, había sido asesinado por dos hombres con la cara tapada en las cercanías de su casa. El periodismo es una profesión de alto riesgo en ciertos países que están maniatados por el narcotráfico. Se llamaba Marcos Ernesto Isla y tenía 31 años. Defender la verdad o ponerse al lado de las víctimas sale caro en México y en otros muchos países. En otros lares, por ejemplo aquí, también llaman periodistas a los vividores de escándalos picantes, a los profesionales de la difamación, a los que engordan su tarjeta visa hurgando entre las sábanas de los famosos y sus miserias. A todos les llamamos periodistas o comunicadores. Pero unos se merecen más que otros el nombre. Periodismo y verdad deberían ser inseparables. Para los señores del narco y de la trata de personas, los periodistas son “nadie”, solo un estorbo en su carrera imparable, una pequeña piedra en su zapato, fácil de eliminar. Es suficiente una bala y ya está. Contar lo que sucede y denunciar las maneras del hampa significa meterse en el cajón de los ‘nadie’. Miles de balas se han llevado miles de vidas por delante en un país, México, que otrora era lindo. Según cifras oficiales, desde 2006, cuando el gobierno federal puso en marcha su operativo militar antidrogas, se dice que en México se han cometido 300.000 asesinatos. No es delincuencia. Es una guerra total.


Confieso que no he leído el Ulises, de Joyce. Lo dejé abandonado en la página 130, más o menos, y ahí seguirá en una estantería polvorienta de la casa del pueblo. Lo dejé por imposible, aunque no me rendí a la primera y lo intenté varias tardes. Nunca he entendido por qué Ulises es la mejor novela del siglo XX. O yo soy muy ceporro (y este manjar no está hecho para mi boca) o el libro es pura pedantería o me faltan las claves para entenderlo. Con el Ulises me ha pasado lo que sucede a algunos visitantes con cuadros abstractos. El guía se esfuerza en hacer entender a los visitantes que están ante una obra maestra y el pobre visitante solo ve una líneas y manchas sin ton ni son. Y sale con cara de paleto del Museo, creyéndose un asno al que no le alcanza su mollera.

Ahora que con los fastos del centenario de la publicación de Ulises, todo el mundo vuelve a hablar de la grandiosidad de esta ‘estupendísima’ novela, me he encontrado con el comentario del escritor José Ovejero en el que asegura que uno puede sentirse un buen lector a pesar de no haber leído Ulises. Me consuela bastante. Pero también tengo que decir que en mi interior he tomado la determinación de volver a intentarlo el próximo verano, a la sombra del pino y del olivo. De momento, acabo de imprimir un artículo de Gonzalo Torné titulado “Nueve pistas para leer Ulises y no morir en el intento”. Os seguiré contando.

 

Hace escasas semanas un Informe de la diócesis de Munich sobre los abusos denunciaba que Benedicto XVI, cuando era obispo de esta diócesis, hace unos 40 años, había mirado para otro lado en cuatro casos. La noticia dio la vuelta al mundo. A la pregunta de un periodista que pedía explicaciones sobre esta tan contundente afirmación, alguien de la Comisión dijo que era la “inacción de Benedicto era una probabilidad”. Una probabilidad no es una certeza. Una probabilidad carece de rigor científico. Una denuncia sobre la inacción de una persona concreta no se puede basar en una ‘probabilidad’ entre otras muchas probabilidades. Joseph Ratzinger, un hombre anciano, al final de su camino, ha perdido perdón a todos los que fueron víctimas de abusos sexuales en el seno de la Iglesia, pero también ha dejado clara su inocencia en este sombrío asunto. El trabajo al servicio de la verdad que ha caracterizado toda la existencia de Ratzinger se puede venir abajo porque alguien con ligereza escribe una línea en un Informe. Acusar a alguien de haber mirado a otra parte es un hecho muy grave, y más cuando se refiere a un Papa que fue el primero en intentar poner orden en todo este tema y en dictar tolerancia cero; el primero que se reunió con las víctimas y el primero que asumió la dolorosa verdad de lo que había ocurrido a tantos menores en tantísimos centros de la Iglesia Católica. No creo que haya habido intención malvada de los miembros de la Comisión, sino simplemente una ligereza, una inconsciencia sobre el avispero en el que se estaban metiendo y una falta de amor a la verdad. La banalidad del mal, que diría Hanna Arendt.


Un amigo me envía un breve texto de Pasolini sobre la necesidad de educar en el fracaso.  Comparto completamente su punto de vista. Pier Paolo Pasolini (1922-1975) fue la conciencia crítica de una sociedad italiana extasiada por el éxito y el triunfo. Lo comparto: “Pienso que es necesario educar a las nuevas generaciones en el valor de la derrota. En manejarse en ella. En la humanidad que de ella emerge. En construir una identidad capaz de advertir una comunidad de destino, en la que se pueda fracasar y volver a empezar sin que el valor y la dignidad se vean afectados. En no ser un trepador social, en no pasar sobre el cuerpo de los otros para llegar el primero. Ante este mundo de ganadores vulgares y deshonestos, de prevaricadores falsos y oportunistas, de gente importante, que ocupa el poder, que escamotea el presente, ni qué decir el futuro, de todos los neuróticos del éxito, del figurar, del llegar a ser. Ante esta antropología del ganador, de lejos prefiero al que pierde. Es un ejercicio que me parece bueno y que me reconcilia conmigo mismo. Soy un hombre que prefiere perder más que ganar con maneras injustas y crueles. Grave culpa mía, lo sé. Lo mejor es que tengo la insolencia de defender esta culpa, y considerarla casi una virtud”. 

miércoles, 9 de febrero de 2022

¿Sólo los abusos de la Iglesia?



Hace unos días el escritor Alejandro Palomas contó públicamente que había sido víctima de abusos sexuales cuando era un niño de 8 años en un colegio religioso en Barcelona: “Fui acosado, abusado y agredido sexualmente”. Con singular crudeza repasó sus vivencias sobre este hecho traumático que, solamente después de la muerte de su madre, había tenido el valor de contar. De toda su confesión me han llamado poderosamente la atención dos frases. Una. El religioso en cuestión, después de abusar de él, le increpaba: “¿ves lo que me haces hacer?”, descargando en un niño  vulnerable todo su pecado. Y dos. Como colofón de su declaración, y refiriéndose al día después de la violación, escribe: “A partir de ese momento llegó la noche más larga de mi vida de niño. Entré niño y salí superviviente”.

Después de esta espeluznante confesión, el autor emplazaba al Presidente del Gobierno a dar voz a las víctimas. Pedro Sánchez y la Fiscalía del Estado recogían el guante y tomaban las primeras medidas para nombrar una Comisión específica sobre los abusos cometidos en el seno de la Iglesia Católica.

Ya he hablado en otra ocasión en mi blog de este asunto tan espinoso, concretamente con motivo de la presentación del Informe Sauvé, sobre los abusos en Francia, y también de la lectura de John Boyne, Las huellas del silencio, una novela que transcurre en Irlanda.

Hasta este momento cada diócesis española tenía establecido un protocolo para recoger las denuncias de abusos y las correspondientes investigaciones y resarcimientos. Pero estos pasos, creo yo, han sido insuficientes. Ha faltado la voluntad de dar voz a las víctimas, de escuchar sus dramáticos testimonios, de pedirles perdón mirándoles a los ojos y de reparar las ofensas. Ha faltado una investigación a fondo que recogiera datos, testimonios y buscara soluciones al problema. Ha faltado un acto público y solemne de perdón y arrepentimiento. A la Iglesia española le ha faltado un poco de corazón, y también de inteligencia. Como decía el jesuita alemán y experto en este tema, Hans Zollner: “Los obispos (españoles) saben que no han hecho lo que tenían que hacer. Si la Iglesia no cumple con su deber, serán otros quienes lo hagan”.

Dicho esto, hay que preguntarse sobre la credibilidad que puede tener una Comisión nombrada por el Parlamento o el Gobierno. Dada la ideologización creciente en España, creo que hay que mostrar algunas reservas. Una Comisión no creíble daría resultados no creíbles.

El Informe Sauvé ha recibido en Francia muchos aplausos, pero también muchas críticas por su ‘escaso rigor científico’. Pocos meses antes de la presentación oficial del Informe, un miembro de la Comisión dio algunos datos: 27.000 abusos como máximo. Sin embargo, el Informe público hablaba de  330.000 niños abusados. Pero no era una cifra real, sino un número para ser matizado. La Comisión Sauvé hizo una encuentra entre 24.000 franceses para saber si habían sido víctimas o no de abusos en su infancia. Los datos fueron extrapolados a toda la población, y por una regla de tres salió la abultada cifra que llegó a todos los periódicos. Asimismo, el Informe recibió ásperas críticas por el empleo en el Informe del adjetivo ‘sistémico’, es decir se decía que en la Iglesia se habían cometido sistemáticamente abusos sobre niños en los últimos años 70 años. Al mismo tiempo se decía que a un 3% de los sacerdotes se les podía catalogar como abusadores. Nadie hablaría en su sano juicio de una práctica ‘sistemática’ cuando el 97% del clero estaba limpio de pecado. Es verdad que un solo abuso ya sería una enormidad; veintisiete mil abusos nos hablan de algo insoportable. Pero la cifra de 330.000 no se ajusta a la verdad y resulta poco creíble.

Desde el punto de vista moral, el abuso cometido por clérigos y religiosos supone uno de los capítulos más sombríos de la Iglesia Católica en los últimos siglos. Mientras desde los púlpitos se condenaba cualquier fechoría contra el sexto mandamiento, la podredumbre se acumulaba en conventos y colegios.

En estos días, las declaraciones del cardenal Blázquez han dado en la diana: “Todos hemos llegado tarde: Iglesia, familia y sociedad”. Y creo que es así. La Iglesia miró para otra parte, pensó más en la Institución que en las víctimas. Pero tampoco las familias ni la sociedad en su conjunto, ni los medios de comunicación, estuvieron a la altura. Denuncias en los juzgados ha habido y muchas, y desde hace bastantes años, pero nadie ha querido hablar de ello. Ni los políticos, ni las asociaciones de derechos humanos, ni los propios medios de comunicación. Es decir, estamos ante una culpa colectiva.

Se calcula que los abusos cometidos en el seno de la Iglesia representarían entre el 7 y el 10% del total. ¿Y el otro 90%? Las estadísticas, con su mayor o menos grado de fiabilidad, hablan de que el grueso de los abusos, hasta el 70%, se comete en el entorno familiar, especialmente por el padre biológico o por la pareja de la madre y el entorno de amigos. El otro 20% restante habría que buscarlo en asociaciones deportivas, asociaciones de ocio, centros de protección de menores y establecimientos que trabajan con menores. Si gravísimo es que un religioso o sacerdote cometa un abuso, ¿qué adjetivo utilizamos para el que comete el propio padre, familiar o amigo de la familia?

Estoy totalmente de acuerdo en que se cree una Comisión que escuche a las víctimas, recoja los datos, elabore una estadística, establezca resarcimientos y dé pautas de comportamiento y prevención para los años venideros. Pero, ¿por qué sólo una Comisión para los abusos cometidos en el seno de la Iglesia? ¿Por qué no una Comisión que estudie todos los casos? ¿Son acaso menos importantes las víctimas de un padre o un padrastro desalmado, de un entrenador, de un cuidador de un centro de menores?

Si realmente nos interesan los menores, si realmente nos interesan las víctimas, la Comisión debe alcanzar a todos los que han sido agredidos o abusados, y no solamente a las víctimas de la Iglesia Católica.

En una España polarizada, una Comisión nombrada por los partidos o por los miembros del Gobierno me temo que no actúe con ecuanimidad e independencia. Los ciudadanos de a pie no entenderán, por ejemplo, que se quiera investigar los abusos cometidos en la Iglesia hace décadas, pero no los abusos cometidos contra menores en centros tutelados en Baleares, un hecho bastante reciente, del que los políticos, que deberían haber protegido a esos menores tutelados, no quieren ni hablar.

 Si la Comisión solo investiga a la Iglesia, creo que verdaderamente no nos interesan las víctimas, ni el problema de los abusos a menores, sino solamente intereses mezquinos y oscuros de algunos partidos o sectores de la sociedad. No será una Comisión que esclarezca los hechos y dé voz y haga justicia a las víctimas, sino una manera de cargar las tintas contra la Iglesia Católica.

Por lo tanto, y como resumen: la Iglesia anduvo escasa de corazón y de inteligencia para afrontar esta crisis de los abusos. Y algunos partidos puede andar sobrados de intenciones no del todo confesables a la hora de acometer el problema. Sí a la creación de una Comisión totalmente independiente que estudie el fenómeno de los abusos a menores, provengan de donde provengan los abusadores.

Pero no quiero terminar este artículo sin hacer mención a una reflexión muy potente del eurodiputado Javier Nart que en el programa Todo es mentira, de Risto Mejide, confesaba que él también había sufrido abusos de pequeño en un colegio. Ni daba detalles ni decía en qué colegio o por parte de qué religioso. Y  acababa su intervención de esta manera: “Pasó y uno lo supera y vives y vives bien y, de vez en cuando, ahora te llega el recuerdo cuando estás en este tema. La introspección sobre lo que ocurrió cuando ocurrió no te lleva a ninguna parte; creo que hay que vivir y todas las experiencias te ayudan a madurar y a mirar con optimismo las cosas. Yo no he tenido trauma, no he querido tenerlo".

Todas las víctimas de abusos, independientemente de su abusador, tanto las que han vivido con los demonios del abuso y se consideran ‘supervivientes’, como  las que han decidido seguir adelante y “no tener trauma”, merecen el respeto y la consideración por parte de todos. Y también la justicia.

 


sábado, 5 de febrero de 2022

Niños tanzanos. Padre e hijo. El caminante de Taniguchi. Y aborto y rezos.

 

Uno de enero. Tanzania. El misionero Giancarlo Frigerio se dirige a decir la misa a una  de las muchas aldeas diseminadas alrededor de la misión. Detiene su coche para saludar a cuatro niños, y hacerles una fotografía. Y ahí los vemos, sorprendidos y alegres, por el saludo del misionero blanco al que conocen, y al que verán poco después en la iglesia humilde de barro y paja. Al fondo, la madre y otros dos hermanos se afanan en el campo de maíz. Después de las últimas lluvias, los cultivos lucen hermosos y verdes, y prometen un poco de felicidad en la mesa de cada día. Maíz nuestro de cada día, dánoslo hoy. Descalzos, vestidos con la poca ropa que hay en el cajón, da igual que sea diario, da igual que sea domingo, da igual que pegue o no pegue. En su memoria de niños, aún no caben palabras como langostinos, brindis con champán, fuegos artificiales, concierto de Viena, valses de Strauss, doce uvas o saltos de esquí.  Tampoco mascarillas, vacunas o confinamientos. Caminan alegres y confiados. Aún no saben lo que es la injusticia o la mala suerte. El mundo es su campo de maíz, una camisa de quita y pon, el amor de sus padres y las canciones alegres que cada domingo cantan en la iglesia. Y también ese misionero de barba blanca, al que acuden cuando necesitan medicinas o el maíz se acaba en la despensa.

 

Por un amplio camino camina un hombre. Un campo de encinares. Colinas en el horizonte. Apoyado en una muleta, da sus primeros pasos, después de un ingreso hospitalario de largas semanas que lo ha tenido postrado en cama. Detrás de él a pocos pasos, un móvil capta la imagen. De espaldas, bien abrigado, gorra en la cabeza… lo vemos débil, pero no rendido. Intuimos sus arrugas, esas marcas del tiempo, el gran escultor. Intuimos sus dolencias y achaques, pero también la pequeña ilusión por salir de casa y dar cuatro pasos en compañía. Luego, llegará un café o un vino y unas palabras en medio de Ununa comida compartida. Detrás de él, como una sombra bienhechora, está su hijo. Animándole a dar un paso más, señalándole la hierba que crece o el gorjeo de un pajarillo. Recordando con él a personas que ya se fueron y que habitan en un rincón del cementerio, que es donde habitan casi todos los seres queridos de una persona mayor. Al llegar a una edad o a una enfermedad, el padre se convierte en hijo pequeño, desvalido y frágil, y el hijo, si es un hijo, se convierte en padre solícito y amoroso.  Por cada hijo desentendido o desalmado, hay siempre otro hijo atento y amoroso, con vocación de cuidador, con entrañas de padre y madre. Detrás de los pasos titubeantes de un hombre mayor y enfermo, está un hijo que cuida. Hace muchos años, el padre, en plena juventud, dio vida al hijo. Y ahora verdaderamente el hijo da vida al padre. El mundo está lleno de hijos que se desviven por sus padres, que renuncian gustosos a un viaje, a un restaurante, a un rato de siesta, o a un partido, para estar presentes en el día a día de sus seres queridos.

 

Un trabajador normal decide salir un buen día a caminar. Deja su casa, cruza su barrio y se interna en la naturaleza. Ese día cambia su vida, porque descubrirá las pequeñas alegrías de la vida ordinaria, que son las que sostienen a los seres humanos. Acepta los prismáticos  de otro caminante y descubre a un pájaro carbonero al que nunca había visto, salvo en alguna lectura. Otro día de nieve sus ojos admiran el silencio y la blancura que envuelve todas las cosas, también la fealdad. Con alegría infantil trepa a un árbol para recoger una cometa que a unos niños se les quedó enganchada. Con alegría disfruta del chapoteo en un charco después de un día de lluvia. Recoge a un perro abandonado y se siente acompañado en sus paseos. Vuelve cada tarde a su casa después del paseo. Y también la casa y su propia mujer le parecen un remanso de paz y de esperanza. No se enfada cuando un balón con el que juegan dos muchachos le rompe los cristales de sus gafas. Continúa con ellas y hasta el paisaje borroso le parece que tiene un cierto encanto. El perro descubre una concha en el jardín, y junto a su mujer decide hacer una excursión hasta el mar para devolverla al lugar de donde salió. Se tumba sobre un manto de flores de cerezo y allí le llega la beatitud de otra mujer que disfruta al mismo tiempo de esa hermosa nevada de pétalos rosados. Todo cambia cuando nuestros ojos se abren como ventanas para ver cada detalle de la vida, especialmente de la naturaleza. El estupor es el principio del disfrute. Podemos imaginar al caminante en otras muchas tardes. La vida es infinita cuando uno se decide a maravillarse. Por cierto, a primera hora de la mañana, la ordenanza de mi trabajo, Mariluz, se me acerca: “echa un vistazo a este comic japonés. A mí me ha encantado”. Y también esta sencilla forma de ofrecer un libro y su belleza daría, creo yo, para otra hermosa viñeta de Jiro Taniguchi.

 

Muchas marquesinas de paradas de autobuses amanecieron hace unos días con carteles con el texto: “Rezar frente a una clínica abortista está genial”. Y rápidamente estalló la polémica. Algunas ciudades eliminaron los carteles con suma celeridad. Y en pocos días el Congreso aprobaba la modificación del Código penal, introduciendo penas de hasta cárcel, además de multas, a las personas que se manifiesten, aunque sea en silencio o rezando, delante de las clínicas abortistas. Los que promovieron la campaña hablan de conculcación de la libertad de expresión, manifestación y libertad religiosa. Para otras asociaciones y partidos supone un hostigamiento en toda regla hacia las mujeres que libremente desean abortar. En este país, cuando se habla de libertad de expresión, se entiende mi libertad para decir y defender mi punto de vista, pero en absoluto para que el otro diga o defienda el suyo. Donde yo veo libertad de expresión, tú ves un delito de odio. Y viceversa. Si seguimos a este ritmo, únicamente tendrán libertad de expresión los que comulguen con la idea dominante en cada momento. Y al resto de personas se les juzgará por delitos de odio, con su tasa de cárcel y multa en el código penal. Los verdaderos tolerantes toleran incluso a los intolerantes. Por aquí, no se da esta especie.

miércoles, 2 de febrero de 2022

Las Memorias de Nicolás Castellanos




El 10 de octubre de 2021, en la ermita de Santa Cecilia de Aguilar de Campoo, conducía un encuentro sobre el hermano Juan Vaccari, con motivo del 50 aniversario de su muerte. A mitad de la reunión, y sin previo aviso, aparecieron por la puerta el actual obispo de Palencia, Mons. Manuel Herrero, y el obispo emérito de esta diócesis, Mons. Nicolás Castellanos. De este último voy a hablar en esta primera entrada de mi blog en 2022.

Durante los actos de homenaje al hermano Juan Vaccari tuve ocasión de intercambiar unas palabras con Nicolás, al que conocía desde hacía mucho tiempo. Me pidió que le enviase algunas fotos de aquella jornada, en la que compartió misa y mesa con guanelianos y aguilarenses.  Pocos días después, recibía en mi casa de Valladolid el libro de sus Memorias.

Nicolás Castellanos adquirió una cierta popularidad cuando en 1991 renunció al obispado de Palencia para irse de misionero. Por entonces, algunas de sus declaraciones, entrevistas y posicionamientos ya habían causado cierto revuelo en la Conferencia Episcopal Española e incluso en el Vaticano. Era un obispo incómodo y, al mismo tiempo, creo, él se sentía incómodo entre los obispos.

En 1997 fue galardonado, junto al banquero de los pobres, Muhamad Yunus, el incansable trabajador por la india, Vicente Ferrer, y el médico Joaquín Sanz, con el premio Príncipe de Asturias por, en palabras del propio jurado, "su trabajo abnegado y tenaz y su contribución ejemplar, en áreas geográficas y en actividades distintas, al progreso y a la mejora de las condiciones de vida de los pueblos, ayudando de esta forma al mejor entendimiento de los hombres".

En el otoño de 2021, cuando presentaba públicamente sus Memorias, con prólogo del político José Bono, y con el significativo subtítulo de “Vida, pensamiento e historia de un obispo del Concilio Vaticano II”, la Academia Sueca de los Premios Nobel admitía su candidatura para el prestigioso galardón.

A sus 86 años conserva la energía, el ímpetu y la simpatía de un joven.  Nacido en 1935 en el pueblo leonés de Mansilla del Páramo, seminarista agustino en el Monasterio de la Vid (Burgos), prior del seminario agustino en Palencia, provincial de la Orden de San Agustín, Presidente de Confer, obispo de la diócesis palentina entre 1978 y 1991, discípulo de José María Castillo, ferviente admirador del Papa Francisco, autor de un buen número de libros... pero sobre todo misionero en el Plan 3000, de Santa Cruz de la Sierra, en Bolivia.

Ha sido en este país americano, junto a una comunidad de religiosos y laicos, donde ha ido dando vida al Proyecto Hombres Nuevos. La Fundación por él creada gestiona 15 colegios y ha conseguido la escolarización y nutrición adecuada de más de 15.000 niños y niñas. Cuenta también con una escuela universitaria de turismo, teatro e informática. Su programa de becas alcanza cada año a 500 universitarios, un sueño casi imposible para jóvenes procedentes de familias pobres. La Fundación también se encarga de la gestión del único hospital del Plan 3000, de los cinco comedores infantiles, del programa de salud en los colegios, de un hogar para invidentes y un vivero de microempresas, así como una escuela de líderes sociales. Entre las obras llevadas a cabo por Hombres Nuevos están la ciudad de la alegría, una zona con áreas recreativas con piscina y escuela deportiva, la perforación de pozos de agua, y la construcción de viviendas sociales e iglesias. También cuenta con un centro cultural y un amplio programa de animación sociocultural. A su coro y a su orquesta le cupo el honor de actuar en el Vaticano, delante del Papa Francisco.

Miles de niños y de adolescentes han podido salir de la desnutrición y de la ignorancia, y aspirar así a una ‘nueva humanidad’, gracias a este misionero apasionado de su trabajo, de los hombres y mujeres que ha encontrado en su camino y de su Dios.

Derrocha simpatía a manos llenas, pero tampoco tiene pelos en la lengua, como cuando afirma que “en el norte os sobran medios para vivir, pero os faltan razones para existir. En el sur carecemos de casi todos los medios, pero nos sobran razones para vivir”.

Leer sus Memorias ha sido un placer. Nicolás Castellanos hace memoria de su vida, de su visión de la Iglesia y del proyecto que ha dado sentido a su existencia: Hombres Nuevos.  Se le nota a gusto con la iglesia de Francisco. Yo diría que incluso reconciliado con ella, después de algunos desencuentros con una cierta visión eclesial en épocas pasadas. Él era de la cuerda de Francisco antes que Francisco saliera a la palestra de San Pedro. Siendo obispo de Palencia recorrió los cuarenta kilómetros para sacar fondos en la marcha que anualmente organizaba la asociación de discapacitados. Acudió a todas las romerías de los pueblos y compartió plato de paella y sangría con los paisanos. Conoció de cerca el trabajo duro de los mineros palentinos (su descenso a la mina de Guardo se hizo ‘viral’, diríamos hoy) y prestó su entusiasta apoyo a las Edades del Hombre, en sus inicios. “Está en todos los sitios”, decían de él. Y algunos lo decían con un tono negativo, pero sin pretenderlo le estaban alabando, porque un pastor debe estar en todos los sitios: en los campamentos de los jóvenes guanelianos de Salcedillo, en las habitaciones del ‘manicomio’ de San Juan de Dios, en los pasillos de un hospital, en la procesión de la patrona, en la mesa festiva de una romería, ante los micrófonos de los periodistas y en los funerales por la madre de un sacerdote. Cultura del encuentro, cultura de la fiesta, cultura de la promoción humana, cultura del Evangelio.

De su mano, a través de sus Memorias, conocemos la España rural de los años cuarenta y cincuenta, pobretona, católica, sacrificada y trabajadora. Conocemos la impronta agustina en su formación, en su arquitectura mental y en su entusiasmo por la formación de los jóvenes. Como Agustín de Hipona, sabe que para “conocer a una persona no hay que preguntarle por lo que piensa, sino por lo que ama”

De su mano conocemos la Iglesia española entre los años ochenta y noventa. Una Iglesia que después de la explosión entusiasta del Concilio, conoce un repliegue, una retirada a los campamentos de invierno, una fe miedosa e insegura ante el ‘gaudium’ y la ‘spes” del mundo y del corazón humano.

De su mano conocemos la sociedad boliviana, con sus desigualdades clamorosas, con sus corruptelas, sometida a los intereses de unos y de otros. La pobreza inmensa, la esclavitud de los menores, la ignorancia insalvable, la desnutrición vergonzante. Es en este humus de pobreza, pero en la aspiración de los pobres por su dignidad, donde Nicolás Castellanos encuentra su lugar en el mundo. El Plan 3000 dentro de la ciudad de Santa Cruz de la Sierra es una parcela destinada a ser Reino de Dios. No es de extrañar que, muchos años después de su llegada a Bolivia, se sintiera honrado cuando le fue concedida la nacionalidad boliviana.

Son muchas las imágenes de pobreza y de redención que comparte Nicolás con el lector. Me quedó con una. En la tarde del 7 de diciembre de 2012 visita el pabellón broncopulmonar de la cárcel de Palmasola para los presos de sida, tuberculosis o con algún trastorno mental. Una población joven y encarcelada, sin posibilidades de reinserción: “Habitan aquella pocilga 56 personas de aspecto astroso, de facha repulsiva, con todos los estigmas de la enfermedad y la miseria, en un ambiente abandonado, inhóspito, indigno de personas humanas. Un joven de 20 años acaba de fallecer porque su familia no tiene los 9 euros para trasladarlo al hospital”. Los presos le dan las gracias por haberse atrevido a poner los pies en “ese pozo de miseria”.  Nicolás se implica a fondo en la reforma total de este pabellón siniestro: tejado, duchas, aseos, pavimiento, electricidad, agua caliente, un huerto, y una cancha para jugar. Una vez más, se confirmaba lo que había escrito Pablo VI: “Allí donde llega el Evangelio, llega la caridad”. Y viceversa, añado yo.

A lo largo de las 360 páginas de sus Memorias, Nicolás vuelve una y otra vez sobre una de las tentaciones más grandes de la Iglesia: convertir el evangelio en una religión más. Cristo, nos recuerda este misionero, siempre estuvo a favor del ser humano, de la liberación de cualquier cadena y en contra de la religión como cumplimiento de una serie de ritos o de un sentimiento identitario. Muy por encima del sábado, está la persona. El Jesús que se hace humano invita a cada cristiano a humanizar todo: cada rincón, cada esfera de la vida política, social, laboral, cultural. Humanizar la existencia es el horizonte del Evangelio.

Convencido, como tantos hombres y mujeres que apuestan por la utopía y por la justicia, Nicolás Castellanos sabe perfectamente que un “casi nada” hecho por amor a otro ser humano, sumado a otro y a otro “casi nada”, pueden hacer un “casi todo”. Pues como él escribe, casi al final de su libro, como una confesión: “solo se puede construir el Reino de Dios por el camino de los pobres”.











viernes, 31 de diciembre de 2021

Las lecturas de 2021


                Llega el día 31 de diciembre y todo el mundo se pone a hacer balance y resumen. Por lo que a mi blog se refiere, yo también haré resumen de las 10 mejores lecturas de los últimos doce meses. Fue Jorge Luis Borges quien dijo que se sentía más orgulloso de los libros que había leído que de los que había escrito. Cada lector, en cierta manera, reescribe el libro, porque ve en él algo que no ha visto el resto de los lectores. Los siguientes libros resumen mis lecturas a lo largo de los últimos doce meses. Cada uno de los libros que señalo me ha dado motivos para disfrutar, pensar, sonreír o soñar. Por ello propongo estos libros en mi blog. Y al mismo tiempo, invito a que algún lector sugiera algún libro para el años 2022 que empieza ahora.  

***

Eichman en Jerusalén, Hanna Arendt


Adolf Eichmann fue un alto funcionario del Tercer Reich, directamente encargado de la deportación de miles de judíos a los campos de concentración. Cuando los ejércitos aliados llegaron a Alemania, pudo escapar del país. En 1960, los servicios secretos de Israel lo raptaron en Buenos Aires y lo condujeron a Jerusalén para juzgarlo por genocidio. Hannah Arendt  era una filósofa y escritora alemana, de origen judío, que tuvo que exiliarse de su patria. Marchó a Estados Unidos. Y trabajaba para el periódico The New Yorker. Este diario la envió como corresponsal al juicio que se celebró en Jerusalén. Hannah no se limitó a enviar las crónicas a su periódico sino que intentó comprender lo que estaba pasando en el juicio y lo que había sucedido en toda Europa durante el régimen nazi que condujo a millones de judíos y no judíos a las cámaras de gas. Hannah Arendt intentó ser una periodista imparcial y acuñó el término ‘banalidad del mal’, sin el cual no se puede entender el pensamiento desde la Segunda Guerra Mundial hasta hoy mismo. Una crónica periodística de singular belleza y profundidad.

***

El olvido que seremos, Héctor Abad Faciolince

 

El escritor colombiano, Héctor Abad Faciolince, consciente del ‘olvido que seremos’  hace memoria de su padre, de su familia y de su patria, Colombia. Su padre, médico y profesor universitario, se involucró en el acceso a agua potable en los barrios más humildes, en la denuncia de la violencia en los años de plomo del terrorismo colombiano. Un hombre íntegro que pagaría con la propia vida su defensa de los más pobres y su honda preocupación social. El 25 de agosto de 1987 su cuerpo caía bajo las balas asesinas en la ciudad de Medellín. El padre amado, el padre idealizado, el padre estrella polar. Y una Colombia que duele por la violencia, las injusticias y la corrupción. El libro pretender ser un intento por mantener vivo el recuerdo de un hombre justo, pero al mismo tiempo el intento por mantener vivas las causas que dieron sentido a la vida de su padre: la familia, la lucha contra la injusticia, la ayuda a los más vulnerables. Y es que las palabras, como los ladrillos y las piedras, pueden ser levantadas como edificios que resistan las inclemencias del tiempo y del olvido. El libro que fue publicado hace quince años ha vuelto a la actualidad por la adaptación cinematográfica de Fernando Trueba.

 

Como viento en el polvo, Leonardo Padura


            Me enfrentaba a mi primera lectura de una novela de Leonardo Padura. Una buena novela. Durante veinticinco años el autor recorre las vidas de un grupo de amigos de la Habana: Clara, Irving, Horacio, Walter, Bernardo, Elisa... Y con ellos se recorre un país, Cuba, donde los viejos sueños revolucionarios se van agostando, en medio de nostalgias, deserciones, estrecheces económicas, ganas de libertad, amor a la tierra y deseos de salir de ella. Un fresco que transcurre dentro y fuera de Cuba, con sus encuentros, sus celebraciones, sus misterios, sus traiciones. Una metáfora de una Cuba en la que sus ciudadanos creen cada vez menos en las utopías de la “revolución de los barbudos” y cada vez más en un lugar más allá de la isla donde empezar de nuevo una nueva vida. Cubanos que desean vehementemente largarse de Cuba, pero heridos de melancolía por una tierra, desde el momento en que están lejos de ella. Amistad y exilio son las dos palabras que podrían resumir el mensaje de esta hermosa novela. El título de la novela se lo da una famosa canción: Dust in the wind. 


Fina Lluvia, Luis Landero



            La novela abarca apenas seis días en la vida de una familia, los que van desde que Gabriel, el marido de Aurora, decide organizar una comida por el 80 cumpleaños de la madre, hasta que él mismo la cancela. Un bienintencionado Gabriel intenta que todos los miembros de la familia olviden viejos reconcomios y agravios, y que un menú de delicatessen borre tantos recuerdos amargos. Pero los familiares, no solo no olvidan, sino que despiertan agravios, resucitan injusticias y desdenes, insuflan savia nueva a desprecios y rencores. Todos a una, todos contra todos, confiesan a Aurora, el elemento neutro de la familia, sus vidas despeñadas, sus secretos inconfesables, sus rencores, sus frustraciones, sus odios. Gabriel, Sonia, Andrea, Horacio y la madre se lanzan a una guerra de llamadas telefónicas para imponer su versión de los hechos, para alimentar, con nueva energía y nueva savia, viejos recuerdos enterrados, pero más vivos que nunca. Una despiadada carrera para defender el relato propio por encima del relato ajeno. Solo la escritura puede obrar el milagro de mostrarnos todos los relatos en paralelo, de forma que el lector sea el escribidor, en su cabeza, de la historia. Hacía tiempo que no me encontraba con una novela tan buena de un escritor español.

Sumisión, Michel Houellebeck


            El título lo dice todo. Y levantó ampollas desde el día de su publicación que trágicamente coincidió con un atentado islamista en París. Para muchos lectores franceses, Michel Houellebeck es el nuevo Sartre. Sumisión es una ficción política. Es el año 2022 y en Francia es elegido Presidente de la República un musulmán. A través de la mirada de un profesor de la Universidad de La Sorbonne, François, vamos conociendo los cambios que se operan en la sociedad francesa. El protagonista, bien puede ser ese europeo al que nunca ha faltado de nada en la vida. Representa al individuo hedonista, indiferente, que espera poco del mañana. En fin, con François pudieran identificarse, más o menos, muchos de los europeos que transitan por las calles, las escuelas, las fábricas y los cafés de cualquier ciudad del Viejo Continente. La libertad y los derechos, penosamente conquistados en los últimos siglos, empiezan a ser letra mojada en Francia. El protagonista se pliega, como otros tantos, al nuevo orden y a los nuevos gobernantes. Sumisión del creyente a Dios. Sumisión de la mujer al hombre. Sumisión de Europa al Islam. Un libro que nos hace pensar en una Europa en crisis, y no solo económicamente, sino en crisis de valores, y lista para aceptar otras formas de entender la vida, ajenas y lejanas de las raíces milenarias de Europa.


Biografía de la inhumanidad, José Antonio Marina


            Un nuevo libro de José Antonio Marina. Unas páginas repletas de siempre lleno de profundas y acertadas reflexiones sobre el comportamiento humano, siempre sorprendente, siempre enigmático. En esta Biografía de la inhumanidad, el autor apunta una tesis: La línea del progreso de la humanidad se ve interrumpida una y otra vez por la emergencia de la atrocidad. ¿Somos los humanos seres con un frágil revestimiento moral? El ser humano se mueve en una doble hélice: la cooperación y la violencia. El “capital social” que la humanidad va atesorando con sus logros en derechos, puede venirse abajo en cualquier momento. El autor hace un repaso sombrío pero luminoso por los muchos casos de deshumanización del ser humano. Basta considerar al otro como negro, como judío, como ‘enemigo’, para despojarle de sus derechos como ser humano. Un libro imprescindible para conocer de qué pasta estamos hecho y de qué pasta están hechos los que ejercen el poder, cualquier tipo de poder. Lectura obligada en tiempos de ‘buenismo’. Y lectura obligada en tiempo, como los actuales, en que nuevos adoctrinamientos y nuevas inquisiciones están surgiendo un poco por doquier.


Las huellas del silencio, John Boyne


            Cuando se conocieron los numerosos abusos a menores en instituciones de la Iglesia Católica, todos los irlandeses se sintieron consternados, porque durante siglos Irlanda y Catolicismo habían formado un matrimonio indisoluble. Un sacerdote irlandés recuerda su vida, desde sus primeros tiempos de sacerdote, cuando ser sacerdote era lo mejor que podía pasarle a uno en Irlanda, hasta cuando la rabia explotó y los curas eran mal vistos e insultados, por el solo hechos de serlo. Un sacerdote, puro y limpio pero incapaz de ver cómo la podredumbre crecía en el seno de la propia Iglesia, nos cuenta su vida, la de su familia, devastada también por la peste de la pederastia, la de la Iglesia Católica, e incluso la de una nación, Irlanda. Un libro escrito con ecuanimidad, que no se centra en los aspectos más turbios o escabrosos de los abusos, sino que es un intento de entender cómo pudo suceder, cómo no saltaron las alarmas dentro de la Iglesia, de la sociedad civil y de los medios de comunicación. Una novela honrada, lo que no es poco en estos tiempos de posverdad.


Los pescadores, Hans Kirk


            Desde hace un siglo es el libro más leído en Dinamarca. Hans Kirk lo escribió en 1928. Cuenta la historia de un grupo de pescadores que abandonan la costa para adentrarse en un fiordo y asentarse en un pueblo de granjeros. Los pescadores y sus familias pertenecen a los “niños de Dios”, una rama estricta dentro de los luteranos. Los pescadores y sus familias se saben salvados y  consideran “no salvados” a cualquiera que practique la religión de una forma más libre o relajada. Un grupo de pescadores que trabajan duramente para pescar en medio de una naturaleza hostil y agresiva, y que al mismo tiempo se sienten devorados por su fe y sus costumbres sin espacio para la diversión o la alegría. Los pescadores es un fabuloso viaje a los adentros de un grupo de hombres y mujeres que se debaten entre fe y fanatismo, intolerancia y compasión, culpa o esperanza. Todas las peleas religiosas y todas las batallas que sostiene nuestro corazón en el territorio de la trascendencia están aquí. ¿Por qué a veces la religión se convierte en ideología y endurece tanto el propio corazón que se olvida de la misericordia?


Biografía de la Luz, Pablo d’Ors


            Desde que escribiera Biografía del silencio, Pablo d’Ors se ha convertido en uno de los guías espirituales de este país y en uno de los maestros más solventes. Pablo d’Ors no solo tiene lectores. Tiene también seguidores. En muchas ciudades de España grupos de personas meditan siguiendo el sendero marcado por este escritor y sacerdote. Son los Amigos del Desierto. El silencio es la marca de la casa. Biografía de la Luz, en cambio, recoge sus meditaciones entorno a numerosas páginas de los evangelios. Una mirada diferente, profunda, poética, incisiva y creativa sobre muchos pasajes de los escritos de Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Páginas de los evangelios que, de seguro, nos suenan, por haberlos escuchado en muchas misas. Esta mirada reflexiva sobre el Nuevo Testamento, los puntos de vista originales y las interpretaciones creativas hacen de Biografía de la Luz un libro que debe ser leído, hecho silencio, meditado y vivido. Es un libro que no se lee –gracias a Dios- como una novela, sino como esas “pastillas vitaminas” que pueden ayudar a fortalecer y a sentirse mejores. Un par de páginas de este luminoso y silencioso libro pueden hacer un gran bien. 

Juan Vaccari: autobiografía y diario


            El 50 aniversario de la muerte del hermano Juan Vaccari, religioso guaneliano, (Sanguinetto, 1913 – Aguilar de Campoo, 1971) me ha llevado a leer el libro que contiene su breve Autobiografía y su Diario espiritual. Como lector, no soy objetivo con este libro. Conocí personalmente a Juan Vaccari, cuando yo era un alumno interno y él un educador en el Colegio San José, de Aguilar de Campoo. Y desde entonces, lo considero uno de mis “maestros”. La vida del hermano Juan resulta, humanamente, fascinante; espiritualmente, iluminadora. De humilde cocinero en los años de la Segunda Guerra Mundial pasó a los salones palaciegos de un cardenal en Roma. Y de ahí a recorrer carreteras por pueblos y parroquias buscando alumnos para el Colegio de Aguilar. Murió joven, pero dejó en herencia una vida íntegra, alegre y servicial. Abrió una senda que puede ser imitada y andada. Era tan buena gente que, incluso un niño de 12 años, como era mi caso, supo hace cincuenta años que el hermano Juan era un santo.


domingo, 26 de diciembre de 2021

El misterio de la alegría


En vísperas de Navidad llegan decenas y decenas de felicitaciones, en forma de textos, fotos o vídeos. Felicitaciones simpáticas, pensantes, hermosas, repetitivas, empalagosas, profundas, graciosas, anodinas. E incluso de mal gusto. Algunas nos tocan la fibra sensible, porque el remitente es alguien al que queremos, o lo contrario: alguien del que nos habíamos distanciado, y nos parece que su felicitación lleva la rúbrica del acercamiento..

                Algunos de mis amigos me han felicitado la “Navidad”, haciendo hincapié en el mensaje de Jesús, cuyo nacimiento dio origen a la Navidad y dividió la historia en un antes y en un después. Otros amigos míos me han felicitado las “Fiestas”, que es una moda que va ganando adeptos entre los occidentales, ya que la Navidad les suena a hecho religioso, y en cambio las ‘Fiestas’ les parece algo más laico.

                Como de todos es sabido, en Europa no hay problemas. O los pequeños contratiempos son apenas insignificantes: pandemia, colapso sanitario, migraciones, paro, subida desorbitada de los precios, especialmente de los carburantes, brexit, un populismo creciente, una revisionismo histórico, una falta de confianza en el futuro, una desmoralización, un envejecimiento de la población, una caída abrupta de la natalidad, una pérdida de derechos laborales, un invierno salarial, un desprecio creciente por la historia y las raíces, un independentismo decimonónico y un patrioterismo exaltado… En fin, lo que decía, que como no existen apenas problemas serios en el Viejo Continente, la Comisión Europea, una élite con sueldos estelares y privilegios dorados, encargó sesudos estudios y preparó abultados documentos para que se cancelase del lenguaje de los países miembros expresiones como “Feliz Navidad, Nacimiento de Jesús, Natividad del Salvador”… y otras expresiones afines que se refieren a lo narrado por los evangelistas, a lo ilustrado por los artistas, a lo cantado por los poetas, a lo más estimado por generaciones de europeos: la Navidad. Parece ser que una sociedad laica y progresista exige, para no ofender a nadie, que se haga tabla rasa de la historia, de las creencias religiosas y de la cultura cristiana. La Comisión Europea, compuesta por 27 comisarios, todos ellos, por lo visto, importantes e inteligentes, y en la que trabajan más de treinta y dos mil funcionarios, todos ellos la crème de la crème  funcionaril, habían pensado, durante debates y más debates, que ya era hora de suprimir la Navidad y dar a luz a las Fiestas. Parece ser que, al final, entre los 27 comisarios o entre los 32.000 funcionarios, hubo algún sensato que se atrevió a parar (por ahora) este disparate, todo este tinglado que pensaban concretar con un  reglamento, directiva, decisión, dictamen o recomendación.

                ¿Por qué asusta tanto la palabra Navidad, para que desde hace años, políticos, grupos bien organizados, medios de comunicación estén dando batalla para eliminar del lenguaje cualquier referencia a los inicios del cristianismo? No lo sé muy bien. Como no soy experto, ni funcionario de élite en la Comisión Europea, probablemente no acierte y me pase el artículo dando palos de ciego.

                En una de las felicitaciones que recibí venía escrita una frase del teólogo de la liberación Leonardo Boff: “Los niños quieren ser hombres. Los hombres quieren ser reyes. Los reyes quieren ser dioses. En cambio, Dios quiere ser Niño”. Y probablemente esta filosofía sea la que temen y por la que entran en pánico.

                El misterio nos invita a aceptar lo incomprensible para comprenderlo todo. Y para esto hace falta una dosis grande de humildad. Y también una buena dosis de sentirse poco importantes.

                La Navidad asusta y se la teme porque va directamente al corazón del ser humano en sus múltiples situaciones de vulnerabilidad. La Navidad pone patas arriba nuestro mundo y lo pone literalmente: “Derriba del trono a los poderosos / enaltece a los humildes / a los hambrientos los colma de bienes / a los ricos los despide vacíos”.

Lo que sobresaltó a Herodes, cuando los Magos le consultaron dónde iba a nacer el Mesías, es que otro ‘rey’ le usurpase su trono y le ‘okupase’ su palacio. Tembló Herodes y ahora tiemblan los nuevos herodes, de Bruxelas o de la Moncloa, de la Plaza Roja, de la Casa Blanca o de Tiannamen, me da igual. Lo que desbarata este mundo y desquicia su milenaria historia es que la vida, la luz, la sabiduría y el mañana nacen “ex Maria virgine”, de una doncella esclava. El semen y el falo, que han creado todos los imperios de mundo, con toda su bruticie, su sangre y sus asesinatos, no cuentan nada, absolutamente nada, en la Natividad del Señor.

Los cristianos no deberían doblegarse ante ningún “señor de este mundo”, sólo ante un Niño recostado en un pesebre. Los cristianos saben que en el ‘portal de Belén’ sólo caben los pastores, pobres, ignorantes, crédulos. Capaces de compartir un poco de requesón, de miel, de vellón de lana o de tambor, como cantan bellamente los villancicos. Los pastores, en la sencillez de su corazón, en la pobreza de su hogar, en su existencia a la intemperie, poseen un alma capaz de esperar una “buena noticia” y de aceptar el misterio.  Y cuando se encuentran con la buena noticia, no tienen empacho en reconocerla y adorarla.

                Por eso, los pastores creen la buena noticia de los ángeles, porque la esperan. ¿Qué buena noticia pueden esperar los poderosos, los influyentes, los soberbios y los ricos? ¿Acaso que suba la cotización en bolsa? ¿Acaso que tienen mesa reservada en un restaurante de estrella Michelin? ¿Acaso que el yate de bastantes metros de eslora se podrá botar el próximo verano? ¿Acaso que han añadido 5 hoyos más a su campo de golf? ¿Y qué buena noticia puede esperar a quien le corroe la envidia, acaso el chalet del vecino?  ¿Y a quien le puede la lujuria, acaso una amante más de piel exótica? ¿Y a quién le domina el poder, acaso un ministerio en el próximo gobierno? ¿Y a quien le esclaviza la ira, acaso un par de muertos más?

¿Sólo los que se saben pobres y humildes pueden esperar buena noticias?  No, también los sabios (que es el verdadero nombre de los Magos). Los sabios son los buscadores de la verdad, la bondad y la belleza. No hacen caso ni a ideologías, ni a filosofías, ni a teologías, ni a sistemas, ni a credos políticos. Ellos son los hombres y mujeres que sienten sed de absoluto. Y por ello, cuando barruntan la verdad verdadera, la belleza bella y la bondad bondadosa no dudan en ponerse en camino, abandonar sus seguridades, desinstalarse de su confort y ofrecer todo lo que tienen y poseen (he ahí el significado de los cofres de oro, incienso y mirra).  Y por ello, rodilla en tierra, no se avergüenzan de adorar al Niño.

La Comisión Europea y con ella tantos y tantos europeos no odian la palabra Navidad, ni la palabra Jesús, ni siquiera luchan por un mundo más laico y por un respeto más amplio a la diversidad. Ellos simplemente odian el mensaje de la Navidad: Dios se ha hecho pobre carne humana, para que “adoremos” esa carne humana cuando es pobre, frágil, insignificante, llena de heridas, con las marcas de la lepra, con las marcas del paro o de la migración, de la enfermedad o de la discapacidad.

Ese es el mensaje que tanto terror causa en esta Europa sin norte y sin rumbo, en tantos ciudadanos autosatisfechos con su religión de chalet pareado, una semana de vacaciones, un plato gourmet, una cana al aire al trimestre, una entrada en el Camp Nou y el acceso a Netflix, HBO y Amazon. Se llaman a sí mismos agnósticos y ateos, ¿pero no son ellos -y todos nosotros- pequeños esclavos de cien religiones baratas y con fecha de caducidad?

Y vuelvo al principio donde empecé: las felicitaciones navideñas. Una de ellas me ha llegado más que repetida. Como muchos de mis amigos conocen mi cercanía a lo africano, me ha llovido esta felicitación, hasta diecisiete veces.  En una aldea africana, se escucha el villancico “Feliz Navidad”. Y de repente empieza la locura. Los niños de todo el poblado se ponen a cantar y a bailar, con esa gracia y ese salero que sólo los niños africanos, de piel de ébano y sonrisa de impoluto esmalte, saben.  Dos palos sirven de baquetas para una batería hecha de cubos. Un palo de bambú unido una botella de plástico sirve de micrófono. Una tabla de madera hace de teclado. Una botella atada a una cuerda es una guitarra eléctrica de última generación.

Niños descalzos o en chanclas, con sus camisetas y pantalones de todas las “segundas manos del mundo” están ahí: felices de ser felices. Bailan con sus manos, sus piernas, sus pies, sus brazos, sus cabezas, sus dentaduras y sus ojos. Su alegría no parece caber en este mundo. Y esa alegría infantil es difícil de encontrar en una escuela europea, en un parque temático, en un gran centro comercial, ante montones de cajas que guardan montones de juguetes, en una mesa cargada de delicatessen

¿Son pobres realmente estos niños? No me atrevería a afirmarlo. Sé que sonríen, bailan cantan, están alegres, se divierten y que, al menos en este momento, se muestran felices.

Siempre que veo una imagen de “niños pobres” enlazada a una imagen de alegría, surgen en mí varias preguntas: ¿Qué es la pobreza? ¿Qué es la riqueza? ¿Por qué se puede ser feliz con poco? ¿Por qué se puede ser desgraciado con mucho? ¿Por qué la tristeza? ¿Por qué la alegría? Lo dejo ahí, por si alguien quiere seguir reflexionando.

Lo cierto es que estos niños están más cerca de Belén que casi todos nosotros con nuestras ciudades bellamente iluminadas, con nuestros reyes magos desfilando por las calles, con nuestros juguetes y nuestro perfume de París, con nuestros mazapanes, nuestro lechazo, nuestro champán o nuestras misas del gallo.

Fuere como fuere, me gustaría desear a los que leen este blog y a todos mis amigos que la Navidad os conceda el don más importante en estas fechas y siempre: el don de la alegría. Porque solo entonces sabremos –vosotros y yo- lo que significa la ‘Navidad’.







A destacar

Una temporada en el infierno

            En una estación de París, desciende un joven de 16 años, cuerpo atlético, pelo alborotado y ojos azules. Se llama Arthur Rimbaud...

Lo más visto: