Dos capítulos me han llamado la atención del
libro de José Mª Mendiluce, El amor armado, el dedicado a Nicaragua, recién
estrenada la revolución sandinista, y el que cuenta el cerco de Sarajevo dentro
de la guerra de la antigua Yugoslavia.
Para Mendiluce, la revolución sandinista quiso
aunar lo mejor del comunismo y lo mejor del cristianismo, pero ni la revolución
era buena para los comunistas, ni era buena para los cristianos. Desde
Honduras, EEUU hostigó a los sandinistas mediante la Contra. Es éste uno de los
episodios más dramáticos de esa ingerencia norteamericana en todos los asuntos
de hispanoamérica. Mendiluce dedica unas páginas a la visita polémica que Juan
Pablo II realizó a Nicaragua. Mendiluce dice que tanto el Gobierno como el
pueblo nicaragüense estaban bienintencionados respecto a la visita de Wotyla,
pero que desde su llegada al aeropuerto Juan Pablo II regañó a los ministros
sacerdotes. El clima se fue enrareciendo y durante la misa central, el pueblo
empezó a corear consignas de paz que crisparon los nervios a los vaticanistas y
a Occidente.
El amor
armado es un
libro de recuerdos de José Mª Mendiluce (para el autor este era su libro más
querido) en su papel de mediador como alto representante de ACNUR en conflictos
como Angola, Nicaragua, el Kurdistán, Bosnia, Guatemala, etc. Mendiluce tiene
un tono más aventurero cuando habla de su estancia en África, quizás era más
joven. Pero el tono del libro adquiere tintes dramáticos, de clara denuncia en
el caso de Sarajevo. La pasividad occidental, la incapacidad de las fuerzas de
la Onu, la equidistancia de los políticos que hablaban de conflicto armado en
lugar de limpieza étnica por parte de los serbios respecto a los bosnios, el
pacifismo tontorrón de quien lanza consignas de buen tono mientras los armados
reparten tiros, obuses y violaciones a diestro y siniestro. El pacifismo de los
que dicen que no les gusta el odio como si eso bastase para que desapareciera.
De los que predican una cultura de la paz, del desarme, pero no parecen darse
cuenta de que entretanto se mata, se viola, se destruye.
Si queremos sobrevivir en nuestro derecho a ser
como somos, tendremos que entender que en tiempos de guerra y de conflictos,
sólo cabe un pacifismo beligerante para defendernos de los que nos odian,
mientras seguimos tratando de construir una cultura de la paz, de la
tolerancia, una cultura positiva de la diversidad.
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