miércoles, 24 de febrero de 2016

Sobre abuelos y perros



    Cada mañana y también cada tarde y cada noche también, los abuelos de este país llevan a sus nietos a la guardería o al colegio, les van a buscar, les preparan la comida, juegan con ellos en el parque, les bañan, les cosen el babi o el pantalón roto, les entretienen, duermen o lo que haga falta. En muchas ocasiones, veo a abuelos corriendo jadeantes detrás de algún nietecillo díscolo o desobediente o arrastrando con sus menguadas fuerzas el carrito con el bebé o la cartera panzuda de libros del colegial.
    Cada tarde, los nietos, ya crecidos y jovencitos, pasean a sus perros, acarician a sus perros, hacen monerías a sus perros, recogen sus cacas de la acera o les llevan amorosamente al veterinario.
    Se echa de menos a los adolescentes o a los jóvenes pasear a sus abuelos, que, cuando ellos eran unos niños, tantas horas, desvelos y sacrificios les dedicaron. Pero no, no se ven jóvenes paseando a sus abuelos, tomando con ellos un café en una terraza, dándoles palique o acompañándoles al médico, o a la tienda a elegir una bufanda nueva.
    Es algo bien triste. Una de las mayores tristezas que suceden en la ciudad que vivo, y probablemente en el mundo que vivo. Los abuelos pasean a sus nietos y estos, cuando crecen, pasean a los perros.

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