jueves, 18 de febrero de 2016

El abrazo de la Habana




    El abrazo entre el Papa Francisco y el Patriarca de todas las Rusias, Kiril, en la ciudad de la Habana, el pasado 12 de febrero, me parece a mí que es una buena noticia. Ya sé que en un mundo desacralizado como es el nuestro, esta noticia ‘religiosa’ se ha visto muy relegada en la información. Ha ocupado menos primeras páginas que el último gol de Ronaldo o la ola de frío.
En un mundo en que las religiones están bajo sospecha (el islamismo, sobre todo, pero también el resto), este puente creado por un abrazo histórico entre ‘dos hermanos separados’, después de mil años de distanciamiento, es una primavera, un rayo de sol en medio de los negros nubarrones.
 

    “El Gran Cisma es – explica el profesor José Antonio Molero en un interesante artículo-  la separación del papa y la cristiandad de Occidente, de la cristiandad de Oriente y sus patriarcas, en especial, del Patriarca Ecuménico de Constantinopla. El distanciamiento entre ambas Iglesias comienza a gestarse desde el momento mismo en que el emperador Constantino el Grande decide trasladar, en el 313 d.C., la capital del Imperio romano de Roma a Constantinopla; se inicia, prácticamente, cuando Teodosio el Grande divide a su muerte (395) el Imperio en dos partes entre sus hijos: Honorio, que es reconocido emperador de Occidente, y Arcadio, de Oriente; deja notarse a partir de la caída del Imperio occidental ante los pueblos bárbaros del Norte en el 476; se agudiza en el siglo IX por Focio, patriarca de Constantinopla, y se consuma definitivamente en el siglo XI con Miguel I Cerulario, también patriarca de Constantinopla. Miguel I Cerulario y la separación definitiva”. Miguel I Cerulario (ha. 1000 - 1059) fue hombre altivo, prepotente y ambicioso, de poca formación intelectual, pero lleno de odio contra la Iglesia romana. Elevado a la Sede Patriarcal de Constantinopla en 1043, su ministerio coincidiría con el del papa León IX, y ambos consumarían el cisma que se venía gestando entre ambas Iglesias. Su enfrentamiento con Roma se inicia en 1051, cuando, tras acusar de herejía judaica a la Iglesia romana por utilizar pan ácimo en la Eucaristía, ordena que se cerrasen todas las iglesias de rito latino en Constantinopla que no adoptaran el rito griego, se apodera de todos los monasterios dependientes de Roma y arroja de ellos a todos los monjes que obedecían al Papa, y dirige una carta al clero en la que renovaba todas las antiguas acusaciones contra las dignidades eclesiásticas occidentales. En el año 1054, el papa León IX envió a Constantinopla una legación encabezada por el cardenal Humberto de Silva y los arzobispos Federico de Lorena y Pedro de Amalfi, portando un escrito en el que se conminaba a Cerulario a la retractación de algunos aspectos en conflicto y un decreto de excomunión en caso de que éste se negase a ello, pero el patriarca se negó a recibirlos y tratar con ellos.     Ante esta actitud, los legados papales publicaron su “Diálogo entre un romano y un constantinopolitano”, plagado de burlas contra las costumbres griegas, y, el 16 de julio de 1054, depositaron la bula de excomunión en el altar mayor de la iglesia de Santa Sofía, en Bizancio (antes Constantinopla), y abandonaron la ciudad de inmediato. Unos días después, el 24 de julio, el patriarca Miguel I Cerulario quemaba públicamente la bula papal y excomulgaba al cardenal Humberto y a su séquito. El cisma entre ambas Iglesias, que aún se perpetúa, se había consumado. Con todo, aunque el inicio del Gran Cisma queda fechado en la Historia a partir del papado de León IX, no son pocos los investigadores que cuestionan la trascendencia de estos hechos en la efectiva separación de ambas Iglesias, pues, por una parte, cuando la excomunión recíproca tuvo lugar, León IX ya había muerto, lo que implica que cualquier actuación llevada a cabo por el cardenal Humberto carecía ya de validez como legado papal, y, por otra, las excomuniones afectaban a individuos, no a Iglesias. Desde aquel instante hasta la actualidad, ambas se denominan a sí mismas Iglesia Católica Romana e Iglesia Católica Ortodoxa y reivindican también la exclusividad de la fórmula “Una, Santa, Católica y Apostólica”, al tiempo que cada una se considera como la única heredera legítima de la Iglesia primitiva fundada por Cristo y atribuye a la otra el “haber abandonado a la Iglesia verdadera”.


    En un mundo convulso y violento, las religiones están llamadas a desempeñar un papel de mediación, de conciliación y de entendimiento. Las religiones siempre han sabido llegar al corazón del hombre, tocarlo y transformarlo. En esta hora histórica, pueden jugar un papel importantísimo en la búsqueda de la paz entre los hombres y los pueblos. Este encuentro, muy deseado desde los tiempos del Concilio Vaticano II, abre un camino de confianza para los cristianos de buena voluntad. Las diferencias teológicas, doctrinales, litúrgicas o de carácter disciplinar, no pueden hacernos olvidar las cosas que unen a católicos y a ortodoxos, es decir, la fe en una persona, Jesús, que vino a traer una palabra de misericordia y un gesto de amor a cualquier ser humano, a todos los seres humanos.

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