El abrazo entre el
Papa Francisco y el Patriarca de todas las Rusias, Kiril, en la ciudad de la
Habana, el pasado 12 de febrero, me parece a mí que es una buena noticia. Ya sé
que en un mundo desacralizado como es el nuestro, esta noticia ‘religiosa’ se
ha visto muy relegada en la información. Ha ocupado menos primeras páginas que
el último gol de Ronaldo o la ola de frío.
En un mundo en que
las religiones están bajo sospecha (el islamismo, sobre todo, pero también el
resto), este puente creado por un abrazo histórico entre ‘dos hermanos
separados’, después de mil años de distanciamiento, es una primavera, un rayo
de sol en medio de los negros nubarrones.
“El Gran Cisma es –
explica el profesor José Antonio Molero en un interesante artículo- la separación del papa y la cristiandad de Occidente, de la
cristiandad de Oriente y sus patriarcas, en especial, del Patriarca Ecuménico
de Constantinopla. El distanciamiento entre ambas Iglesias comienza a gestarse
desde el momento mismo en que el emperador Constantino el Grande decide
trasladar, en el 313 d.C., la capital del Imperio romano de Roma a Constantinopla;
se inicia, prácticamente, cuando Teodosio el Grande divide a su muerte (395) el
Imperio en dos partes entre sus hijos: Honorio, que es reconocido emperador de
Occidente, y Arcadio, de Oriente; deja notarse a partir de la caída del Imperio
occidental ante los pueblos bárbaros del Norte en el 476; se agudiza en el
siglo IX por Focio, patriarca de Constantinopla, y se consuma definitivamente
en el siglo XI con Miguel I Cerulario, también patriarca de Constantinopla. Miguel
I Cerulario y la separación definitiva”. Miguel I Cerulario
(ha. 1000 - 1059) fue hombre altivo, prepotente y ambicioso, de poca formación
intelectual, pero lleno de odio contra la Iglesia romana. Elevado a la Sede
Patriarcal de Constantinopla en 1043, su ministerio coincidiría con el del papa
León IX, y ambos consumarían el cisma que se venía gestando entre ambas
Iglesias. Su enfrentamiento con Roma se inicia en 1051,
cuando, tras acusar de herejía judaica a la Iglesia romana por utilizar pan
ácimo en la Eucaristía, ordena que se cerrasen todas las iglesias de rito
latino en Constantinopla que no adoptaran el rito griego, se apodera de todos
los monasterios dependientes de Roma y arroja de ellos a todos los monjes que
obedecían al Papa, y dirige una carta al clero en la que renovaba todas las
antiguas acusaciones contra las dignidades eclesiásticas occidentales. En el año 1054, el papa León IX envió a
Constantinopla una legación encabezada por el cardenal Humberto de Silva y los
arzobispos Federico de Lorena y Pedro de Amalfi, portando un escrito en el que
se conminaba a Cerulario a la retractación de algunos aspectos en conflicto y
un decreto de excomunión en caso de que éste se negase a ello, pero el
patriarca se negó a recibirlos y tratar con ellos. Ante esta actitud, los legados
papales publicaron su “Diálogo entre un romano y un constantinopolitano”,
plagado de burlas contra las costumbres griegas, y, el 16 de julio de 1054,
depositaron la bula de excomunión en el altar mayor de la iglesia de Santa
Sofía, en Bizancio (antes Constantinopla), y abandonaron la ciudad de
inmediato. Unos días después,
el 24 de julio, el patriarca Miguel I Cerulario quemaba públicamente la bula
papal y excomulgaba al cardenal Humberto y a su séquito. El cisma entre ambas
Iglesias, que aún se perpetúa, se había consumado. Con todo, aunque el inicio
del Gran Cisma queda fechado en la Historia a partir del papado de León IX, no
son pocos los investigadores que cuestionan la trascendencia de estos hechos en
la efectiva separación de ambas Iglesias, pues, por una parte, cuando la
excomunión recíproca tuvo lugar, León IX ya había muerto, lo que implica que
cualquier actuación llevada a cabo por el cardenal Humberto carecía ya de
validez como legado papal, y, por otra, las excomuniones afectaban a individuos,
no a Iglesias. Desde aquel instante
hasta la actualidad, ambas se denominan a sí mismas Iglesia Católica Romana e
Iglesia Católica Ortodoxa y reivindican también la exclusividad de la fórmula
“Una, Santa, Católica y Apostólica”, al tiempo que cada una se considera como
la única heredera legítima de la Iglesia primitiva fundada por Cristo y
atribuye a la otra el “haber abandonado a la Iglesia verdadera”.
En un mundo convulso
y violento, las religiones están llamadas a desempeñar un papel de mediación,
de conciliación y de entendimiento. Las religiones siempre han sabido llegar al
corazón del hombre, tocarlo y transformarlo. En esta hora histórica, pueden
jugar un papel importantísimo en la búsqueda de la paz entre los hombres y los
pueblos. Este encuentro, muy deseado desde los tiempos del Concilio Vaticano
II, abre un camino de confianza para los cristianos de buena voluntad. Las
diferencias teológicas, doctrinales, litúrgicas o de carácter disciplinar, no
pueden hacernos olvidar las cosas que unen a católicos y a ortodoxos, es decir,
la fe en una persona, Jesús, que vino a traer una palabra de misericordia y un
gesto de amor a cualquier ser humano, a todos los seres humanos.
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