A veces
conviene ir a lo desconocido, por el placer de ver algo que nunca habíamos
visto antes. Me sucedió hace unos días en una visita a Madrid, me acerqué al
Palacio de Velázquez para ver la obra del polaco Andreij Wróblewski, un artista
del que yo nunca había oído hablar.
Toda su
obra se reduce a un periodo de 10 años, desde 1948 a 1957, fecha en la que
encontraría la muerte mientras hacía una excursión en solitario por los montes
Tatras de su tierra natal. ¿Recordaría
entonces aquel día en que los soldados alemanes entraron en su casa y brutalmente
la saquearon, lo que provocó que su padre muriera pocas horas después, de la impresión
y de la humillación?
En Polonia,
Wróblewski es considerado uno de los grandes artistas de después de la Guerra.
Murió a los 29 años y dejó atrás 150 pinturas y cientos de dibujos, además de
muchos artículos sobre arte.
Wróblewski
se inició en la pintura abstracta, para después compaginar ésta con la pintura
figurativa, fuertemente auspiciada por la Unión Soviética a través de su ‘realismo
social’. Muchas de sus escenas reflejan la persecución de los polacos por parte
de los nazis, una experiencia que marcaría a fuego el alma polaca: las escenas
de ejecuciones en las calles se grabarían para siempre en su memoria. En sus
pinturas, la muerte está muy presente, a la que representa siempre con el color
azul. Muchos de sus cuadros están pintados por ambas caras, de ahí el título de
esta exposición madrileña ‘Verso-Reverso”.
Me llama la
atención el cuadro Madre con hijo muerto y también La colada o La sala de
espera. Inquietante pintura la de Wróblewski, y sin embargo fascinante. Hay denuncia en sus obras, pero también esperanza, una resignada
esperanza, como nos muestra ese cuadro suyo titulado Los amantes.
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