Lo ocurrido hace unos días en Ceuta no puede ser
considerado como una crisis migratoria o una crisis humanitaria. Sería mejor
hablar de crisis diplomática que ha traído como consecuencia una crisis humanitaria
que, a su vez, ha afectado especialmente a miles de menores marroquíes.
Como suele suceder en este país, los medios de
comunicación van de un extremo a otro extremo. Se echan en falta los análisis
moderados y las matizaciones. Matizar debería ser un verbo que aprendiésemos
bien en esta piel de toro de blancos explosivos y negros contundentes.
Un periodista ceutí, Carlos Antón Torregrosa, en su
artículo “Los nadie”, escribía: “Atónitos,
vimos las calles repletas de seres humanos, vestidos con bañadores y camisetas,
mojados, caminando con chanchas (…). Deambulaban sin rumbo, en un ir y venir,
en un arriba y abajo; se dirigían a ninguna parte, a ningún punto concreto, a
ningún sitio, pero sus ojos reflejaban una esperanza difuminada por la
incertidumbre”… “El Rey de nuestros vecinos, desde sus palacios, utilizó a sus
súbditos como si fueran bombas, escudos, humanos, escoria. Volvió a venderles
la esperanza en un tocomocho…”
Esta crisis diplomática ha dejado al descubierto
varias cosas.
La catadura moral del país vecino, con su rey Mohamed
al frente, capaz de alentar a los más pobres de la zona a cruzar el paso del Tarajal,
aun sabiendo que estaban destinados a ser devueltos en ‘caliente’, porque eso
es lo que marca el protocolo bilateral, pero sobre todo por utilizar a los
menores, a los que se sacó de las escuelas para que fuesen a “correrse una aventura a nado” y, de
paso, “ver a Cristiano Ronaldo que estaba
jugando partidos en Ceuta”.
El secuestro por parte de Marruecos de centenares de
niños debería constar en los manuales de inhumanidad. Muchos de ellos,
especialmente los más pequeños, una hora después de llegar a Ceuta ya pedían
llorando volver con sus familias. Algunas padre ni sabían que sus hijos habían
cruzado la frontera, mientras que otras familias, manipuladas y adoctrinadas
por un país que dista mucho de la democracia, insensatamente les permitieron la
travesía. Me resulta difícil creer que una madre marroquí aliente a su pequeño
a irse a otro país y exponerle a un futuro incierto y tal vez a no verle nunca
más. ¿Pensáis acaso que algún hijo de un general, un diplomático o un ministro
marroquí ha alentado a su hijo a cruzar hasta Ceuta?
El admirable comportamiento de la Cruz Roja, las
Ongd’s de asistencia a los migrantes, las Fuerzas de Seguridad y el Ejército
que intentaron ayudar en casos desesperados y salvar a algunos de un
ahogamiento seguro. Solo la profesionalidad de unos y otros hizo posible que, dadas
las sucesivas avalanchas, no ocurriera nada trágico que lamentar. Por cierto, algunos
partidos, tradicionalmente tan alérgicos al Ejército, tienen una facilidad sorprendente
en servirse de él para las tareas más comprometidas y menos atractivas: lo
vinos en la pandemia, cuando se les llegó a encomendar hasta el traslado de los
muertos desde los hospitales, y lo hemos visto ahora en Ceuta. Esta crisis
diplomática la reconoceremos en el futuro por dos fotos: la voluntaria Luna, de
la Cruz Roja, consolando a un senegalés, Abdou, exhausto y desorientado y el
salvamento de una madre y su bebé llevados a cabo por Juanfran Valle, un
submarinista de la Guardia Civil.
Los excesos verbales de los partidos políticos, de
izquierda y de derecha, exaltando lo peor de un lado y de otro, creando
confusión, alentando el escándalo, uniendo miserablemente el episodio de la
crisis provocada por Marruecos con el fenómeno mucho más amplio y complejo de
la migración africana. O bien haciendo declaraciones buenistas o negando
legitimidad a España sobre esas dos plazas. Se hace un flaco favor a la
convivencia cuando se mezcla todo en un río revuelto. Hay muchos migrantes que
llegan aquí porque los necesitamos en los trabajos que los españoles ya no
queremos hacer. Hay otros que vienen huyendo, no solo de la pobreza, también de
la violencia, la guerra y la discriminación. Y que lo hacen buscando un futuro
mejor, mediante la formación y el trabajo. Otra cosa muy distinta ha sido esta
avalancha pensada y ejecutada por las autoridades marroquíes.
Marruecos se sabe fuerte porque cuenta con el apoyo de
Estados Unidos (por una especie de punta de lanza que Tío Sam tiene en este país
del Magreb) y con el coqueteo largo de Francia. Pero Marruecos es un exponente
claro de lo que es un país con posibilidades y recursos mal aprovechados por
una oligarquía pequeña que vive en la opulencia y una mayoría ignorante,
manipulada y sumisa a la que se condena a la pobreza y a la migración o a la
que se promete un Marruecos grande bajo la monarquía alauita, bastante poco
ejemplarizante; basta seguir un poco el curriculum de su titular Mohamed VI.
No podemos negar, sin embargo que Marruecos, al igual
que Turquía en el otro frente europeo, actúan de cancerberos o guardianes del
paraíso que llamamos aún Europa, y que por esta labor ingrata reciben miles de
millones. Esto también hay que decirlo. Como hay que decir que ambos países no
son un dechado de ética y que, por lo tanto, no sabemos si este “sueldo extra” que
reciben sirve a los intereses de los gobernantes o a la mejora de las
condiciones sociales del pueblo. Hay que
decir, asimismo, que las remesas que periódicamente envían los migrantes a sus
familias suponen un buen pellizco en el balance económico anual de Turquía y de
Marruecos. De vez en cuando, estos dos países musulmanes chantajean a los
señores de Europa con “avalanchas” y con abrir de par en par las puertas. ¿Y
quién paga el pato? Pues los de siempre, los pobres. En el caso de Turquía,
miles de refugiados quedaron –y quedan aún- en una tierra de nadie, azotados
por el invierno y el verano. En el caso de Ceuta, miles de niños convertidos en
prisioneros en tierra de nadie. Y así hasta que la razón y la sensatez
aparezcan de nuevo en la playa del Tarajal.
Por todo lo dicho anteriormente, es hora de matices y
de matizaciones. Cada problema admite muchos puntos de vista. Y cada libro,
muchas lecturas. Y cada realidad, muchas interpretaciones y glosas.
Pero independientemente de los diversos matices y
puntos de vista, en algo estaremos de acuerdo todos: los platos rotos los pagan
los más pobres y los más vulnerables.
Carlos Antón, en su escrito arriba mencionado, recordaba también este hermoso
y triste poema de Eduardo Galeano:
Los nadie, los hijos de nadie, los dueños de nada.
Que no son, aunque sean.
Que no hablan idiomas, sino dialectos.
Que no profesan religiones, sino supersticiones.
Que no hacen arte, sino artesanía.
Que no practican cultura, sino flolklore.
Que no son seres humanos, sino recursos humanos.
Que no tienen cara, sino brazos.
Que no tienen nombre, sino número.
Que no figuran en la Historia Universal, sino en la crónica roja de la
prensa local.
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