En pos de palabras
muertas
En
los últimos años, cada vez que este pasaje evangélico es proclamado o cada vez
que lo leo, tengo la sensación de que la pregunta de Jesús “¿También vosotros queréis iros?” la dirige Jesús a los últimos
europeos creyentes, en este tiempo de deserciones masivas, y abandonos
multitudinarios.
El
realismo de Jesús es grande. Él no se hacía ilusiones sobre el comportamiento
de los hombres. Sabía de qué barro inconstante estaba formado el corazón.
Presentía que la fe abandonaría a sus fieles y que la exigencia de su mensaje
impulsaría a otros muchos a extraviarse del
camino emprendido. También la traición más ruin habitaría en medio de
los elegidos.
Y
sin embargo, él había venido al mundo para ofrecer a los hombres un Dios de
amor. Y se apenaba cada vez que este don era rechazado. Así que, contristado,
les pregunta: “¿También vosotros queréis iros? ¿También vosotros, a los que os
tengo como amigos y hermanos, a los que he entregado mi corazón, que habéis
sido testigos de mis palabras y de mis hechos?
Y
Pedro, impetuoso pero certero esta vez, contesta: “¿A quién iremos? Tú tienes
palabras de vida eterna”.
Son
legión los que en las últimas décadas han abandonado el cristianismo, sobre
todo en Europa. Unos por rabia, por despecho, por haber chocado con una Iglesia
exigente y poco humana. Otros, por cansancio, por pereza, por indiferencia, han
abandonado poco a poco, o de repente, la compañía de Jesús. Pero los más, lo
han hecho en pos de otros dioses y de otros ídolos. Han corrido en busca de
religiones que les ofrecieran un exotismo colorista, o un sincretismo facilón o
una moral de manga ancha. Se han dejado arrastrar por los becerros de oro.
Fascinados por los ídolos de nuestro tiempo y de todos los tiempos: el yo antes
que el nosotros. Como abejas de flor en flor han picado aquí y allá. O como
clientes de un supermercado bien abastecido han atiborrado la cesta de la
compra con productos espirituales y místicos de todas las creencias.
Alejándose
de Dios, se autodefinían como ateos, pero no sabían que, en realidad, eran
politeístas. Cortando los vínculos con el cristianismo de sus padres y de su
comunidad, han caído en las redes de las sirenas de cada mar que ofrecen
bienestar supremo, paraísos en la tierra, religión low cost a precio de saldos, gangas de productos espirituales con
solo alzar los ojos y pronunciar sílabas mágicas y mantras de presunta
eficacia. Han abandonado las palabras eternas por verborrea que al amanecer
florece y por la tarde ya está seca. Han creído que bastaba con abandonar el
cristianismo para sentirse libres de preceptos, de normas y de mandamientos. Y
las cosas materiales, las ideologías, las tendencias, las modas los han
convertido en títeres manejados por quien maneja los hilos de cada momento.
¿A
quién iremos? Es una buena pregunta para los tiempos de bajón y de desamparo,
para los tiempos de desencanto o de enfado. Para los tiempos en los que estamos
tentados, por los motivos que sean, de abandonar el grupo de Jesús, y largarnos
en busca de la libertad y de experiencias.
Las
experiencias es lo que nos venden como la solución a todos los problemas y para
todas las necesidades. Experiencias gastronómicas, viajeras, enológicas, de
belleza y cosmética, de música o de senderismo, de lugares exóticos, de templos.
Experiencias de silencio o de atronadora música, experiencias rituales, de lujo
o de pobreza, de sexo y de sustancias psicotrópicas. Nos prometen la luna y el
sol con cada experiencia nueva, a módicos precios o a precios impagables.
La
tentación de irse y de largarse para vivir experiencias, sin amarras, en total
libertad y con un seguro a todo riesgo de bienestar absoluto, siempre estará
ahí y acechará nuestro corazón.
Mis
pies también se han ido muchas veces en pos de palabras muertas. Y lo único que
han encontrado ha sido el hastío y el aburrimiento. Detrás de cada experiencia
había el hartazgo y el tedio. Que esto no lo olvide nunca. Y sólo me cabe pedir
a Dios, cada vez que me aleje, lo que escribió Enmanuel Carrére cuando abandonó
el catolicismo: “Te abandono, Señor, pero
tú no me abandones”.
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