viernes, 6 de julio de 2018

¿Qué deben estudiar las universitarias?




 


En España, las universitarias sobrepasan en número a los universitarios. Y las estadísticas dicen también que con mayor provecho y mejores resultados, en general. Pero ahora a los mandamases del país y a los medios de comunicación, ambos rehenes de lo políticamente correcto, que es la más correcta de las inquisiciones, dicen, advierten, anhelan, hacen gestiones para que las mujeres no estudien solo carreras de letras, o de la rama sanitaria, o idiomas, o magisterio, sino que animan y empujan a las mujeres a estudiar carreras de ciencia y tecnología. ¿Cómo es posible, nos adoctrinan todos los días, que en España haya tan pocas científicas, tan pocas ingenieras, tan pocas informáticas, tan pocas mujeres en el campo de la tecnología y de la investigación? Pues no lo sé. No creo que a ninguna mujer que va a la facultad, por ejemplo de ingeniería industrial, se le ponga una pega, se le eche la zancadilla, se le lave la cabeza o se le convenza de que no elija esa facultad. Hoy en día, si una mujer elige literatura hispánica o infantil en magisterio es porque le da la real gana, porque cree que eso es lo que le gusta y donde puede realizarse mejor intelectual y humanamente. Y punto.

Pero el feminismo beligerante y los políticos correctísimos y los media, repetidores de lo políticamente correcto, quieren a toda cosa que las mujeres elijan lo que según ellos es lo mejor para ellas. En este feminismo igualitarista yo veo un viejo paternalismo que piensa que las mujeres son tontas o débiles y que necesitan aún ser aconsejadas y asesoradas por los listos de turno. Pues no, señores, las mujeres eligen la carrera que les da la gana. Y no vengan ustedes a decirles lo que tienen que elegir, como si fueran medio memas. No creo que haya nada malo en que una mujer elija trabajar en una guardería con niños o enseñando los versos de Shakespeare a sus alumnos en una facultad. Y en principio no me parece ni mejor ni peor opción que trabajar en un laboratorio haciendo ensayos clínicos o estudiar astrofísica. 

Pequeño país, de Gaël Faye




La biografía del escritor Gaël Faye nacido en Burundi, de madre ruandesa y de padre francés, inspira su propia novela Pequeño País.
Años después, Gabriel, el protagonista de la novela, afincado en París, siente un deseo irreprimible por volver a la tierra donde transcurrió su infancia llena de recuerdos amables, de travesuras inocentes, de libros que una excéntrica mujer griega le prestaba. Una infancia abruptamente interrumpida por la guerra, el genocidio de los hutus contra los tutsis (la familia de Gabriel era tutsi), y los campos de refugiados. Era la crisis de los Grandes Lagos. Gabriel, junto con su hermana Ana, tuvo que volver precipitadamente a Francia, donde fueron acogidos por una familia. Su padre fue asesinado y su madre se volvió loca.

Al principio de la novela, el padre explica a sus pequeños las etnias que habitan Burundi, los tutsis, delgados, altos y nariz fina, y los hutus, bajos y de nariz chata. En la casa de Gabriel, convivían criados de ambas etnias, sin problemas y sin que hasta el momento de la guerra, nadie les preguntara por sus ancestros. Pero al comenzar la guerra, todos tuvieron que posicionarse y tomar partido. El miedo se instaló por doquier y la barbarie campó a sus anchas en esta tierra hermosa de Burundi, con sus colinas, sus lagos y su abundante vegetación. Un lugar bonito para vivir, para crecer. Los niños también fueron adoctrinados en el odio al contrario. Y ellos mismos hacían lo que podían para combatir al enemigo, para combatir a los hutus, en este caso. El episodio en que Gabriel fue impelido por sus amigos a prender fuego a un hutu maniatado en el interior de un coche, para así mostrar ante todos que este niño de padre blanco también tenía valor, es verdaderamente escalofriante. 
La ruptura del matrimonio de los padres de Gabriel poco antes de que estallara la violencia es como una parábola, una dramática premonición de la ruptura de un país, de una región africana, que mal que bien había sabido convivir. Los Grandes Lagos ya no era un lugar para el respeto, para la convivencia, y menos aún para el cariño.

Una novela escrita de una manera sencilla, sin grandes alardes, pero que en pocas páginas pone rostros a personas concretas de esas guerras y de estos genocidios que no interesan a nadie y que sólo ocuparon las portadas de los periódicos durante una semana allá por 1994.

jueves, 5 de julio de 2018

Autorretrato con Isabel, de Fernando Aramburu



Después de Patria, su monumental novela, Fernando Aramburu acaba de publicar Autorretrato sin mí. Un libro hermoso. Un libro poético, íntimo, inspirado en recuerdos de su andadura existencial.
En dos capítulos habla de su hija Isabel. En un sábado de los albores de invierno, un joven Aramburu seguía a toda velocidad la ambulancia que por las calles de Hannover llevaba a su hija de apenas tres meses, Isabel. Las meninges habían resultado dañadas. Y la enfermedad había perjudicado seriamente la capacidad intelectual de la niña, aunque no los rasgos faciales.
“Cumplidos los 6 años, con ocasión de una sencilla tarea escolar, descubro que no captas el concepto de cero. Insisto, empleo dibujos, me valgo de juego, pero no hay manera. Yo no se trata de que aprendieses con tardanza, como pensábamos ingenuamente, sino que un muro infranqueable impide que lleguen nociones elementales a tu mermado entendimiento”


Mucho tiempo después cuando una ambulancia corre a toda velocidad por la ciudad, Fernando vuelve a experimentar una agitación y una angustia que aún no ha conseguido dominar del todo.
En otro capítulo titulado ‘Hombre humano’, Fernando Aramburu reconoce que la presencia de Isabel ha dotado de humanidad y compasión a toda su existencia.  Es lo que reconocen muchos padres que tienen un hijo con alguna discapacidad: se sienten deudores de una humanidad y de una piedad que, de otro modo, no hubieran adquirido.
“Con aquel golpe brutal que recibiste de la vida, con la maravilla de tus ojos serenos, la limpieza de tu sonrisa y otras cosillas que me callo para no excitar los lagrimales, aprendí poco a poco a humanizarme”.
“Ser humano es mi vocación, mi tozudez y mi condena. A mí que no me saquen de ser hombre humano porque de otra forma yo no quiero ser. Seré sabiendo a qué me arriesgo, débil hasta reventar de fuerza. Me agarraré para no caerme, en medio de la noche a un palo de bondad. Recorreré las calles recogiendo las lágrimas perdidas de la gente. Te lo debo a ti, Isabel, a cuyo lado, sin que te dieras cuenta, aprendí la compasión”.
Lo he podido constatar en muchas ocasiones: padres y madres que reconocían abiertamente que su hijo o su hija con discapacidad había sido un don en sus existencias.

miércoles, 4 de julio de 2018

Escribir sobre el agua




Muchas veces me pregunto para qué escribo. Hace años podría haber contestado que por vanidad, por ‘hacerme oír’ o ‘por afán de ser leído. Pero hace mucho tiempo que renuncié a cualquier publicación. Ni siquiera lo he intentado.  Tal vez escribir un blog es una forma de publicar o de autoeditarse. Tal vez. No lo sé.
Escribí un libro hace mucho tiempo. Un pequeño ensayo que tenía forma de libro. Se titulaba Corazón de Padre. Alguna alegría me dio en su tiempo, como comprobar una tarde en internet que había sido traducido al rumano.  Un librito del que nunca he reclamado derechos de autor, ni tan siquiera aparecerá como tal en la Sociedad General de Autores. Fue un libro de encargo. Un libro que redacté por complacer a algunos amigos. Nada más.


Escribir es inútil está claro. Platón decía que “el que escribe no hace sino trazar dibujos en el agua”. Desde que hace un año escribo este blog, con asiduidad semanal, no creo haber tenido un solo lector. Bueno, miento. He tenido una lectora. Mi escritura no ha tenido eco alguno. Y quizás está bien que así sea. Escribir para uno mismo, para nombrar el mundo, para explicarse el mundo, no es una tarea que carezca de sentido. Esto debería ser suficiente. Renunciar a la vanidad, renunciar a tener lectores es altamente educativo. No escribir para nadie le quita a uno la tensión de la opinión de los demás. Si les gusta, te sube idiotamente el ego. Si no les gusta, te viene un bajón. A una cierta edad ya no se puede estar pendiente del parecer ajeno: ni de la loa pastelera, ni de la crítica acerba.
Se está bien así. Sin esperar ni el aplauso ni el pataleo. Leo en Gabriel Albiac: “Si uno esperase algo de la escritura, sería un perfecto imbécil. Escribimos sólo para poner una distancia entre nosotros y el mundo. Entre nosotros y los necios. Para no repetir sus palabras. Y para saber que, en esas palabras repetidas está siempre al acecho lo peor. Escribir es estar en la distancia. Privilegio de entender algo: pienso que el único privilegio de una vida humana. No sale gratis nunca, pero vale la pena”.



San Agustín decía que la escritura es la lima del pensamiento. Y puede que tenga razón. Escribir ayuda a pensar. Escribir es una actividad del pensamiento sobre la cuartilla o sobre el teclado del ordenador. Pensar, eso sí no nos hará más felices. Tal vez todo lo contrario. Nos lo había advertido Blaise Pascal. Para aquel que hace suyo el deber de pensar, la alternativa es:  “o ser odioso o ser desdichado”.

Trasiego de huesos



De repente se tiene la sensación de que uno de los problemas que hay que resolver con urgencia en España es la exhumación de los restos de Franco. Parece que este país no volverá a tener paz y progreso hasta que sus restos mortales no hayan abandonado el Valle de los Caídos.
Cuando llegó a la democracia, de la mano de la monarquía, un hecho que muchos olvidan ahora, se produjo un pacto entre caballeros: la historia para los historiadores, pero no para los políticos. Todos cabían bajo la gran cúpula de la democracia. Y por lo tanto, una norma básica de civilidad y de buena educación iba a ser la de no utilizar la historia como arma arrojadiza. Carrillo se podía sentar en el Congreso de los Diputados sin ningún problema. Y sin ningún problema podía pasear por la Carrera de San Jerónimo la viuda y la familia de Franco. Se decidió no tomar represalias contra nadie. Los presos políticos salieron de la cárcel y los que durante el Régimen Franquista ocuparon altos puestos podían seguir tranquilos en sus despachos o en sus casas. Nadie los iba a molestar.


Los españoles, civilizada e inteligentemente, pensaron que era más importante el futuro luminoso que nos esperaba que el pasado sombrío que dejábamos atrás.
Y este respeto y esta entente cordiale funcionaron mal que bien durante largos años. Pero luego se empezó a hablar de Memoria Histórica, y con ella se destapó la caja de los truenos. La Memoria se convirtió en un elenco de agravios, que es otra de las características de la posmodernidad. Si la Memoria hubiera servido para enterrar como dios manda a los que yacían en las cunetas, fusilados durante la Guerra Civil o en los primeros meses de la posguerra, hubiera sido algo entendible y respetable. Un gesto de piedad y de dignidad. Pero en seguida se convirtió en una ‘memoria’ partidista que glorificaba a un bando y que acusaba manifiestamente al otro. La memoria no se conformaba con enterrar dignamente a los que no lo habían sido, sino que se quisieron desenterrar odios, agravios y culpas. La Memoria no se convirtió en un instrumento más de reconciliación, sino en una revancha.



 Durante la Transición se quiso pensar - se prefirió pensar- que en los dos bandos se habían cometido tropelías y que los dos bandos habían tenido su cuota de responsabilidad en los terribles acontecimientos del 36-39.

Pero ahora, gente política que no ha conocido a Franco, ni ha vivido durante su mandato, quiere ajustar cuentas a lo bruto, como se suele hacer en España. La Historia ha dejado de ser asunto de los historiadores para ser asunto de los políticos. Mala cosa. La Historia no se puede cambiar. La historia solo se puede estudiar y, en todo caso, extraer lecciones morales para no repetir lo que no se debe repetir. El respeto a la Historia es la elegancia de los no rencorosos. Dejar a un país sin los monumentos, las estatuas y los nombres de un largo periodo de Historia sólo servirá para la amnesia, y para la rescritura tergiversada de la propia Historia. No habremos aprendido nada en absoluto.

 

Ahora hemos vuelto a dejar la Historia en manos de los políticos que con sus soflamas incendiarias sólo buscan la confrontación. España fue capaz, en 1975 y años sucesivos, de compartir la misma mesa y el mismo pan de un futuro democrático. Pero determinados políticos quieren a toda costa revolver las cosas, cargar las culpas, absolver a unos y condenar a otros. Franco llevaba enterrado y bien enterrado bajo una losa de una tonelada de granito. No suponía ni un problema ni una preocupación para los españoles. Yo diría que ya nadie se acordaba de él. Mientras que ahora ha vuelto de nuevo a la palestra. Pero hete aquí que algunos políticos iluminados piensan que revolviendo los huesos del dictador van a ganar un puñado de votos entre los radicales de su ala, y se han lanzado a la tarea. No buscan ni la justicia ni la reconciliación. En este momento histórico de sentimientos tan exacerbados y de apasionamientos tan ácidos, en parte azuzados por un nacionalismo histérico, este trasiego de huesos no augura nada bueno.

martes, 3 de julio de 2018

La sonrisa de Daniel seguirá iluminando al peregrino




El Pórtico de la Gloria de la catedral de Santiago ha pasado varios años en restauración. Las filtraciones de agua procedentes de una de las torres habían dañado considerablemente este conjunto escultórico románico, uno de los más señeros del panorama europeo.
Ahora me llegan las primeras imágenes del Pórtico del Maestro Mateo que fue consagrado el año de 1211. Los colores han vuelto a ver la luz y casi tengo la sensación de ver por primera vez este magnífico conjunto. De repente se ha hecho la luz y se ha hecho el color sobre estas esculturas a las que sucesivas capas de polvo secular, filtraciones recurrentes y otras intervenciones desafortunadas habían condenado a una grisura granítica. Rostros y ropajes vuelven otra vez a su antiguo esplendor de azules y rojos, dorados y blancos.  



De nuevo el peregrino –y cualquier visitante- se sentirá envuelto y arropado por esta belleza eterna. Daniel ha rejuvenecido y su sonrisa tranquilizadora y serena saludará y acogerá a los peregrinos.
Con razón este es el Pórtico de la Gloria. El fatigado peregrino medieval que venía andando desde cualquier rincón de Europa, que había dormido al cielo raso o en inmundas posadas, que había pasado frío temible y calor apabullante, se encontraba con esta hermosura. El maltrecho caminante que había conocido las llagas en los pies y el dolor en todo el cuerpo, cuando alcanzaba la Catedral, se sentía recompensado, por tanto sacrificio. Esta belleza le descansaba los pies, y le sosegaba el alma. El peregrino creyente y devoto, que no había visto una estampa de estas esculturas, que no sabía lo que le esperaba, podía tener la sensación de ‘estar en la gloria’. Los 24 ancianos del Apocalipsis tocaban también para él en sus magníficos instrumentos. Santiago, majestuoso, sentado en su trono, lo recibía en su casa. El peregrino pecador se identificaba con algunos de los pecadores tallados en la piedra, pero al mismo tiempo podía sentirse salvado por el perdón del Señor. Él podía ser también uno de los elegidos el día del Juicio Final. Él podría vestir las vestiduras blancas del Cordero.

Los ángeles portan las ‘armas de Cristo’, la lanza, la cruz, la corona de espinas. Son los instrumentos de la Pasión, a través de los cuales el peregrino podía comprender, con admirable pedagogía, que el Señor de la Historia había sido entregado a la pasión y a la muerte, para salvarlo después de su paso por este valle de lágrimas. Los profetas, los apóstoles, los elegidos cuentan una historia de amor, una historia de salvación, una ‘homilía en piedra’, un ‘bello relato en granito”.


Los hombres están ahí, también tallados en piedra, con sus pecados, para recordarnos nuestra fragilidad, y para advertirnos de que el mal existe y que existe el Infierno, donde el glotón se verá obligado a comer una empanada boca abajo, el lascivo sentirá cómo una serpiente muerde su sexo,  y el calumniador cómo unas tenazas arrancan su lengua. Pero existe la misericordia. Existe el perdón. Existe la redención. Y existe la Gloria. El peregrino conoce sus pecados. Y por ello emprendió una luenga peregrinación. Por ello se puso en camino, para enmendar su vida paso a paso, milla a milla.



El peregrino finalmente alcanza la ciudad santa de Compostela. Se ha lavado previamente antes. Se ha perfumado. Ha trocado sus harapos en un vestido decente. Ahora puede también él identificarse con los salvados, con aquellos que los propios ángeles visten de blanco. Ahí, finalmente, está Daniel que, con su sonrisa –la sonrisa que el románico arrancó a la piedra medieval- parece decir: “Ánimo, no tengas miedo, tu peregrinación te ha salvado. Alégrate, hermano mío. Eres uno de los elegidos. ¿Oyes la música que resuena por las naves? ¿Hueles el incienso que del botafumeiro asciende generoso hacia los cielos? “

Esta sonrisa, por sí sola, reconforta al peregrino, le aligera de su pesadumbre, le arranca sus lágrimas, y le devuelve una sonrisa. ¡Era el Pórtico de la Gloria para cualquier peregrino medieval! ¿También para el peregrino del siglo XXI?




4. - El taller de los prodigios






El señor Leonard tenía un taller de calzado ortopédico en la rica y próspera Holanda. Un día a él también le llegó la jubilación y cerró su negocio. Pero lo volvió a abrir unas semanas más tardes para sacar sus máquinas, sus patrones, sus rollos de cuero y sus muchas herramientas. Lo embaló todo y lo llevó hasta el Centro Santa Teresa de Ghana. Él mismo permaneció en Ghana varios meses enseñando a dos ghaneses el arte de hacer calzado. 

La señora Akua tenía más de 40 años cuando supo de este taller de zapatos ortopédicos. Akua tiene los pies deformes y una pierna ligeramente más corta que la otra. Hasta ese momento, ella había intentado transformar unos zapatos normales en ortopédicos, añadiendo o pegando trozos de madera, de cartón, de cuero o tela. Todo para seguir caminando –y con peso sobre sus cabeza o sus espaldas- por unos senderos llenos de baches. ¡Cuántos años con los pies heridos y doloridos! Así que no es de extrañar que, tras probarse los nuevos zapatos y comprobar que no le mancaban y que podía caminar con estabilidad y sin dolor, la señora Akua se pusiera a saltar y a bailar como si le hubiese tocado la lotería. 



A Cyntia, una preciosa niña de cinco años, la trajo su madre a cuestas desde muchos kilómetros, para encargarle unos zapatos y unos tutores, después de una operación en ambas piernas de la que ya estaba recuperada. Hasta entonces sólo había caminado a gatas. Y yo la vi dar sus primeros pasos con el mismo temblor y la misma alegría que un bebé de un año.

También a Frank, un chico que había estudiado en el Centro, le hicieron unos zapatos nuevos, para su ‘nuevo pie’, estirado tras una operación. Y el zapatero que le llevó los zapatos hasta su poblado, me dijo que “Frank was more than happy” (estaba más que feliz).

De esta manera, la vida de Akua, Cyntia y Frank, se cruzó un buen día con la del señor Leonard. Y se produjo el prodigio. El prodigio de los zapatos.

Puentes: 25 Años de una corriente solidaria.
Abor-Ghana, 1998 


viernes, 29 de junio de 2018

Viktor Frankl: sentido de la vida, sentido del sufrimiento




En 1940, Viktor Frankl, vienés, judío, joven, y con una prometedora carrera en el campo de la neurología, tenía en sus manos un visado para trabajar y estudiar en Estados Unidos y, de esta forma, salir cuanto antes de una Austria devorada ya por el nazismo. Pero Víktor sabía que sus padres, ya mayores, no contaban con este visado y que no podía dejarles abandonados a su suerte en un mundo que se había vuelto loco con los judíos. Dejó caducar el visado y así, poco tiempo después, llegó a Auschwitz.
Ya en el primer control no le dejaron pasar el manuscrito de sus investigaciones y que luego se conocería como Logoterapia. Ante sus narices hicieron trizas sus apuntes, fruto del trabajo de varios años.
Ante la brutalidad y la inhumanidad reinantes en el Lager, Viktor se preguntaba ya en las primeras semanas de prisión si, en estas condiciones, tenía sentido la vida y si era posible buscar un sentido a la vida.

El prisionero 119.104 se dedicó a observar el comportamiento de todos cuantos le rodeaban:  los oficiales nazis, los kapos, capataces de los barracones,  los prisioneros, veteranos o novatos…. Tomó distancia frente a cuanto sucedía a su alrededor y se preguntó una mil veces por el sentido de este sufrimiento. Fue así como el campo de concentración se convirtió en un motivo de madurez personal pero también en el laboratorio de sus investigaciones.  El filósofo Baruch de Spinoza, también judío como él y perseguido como él, le había enseñado lo siguiente: “Affectus, qui passio est, desinit esse passio simulatque eius claram et distinctam formamus ideam” (el sentimiento que se convierte en sufrimiento deja de serlo en cuanto nos formamos una idea clara y precisa de él”.
Frankl intentó formarse una idea clara y precisa de este sufrimiento. Observó la mezquindad y la crueldad de los kapos, pero también la generosidad de un oficial nazi que compraba medicinas de su propio bolsillo y las distribuía entre los enfermos. Los propios prisioneros protegieron a este oficial cuando llegó el momento de la liberación. Observó el sadismo de muchos prisioneros con otros más débiles o recién llegados. Observó el hundimiento moral de otros tantos que simplemente se volvían apáticos, se resistían a comer y se entregaban a la muerte como quien se entrega a una liberación. Observó el fenómeno de la ‘despersonalización’, que es ese momento en que una persona se vuelve incapaz de ser persona, de actuar con la dignidad de una persona. Se conciencia de que es una cosa, a la que han arrebatado cualquier sentimiento de humanidad o incluso han incapacitado para la alegría, algo que sucedería por ejemplo en el momento de la liberación: los prisioneros ya no eran capaces de experimentar la alegría, porque creían que no era cierta, que era una patraña más de su mente enferma.

En las circunstancias más dramáticas, el hombre aún puede conservar una llama de humanidad y creer que su vida y su sufrimiento tienen un sentido, una enseñanza, un chispa que puede iluminar la noche más oscura. Viktor Frankl salió con vida del Lager. No así su familia, incluida su joven mujer. Prosiguió sus estudios, su trabajo y sus investigaciones de Logoterapia.
El sentido de la vida, en su acepción frankliana, es así de natural: amores, amistades, proyectos, obligaciones, ilusiones, nostalgias…, todo aquello capaz de servir de palanca para la acción concreta y cotidiana: “No hay nada en el mundo que sea tan capaz de consolar a una persona de las fatigas internas o las dificultades externas como el tener conocimiento de un deber específico, de un sentido muy concreto, no en el conjunto de su vida, sino aquí y ahora, en la situación concreta en que se encuentra”

En el prólogo de Benigno Freire, leemos: “En el Campo, Frankl pudo experimentar situaciones impensadas e insospechadas para ahondar en el conocimiento del hombre. El sufrimiento estaba presente en el lager en todas sus modalidades e intensidades. Estudió con detalle sus efectos en el psiquismo y observó cómo algunos reclusos se abatían o degradaban ante el sufrimiento, mientras otros parecían madurar interiormente. De esa observación dedujo que no es el sufrimiento en sí mismo el que madura o enturbia al hombre, es el hombre el que da sentido al sufrimiento”.
Viktor Frankl pudo resumir: “El sufrimiento, en cierto sentido, deja de ser sufrimiento cuando encuentra un sentido…”

miércoles, 27 de junio de 2018

1.- La decepción de Helen o el inicio de todo


 

 
Helen sufrió la polio cuando tenía cinco años. Donde el pavimento lo permite, se sirve de una silla de ruedas para desplazarse. Y cuando no, camina arrastrándose sobre el suelo, ya que tiene bastante paralizadas ambas piernas. Helen tuvo la semana pasada malaria o paludismo (enfermedad infecciosa producida por la picadura del insecto anófeles). Nada fuera de lo habitual: fiebre intermitente, escalofríos y sudoración. Pero su sufrimiento en esos días tuvo otra razón: la decepción causada por la imposibilidad de ser operada. ¿Qué pensaría Helen en el momento en el que el doctor Paul le dijo que, al tener una pierna algo más corta que la otra, requería otro tipo de operación y que, además, sería una intervención más costosa de lo que en principio le había dicho? Un importe que la misión Guanella en ese momento no estaba en condiciones de asumir, porque en el cajón "no quedaba nada", según me confesó P. Fernando. 
Pero a ella, unos meses atrás, le habían dicho que todo sucedería como a sus compañeros ya operados. Y sin duda, habría echado la imaginación a volar: un mañana sin silla de ruedas, sin tener que gatear; un futuro en el que podría caminar de pie y mirar al otro a la misma altura. 
Y ahora está ahí, desencajada, y no sólo por la malaria que ha sufrido, sino por esa angustiosa decepción, por la amargura que significa dar marcha atrás en sus sueños o, lo que es peor, renunciar a ellos en el porvenir. En el rostro de Helen no había aquella mañana ni la rabia ni la queja. Acaso sólo ese dolor antiguo de su raza y de su tierra que ha conocido muchas humillaciones y pocas explicaciones.
El caso de Helen me conmovió profundamente. Había dos cuestiones. Una médica, ya que una pierna de Helen era un poco más corta que la otra y esto diferenciaba su operación de la que habían sufrido sus compañeros. Y otra económica, porque la operación costaría más dinero y nadie podía costearla.
No se lo dije a nadie, ni siquiera a Fernando, el misionero español al que acompañaba, pero a la salida del hospital pensé que antes de Navidad yo tenía que buscar recursos para que Helen u otros jóvenes de esta Casa de Santa Teresa pudieran ir al hospital para ser intervenidos y mejorar así su movilidad.

Llegué a casa abatido, y en medio del calor sofocante, rumiaba las palabras del evangelio: ‘Levántate y anda’.
Y así fue, pocos meses después, en las vísperas de Navidad, la primera transferencia desde España llegaba a la cuenta que la misión tenía abierta en Ghana. Unas semanas antes de Navidad, se había organizado una exposición con materiales y fotos de mi viaje a este país africano con el fin de sensibilizar a los jóvenes guanelianos, amigos y familiares sobre la realidad de los niños y jóvenes con polio. La Campaña recibió el nombre de ‘Ghana Solidaridad’, que sería el embrión de la futura Misiones Guanelianas y que finalmente se llamaría Puentes Ongd.
El proyecto de pequeñas intervenciones quirúrgicas a niños y a jóvenes ghaneses que permitía minimizar las secuelas de la polio en sus extremidades inferiores fue el primer objetivo de nuestro grupo solidario, y se mantuvo durante muchos años. Quizás por ello, durante bastante tiempo, el lema de "los amigos solidarios con Ghana" fue “Tú también puedes hacer milagros”.

Puentes: 25 Años de una corriente solidaria.
Abor-Ghana, 1998









 

Dulce limón, de Miguel Ángel San Juan



Era un jovencísimo muchacho de 18 años aquel Miguel Ángel que yo conocí en 2006 en Lisboa. Era joven, y sin embargo, maduro, reflexivo y buen conversador. Alguien que no rehuía las conversaciones y los temas con quienes casi le triplicábamos en edad. Era fácil hablar con él de literatura, política, arte o actualidad. Un joven a punto de iniciar la carrera de periodismo, con una ilusión y unas ganas muy  alejadas del pasotismo y la indiferencia por los estudios que caracterizaba a la mayoría de sus coetáneos. Después lo perdí de vista, aunque de vez en cuando me llegaban noticias de sus inquietudes literarias y de su vocación de comunicador. Era joven y probablemente era ya un letraherido.
Hace tres años llegó a mis manos su primera novela Una mariposa en la chistera. Y hoy mismo acabo de terminar su segundo libro Dulce limón que, según confesión del propio autor, nace de “una imperiosa necesidad de gritarle al mundo con susurros muy bajitos, pero muy profundos, que cuantas barreras pongan por delante serán derribadas con nuestra ilusión, nuestra lucha, nuestras ganas y nuestro esfuerzo”.


Relatos de amor, poemas existenciales, cuentos morales y de superación, compendio de sabidurías y moralejas, historias de gentes de andar por casa que desprenden una luz que ilumina al lector…. Y de nuevo uno sale de la lectura, como mínimo, sorprendido por la variedad de registros.

Destaco algunos: Las cerezas de la marquesa, en la que dibuja un cuadro realista de la España de posguerra cuando las chicas de servir tenían que batallar con el señoritismo de la alta burguesía. En El estropajo da vida a los sentimientos y querencias de un objeto tan cotidiano del fregadero de cada casa. La impaciencia y el querer revivir a toda costa el pasado están muy bien reflejados en Por un pasado muerto. Pacifismo, ternura, amor, y el deseo imperioso de alcanzar la libertad juntos es lo que subyace en Soldado y marinero. Doña Úrsula y don Rogelio son los protagonistas de un sorprendente cuento, Un puñado de avellanas, en el que se mezclan una historia de amor y deseo escondida tras un mostrador y los ritos que día a día cumplimos para engañar al tiempo y seguir vivos un día más. En Son los malos, una niña, muchos años después, sigue preguntándose ¿por qué? Y recordando una infancia de buenos y malos, de visitas al hospital donde yace la madre enferma y de una pieza de fruta que se guarda para el otro, como un símbolo de entrega y abnegación. Una niña, con miedo irracional a las tormentas, es la protagonista del cuento El paraguas de papel. Una niña y un anciano que le ofrece algo inservible contra la lluvia, pero muy útil contra el miedo.

Descubriremos la razón de unos céntimos en las manos de una bailarina y la razón para que un mendigo espere cada día la llegada, no sólo de unos céntimos, sino también de una sonrisa, en La bailarina y el mendigo. Hacer de nuestras debilidades fortalezas podría ser la moraleja de La mosca andante. En La feliz familia, un descuido, un olvido, en una comilona familiar es un lacerante grito contra de la invisibilidad en la que transcurren nuestros ancianos sus últimos años. Una invisibilidad causada en parte por nuestra radical ceguera.
En una hermosa parábola sobre lo que el amor puede hacer por los seres que más amamos, que deben ser siempre los más desprotegidos, se mezclan ratones, pianos, músicas, anticuarios, personas ciegas y personas que simplemente aman y hacen la vida más fácil.
La sensibilidad y la cercanía del autor hacia las personas más desvalidas no está sólo en su actual trabajo (responsable de comunicación en la Fundación Juan XXIII para personas con discapacidad intelectual) ni tampoco en el hecho de que las ganancias por la venta del libro vayan destinadas a dicha Fundación, sino, y sobre todo, por haber permitido que está edición haya sido ilustrada por los propios usuarios de la Fundación, que con sus sencillos pero inspiradores dibujos subrayan los relatos del libro. Todo un acierto que hace que este libro sea una ‘rareza’ en el actual panorama editorial español. Asimismo, muchos relatos delatan la preocupación del autor por la justicia y su cercanía a los que el mundo torna invisibles por su, aparente, escaso valor material.
Habrá que seguir leyendo a este joven escritor.

A destacar

Dos sillas para una conversación en susurro

                El funeral del Papa Francisco, con una puesta en escena grandiosa y una estética viscontiniana, ha tenido mucho de ceremonia...

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