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domingo, 20 de noviembre de 2022

Mouchette, de Georges Bernanos


“Ya sopla con fuerza el lúgubre viento de la noche”.  Es la primera línea de uno de los libros más conocido de Georges Bernanos (1888-1948). Y desde esa primera línea la oscuridad y la tiniebla envuelven al lector, como envuelven a Mouchette, la niña de 14 años. Estamos a punto de conocer un fragmento de su vida y, al mismo tiempo, un fragmento de la vida de tantos desdichados.

 ¿Por qué he tardado tanto en leer este libro? No lo sé. Desde hacía mucho tiempo estaba en la lista de ‘pendientes’. Georges Bernanos me deslumbró con su  Journal d’un curé de campagne, que leí y releí hace mucho tiempo. Mouchette, como otros tantos libros, fue una sugerencia de mi querido José Jiménez Lozano, mi guía más fiable en cuestión de lecturas.

En otra tarde otoñal, de nubarrones amenazantes, de lluvia violenta, de ventoleras furiosas que arrancaban las últimas hojas y las arremolinaban en el pavimento, la historia de Mouchette me ha atravesado.

La historia sucede en un brevísimo espacio de tiempo, apenas una noche y la mañana siguiente. En un pequeño pueblo francés, una niña abandona la escuela y se dirige hacia su casa. El Mal es el verdadero protagonista de esta breve novela de Bernanos escrita en 1937 (y luego llevada al cine por Robert Bresson). El Mal se erige como una presencia que ocupa todo el espacio: el bosque, la escuela, la casa, la taberna y hasta las almas y los cuerpos. A Mouchette la detestan sus compañeras de colegio, la desprecia por insolente su profesora. Su padre, alcohólico, le da una buena tunda de palos por cualquier motivo. Su madre se muestra distante y escasamente cariñosa. Vive en un pueblo perdido de cazadores furtivos, murmuraciones rutinarias, escasa misericordia y lluvias que convierten en lodo los caminos. Es un mundo de pobreza, de brutalidad, de violencia, de alcohol y enfermedad.

Pero Mouchette no es un ángel. Lleva en sí las marcas del animal herido dispuesto a defenderse a dentelladas, si es preciso. También ella busca cariño y afecto, como cualquiera, pero es desconfiada por naturaleza, desafía con desprecio y altivez a quien la golpea. Odia la música, pero sólo porque la música es amada e impuesta por la profesora. Camina por las roderas para embarrarse las piernas y aparecer, como una salvaje, en el momento en que sus vecinos salen de misa mayor un domingo cualquiera. No rechista ante las humillaciones ni llora ante los golpes, mostrando un orgullo desconcertante. Solamente siente un poco de ternura por Arsène, un cazador furtivo que vive de espaldas a todos, y que una vez contempló cómo el padre la golpeaba y la miró con piedad. Pero este hombre, el único ser hacia el que ella siente un poco de afecto, la infringe el golpe más cruel. Luego, desaparece.

Al abandonar la escuela, calzada con sus zuecos grandes que se le salen a cada paso, con su pañoleta pobre y sus andrajos,  Mouchette vuelve a su casa. Cruza el bosque. La noche cae. El viento golpea las ramas. Llueve inmisericordemente. Y ella se extravía. Se encuentra con Arsène que le confiesa que acaba de cometer un crimen. Ella le escucha en un silencio tenso y está dispuesta a defenderle. También él esta borracho, como todos. También para él, como para todos, la mujer no es nada, tal vez una cosa, y no demasiado buena. También Mouchette, sin saberlo, “en lo más hondo de su ser posee esa instintiva sumisión física de las mujeres del pueblo”. Finalmente, en mitad de la noche, Mouchette llega a su casa. Su padre aún está en la taberna, gastando en vino lo que hubiera podido servir para pagar una consulta médica para la madre enferma. Su madre agoniza y le muestra, en esta hora final, un poco de ternura. No teme a la muerte. No teme dejar este infierno de gruñidos y miserias. El hermano más pequeño, un bebe, berrea hambriento de leche, y ahíto de frío y suciedad.  

El silencio aumenta, como aumenta el frío de un amanecer sin compasión.  Crece el odio. Se acorta la esperanza. La aldea, y todos los que allí viven, es un muladar de miseria que resulta irrespirable. ¿Qué puede hacer Mouchette? ¿Hay acaso un pequeño rincón de sol y de alegría en la aldea, en el mundo? ¿La pobreza material arrastra y condena a quienes la sufren a una miseria también moral? ¿Qué puede hacer Mouchette? ¿Seguir instalada en el desprecio, en la altivez, en la insolencia, en la más absoluta indiferencia incluso cuando recibe golpes y desprecios? ¿Continuará ella esa cadena de miseria material y moral, como lo ha hecho su padre alcohólico, su madre distante, el bruto Arsène, los niños y la profesora de la escuela?¿Habrá más vejaciones, habrá más abusos, habrá más desprecios? Leemos: “… desde hace tiempo, Mouchette tiene la angustiosa conciencia de una miseria, una miseria tan infranqueable como los muros de una prisión”.  

El Mal, decía, es el protagonista de esta novela. También su autor había conocido la miseria, la violencia y la injusticia en los turbios años treinta mientras vivía en Mallorca. A Bernanos siempre se le consideró un novelista católico, porque la fe, la gracia, Dios son temas recurrentes en sus novelas. En cambio, no hay rastro de Dios en Mouchette. Dios es el gran ausente de esta novela. El silencio de Dios planea sobre la novela. Un silencio oscuro, insufrible, aterrador, desde el momento en que Mouchette deja la escuela hasta que a la mañana siguiente en el río “siente que se le escapa la vida mientras el olor mismo de la tumba penetra en sus fosas nasales”.

Bernanos parece decirnos que el corazón humano, pero también el corazón del mundo, o está en manos de Dios o está en manos del Mal. ¿Será siempre así? En esta espléndida novela, Dios se ha alejado de Mouchette y del pueblo. El Mal, entonces, campa a sus anchas sobre todos, y destroza cuerpos y almas, como le ha sucedido a Mouchette.

Será difícil olvidar a Mouchette. Lo fue también para su propio autor que en el prólogo de esta novela llegó a escribir: “He visto vivir y morir a Mouchette en una soledad trágica. ¡Que Dios se apiade de ella!”







jueves, 6 de octubre de 2022

Los vencejos, de Fernando Aramburu


             Uno de los propósitos en el avión de vuelta a Madrid desde Accra, hace ahora casi un cuarto de siglo, fue dejar de comprar libros. No de leerlos, claro. Desde entonces, las bibliotecas públicas me han suministrado casi todas mis lecturas. Es más, en alguna ocasión han aceptado mi sugerencia para adquirir un nuevo libro. Es verdad que todavía cometo algún pecado venial, al no resistirme a la tentación de comprar un libro. Cuando J. me ve llegar con nuevos libros, siempre me recuerda, entre bromas, mi propósito. Sin embargo él a menudo aparece con un libro envuelto de papel de regalo. En los días previos a las vacaciones, llegó con Los vencejos, de Fernando Aramburu, una lectura que yo tenía en la lista de espera. Con la novela Patria, Fernando Aramburu se convirtió en un escritor mayor en lengua española.

            Los vencejos no desmienten este último elogio. Creo que el mayor acierto de esta novela de 700 páginas (que no asusten a nadie, por favor) es retratar muy bien nuestra época de desconcierto, confusión, inseguridades, frustraciones y cansancio vital. O por resumirlo en una palabra: hastío.

            El libro se inicia en el momento en que un hombre corriente y vulgar, profesor de filosofía de secundaria, Toni, decide fijar la fecha para acabar con su vida: el 31 de julio de 2019, o sea, justo doce meses después de tomar la decisión. No es un hombre desesperado ni sufre trastornos mentales. Es un hombre indiferente, al que la vida le pesa, no por un motivo particular ni por una razón poderosa. Toni pone fecha a su muerte, y a partir de ahí, inicia a escribir un diario sincero y sin paños calientes. En las 365 entradas que Toni escribe nos va sirviendo la crónica de su día a día, pero también los recuerdos de una vida, parecida a tantas vidas, y por eso ‘ejemplar’. Las peripecias, chungas, degradantes, risueñas, eróticas, mezquinas, altruistas, ramplonas, humillantes, vergonzantes, desternillantes…se suceden y el desencanto turbio y confuso de vivir también. Y, así, el diario nos va presentando esas otras vidas que se han cruzado con la suya: sus padres, su mujer, su hijo único, su mejor amigo, su exnovia reencontrada, algún compañero de trabajo y su perra.

            Poco a poco, como en un rompecabezas, el lector va conociendo al  futuro suicida, y sus recuerdos almacenados en la cabeza, el corazón o la bragueta a lo largo de cincuenta y pico años. Y, a la vez que conocemos la trayectoria existencial de Toni, bastante banal, vamos conociendo esta sociedad nuestra que nos ha tocado vivir. Nada hay seguro ni duradero en esta época. Las personas van de acá para allá buscando un sentido a la vida, una felicidad en mil experiencias distintas. Pero la dicha esperada no llega, y, en su lugar, aparece e cansancio de vivir, el agotamiento existencial, el afán de nihilismo, la frustración provocada por esos sueños que no se cumplen, por ejemplo, el hijo sobre el que tantas ilusiones se había hecho el propio Toni, y que se van desinflando a medida que Nikita crece y no es, ni por asomo, como su progenitor había soñado. Pero también el amor, que confundimos con los efluvios eróticos de los primeros tiempos, los viajes románticos y la carne joven, pero cuando el tiempo pasa, el desamor llega puntualmente y se convierte en una pesadilla (basta ver las cifras de divorcios y cómo el ser más amado pasa a convertirse en el ser más odiado, el que más nos hace sufrir). También las difíciles relaciones con los padres y con los hermanos son una muestra de nuestras familias cada día más desestructuradas, fuente continua de conflictos. La casa convertida en “nido de víboras”, como nos había dicho François Mauriac. El sexo, al que una sociedad pansexualizada atribuye altísimas expectativas de felicidad, y que no tarda mucho en diluirse en desencanto y frialdad. Un sexo que va pasando de la pareja al burdel y de éste a la muñeca hinchable. Sexo banal, venal, exento de ternura y compromiso.

Al acabar la novela se tiene la sensación de que todos los temas de nuestro tiempo están ahí. Las trifulcas políticas y la confrontación. A abuelos comunistas les suceden nietos que se tatúan la esvástica. A padres santurrones les nacen hijos que no pisan la iglesia y que se niegan a bautizar a sus hijos. Los padres, laboralmente exitosos, son incapaces de educar a sus hijos. A veces se tiene la sensación de que Aramburu, buen oyente, buen lector, ha escuchado las noticias o ha leído los periódicos y todo ello le ha servido de humus de donde ha surgido una contundente novela sobre nuestra historia más reciente. La vida va por ahí repartiendo maltratos, mobbing escolar, ideologías, fracasos amorosos, okupas, familias rotas, borracheras y desequilibrios mentales varios. El “futuro suicida” describe sin tapujos y sin piedad a sus congéneres, empezando por su padre, su mujer, su hijo, su exnovia o su mejor amigo (al que durante toda la novela le nombra con un apodo insultante) y sobre todo a sí mismo. Pero también es capaz de quitar hierro a las situaciones calamitosas y, como cualquier indiferente, ver el lado jocoso y cómico de la existencia. Por ello, a lo largo de la novela, el lector se identifica, bien con Amalia, bien con Toni, con Nikita, con Raulito, con Águeda, o con el amigo.

La novela, sobre todo, nos habla de un hombre vacío, cansado, hastiado, frustrado. Un hombre al que la vida le ha decepcionado totalmente: desde sus padres, sus compañeros de trabajo en un instituto, hasta su papel como padre o como marido, sus relaciones sexuales, o la filosofía que enseña. La compañía de sus congéneres saca de quicio a Toni, aunque, al mismo tiempo, no puede pasar un día sin buscar un vino compartido con su amigo o acostumbrarse a la dulce verborrea de su bondadosa ex novia.

La perra Pepa es la única referencia a la ternura y a la compañía que todo ser humano reclama y exige como una súplica desesperada. Y también este punto refleja, con toda su fuerza poética o su sociología demoledora, nuestro mundo, donde tantos y tantos ciudadanos cuidan más y mejor a sus mascotas que a sus padres. Donde tantos y tantos solitarios encuentran en la compañía de un chucho un poco de humanidad y de compañía, que no pueden o no saben hallar en el trato con su propia familia, con sus amigos o compañeros. Ese ‘amor’ a los animales en un tiempo de ‘desamor’ a los propios humanos no es uno de los temas menores de este libro.

No contaré nada más, pero así son las primeras líneas correspondientes al 1 de agosto de 2018: “Llega un día en que uno, por muy torpe que sea, empieza a comprender ciertas cosas. A mí me ocurrió mediada la adolescencia, quizá un poco más tarde, pues fui un muchacho de desarrollo lento…”

Los vencejos no paran de volar. Comen, copulan e incluso duermen durante el vuelo. Y solo se posan cuando entran o salen del nido donde incuban y alimentan a sus crías. Pasan los inviernos en África y los veranos en Europa. Pueden parecer aves corrientes, vulgares, pero tienen una característica única: no paran de volar. Los vencejos son para el escritor una imagen poética para acompañar al ser humano en tiempos de hastío, desazón, aburrimiento  y sinsentido.





jueves, 8 de septiembre de 2022

La bendición de la tierra, de Knut Hamsun


“¿Quién trazó el largo, larguísimo sendero que recorre las ciénagas y los bosques? El hombre, el ser humano, el primero que llegó a estas tierras. Antes de él no existían caminos”. Así empieza la novela del escritor noruego Knut Hamsun (1859-1952),

            Hace más de 100 años que vio la luz esta obra, aunque para varias generaciones fuera prácticamente desconocida. El posicionamiento de Hamsun a favor del nazismo supuso una condena al ostracismo. Y eso que en 1920 obtuvo el Premio Nobel y su obra fue admirada por los grandes escritores de su época y contó con el favor del público. Sólo últimamente el escritor está siendo rehabilitado y dado a conocer.

            Desde hacía un tiempo esta obra estaba en la lista de lectura. En uno de los diarios de José Jiménez Lozano leí por primera vez una referencia a este autor. Siempre estaré en deuda con el “morabito de Alcazarén” que me abrió los ojos a la verdadera literatura.  

            Hace una semana, frente a los campos del pueblo, empecé a leerla. Un hombre, Isak, con un saco al hombre, llega a un lugar inhóspito y deshabitado noruego, muy cerca de la frontera con Suecia. Nada sabemos de su pasado, porque el libro empieza en ese momento y nunca retrocede. Y allí, con el sólo afán, de ganarse la vida, cultivando la tierra y cuidando ganado, se instala. Tiene la fuerza de un titán, y el carácter indomable, y poco a poco, tronco a tronco, construye la primera cabaña, labra los primeros surcos, siega el primer forraje para los animales. El trabajo es su forma de estar en el mundo y de permanecer en él. Después llega Inger, una mujer de la aldea que, marginada por una malformación en su rostro, lleva la marca de los apestados. Se establece a su lado, compartiendo el duro trabajo y engendrando hijos, Eleusus, Sivert, Leopoldine, Rebekka.

            Un dramático acontecimiento viene a romper la monotonía cotidiana y el paso de las estaciones. Inger tiene que dejar el campo y la casa. Y cumplir condena. Llega Oline, metementodo, chismosa, para cuidar a los niños. Poco a poco, otros colonos van llegando y ocupando otras tierras. Y con ellos llegan otras formas de vivir y de pensar: Brando, Geissler, Vrede, Aronsen, Os-Anders. Brede. También la noticia de que la zona es rica en minerales, hace que aparezcan otros hombres, con su codicia a cuestas.

Pero la verdadera protagonista de este libro es la tierra, en toda su dureza y su dulzura. La tierra helada e impenetrable por el hielo. La tierra caldeada por el sol. La tierra en cuya bóveda se dibujan las luminarias. La tierra que da pasto a los animales, frutos a los colonos, troncos para las cabañas y piedras para los cimientos.  No es un canto almibarado de una Arcadia idílica en un rincón de Noruega, no es esa salmodia boba de los urbanitas hacia la vida rural de la que no conocen absolutamente nada: únicamente un paseo por un sendero bien trazado y una barbacoa.

            Los hombres y mujeres que allí viven y que sudan para arrancar a la tierra sus frutos llevan en ellos el tesón, la lujuria, la frivolidad, el engaño, la codicia, la inocencia o el crimen, la austeridad o los sueños marchitos. La Bendición de la tierra es un canto a la naturaleza, a la vida sencilla de los trabajos primigenios, a los afectos elementales.

            Así vivían los colonos noruegos hace un siglo y así se vivía en casi toda Europa.  Esta novela, hermosísima por la evocación de plantas, minerales, animales y paso de las estaciones, evoca bien la dureza de la vida campesina hasta hace no muchas décadas. La vida de los hombres y mujeres de hace no mucho era también trabajo, más trabajo, esfuerzo y sacrificio. Su vida consistía en arañar un fruto a la tierra o al ganado, acostarse rendidos y levantarse a la mañana siguiente dando gracias a Dios porque tenían salud y fuerzas para trabajar un día más.

            Eran hombres y mujeres hechos de otra pasta, modelados a cincel por la vida. No conocían la queja y el lamento, y apenas las lágrimas, aunque sus huesos se consumiesen por la fatiga, los fríos o el calor abrasador. Eran robles a los que solo el hachazo de la muerte derribaba. El deseado progreso llegó después, y con él entró también ese “malestar del ocio”: ese aburrimiento que es como la segunda piel de los hombres y mujeres de nuestra época, avocados a llenar los días de muchos ‘algos’, ya sean viajes, libros, experiencias, compras o cosas, porque un inmenso tedio corroe sus entrañas y los devora en un fuego de frustraciones y expectativas no cumplidas.

            La bendición de la tierra es, como mínimo, una invitación a contemplar con pasmo la tierra, a mancharse las manos buscando un pequeño fruto, así sea un tomate o unas moras, a sentirse pequeño frente a la inmensidad del cielo, a aprender a nombrar las hierbas, los árboles, los frutos y los pájaros.

            Pues la tierra solo bendice a los que la han regado con su sudor y la han acariciado con sus manos. Y a los que han sabido oponer su esfuerzo y determinación a la dureza impenetrable de un surco tras una noche de hielo.

            Por ello la tierra de Sellanrá que ha conocido las manos agrietadas de sus hombres, las espaldas combadas por la carga, los ojos cansados de la mujer tejiendo en la noche, las manos que ofrecen un vaso de leche agria, el saludo “a la paz de Dios”… es una tierra bendecida que bendice.

Leemos en el libro: “El aire que respira el colono es una raudal de salud. No echa de menos los diamantes y sólo conoce el vino por las bodas de Canaán. El colono no sufre por las maravillas que no puede tener: el arte, los periódicos, los lujos, la política, valen exactamente lo que la gente está dispuesta a pagar por ellos, nada más. Pero las cosechas de la tierra son la base de todas las cosas, la única fuente”. Y por eso se sienten bendecidos, porque “contemplan todos los días las mismas montañas azules. El cielo y la tierra les acompañan en sus  quehaceres. No necesitan nada más. El hombre y la naturaleza se acompañan. Las montañas, el bosque, las ciénagas, los prados, el cielo y las estrellas no son mezquinos ni comedidos, sino inmensos y pródigos”.

Tierra de Sellanrá. Ahí está Isak, “un campesino en cuerpo y alma, un agricultor sin piedad. Un resucitado del pasado que señala el futuro, un hombre de épocas primigenias, un colono; tiene novecientos años de edad y vive en el presente”. Ahí está Inger: “ha navegado por el gran mar y ha vivido en la ciudad, pero ahora está de vuelta en el hogar”. Apenas fueron nadie entre la gente. Solo un hombre más. Solo una mujer más. Por eso la noche puede caer sobre ellos.










domingo, 26 de junio de 2022

La peor parte, de Fernando Savater

El autor, al inicio de su libro, cita este verso de Jacques Prévert “Reconocí a la alegría por el ruido que hizo al marcharse”. La peor parte lleva como subtítulo Memorias de amor, y es un canto a su compañera de vida durante 35 años y a la que un cáncer se llevó por delante. Su amor, a la que él y muchos llamaban Pelo cohete, era Sara Torres Marrero.

Para el filósofo Fernando Savater la “peor parte” de su vida empezó el día en que a su mujer, y la mujer de su vida, le diagnosticaron el cáncer. Después vendrían 9 meses de sufrimiento inenarrable y, finalmente, el apagón definitivo en 2015.  

Como el escritor italiano Cesare Pavese, Savater desea que ese dolor atroz de la desaparición de su amor no pase nunca, que nunca se desvanezca el recuerdo de la amada sin cuya presencia la vida es un tormento insoportable:  “Éramos el destino del otro”. Esta conciencia de ser el destino del otro es lo que permite a la pareja superar diferencias, broncas conyugales, infidelidades espontáneas, cansancios, luchas compartidas en la defensa de la dignidad de las víctimas de ETA (los dos fueron unos verdaderos resistentes en medio de una sociedad, la vasca, enferma moralmente.

El filósofo de compañía, como él gusta llamarse, escribe un homenaje a la mujer que le acompañó, admiró y amó durante décadas, consciente de que si él no lo hace, nadie lo hará. Nadie hará justicia a Pelo cohete, la mujer fuerte que nunca perdió la alegría ni siquiera en los años salvajes vascos cuando tuvo que hacer frente a un nacionalismo excluyente que la quería silenciosa e invisible. No olvidemos que fue apartada como profesora de la Universidad del País Vasco, donde los etarras aprobaban con brillantes notas cualquier carrera y donde los brillantes estudiantes no nacionalistas eran castigados contra la pared.

En varios momentos de este escrito, emotivo y sincero, el autor repite el dictum de Goethe “Saberse amado da más fuerza que saberse fuerte”. Fernando Savater sintió la fuerza única que le proporcionaba el amor incondicional de Pelo cohete. Probablemente quien tiene la fuerza del amor, no buscará otras fuerzas. “¿Qué otra cosa es el amor sino lo que nos hace irreemplazables para el otro?”

viernes, 31 de diciembre de 2021

Las lecturas de 2021


                Llega el día 31 de diciembre y todo el mundo se pone a hacer balance y resumen. Por lo que a mi blog se refiere, yo también haré resumen de las 10 mejores lecturas de los últimos doce meses. Fue Jorge Luis Borges quien dijo que se sentía más orgulloso de los libros que había leído que de los que había escrito. Cada lector, en cierta manera, reescribe el libro, porque ve en él algo que no ha visto el resto de los lectores. Los siguientes libros resumen mis lecturas a lo largo de los últimos doce meses. Cada uno de los libros que señalo me ha dado motivos para disfrutar, pensar, sonreír o soñar. Por ello propongo estos libros en mi blog. Y al mismo tiempo, invito a que algún lector sugiera algún libro para el años 2022 que empieza ahora.  

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Eichman en Jerusalén, Hanna Arendt


Adolf Eichmann fue un alto funcionario del Tercer Reich, directamente encargado de la deportación de miles de judíos a los campos de concentración. Cuando los ejércitos aliados llegaron a Alemania, pudo escapar del país. En 1960, los servicios secretos de Israel lo raptaron en Buenos Aires y lo condujeron a Jerusalén para juzgarlo por genocidio. Hannah Arendt  era una filósofa y escritora alemana, de origen judío, que tuvo que exiliarse de su patria. Marchó a Estados Unidos. Y trabajaba para el periódico The New Yorker. Este diario la envió como corresponsal al juicio que se celebró en Jerusalén. Hannah no se limitó a enviar las crónicas a su periódico sino que intentó comprender lo que estaba pasando en el juicio y lo que había sucedido en toda Europa durante el régimen nazi que condujo a millones de judíos y no judíos a las cámaras de gas. Hannah Arendt intentó ser una periodista imparcial y acuñó el término ‘banalidad del mal’, sin el cual no se puede entender el pensamiento desde la Segunda Guerra Mundial hasta hoy mismo. Una crónica periodística de singular belleza y profundidad.

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El olvido que seremos, Héctor Abad Faciolince

 

El escritor colombiano, Héctor Abad Faciolince, consciente del ‘olvido que seremos’  hace memoria de su padre, de su familia y de su patria, Colombia. Su padre, médico y profesor universitario, se involucró en el acceso a agua potable en los barrios más humildes, en la denuncia de la violencia en los años de plomo del terrorismo colombiano. Un hombre íntegro que pagaría con la propia vida su defensa de los más pobres y su honda preocupación social. El 25 de agosto de 1987 su cuerpo caía bajo las balas asesinas en la ciudad de Medellín. El padre amado, el padre idealizado, el padre estrella polar. Y una Colombia que duele por la violencia, las injusticias y la corrupción. El libro pretender ser un intento por mantener vivo el recuerdo de un hombre justo, pero al mismo tiempo el intento por mantener vivas las causas que dieron sentido a la vida de su padre: la familia, la lucha contra la injusticia, la ayuda a los más vulnerables. Y es que las palabras, como los ladrillos y las piedras, pueden ser levantadas como edificios que resistan las inclemencias del tiempo y del olvido. El libro que fue publicado hace quince años ha vuelto a la actualidad por la adaptación cinematográfica de Fernando Trueba.

 

Como viento en el polvo, Leonardo Padura


            Me enfrentaba a mi primera lectura de una novela de Leonardo Padura. Una buena novela. Durante veinticinco años el autor recorre las vidas de un grupo de amigos de la Habana: Clara, Irving, Horacio, Walter, Bernardo, Elisa... Y con ellos se recorre un país, Cuba, donde los viejos sueños revolucionarios se van agostando, en medio de nostalgias, deserciones, estrecheces económicas, ganas de libertad, amor a la tierra y deseos de salir de ella. Un fresco que transcurre dentro y fuera de Cuba, con sus encuentros, sus celebraciones, sus misterios, sus traiciones. Una metáfora de una Cuba en la que sus ciudadanos creen cada vez menos en las utopías de la “revolución de los barbudos” y cada vez más en un lugar más allá de la isla donde empezar de nuevo una nueva vida. Cubanos que desean vehementemente largarse de Cuba, pero heridos de melancolía por una tierra, desde el momento en que están lejos de ella. Amistad y exilio son las dos palabras que podrían resumir el mensaje de esta hermosa novela. El título de la novela se lo da una famosa canción: Dust in the wind. 


Fina Lluvia, Luis Landero



            La novela abarca apenas seis días en la vida de una familia, los que van desde que Gabriel, el marido de Aurora, decide organizar una comida por el 80 cumpleaños de la madre, hasta que él mismo la cancela. Un bienintencionado Gabriel intenta que todos los miembros de la familia olviden viejos reconcomios y agravios, y que un menú de delicatessen borre tantos recuerdos amargos. Pero los familiares, no solo no olvidan, sino que despiertan agravios, resucitan injusticias y desdenes, insuflan savia nueva a desprecios y rencores. Todos a una, todos contra todos, confiesan a Aurora, el elemento neutro de la familia, sus vidas despeñadas, sus secretos inconfesables, sus rencores, sus frustraciones, sus odios. Gabriel, Sonia, Andrea, Horacio y la madre se lanzan a una guerra de llamadas telefónicas para imponer su versión de los hechos, para alimentar, con nueva energía y nueva savia, viejos recuerdos enterrados, pero más vivos que nunca. Una despiadada carrera para defender el relato propio por encima del relato ajeno. Solo la escritura puede obrar el milagro de mostrarnos todos los relatos en paralelo, de forma que el lector sea el escribidor, en su cabeza, de la historia. Hacía tiempo que no me encontraba con una novela tan buena de un escritor español.

Sumisión, Michel Houellebeck


            El título lo dice todo. Y levantó ampollas desde el día de su publicación que trágicamente coincidió con un atentado islamista en París. Para muchos lectores franceses, Michel Houellebeck es el nuevo Sartre. Sumisión es una ficción política. Es el año 2022 y en Francia es elegido Presidente de la República un musulmán. A través de la mirada de un profesor de la Universidad de La Sorbonne, François, vamos conociendo los cambios que se operan en la sociedad francesa. El protagonista, bien puede ser ese europeo al que nunca ha faltado de nada en la vida. Representa al individuo hedonista, indiferente, que espera poco del mañana. En fin, con François pudieran identificarse, más o menos, muchos de los europeos que transitan por las calles, las escuelas, las fábricas y los cafés de cualquier ciudad del Viejo Continente. La libertad y los derechos, penosamente conquistados en los últimos siglos, empiezan a ser letra mojada en Francia. El protagonista se pliega, como otros tantos, al nuevo orden y a los nuevos gobernantes. Sumisión del creyente a Dios. Sumisión de la mujer al hombre. Sumisión de Europa al Islam. Un libro que nos hace pensar en una Europa en crisis, y no solo económicamente, sino en crisis de valores, y lista para aceptar otras formas de entender la vida, ajenas y lejanas de las raíces milenarias de Europa.


Biografía de la inhumanidad, José Antonio Marina


            Un nuevo libro de José Antonio Marina. Unas páginas repletas de siempre lleno de profundas y acertadas reflexiones sobre el comportamiento humano, siempre sorprendente, siempre enigmático. En esta Biografía de la inhumanidad, el autor apunta una tesis: La línea del progreso de la humanidad se ve interrumpida una y otra vez por la emergencia de la atrocidad. ¿Somos los humanos seres con un frágil revestimiento moral? El ser humano se mueve en una doble hélice: la cooperación y la violencia. El “capital social” que la humanidad va atesorando con sus logros en derechos, puede venirse abajo en cualquier momento. El autor hace un repaso sombrío pero luminoso por los muchos casos de deshumanización del ser humano. Basta considerar al otro como negro, como judío, como ‘enemigo’, para despojarle de sus derechos como ser humano. Un libro imprescindible para conocer de qué pasta estamos hecho y de qué pasta están hechos los que ejercen el poder, cualquier tipo de poder. Lectura obligada en tiempos de ‘buenismo’. Y lectura obligada en tiempo, como los actuales, en que nuevos adoctrinamientos y nuevas inquisiciones están surgiendo un poco por doquier.


Las huellas del silencio, John Boyne


            Cuando se conocieron los numerosos abusos a menores en instituciones de la Iglesia Católica, todos los irlandeses se sintieron consternados, porque durante siglos Irlanda y Catolicismo habían formado un matrimonio indisoluble. Un sacerdote irlandés recuerda su vida, desde sus primeros tiempos de sacerdote, cuando ser sacerdote era lo mejor que podía pasarle a uno en Irlanda, hasta cuando la rabia explotó y los curas eran mal vistos e insultados, por el solo hechos de serlo. Un sacerdote, puro y limpio pero incapaz de ver cómo la podredumbre crecía en el seno de la propia Iglesia, nos cuenta su vida, la de su familia, devastada también por la peste de la pederastia, la de la Iglesia Católica, e incluso la de una nación, Irlanda. Un libro escrito con ecuanimidad, que no se centra en los aspectos más turbios o escabrosos de los abusos, sino que es un intento de entender cómo pudo suceder, cómo no saltaron las alarmas dentro de la Iglesia, de la sociedad civil y de los medios de comunicación. Una novela honrada, lo que no es poco en estos tiempos de posverdad.


Los pescadores, Hans Kirk


            Desde hace un siglo es el libro más leído en Dinamarca. Hans Kirk lo escribió en 1928. Cuenta la historia de un grupo de pescadores que abandonan la costa para adentrarse en un fiordo y asentarse en un pueblo de granjeros. Los pescadores y sus familias pertenecen a los “niños de Dios”, una rama estricta dentro de los luteranos. Los pescadores y sus familias se saben salvados y  consideran “no salvados” a cualquiera que practique la religión de una forma más libre o relajada. Un grupo de pescadores que trabajan duramente para pescar en medio de una naturaleza hostil y agresiva, y que al mismo tiempo se sienten devorados por su fe y sus costumbres sin espacio para la diversión o la alegría. Los pescadores es un fabuloso viaje a los adentros de un grupo de hombres y mujeres que se debaten entre fe y fanatismo, intolerancia y compasión, culpa o esperanza. Todas las peleas religiosas y todas las batallas que sostiene nuestro corazón en el territorio de la trascendencia están aquí. ¿Por qué a veces la religión se convierte en ideología y endurece tanto el propio corazón que se olvida de la misericordia?


Biografía de la Luz, Pablo d’Ors


            Desde que escribiera Biografía del silencio, Pablo d’Ors se ha convertido en uno de los guías espirituales de este país y en uno de los maestros más solventes. Pablo d’Ors no solo tiene lectores. Tiene también seguidores. En muchas ciudades de España grupos de personas meditan siguiendo el sendero marcado por este escritor y sacerdote. Son los Amigos del Desierto. El silencio es la marca de la casa. Biografía de la Luz, en cambio, recoge sus meditaciones entorno a numerosas páginas de los evangelios. Una mirada diferente, profunda, poética, incisiva y creativa sobre muchos pasajes de los escritos de Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Páginas de los evangelios que, de seguro, nos suenan, por haberlos escuchado en muchas misas. Esta mirada reflexiva sobre el Nuevo Testamento, los puntos de vista originales y las interpretaciones creativas hacen de Biografía de la Luz un libro que debe ser leído, hecho silencio, meditado y vivido. Es un libro que no se lee –gracias a Dios- como una novela, sino como esas “pastillas vitaminas” que pueden ayudar a fortalecer y a sentirse mejores. Un par de páginas de este luminoso y silencioso libro pueden hacer un gran bien. 

Juan Vaccari: autobiografía y diario


            El 50 aniversario de la muerte del hermano Juan Vaccari, religioso guaneliano, (Sanguinetto, 1913 – Aguilar de Campoo, 1971) me ha llevado a leer el libro que contiene su breve Autobiografía y su Diario espiritual. Como lector, no soy objetivo con este libro. Conocí personalmente a Juan Vaccari, cuando yo era un alumno interno y él un educador en el Colegio San José, de Aguilar de Campoo. Y desde entonces, lo considero uno de mis “maestros”. La vida del hermano Juan resulta, humanamente, fascinante; espiritualmente, iluminadora. De humilde cocinero en los años de la Segunda Guerra Mundial pasó a los salones palaciegos de un cardenal en Roma. Y de ahí a recorrer carreteras por pueblos y parroquias buscando alumnos para el Colegio de Aguilar. Murió joven, pero dejó en herencia una vida íntegra, alegre y servicial. Abrió una senda que puede ser imitada y andada. Era tan buena gente que, incluso un niño de 12 años, como era mi caso, supo hace cincuenta años que el hermano Juan era un santo.


martes, 23 de noviembre de 2021

Los pescadores, de Hans Kirk

 


En 1928, en las librerías de Copenhague, se puso a la venta un libro: Los pescadores, de Hans Kirk. Era la primera novela de un abogado y periodista. En ese momento, nadie podía imaginar que la novela estaba destinada a ser el libro danés más leído y vendido en Dinamarca. De lectura obligatoria para todos los bachilleres del país, “Los pescadores” sigue siendo un libro de referencia para los daneses.  

Al devolver el libro a la biblioteca, el encargado, como hace siempre, me pregunta mi opinión. Le digo que es una estupenda novela. Entonces, él me responde, moviendo la cabeza: “Pero va de problemas religiosos, ¿no? Me temo que no le va a interesar al público”. Y, claro está, tengo que darle la razón.

En los primeros años del siglo XX, un grupo de pescadores abandonan la costa y se adentran en un fiordo, estableciéndose junto a unos granjeros, donde emprenden una nueva vida, peleando duramente para pescar arenques y anguilas.

Unos austeros y recios creyentes pescadores, con plena conciencia de pertenecer al grupo de los “salvados”, tienen que convivir con un grupo de granjeros que vive la religión de forma menos dramática. En el pueblo donde empiezan una nueva vida, se puede bailar, cantar, jugar a las cartas y discutir sobre cualquier tema con el pastor Brink, incluidas las teorías de Darwin.

Los pescadores, sin embargo, viven en la tensión del pecado y de la culpa, y por ello su rígida observancia no puede permitir la más mínima tentación. Dios es el único horizonte de sus vidas. Tienen que luchar constantemente para mantenerse fieles a su fe, lo mismo que tienen que luchar contra una naturaleza dura y  un invierno desolador y largo.

Gente recia, acostumbrada a la pobreza y al duro trabajo, pero con una fe inquebrantable. Povl Vrist, Malena, Tea, Alma, Anton Knopper, Tabita, Martin, Lars Bundgaard, Jens Ron, Mariane, Laust Sand, Thomas Jensen. Todos ellos pertenecen a un grupo religioso luterano “niños de Dios”, que intenta vivir una vida centrada en Dios, el canto de los salmos, la lectura de la Biblia, la bendición de la mesa. Se sienten y se saben ‘salvados’, frente a otros cristianos que viven su fe, de forma más relajada y menos estricta y a los que ellos denominan “los no salvados”. Inflexibles con ellos y con los demás, hasta el mismo pastor les parece sospechoso, poco estricto, simplemente porque predica  misericordia.

De todo esto nos habla este libro. Dios, los creyentes, el pecado, la culpa, la intolerancia, la falta de piedad, la religión convertida en absoluto, una idea de Dios alejada de la misericordia y enraizada en el temor. La novela adquiere su punto álgido cuando Tea, una mujer especialmente estricta, tiene que enfrentarse  al ‘pecado’ dentro de su propio hogar. De sus labios procede una frase aterradora: “Ojalá que estuviera muerta y enterrada”. Y sin embargo, en un giro de humanidad, es capaz de hacer frente a la inflexibilidad del nuevo pastor, y hablarle de la misericordia de Cristo y de que ninguna alma, por muy pecadora que sea, está perdida del todo. El cristianismo sin piedad nos vuelve ‘impíos’, es decir, personas no religiosas.

Bellísimo libro. No es solo el choque entre dos formas de vivir la religión, sino un adentrarse en los recovecos del alma humana que oscila, como las aguas del fiordo danés, entre el rigor y la clemencia, entre la intransigencia y la misericordia, entre la severidad y la dulzura.

Todas las pasiones del alma, incluida la lujuria, están ahí, aunque aprisionadas. Pero también está la religión sincera que acepta la vida con sus luces y sus sombras, la escasa cosecha, la muerte de un hijo. Almas que laten, corazones que sienten, cuerpos aplastados por la fatiga de la pesca, hijos que llegan al mundo, la pobreza en los tiempos de escasez, pero también esas pequeñas alegrías como las redes llenas, la acogida a cualquier visitante, el canto de los salmos, la última luz de la tarde.

Lo fácil sería pensar que el libro es un alegato contra el fanatismo religioso. Pero Hans Kirk huye de las caricaturas fáciles. Los protagonistas nos muestran sus heridas, sus debates internos, sus luchas, sus razones para seguir estrictamente a Cristo, su confianza ilimitada en Dios, su resignación heroica  a una vida de trabajo y de desgracias, pero también su atento ofrecimiento de café a cualquiera que llama a la puerta, su acogida al borrachillo Peder o a la ‘descarriada’ Tabita. Tiene razón Tea cuando intenta abrirle los ojos a su hija sobre el mal que acecha en cada esquina, y tiene razón Tabita cuando se entrega al hombre que ama, aunque sea un pobre hombre, y tenga que arrostrar la vergüenza de su ‘pecado’.

Mariane, la esposa de un pescador, enérgica e inteligente, parece ser el punto de encuentro entre las dos formas de entender la religión. Una mujer puente, una mujer medicina. Lejos del rigorismo religioso, pero también lejos de juzgar a sus vecinos, en ella encontramos un poco de dulzura y de humanidad. Es una mujer dispuesta a echar una mano a cualquiera. Vive la religión a su manera, sin dramas y sin tensiones, pero tampoco se cree superior, ni mejor que sus vecinos. Es una mujer que invita a no juzgar, ni siquiera a quien vive la religión de forma más severa o estricta. Mariane solamente intenta poner un poco de humor y de alegría en el paisaje desolador del fiordo y en el paisaje desolador de tantos corazones.




jueves, 21 de octubre de 2021

Enmanuel Carrère: la vida hecha escritura

 


Pocas veces la concesión de un premio literario, en este caso el Princesa de Asturias a Enmanuel Carrère, me ha dado tanta alegría. Tal vez porque creo haber leído todos los libros importantes de este autor, al que conocí por casualidad en las páginas de un suplemento cultural mientras esperaba el menú del día en Casa Manolo, en Santiago de Compostela.

Carrère, me ha dado buenas horas de lectura, por lo que me siento agradecido a su pluma. Un escritor bastante inclasificable, porque en cada novela te sorprende y de él puedas esperar lo inesperado. He de decir que la autoficción abunda en los escritos de este autor francés. Las novelas de Carrère son Carrère.  Él mismo ha confesado que no sabe hacer ficción y que, por eso, su vida y la vida de los que lo rodean aparecen mucho en su escritura.

Enmanuel Carrère (París 1957), nieto de un ruso que emigró a Francia e hijo de la sovietóloga y Secretaria de L’Académie Française, Hélène Carrère d’Encausse, ha conjugado su tarea de escritor de novelas, ensayos, reportajes y biografías con la labor de realizador de cine. Complejo, contradictorio, con muchas aristas y muchas sombras, con muchos fulgores y muchos infiernos en su existencia. Los conocemos casi todos, porque si de algo hace gala el autor de Vidas ajenas es que no tiene pudor a la hora de escribir, ya sea de sus relaciones sexuales, ya sea de sus sonoras depresiones e internamientos hospitalarios. Lo pude comprobar en su último libro, Yoga, donde da buena cuenta de su experiencia con la depresión, de la ruptura de su propio yo en muchos pedazos, pero también de la desolación experimentada cuando perdió a su buen amigo y periodista Bernard Maris en los atentados yihadistas contra el periódico satírico Charlie Hebdo, o de sus intentos perseverantes de buscar la serenidad y la paz a través del yoga en un monasterio budista estricto y severo.

Sirva de homenaje este artículo en que citaré, aparte del mencionado Yoga, algunos de los libros suyos que he leído. Empezaré por El adversario, para mí su más logrado libro. En él nos cuenta la biografía de un impostor con el que llegó a entrevistarse en la cárcel para intentar captar todos los detalles de un alma laberíntica y mefistofélica: Jean-Claude Romand. Un mentiroso patológico, que se inventó una carrera, un trabajo, un montón de influencias, que dejó sin un duro a sus padres y que quemó su propia casa con su mujer y sus hijos dentro cuando pensó que había llegado muy lejos en su impostura y se sintió acorralado. Sin juzgar en absoluto, Carrère nos presenta la vida de un hombre demasiado real. “Una novela apasionante y una reflexión de escalofrío” (David Trueba).

En El Reino nos habla de su conversión a la fe católica. Una conversión enfebrecida, apasionante como suelen ser las conversiones. Pero, más tarde, sintió la desesperanza y su fe entró en crisis. Se alejó del catolicismo, no sin antes escribir una oración conmovedora: “Te abandono, Señor, pero tú no me abandones”. Su paso por la Iglesia le empujó a meterse de llenos en los primeros tiempos del cristianismo, cuando todo estaba por hacer y un potente y desbordante San Pablo marcó, para bien o para mal, la marcha del cristianismo. El Reino desafía todos los géneros: narración, indagación, ensayo, libro de historia y de introspección; resulta apasionante de principio a fin. Carrère sale triunfante de una increíble proeza. Muestra, en estas páginas soberbias, el poder iluminador de la literatura» (François Busnel, Lire).

En Limónov nos cuenta la vida estrafalaria y rocambolesca del poeta ruso, pendenciero, estrafalario,  maldito, camaleónico, escurridizo, odioso y amable al mismo tiempo. Limónov fue disidente en la Unión Soviética, exiliado en Nueva York donde vivió como un mendigo y terminó como mayordomo respetable de un millonario. En Nueva York viviría noches salvajes de sexo y alcohol. Instalado en París, escribió un libro autobiográfico que escandalizó –ya es decir- a los lectores francés. Y del París- La nuit se marchó a Los Balcanes, donde daría su apoyo sin fisuras y hasta las últimas consecuencias a los serbios. Volvió a la Rusia poscomunista y su valiente oposición al nuevo zar ruso,  Putin, le llevó a la cárcel. “Mucho más que el retrato de un hombre inverosímil, es una historia de los últimos cincuenta años de Rusia. Y contiene páginas memorables” (Bernard Pivot, Le Journal du Dimanche).

¿Con qué nos sorprenderá Carrère en su próximo libro? Ha recibido todos los grandes premios de las letras francesas, y este Premio Princesa de Asturias lo consagra internacionalmente. En su último internamiento psiquiátrico fue diagnosticado como bipolar. No faltan estudios sobre literatura y locura, escritura y problemas mentales. Su obra representaría bien a esta sociedad nuestra que se mueve entre la exaltación y la represión y que no siente pudor alguno a la hora de exhibir su desnudez y sus miserias. Siempre he creído que Enmanuel Carrère es un escritor que sabe hacer escritura de cuanto siente en su corazón y cuanto ven sus ojos. El autor francés es un ser frágil pero brillante que intenta explicarse para comprenderse y alcanzar una cierta cordura. No está tan lejos de Alonso Quijano. En una entrevista a El Cultural decía que “Escribir es el centro de mi vida. Mi objetivo es ser un poco más libre, más inteligente, comprender mejor las cosas y entenderme mejor a mí mismo. Y escribir ha sido mi vehículo para lograrlo”.






miércoles, 8 de septiembre de 2021

Madame Infierno, de Miguel Ángel San Juan



    En mi retiro de Quintanilla de Arriba acabo de dar fin a la lectura de Madame Infierno, la última novela de Miguel Ángel San Juan. Las cuatrocientas páginas de la novela dan cuenta de la larga vida de Claire Chavanel. Estas páginas, sobre todo,  dan testimonio del buen hacer del joven escritor vallisoletano, afincado en Madrid, al que yo conocí cuando era un jovencísimo estudiante de periodismo en la capital del Pisuerga, ilusionado por armar una historia con verbos, sustantivos y adjetivos. Desde entonces, ha escrito muchas cuartillas y emborronado muchos folios, aprendiendo,  con constancia benedictina, el bello y noble oficio de escribidor.

Madame Infierno es una novela bien construida y una novela que engancha desde la primera página. Con suma agilidad, el autor nos pasea, atrás y adelante en el tiempo, por Madrid, París, Lisboa, Londres o Dublín. Todo ello en su afán por dar a conocer los muchos rostros y las muchas aristas, los muchos ropajes y los muchos dobleces de una mujer extraordinaria, Claire Chavanel.

A sus 103 años Claire pasa sus días y sus noches, sin culpa y sin arrepentimiento, en un piso de la calle Serrano de Madrid esperando el final de la vida en la apacible compañía de su cuidador Gabriel. Pero la vida de la protagonista ha sido todo, menos apacible.  En el momento en el que la enigmática señora de muchas caras muere y se abre su testamento, empiezan a aparecer testigos y testimonios de su  apasionada vida por escenarios de lujo y de lujuria, de violencia y de alta costura, de celos y de prostitución. Poco a poco vamos conociendo los demonios que habitan las entrañas de esta mujer que mató por despecho y celos y que se desentendió de sus hijos con fría indiferencia.

En un bellísimo prólogo, Miguel Ángel San Juan nos confiesa su “profunda admiración por las pieles arrugadas y manchadas por el tiempo, admiración por las lágrimas que han corrido  por sus pliegues y las sonrisas que les han dado forma. Nace de la profundidad de los ojos de una mujer obligados a callar tantas cosas que, involuntaria e irremediablemente, buscan desesperados una salida por los secretos silenciados”.  Y esta confesión justifica, sin duda, la indagación en la vida de una mujer extraordinaria que rozó con su presencia figuras claves del siglo XX como Edith Piaf o Pablo Picasso.

Decía al principio de esta entrada que el autor me ha sorprendido con una novela bien construida. Debo añadir también que me ha sorprendido también esta historia bien urdida, la intriga constante, el dominio de los tiempos y las ciudades donde se desarrolla la novela,  e incluso los lenguajes particulares, como es el caso del lenguaje de la moda, de la criminología, de la escena teatral, o el lenguaje erótico, tan difícil de manejar para no caer en lo burdo y al mismo tiempo describir toda la electrizante sexualidad de algunas escenas. Acertada también la descripción de los ambientes, ya sea un burdel, una maison de alta costura, o las bambalinas de un teatro parisino, o un barrio lisboeta. Con estas cuatrocientas páginas el autor nos demuestra que cada personaje –y son muchos los que pasan ante nuestros ojos de lector- contribuye a tejer el tapiz bello, cruel o caricaturesco de una existencia de 103 años.

El estudiante Brandon del Trinity College de Dublín, la profesora Farrell, el prestigioso empresario y frecuentador de burdeles Durand, la modista de alta costura Francine Voinchet, el seductor y descubridor de artistas señor Neville, el ingeniero Edouard Chavanel, el cuidador compasivo y madrileño Gabriel, la prostituta Charline,  sus hijos Philippe, Amélie o Jerôme, el fogoso y sencillo portugués Mateus Oliveira son algunos de los personajes que se asoman a los múltiples ventanales por donde es observada la protagonista de esta novela. Cada uno la ve de una manera y cada uno la sufre o la goza de un modo distinto. Cada uno de ellos forma parte, directa o indirectamente,  de una vida que el autor intenta explicar en las muchas ciudades por donde transcurrió su vida y en los amantes que la sedujeron y de los que se sirvió o a los que sacrificó. Hasta el final se mantiene la intriga y, un poco sorprendentemente, descubrimos, en las últimas páginas, una pieza secundaria y discreta, por la que encaja todo el puzzle.

San Juan es un apellido caro para mí, porque es el apellido de un estupendo compañero de trabajo, Fernando. Fue él quien me habló de la faceta como escritor de su sobrino, y gracias a él conocí sus obras. Miguel Ángel San Juan compagina su tarea de escritor con su trabajo de comunicación en la Fundación Juan XXIII, al servicio de personas con discapacidad intelectual. Es un joven, por lo tanto, con los pies en la tierra y con demostrada sensibilidad social e inquietudes humanistas.

Madame Infierno podría ser simplemente una invitación a conocer los infiernos que, como ríos, corrieron por las venas de esta mujer de longeva existencia. Pero es verdad que la mirada del autor sobre la protagonista también encierra una pizca de misericordia. La escritora italiana  Natalia Ginzburg nos decía que “cuando se mira a un ser humano de cerca, siempre nos da un poco de pena”. “El infierno son los otros”, decía Jean-Paul Sartre. “El paraíso son los otros”, le contestaba Gabriel Marcel. “Bienvenidos al infierno”, nos dice el autor al inicio de la novela. Yo añadiría también: “bienvenidos a los numerosos destellos de paraíso” que hay en la última novela de Miguel Ángel San Juan.










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Una temporada en el infierno

            En una estación de París, desciende un joven de 16 años, cuerpo atlético, pelo alborotado y ojos azules. Se llama Arthur Rimbaud...

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