Hay una noticia seria del día: la
normalidad en la aplicación del artículo 155 en Cataluña. Y hay otra noticia
surrealista o más bien de bajeza moral, si queremos hablar con propiedad .
Puigdemont y algunos de sus ex-consejeros huyeron de Barcelona a Marsella y allí
cogieron un avión hasta Bruselas, probablemente para pedir asilo político. El
parlament de los cobardes. Los que sacaban pecho, los que querían constituir
con su autoridad 'moral' la República Catalana, huyendo de noche, como vulgares
malhechores. Los que pedían a los ciudadanos afines que resistiesen en la
calle, los que pedían a los funcionarios que no obedeciesen al Estado represor,
huyen como cobardes, como gallinas con su cacareo asustado, como ratas en tiempos de naufragio. El supuesto capitán abandona el primero el barco, y pide a los grumetes que permanezcan en él.
martes, 31 de octubre de 2017
5 de octubre: Inquietud por Cataluña
Pues así debería ser: permanecer en
el propio sitio. Pero los acontecimientos que se están produciendo en Cataluña
dejan poco espacio para la calma y para la serenidad. Las redes sociales
tampoco ayudan a ello, ya que solicitan nuestra atención y urgen nuestra
respuesta y nuestra reacción. Los bulos se hacen virales, y las mentiras
trending-topic. La verdad perece como se agostaba el trigo cuando se arrojaba
sal sobre los campos en aquellos castigos medievales. En un clima de vértigo y
de aceleración, es difícil hacer un hueco para la reflexión serena y para el
análisis sosegado. A golpe de emoción respondemos y a golpe de emoción
reaccionamos. La razón ha sido sustituida por el insulto, la descalificación
gratuita, la amenaza ruin y la bandera ondeada al viento. Nada que ver con el
examen, el diagnóstico y la medicina, es decir, nada que ver con las razones
razonadas.
Claro, alguno me dirá: ¿Y no es
bueno pronunciarse, definirse, decir aquí estoy en este campo, con esta
bandera? En estos mismos días hemos visto cómo se forzaba a muchos célebres
futbolistas a que se definiesen. Yo creo que solamente a las instituciones
públicas, a los partidos, se les puede exigir que digan dónde están y con quién
están. Hemos visto, en este campo, a no pocos tibios’. Algún partido y alguna
institución se situaban de perfil ante el conflicto, para que nada les moje ni
les salpique. Una vela a Dios y otra al diablo, la equidistancia exquisita y la
ambigüedad calculada. Éstos imploran el ‘diálogo’ como un mantra. Pero el
diálogo exige que ambas partes estén dispuestas a ceder en algo y a perder, por
el camino, parte de sus exigencias. Lo que pasa que quien exige diálogo no
puede poner condiciones inadmisables y contrarias diametralmente al derecho y a
las leyes que nos hemos dado.
¿Hay víctimas y hay verdugos en este
caso de Cataluña? Yo creo que sí. Y, sin duda, las primeras víctimas son esos
catalanes que no comulgan con el proyecto independentista, que han visto como
les ponen trabas para un ascenso laboral, que les hacen el vacío a sus hijos en
las escuelas, que les llaman charnegos o emigrantes, porque han nacido en
Extremadura o Andalucía. Pero que también, aunque hayan nacido en el Paseo de
Gracia, les tachan de no-catalanes simplemente porque no son de ‘de los suyos’,
de los que ahora tienen secuestrado al ‘Parlament’. Era curioso como algún
etarra era aclamado como un héroe por las calles de Barcelona, y alguna
cineasta de trayectoria intachable era insultada de ‘fascista’, que es el
término que utilizan los fascistas para todos los que no lo son.
Cuando se hacen los diagnósticos de
lo sucedido en Cataluña, muchos expertos hablan de tres factores determinantes:
una educación que se ha encargado de sembrar, desde las guarderías, el
desprecio a todo lo español y la descalificación de todo lo que no sea ‘catalanismo
excluyente’. Dos: unos medios de comunicación sectarios (especialmente la TV3)
absolutamente comprados y en constante genuflexión a la Generalitat. Y unos
mossos de esquadra ‘seleccionados, formados y adoctrinados’ según los intereses
del Govern. Es decir, desde hace décadas el nacionalismo excluyente ha ido
creando una ‘identidad del odio’.
Lo que llamamos fracturación social proviene
de una identificación acérrima con una ideología que nos impide ver a la
persona, y sólo nos interesa, para combatirlo y sentirlo como propio, su
postura política. Así las cosas, lo primero que se rompe es la convivencia
normal y pacífica entre los miembros de una familia, los trabajadores de una fábrica
y los amigos de toda la vida. Como perros sabuesos, se rastrea el pensamiento
del otro y, a partir de aquí, se le clasifica en amigo o en enemigo. Las masas azuzadas
por los políticos independentistas se han lanzado a las calles de Cataluña para
hacer su particular ‘insurrección. Y las masas, admitámoslo, casi siempre se
equivocan. Y además, suelen cambiar de bandera con cierta facilidad y cierta
frecuencia. Es el fenómeno de las banderas reversibles, como los aquellos
abrigos de dos colores que se pusieron de moda hace unos años.
Entre el griterío y el impulso irracional
es difícil escuchar la voz del argumento, el susurro limpio y frío de la razón.
Los griteríos excesivos no anuncian sino los futuros insultos. Las masas,
manejadas por el odio, son un arma que, en los inicios, puede contribuir a los
‘objetivos’ marcados por la ideología de turno, pero al final todo esto acaba
en un desorden estéril y en una violencia gratuita. Unos son los que azuzan,
pero otros, mucho más numerosos, son los que pagan los platos rotos. Y la
tragedia de un pueblo, todos lo sabemos, llega cuando la mayoría se equivoca.
No olvidemos nunca que una mayoría de alemanes siguió al Fuhrer, aunque luego
ni un solo ademán reconociera que había pertenecido al partido nazi.
¿Qué hacer en estos tiempos convulsos,
en estos tiempos de desasosiego y de agresividad creciente? ¿Se puede vivir
como si tal cosa, como quien oye llover? Difícil, sin duda. Pero hay que
intentarlo.
Permanecer en el propio sitio,
mantener el alma en el propio almario. No responder al fuego con el fuego, ni
al insulto con el insulto. Bajar el tono en el hablar. No afilar los dientes
sino dibujar la sonrisa. No responder con el odio a los que por su actitud se
hacen odiosos…
Y esto no es buenismo, sino inteligencia
cordial. Porque si yo también voceo, si yo también insulto, si yo también
prendo la mecha, si yo también ondeo mi bandera como una lanza, ya me he
colocado en el campo del que me insulta. Me ha llevado a su terreno.
Desear que se cumpla la ley, desear
que se haga justicia sólo significa eso: que la ley se aplique y que la
justicia (con sus ojos vendados de alta simbología) se imparta con fría
imparcialidad.
En estos tiempos recios, según la
expresión de Teresa de Jesús, no pueden abrirse las compuertas del
resentimiento, del rencor o del odio en nuestro corazón frente a los
resentidos, a los rencorosos y a los ‘odiosos’. Ni podemos saltarnos la ley ni
el derecho frente a los que se los saltan a diario.
Es tiempo de contención. En tiempos
de riada es cuando las compuertas deben permanecer firmes e inamovibles, ya que
de lo contrario se anegarían los campos, perderíamos los cultivos y vendría el
hambre y la miseria. El hambre y la miseria moral son los frutos inequívocos
cuando la convivencia se rompe y se abre un tiempo de espadas.
viernes, 29 de septiembre de 2017
Todos somos aporófobos
El ensayo de Adela Cortina que acabo
de leer lleva un título bien extraño: Aporofobia. El término lo utilizó por
primera vez la propia autora en 1995 y poco a poco se ha ido abriendo camino,
hasta el punto de que el Ministerio del Interior utiliza el término para
ciertos delitos de odio. Aporofobia en una palabra compuesta de ‘aporos’,
pobre, y ‘fobia’, temor. La aporofobia sería el odio, la repugnancia u
hostilidad ante el pobre, el sin recursos, el desamparado.
El ensayo de esta prestigiosa
docente de la Universidad de Valencia parte de la idea de que es cierto que hay
muchos xenófobos, pero aporófobos lo somos casi todos. No nos asustan ni
sentimos desprecio por los extranjeros que vienen a visitar nuestras playas y
monumentos, no sentimos desprecio hacia los jugadores negros del Barça o del
Madrid. No sentimos desprecio hacia los jeques musulmanes árabes que atracan
sus imponentes yates en Puerto Banús. Lo que sentimos es desprecio y aversión
hacia los extranjeros pobres, los que saltan la valla de Melilla o llegan en
patera. Lo que sentimos es aversión hacia los negros sin recursos. Lo que
sentimos es aversión a los musulmanes migrantes de nuestros barrios más
humildes.
El libro intenta buscar las razones
de esta lacra, de esta patología social que conviene nombrar y diagnosticar.
Cortina cree que en el fondo cuando
damos algo, esperamos un retorno, una recompensa, una contrapartida. Este
retorno no puede producirse cuando la otra parte no tiene recursos materiales.
Entonces, instintivamente, hay un rechazo puesto que el otro nada puede
proporcionarnos. El sistema de favores, que es hábito común en la sociedad, se
rompe ante las personas pobres. Parece que biológicamente nuestro cerebro está
preparado para sentir una empatía hacia el fuerte, el sano, el que puede venir
en nuestra ayuda, para protegernos a nosotros o a los que son de nuestra propia
tribu, pero al mismo tiempo, parece que nuestro cerebro rechaza lo que nos
molesta y perturba, así que cuando advertimos que alguien nos puede traer
problemas porque necesita de nuestra ayuda, tratamos de apartarlo de nuestras
vidas. Sabemos, así, que nuestro cerebro es, sobre todo, aporófobo, aunque
también esté diseñado para la compasión y para la cooperación.
El final del libro plantea
interrogantes muy serios y preguntas inquietantes: ¿Podemos pensar en una ‘biomejora’,
es decir, en mejorar nuestro cerebro, con distintas intervenciones o
sustancias, para disminuir nuestra aversión a los pobres?
miércoles, 13 de septiembre de 2017
Las sombras de los acontecimientos por venir.
No me resulta curioso, ni me resulta
chocante. Me resulta inquietante y descorazonador que Armando Otegui, el
sanguinario etarra, el que tuvo mucho que ver en el atentado de Hipercor en
Barcelona, donde murieron tantas personas y hubo tantos heridos, fuera
aplaudido y vitoreado hace unos días en esta misma ciudad, en la ofrenda con
motivo de la Diada. Y me resulta descorazonador que en ese mismo acto, miembros
del Partido Socialista fueron insultados y que otros grupos políticos, como el
Partido Popular o Ciudadanos no pudieran ni siquiera acercarse al lugar de la
ofrenda. Resulta descorazonador que, en Cataluña, el afán acérrimo por defender
una ideología les haga pasar por alto los crímenes del asesino y no sean
capaces de conceder el mínimo derecho a la existencia política a quien piensa
diferente en cuestiones de separatismo. Y todo esto ocurre como si nada, como si
fuera lo más normal. Las minorías radicales y violentas se están ‘labrando un
amplio porvenir’ en la sociedad catalana. Y esto es muy preocupante. Los
acontecimientos por venir proyectan con antelación sus sombras. Y si muchos
ciudadanos fuesen mínimamente racionales o razonables, se darían cuenta de que
estas sombras sólo pueden proyectar una larga noche de odios y de venganzas.
Melancolía y silencio en Sacramenia.
Sacramenia está muy cerca de mi
pueblo. Desde hacía muchos años conocía la historia de ese claustro del
monasterio cisterciense de Sacramenia que el magnate americano Hearts, el
hombre en el que se basa la película Ciudadano Kane, adquirió con el
beneplácito o el silencio de autoridades, marchantes, historiadores de artes de
la época. El claustro en cuestión fue desmontado piedra a piedra en los años
veinte, cargado en carros, después en barco, hasta llegar a Miami, y tras muchas
vicisitudes, fue montado en esta ciudad –según los expertos muy mal armado porque
la numeración no fue correcta- donde ahora se puede contemplar por los turistas
y en cuyo marco se pueden celebrar bodorrios y ágapes.
El resto del monasterio aún se alza
en su lugar, aunque ahora está dentro de una finca privada, el Coto San
Bernardo. Sus actuales propietarios son los dueños de la revista Hola.
Hay una cierta melancolía otoñal en
el paisaje y en el entorno que rodea el Monasterio, y un gran silencio que, ni
siquiera los dos grandes canes que deberían ‘defender’ el camino de acceso se
atreven o quieren romper. ¿Habrán las piedras seculares amansado y dulcificado
a estos perros?
Vemos llegar al guardés de este
coto, con unos pimientos en sus manos. Nos cuenta peripecias del ‘gran expolio’
y cómo esta gente rica engañaba y sobornaba con facilidad a los ignorantes y a
los codiciosos que siempre han campado por estos lares. Parece ser que la
comitiva americana no sólo se llevó el claustro, sino que arrambló con todo lo
que tenía por delante, obras que no contemplaba la ‘compraventa’. Y que cuando
le afearon que intentase llevarse un crucificado que no estaba en el lote, él
acabo destruyéndolo porque se había encaprichado de él y no le permitían
llevárselo. En fin, una macedonia perfecta de
prepotencia, avaricia e ignorancia.
Pero finalmente nos abren las
puertas del Monasterio. Y aquí me olvido del expolio y de la usura, del
abandono y del desprecio a la belleza secular.
La iglesia es de unas proporciones
catedralicias y se podría emparentar con Santa María de Huerta y con Santa
María de Valbuena. Ha sido primorosamente restaurada e iluminada. Una desnudez
total del gusto de San Bernardo, donde la mirada no se extravía sino que se
concentra en ‘lo absoluto necesario’. Una desnudez que sólo interrumpen los
pocos retablos que aún subsisten. El rosetón de la nave central aún deja pasar
la luz de esta última hora de la tarde. No hay bancos para los fieles, lo que
agranda el espacio central y, de esta forma, casi podemos hacernos una idea de
cómo era la iglesia recién construida. En una capilla, contemplamos el
crucificado que quisieron destruir y que ahora ha sido completamente
recompuesto y restaurado. Es este crucificado una de esas imágenes que invita a rezar. Y en toda
esta historia de expolio, no sólo duele el hecho de que se hayan llevado obras
de arte, sino también que hayan privado a las gentes de seguir rezando y de seguir
besando y de seguir abriendo sus almas a las imágenes que habían acompañado en
su soledad o en su alegría a sus padres, a sus abuelos… en fin, que habían hecho un poco de compañía a los frailes y a los campesinos de estas aldeas.
Una tarde hermosa junto a las
piedras que subsisten de aquel robo y de aquella desidia. Pero no todo está
perdido. Y la hermosura de esta iglesia que sobrevivió al expolio, aún me ha
llenado de alegría. Y seguirá llenando a los que vengan después.
jueves, 7 de septiembre de 2017
Paredes de Nava: reyes y poetas
Una excursión a Paredes de Nava para
visitar a los ‘Berruguetes’ en su cuna natal: Pedro, Alonso e Inocencio, y
podríamos añadir a esta familia el nombre de Esteban Jordán, que estuvo casado
con una nieta de Pedro Berruguete. La primera sensación cuando se visitan estos
pueblos blasonados de Castilla es la de que todo ha ido a menos y, sin duda, la
rueda de esta malafortuna no se ha detenido todavía, sino que seguirá rodando en esa misma
dirección de decadencia. La sola iglesia de Santa Eulalia, de dimensiones y
hechuras catedralicias, nos da idea de sus antiguos esplendores, de potentes
hacendados, civiles o eclesiásticos, que ponían sus bienes al servicio de ‘las
piedras de Dios’, quizás por devoción, quizás por vanidad, o por ambas
cosas.
Doce tablas de Pedro Berruguete
atesora el retablo mayor de la iglesia. Y ahí están los 6 retratos magníficos
de los Reyes de Israel, cuya
belleza me ha subyugado cada vez que los he visto de cerca: una hermosura que no cansa. Acodados en un
alféizar, y asomados a una ventana, los Reyes, con vestiduras espléndidas de
terciopelo y brocado, tocados con sus coronas, y adornados con sus joyas regias, reinan sobre un mundo que tienen
delante de sus ojos, y ejercen un imperio sobre cualquier espectador que los
mire.
Pero también en Paredes está una
preciosa escultura de Alejo de Vahía, el Abrazo de San Joaquín y Santa Ana. A
una edad en la que ya no se puede esperar hijos, ellos creen, con una fe pobre
y dudosa, en la promesa de que sus entrañas engendrarán. Ellos, por su
condición de estériles, eran los últimos de Israel, los pobres de Yaveh, los
despreciados de una comunidad que cifraba en la abundancia de hijos, la
abundancia de bendiciones del Todopoderoso. Pero ahora ellos se abrazan ante la
Puerta Dorada del Templo de Jerusalén, y es este abrazo, este gesto de
intimidad y de ternura, una forma de gratitud al que ‘hace maravillas’. Y su
suave sonrisa, su sonrisa triste (ya no es la risa burlona de Sara cuando los ángeles prometieron el portento), podríamos decir, es como un guiño al
espectador: no todo está perdido; aún cabe la esperanza.
Pero también la pila bautismal de
Paredes de Nava cuenta entre sus ilustres bautizados a Jorge Manrique, el poeta
enorme de esta tierra, y cuyos versos A
la muerte de su padre, siguen resonando con la fuerza, la melancolía y las
enseñanzas de siempre. ¿Pero leerá ahora algún jovenzuelo los versos
manriqueños? No lo sé. Vamos en busca de su escultura, pero aparece
completamente vallada. Puede que, ante las inminentes fiestas locales, el
ayuntamiento haya decidido evitar gamberradas a la imagen del poeta. Así que
Jorge Manrique aparece como encarcelado o como enjaulado. ¿Son ahora sus versos
peligrosos? Este desencanto del mundo que él nos transmite, ¿es digno de
rechazo en un mundo que ha transformado en máxima de vida el carpe diem y la desmemoria, y que
desprecia y desdeña cualquier invitación al pensamiento y al examen de
conciencia?
miércoles, 6 de septiembre de 2017
La bondad humilde de Adriano Olivetti.
Natalia Ginzburg recuerda en Léxico familiar la historia de su familia, especialmente las voces, las expresiones, las coletillas de cada uno de sus parientes. La escritora (nacida Levi) adoptó el apellido de su marido, Leone Ginzburg*. Con esa sinceridad sencilla a la que la Ginzburg nos tiene acostumbrados, recuerda un momento dramático de su vida: la detención de su marido, pero lo que recuerda, sobre todo, es el momento en que su cuñado, Adriano Olivetti (¡un Olivetti!), llega a casa para darle la noticia y ayudarle a hacer las maletas:
“Leone fue detenido en una imprenta
clandestina. Yo estaba en casa con los niños en aquel piso que teníamos en los
alrededores de la plaza Bologna, y esperaba, y las horas pasaban, y a ver que
no regresaba comprendí poco a poco que lo habían detenido. Pasó todo aquel día
y toda aquella noche, y a la mañana siguiente vino a verme Adriano (marido de su hermana Paola), y me dijo que me fuera rápidamente de aquella
casa, porque a Leone le habían detenido y la policía podía venir de un momento
a otro. Me ayudó a hacer las maletas y a vestir a los niños. Salimos de allí
corriendo y me llevó a casa de unos amigos suyos que aceptaron alojarme.
Me acordaré siempre, toda la vida,
de la enorme tranquilidad que sentí aquella mañana al ver su figura, que para
mí era tan familiar y conocida desde la infancia, después de haber pasado
tantas horas de soledad y de miedo, horas en las que había pensado en los míos,
que estaban lejos, en el Norte, y a los que no sabía si volvería a ver alguna
vez. Y recordaré siempre su espalda inclinada recogiendo por las habitaciones
nuestras ropas esparcidas y los zapatos de los niños, con un gesto de bondad
humilde, compasivo y paciente. Cuando huimos de aquella casa, tenía la misma
mirada que aquella vez que vinieron a recoger a Turati a nuestra casa, la
mirada jadeante, asustada y feliz de cuando ponía a salvo a alguien”.
* Leone Ginzburg fue un intelectual italiano (nacido en 1909, en Ucrania), una figura muy destacada de la cultura italiana de los años 30. Estuvo casado con la escritora Natalia Levi (después Ginzburg). Leone, por sus ideas antifascistas y sus raíces judías, fue encarcelado por los nazis y murió en febrero de 1944 tras ser torturado en la prisión romana de Regina Coeli.
martes, 5 de septiembre de 2017
Aquel sermón de Bossuet
Ya se sabe que libro que no lleva a otro libro
no es buen libro. En esto días leo a Pablo d’Ors y su Olvido de sí. Y éste me ha
llevado a Bossuet cuya lectura, especialmente de Las elevaciones sobre los
Misterios, fue el comienzo de la llamativa conversión de Charles de Foucault.
Bossuet (1627-1704) fue una de las figuras más importantes del episcopado
francés de su época. Famoso por su elocuencia y por sus escritos, fue nombrado
Preceptor del hijo y heredero de Luis XIV. En varios funerales regios y de
grandes personalidades de Francia le correspondió pronunciar la oración
fúnebre, que aún hoy son consideradas obras maestras. Está enterrado en la
catedral de Metz.
Pero me he detenido en sus llamamientos a la
caridad, con motivo de la hambruna que en el momento más brillante y triunfante
del reinado de Luis XIV estalló en Francia. Un vasto movimiento de caridad fue
impulsado por Vicente de Paúl, y Bossuet se adhirió a él. Bossuet combate esa
falsa creencia de pensar que todo marcha bien en el mundo cuando los que
gobiernan están contentos con su gobernación. El orador sagrado más importante
de Francia se dirige a los ricos, incluso al propio rey y a la misma corte: “Mueren
de hambre, sí, señores. Mueren de hambre en vuestras tierras, en vuestros
castillos, en vuestras ciudades, en los campos, en la puerta y en los
alrededores de vuestros palacios. Nadie se acerca a socorrerlos. Y eso que sólo
os piden lo superfluo de vuestras vidas, unas migas de vuestras mesas. Los
reyes tienen que reaccionar. Puede que ellos no puedan hacer todo lo que les
gustaría, pero rendirán cuentas a Dios de lo que pudieron haber hecho. Ricos,
llevad el peso del pobre, aliviad su necesidad, ayudadle a sostener las
aflicciones bajo cuyo peso gime”. ¡Caramba con Bossuet¡
viernes, 1 de septiembre de 2017
El Rey que me representa.
Yo también me sentí insultado cuando
insultaron al Rey, cuando insultaron a los muertos y a los heridos, cuando
insultaron a toda la gente de bien que creía acudir a una manifestación de
protesta contra los atentados de Barcelona y se encontró con una emboscada de
los totalitarios y sus ideologías del odio. Un hombre de pie, todo un señor,
todo un Rey, frente a los insultos de los que no respetan el dolor, representó
la gallardía y el coraje de todos los españoles de buena voluntad. Yo también
me sentí insultado en esa manifestación. Pero también me sentí representado por
Felipe VI.
Los caballos de Dios, de Mahi Binebine
Hace escasas semanas leí una novela
que lleva por título Los caballos de Dios. Su autor, el marroquí Mahi Binebine,
reconstruye la historia de los jovencísimos terroristas que en 2003 cometieron
un atentado en un hotel de Casablanca. El título original es, en francés, Les
étoiles de Sidi Moumen (Las estrellas de Sidi Moumen), y alude al equipo de
fútbol de la barriada marginal de Casablanca. En Sidi Moumen, al lado de un
basurero, crecen y viven unos jóvenes que tienen un único sueño: salir de esa
situación de pobreza y de desesperanza a través del milagro de convertirse en
un futbolista estelar. Precisamente por eso, los partidos de fútbol en el
secarral de Sidi Moumen son el único momento de alegría. Pero hete aquí que un
buen día, a estos chicos, ni especialmente creyentes ni especialmente
religiosos, se les ‘aparece’ un imán que con suaves manera, con discreción, les
persuade que él tiene la fórmula para dar una razón fuerte a su vida, para
salir de esa existencia de basura, para acceder ‘directamente y sin peaje’ al
paraíso. Y ellos creen a pies juntillas en las palabras sabias del imán. Y
rezan y rezan para pedir la inspiración divina. Y resulta que Alá les sugiere y
les inspira, siempre por la boca untuosa del imán, que se pongan un cinturón de
explosivos y que se hagan ‘volar’ en un lujoso hotel de Casablanca lleno de
‘infieles occidentales’. Y así ocurre.
La novela está contada ‘desde el más
allá’ por uno de los jóvenes terroristas, quizás el más ingenuo. En uno de los
pasajes, el narrador dice que el infierno con el que se encuentran los que se
inmolan es no poder ‘advertir a los
otros jóvenes’ que no hay paraíso, ni caballos alados, sino el absoluto
remordimiento y la absoluta pena por no poder abrir los ojos a los que están a
punto de caer en las redes de un imán.
Después del atentado de Barcelona,
he pensado mucho en esta novela. El lector encontrará diferencias pero también
similitudes con la célula yihadista que truncó la vida de tantas personas en
Las Ramblas y en Cambrils. Es una poderosa novela que nos ayuda a conocer un
poco más el terrible fenómeno yihadista, y las maneras con que un imán engatusa
y vuelve loco a un joven que quizás lo único que soñaba era con ser una
estrella de fútbol.
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