viernes, 19 de febrero de 2016

Tardaron tiempo en ver que era diferente




    Y un episodio escalofriante –uno entre miles- de la guerra en Bosnia. En la guerra todo está permitido, es como si levantaran la veda. Los vecinos no reconocen a sus vecinos y los hermanos no reconocen a sus hermanos. El hecho de ser cristiano o musulmán, que hasta la víspera de la guerra era un dato sin importancia entre bosnios y serbios, se transformó en una condena o un salvaconducto. Cuenta José Mª Mendiluce en su libro El amor armado: "Cuando a Damir lo mataron por ser distinto tardaron casi dos horas en darse cuenta de que lo era. Hablaba como ellos, era como ellos, pero quizá algo en su mirada de artista incapaz de odiar, algo en esos ojos que reflejaban ternura y miedo en vez de odio y arrogancia étnica, hizo que los cazadores no creyeran en sus papeles de salvaconducto. Entonces le hicieron bajarse los pantalones. Estaba circuncidado. Se la cortaron y se la metieron en la boca con los testículos y luego, afortunadamente, alguien le pegó un tiro en la nuca antes de que pasara demasiado tiempo"

jueves, 18 de febrero de 2016

El abrazo de la Habana




    El abrazo entre el Papa Francisco y el Patriarca de todas las Rusias, Kiril, en la ciudad de la Habana, el pasado 12 de febrero, me parece a mí que es una buena noticia. Ya sé que en un mundo desacralizado como es el nuestro, esta noticia ‘religiosa’ se ha visto muy relegada en la información. Ha ocupado menos primeras páginas que el último gol de Ronaldo o la ola de frío.
En un mundo en que las religiones están bajo sospecha (el islamismo, sobre todo, pero también el resto), este puente creado por un abrazo histórico entre ‘dos hermanos separados’, después de mil años de distanciamiento, es una primavera, un rayo de sol en medio de los negros nubarrones.
 

    “El Gran Cisma es – explica el profesor José Antonio Molero en un interesante artículo-  la separación del papa y la cristiandad de Occidente, de la cristiandad de Oriente y sus patriarcas, en especial, del Patriarca Ecuménico de Constantinopla. El distanciamiento entre ambas Iglesias comienza a gestarse desde el momento mismo en que el emperador Constantino el Grande decide trasladar, en el 313 d.C., la capital del Imperio romano de Roma a Constantinopla; se inicia, prácticamente, cuando Teodosio el Grande divide a su muerte (395) el Imperio en dos partes entre sus hijos: Honorio, que es reconocido emperador de Occidente, y Arcadio, de Oriente; deja notarse a partir de la caída del Imperio occidental ante los pueblos bárbaros del Norte en el 476; se agudiza en el siglo IX por Focio, patriarca de Constantinopla, y se consuma definitivamente en el siglo XI con Miguel I Cerulario, también patriarca de Constantinopla. Miguel I Cerulario y la separación definitiva”. Miguel I Cerulario (ha. 1000 - 1059) fue hombre altivo, prepotente y ambicioso, de poca formación intelectual, pero lleno de odio contra la Iglesia romana. Elevado a la Sede Patriarcal de Constantinopla en 1043, su ministerio coincidiría con el del papa León IX, y ambos consumarían el cisma que se venía gestando entre ambas Iglesias. Su enfrentamiento con Roma se inicia en 1051, cuando, tras acusar de herejía judaica a la Iglesia romana por utilizar pan ácimo en la Eucaristía, ordena que se cerrasen todas las iglesias de rito latino en Constantinopla que no adoptaran el rito griego, se apodera de todos los monasterios dependientes de Roma y arroja de ellos a todos los monjes que obedecían al Papa, y dirige una carta al clero en la que renovaba todas las antiguas acusaciones contra las dignidades eclesiásticas occidentales. En el año 1054, el papa León IX envió a Constantinopla una legación encabezada por el cardenal Humberto de Silva y los arzobispos Federico de Lorena y Pedro de Amalfi, portando un escrito en el que se conminaba a Cerulario a la retractación de algunos aspectos en conflicto y un decreto de excomunión en caso de que éste se negase a ello, pero el patriarca se negó a recibirlos y tratar con ellos.     Ante esta actitud, los legados papales publicaron su “Diálogo entre un romano y un constantinopolitano”, plagado de burlas contra las costumbres griegas, y, el 16 de julio de 1054, depositaron la bula de excomunión en el altar mayor de la iglesia de Santa Sofía, en Bizancio (antes Constantinopla), y abandonaron la ciudad de inmediato. Unos días después, el 24 de julio, el patriarca Miguel I Cerulario quemaba públicamente la bula papal y excomulgaba al cardenal Humberto y a su séquito. El cisma entre ambas Iglesias, que aún se perpetúa, se había consumado. Con todo, aunque el inicio del Gran Cisma queda fechado en la Historia a partir del papado de León IX, no son pocos los investigadores que cuestionan la trascendencia de estos hechos en la efectiva separación de ambas Iglesias, pues, por una parte, cuando la excomunión recíproca tuvo lugar, León IX ya había muerto, lo que implica que cualquier actuación llevada a cabo por el cardenal Humberto carecía ya de validez como legado papal, y, por otra, las excomuniones afectaban a individuos, no a Iglesias. Desde aquel instante hasta la actualidad, ambas se denominan a sí mismas Iglesia Católica Romana e Iglesia Católica Ortodoxa y reivindican también la exclusividad de la fórmula “Una, Santa, Católica y Apostólica”, al tiempo que cada una se considera como la única heredera legítima de la Iglesia primitiva fundada por Cristo y atribuye a la otra el “haber abandonado a la Iglesia verdadera”.


    En un mundo convulso y violento, las religiones están llamadas a desempeñar un papel de mediación, de conciliación y de entendimiento. Las religiones siempre han sabido llegar al corazón del hombre, tocarlo y transformarlo. En esta hora histórica, pueden jugar un papel importantísimo en la búsqueda de la paz entre los hombres y los pueblos. Este encuentro, muy deseado desde los tiempos del Concilio Vaticano II, abre un camino de confianza para los cristianos de buena voluntad. Las diferencias teológicas, doctrinales, litúrgicas o de carácter disciplinar, no pueden hacernos olvidar las cosas que unen a católicos y a ortodoxos, es decir, la fe en una persona, Jesús, que vino a traer una palabra de misericordia y un gesto de amor a cualquier ser humano, a todos los seres humanos.

Memorias de la casa muerta, de Dostoievski




    Dostoievski escribió en Memorias de la Casa muerta sus recuerdos del tiempo que pasó en una cárcel de Siberia. No es un libro tétrico, ni el autor se deleita en contarnos la indignidad en la que vivían. Podríamos decir que, sin escamotear las escenas de pobreza, los palos que recibían por cualquier motivo, las condiciones pésimas de alimentación o de higiene, Dostoievski sabe ver el lado humano del asunto, el lado a veces esperanzado de la prisión. Quizás por todo ello lo que más me ha llamado la atención ha sido el capítulo dedicado a la obra teatral que los propios presos montaron en la cárcel. Con trapos supieron hacer un telón o disfrazarse de señoritas. En este momento de solaz, de creatividad, de colaboración, los presos dieron lo mejor de sí, mejoraron su actitud, se ilusionaron por algo, rompieron la monotonía grisácea del penal. "Ha bastado con permitir a estas pobres gentes que vivieran a sus anchas por un rato, que pasaran al menos una hora apartados de la rutina del penal, y estos hombres se han transformado moralmente". "Los reclusos se separan alegres, satisfechos, elogian a los actores, dan las gracias al suboficial. No se oye ni la menor discusión. Todos están contestos, cosa insólita en ellos, parecen incluso felices, y se duermen con la conciencia tranquila, algo a lo que nos están acostumbrados".
    Los piojos, los chinches, la bazofia que comen, los trabajos forzados, los baños indignantes apenas dos veces al año, los castigos corporales que los dejaban molidos a palos por cualquier motivo, los grilletes que llevaban a cuesta las 24 horas del día, la muerte dramática de un compañero en el hospital... todo puede ser olvidado gracias a esa capacidad innata en el ser humano de buscar una lucecilla para soportar la noche cerrada.

La mirada de Wróblewski sobre el horror




A veces conviene ir a lo desconocido, por el placer de ver algo que nunca habíamos visto antes. Me sucedió hace unos días en una visita a Madrid, me acerqué al Palacio de Velázquez para ver la obra del polaco Andreij Wróblewski, un artista del que yo nunca había oído hablar.
Toda su obra se reduce a un periodo de 10 años, desde 1948 a 1957, fecha en la que encontraría la muerte mientras hacía una excursión en solitario por los montes Tatras de su tierra natal.  ¿Recordaría entonces aquel día en que los soldados alemanes entraron en su casa y brutalmente la saquearon, lo que provocó que su padre muriera pocas horas después, de la impresión y de la humillación?
En Polonia, Wróblewski es considerado uno de los grandes artistas de después de la Guerra. Murió a los 29 años y dejó atrás 150 pinturas y cientos de dibujos, además de muchos artículos sobre arte.

Wróblewski se inició en la pintura abstracta, para después compaginar ésta con la pintura figurativa, fuertemente auspiciada por la Unión Soviética a través de su ‘realismo social’. Muchas de sus escenas reflejan la persecución de los polacos por parte de los nazis, una experiencia que marcaría a fuego el alma polaca: las escenas de ejecuciones en las calles se grabarían para siempre en su memoria. En sus pinturas, la muerte está muy presente, a la que representa siempre con el color azul. Muchos de sus cuadros están pintados por ambas caras, de ahí el título de esta exposición madrileña ‘Verso-Reverso”.
Me llama la atención el cuadro Madre con hijo muerto y también La colada o La sala de espera. Inquietante pintura la de Wróblewski, y sin embargo fascinante. Hay denuncia en sus obras, pero también esperanza, una resignada esperanza, como nos muestra ese cuadro suyo titulado Los amantes.

martes, 16 de febrero de 2016

Sobre titiriteros y sobre víctimas



    ¿Se sentirá orgullosa e ingeniosa Ada Colau de su ‘Gora marion-eta’? Puede que sí. Quizás hemos llegado a un punto en que todo da igual. Y bajo la capa de ‘libertad de expresión’ cabe todo, también la ofensa a las víctimas. Quizás en el marco de una obra teatral se puede decir lo que se quiera o se crea oportuno, ya que, al fin y al cabo, es ficción, creatividad. La cuestión más seria es cuando una función se representa para un público infantil. No parece que el ahorcamiento de un juez, la violación de una monja o el grito de ‘Gora Eta’ sean muy adecuados para unos niños, en los que sólo se puede crear confusión moral. ¿Pero no es acaso el propósito último crear confusión ética ya en los más pequeños? En estos mismos días hemos recordado los 20 años del asesinato de Fernando Múgica y de Tomás Valiente, que sacudieron el corazón y las conciencias de las gentes de esta España nuestra. Lo hemos olvidado demasiado pronto. Y más pronto hemos olvidado que, durante muchos años, gentes del propio País Vasco, en proporción considerable y escandalosa, jaleaban a los terroristas y humillaban a las víctimas y a los familiares de estas, hasta negarles el pan y la sal.
    Con motivo del 20 aniversario de Fernando Múgica, su hijo Rubén recordaba en una entrevista a su padre: “Mi padre era un donostiarra hasta la médula, un vasco hasta la médula, socialista desde el franquismo mismo y abogado. Un apasionado de su ciudad, de la abogacía y del partido socialista". Pero no satisfechos con matar a su padre, buscaron convertir a la familia y amigos en apestados. "En la casa familiar nos hicieron pintadas, a mi madre la escupieron por la calle, a los tres hijos nos insultaban por la calle y tuvimos que disponer de protección policial con escolta desde unos días después del crimen. Era el decorado que los ‘batasunos' tenían diseñado para las familias y para las víctimas del terrorismo. Las víctimas tenían que ser enterradas y sus familiares silenciados".

lunes, 15 de febrero de 2016

Flor de almendro: contra toda prudencia



    Había caído un sonoro chaparrón, acompañado de fuerte viento, a eso de las cuatro de la tarde. Pero pocos minutos después el viento barrió las nubes, el sol salió majestuoso, la temperatura subió unos grados y la tarde se hizo primavera: azul, luminosa y límpida.

    Me calcé mis zapatillas y me eché al camino de Renedo, que transcurre al lado de la Esgueva y de tierras de labrantío, cebadas y maizales. La Esgueva es un río chico o un garrido arroyo, como le queramos llamar. El camino de grava ha absorbido ya el chubascón y se camina con facilidad y sin barros. Los almendros han florecido. Más pronto que nunca, al menos que yo recuerde. Hay una hermosura en esta frágil flor, tan delicada, casi translucida, que desconcierta y embelesa a la vez. Los almendros siempre se adelantan, como todo el mundo sabe.
    Se ve que los almendros tienen muchas cualidades, pero no la de la prudencia. Si fueran prudentes y astutos florecerían unas semanas después para asegurarse que las heladas no les iban a arruinar su belleza y su fruto. Pero el almendro, cree, contra toda previsión y buen sentido, contra todo diagnóstico y estudio sesudo, que anunciar la primavera, pregonar la esperanza aún en medio del largo invierno, merece la pena. Luego, quizás, lo pague caro. Y es este temblor ante el futuro incierto de la flor del almendro, lo que la hace increíblemente bella y esperanzadamente hermosa. Por eso uno ama tanto la flor del almendro, porque tiene el arrojo y la osadía de la juventud y no la amarga previsión y la reseca prudencia de la ancianidad.

miércoles, 10 de febrero de 2016

El multiculturalismo según Sartori




    Giovanni Sartori fue Príncipe de Asturias en 2005. Este longevo escritor de 92 años es uno de los pensadores más brillantes que lleva mucho tiempo reflexionado mucho sobre el devenir político en nuestra sociedad (ahora les llaman 'politólogos'). El año pasado publicó su último libro “La carrera hacia ninguna parte. Diez lecciones sobre nuestra sociedad en peligro”.
    En una reciente entrevista habla de la ignorancia de nuestros políticos europeos: “No hay líderes ni hombres de Estado y así nos va: la Unión Europea es un edificio mal construido y se está derrumbando. La situación se hace más desastrosa porque algunos han creído que se podían integrar los inmigrantes musulmanes, y eso es imposible”.
    Pero sobre todo se centra en el Islam y el llamado multiculturalismo: “El islam es incompatible con nuestra cultura. Sus regímenes son teocracias que se fundan en la voluntad de Alá, mientras que en Occidente se fundan en la democracia, en la soberanía popular. El multiculturalismo no existe. En nuestra sociedad tenemos unas normas generales, unos principios. El inmigrante puede hacer en su casa lo que quiera, pero debe aceptar las reglas del Estado que le acepta”.
    A este respecto, se podrían mencionar las declaraciones del imán de Colonia Sami Abu-Yusuf, quien en una entrevista declaró que la responsabilidad de las violencias sexuales de Nochevieja no se debían atribuir a los jóvenes, sino a las mujeres que iban por la calle medio desnudas y perfumadas. El imán lleva decenios en Alemania, pero no ha dado un solo paso hacia la cultura que le ha acogido, mostrándose como un invasor arrogante. ¿Se puede dialogar con un troglodita que ve un demonio en la feminidad? El profesor Sartori lo tiene muy claro: «A quienes no están dispuestos a aceptar nuestras normas, se les debe colocar en la frontera para que se marchen a su casa».

Moira, de Julien Green



 

    Es un gusto encontrarse de nuevo con Julien Green, este escritor americano que vivió casi todas su vida en Francia y escribió en francés, aunque nunca quiso renunciar a su patria de origen. Green perteneció a esa pléyade de escritores (Maritain, Mauriac, Bernanos) para los que la relación del ser humano con Dios era el núcleo de su atormentada o esperanzada escritura, una escritura desprovista, en todo caso, de beatería o de barata catequesis.
Leviatán, de este mismo autor, me fascinó. Julien Green tiene un lenguaje que, más que afirmar o evidenciar, insinúa y sugiere. Un palabra, un roce de la mano, una puerta que se cierra, la nieve que cae … tienen un valor muy importante en la trama, porque parece que todo está puesto a posta, como cada hilo de un tapiz.
Green tiene la escritura elegante y un estilete afilado para rasgar las entrañas y dar a conocer lo que allí sucede y, cómo el alma es, unas veces, torpe o desrazonada y, otras veces, sutil y armoniosa.
La novela que acabo de leer lleva por título Moira. Moira cuenta la historia de un jovencísimo metodista, Joseph Day, educado en el más severo rigor moral, que llega a la Universidad, y que encuentra un ambiente donde se blasfema, donde se acude al prostíbulo, donde se bebe, donde se burla... El joven Joseph Day vive obsesionado por su pureza, pero mucho más obsesionado por su posible condenación: “Seré uno de los elegidos”. Probablemente esta novela se lea con dificultad por las nuevas generaciones, donde 'Dios ha dejado de ser un problema'. Y sin embargo, actitudes como las del protagonista, como por ejemplo bajando los párpados ante esculturas clásicas desnudas o arrojando el ejemplar de Romeo y Julieta al leer un pasaje amoroso, son de bastante actualidad en nuestro mundo. En la Universidad traba amistad con un joven muy espiritual, David, que quiere ser pastor pero que tiene una idea más misericordiosa de Dios. Y allí encuentra a la joven Moira, que lo turba y lo perturba. El rigor religioso extremista crea sus propios demonios. Y cuando no se espera el perdón de Dios, la vida se vuelve difícil y el pecado aterra al pecador. El desenlace es lo que otro joven universitario, Praileau, había pronosticado: ‘llevas en tu alma un asesino’. Joseph se acuesta con Moira y, luego, el peso de una culpa atroz le arrastra a matarla y a enterrarla bajo la nieve. El problema de Dios está ahí. Se puede vivir la fe desde el rigor, desde la misericordia e incluso desde la blasfemia. Una frase de la primera carta de Juan parece resumir la idea que sobre Dios tiene Julien Green: “Si vuestro corazón os condena, Dios es más grande que vuestro corazón”.

jueves, 7 de enero de 2016

No todo ha sido Liberté, egalité, fraternité...


 

La historia es incompleta siempre. En este gallinero de ruidos y rumores y mentiras en el que se ha convertido nuestro mundo, es muy difícil ver dónde está la verdad; es más, a veces resulta una tarea inútil.
Todos hemos comprobado, a partir de los atentados de París, la solidaridad mundial con la bandera francesa. Hasta aquí nada que objetar. Por motivos personales –viví un año en París, me gusta la lengua francesa, y su literatura- me sentí golpeado por la brutal carnicería. Es verdad que muchos atentados –de corte yihadista- han golpeado al Planeta (uno de los primeros y el que más muertos causó en Europa fue el ocurrido en Madrid en 2004). En Siria, los ataques han sido continuos, pero también en Túnez, Beirut, Mali, Kenia, y otros puntos de la Tierra.
No hemos de olvidar, sin embargo, la doble cara de Francia. Ahora enarbola la bandera de su liberté, egalité, fraternité, pero hay que recordar que las tropas francesas han estado presentes, con contundentes y mortíferos resultados, en muchos de los fregados africanos: Malí, Costa de Márfil, Republica Centroafricana, etc. Y también en estos países insignificantes sin duda creían que la libertad, la igualdad y la fraternidad eran bien hermosas y bien bonitas.
Creo recordar el feroz ‘no a la guerra’ de Irak  que Francia sostuvo, porque ella no podía aspirar a ningún trozo de la tarta que allí pensaba repartirse. Y recuerdo perfectamente como la izquierda europea, sobre todo la española, aplaudía está oposición francesa. Siempre nos quedará París, decían. Luego, cuando las tropas francesas aterrizaban en otros países africanos no precisamente para hacer carreteras, sino para defender por la fuerza sus intereses comerciales, nadie dijo nada. Total eran cosas que pasaban en África, y además USA, la bestia negra de todos los antisistema, no había metido baza.
No soy tan ‘buenista’ como para creer que Europa debe permanecer de brazos cruzados, ofreciendo ‘diálogo a mogollón’ a los que ponen las bombas, a los que planean atentados, a los que pagan las facturas, y a los que intentan acabar con una forma de entender la vida. Creo que habrá que responder para no dejarnos avasallar. Pero sí que es bueno recordar que bajo la bandera grandilocuente de Francia se esconden unos cuantos episodios vergonzantes.

martes, 5 de enero de 2016

Banderas y funerales



    El pasado 15 de diciembre se celebró en Madrid el funeral por los policías españoles abatidos junto a la Embajada Española en Kabul.  Un funeral presidido por los Reyes y en el que han estado presentes los líderes de todos los partidos políticos, quizás por aquello de que las votaciones obligan a este acto institucional. Un acto institucional, protocolario, que no se ha  visto arropado ni por el calor popular, ni por la cobertura de los medios de comunicación, ni por los 'virales' de las redes sociales.
    Aquí tenemos todavía un cierto miedo a expresar que nos apena la muerte de los miembros de seguridad del Estado, a mostrar nuestro pesar con la bandera nacional. Hace unos días, abrías el facebook o el whatsapp y todo eran banderas francesas con crespones negros. Es un poco raro este país.
    Otra imagen me llamó la atención en ese funeral. Un político ‘morado’, que hasta hace un par de telediarios despotricaba de las fuerzas de seguridad, represoras todas, según él, y de la presencia de la iglesia católica en cualquier acto institucional, acudió compungido y cariacontecido. Hay cosas curiosas que sólo ocurren en el ámbito de la política. Difícil no acordarse de aquello de 'París bien vale una misa'. La Moncloa bien valía una misa.

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Una temporada en el infierno

            En una estación de París, desciende un joven de 16 años, cuerpo atlético, pelo alborotado y ojos azules. Se llama Arthur Rimbaud...

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