miércoles, 22 de agosto de 2018

17.- Mwama ndoki


 

Kinshasa. Mwama ndoki. Los niños brujos. Un buen número de niños de la calle ha sido expulsado de sus casas por considerarlos ndoki (brujos). Las cosas pueden suceder así. Una familia tiene una racha de mala suerte (la muerte de un miembro, una enfermedad, la pérdida del trabajo, un robo). Los padres, o cualquier otro familiar, acuden al berger (el pastor de alguna de las múltiples sectas que tanto han proliferado y que tan nefastas están resultando en Congo) o al chamán animista, para que busquen, previo pago, la causa de tantas desgracias. Por algunos signos (que el niño se haga pipí de noche, que tenga una sonrisa desafiante, una mirada extraña, alguna señal en el cuerpo, una modo de andar altivo), el berger puede identificar al miembro ndoki en la familia, es decir, la causa de todas las desgracias.
            El dedo apunta directamente a un niño, con frecuencia al más pequeño. Ya se tiene el chivo expiatorio. Aquí empieza el drama. Al niño se le puede echar directamente de casa, pero también se le puede castigar para que deje de ser brujo: reducirle la comida o tenerle a agua durante días, pegarle, obligarle a beber agua mezclada con aceite, o acusarle continuamente de ser un brujo.


            Pero se puede pasar a mayores: llevarle al templo de la secta para que le ayuden a expulsar el demonio: se le deja en ayunas, se hace saber a todo el mundo que el niño es ndoki, lo que da lugar al insulto y al acoso, se le puede azotar delante de todos, se le provocan pequeñas quemaduras y, en algunos casos extremos, se intenta quemarles.
            El niño poco a poco se convence efectivamente de que es un brujo, pero en el momento que tiene una oportunidad, huye para escapar de una situación insoportable. Ya tenemos un niño en la calle. Mientras tanto, el chamán de turno se ha ingresado sus buenos francos.
            La superstición está increíblemente generalizada y tiene un poder sobre los congoleños que ni podemos imaginar. Los familiares, los vecinos, los amigos creen verdaderamente que las desgracias tienen su causa en la presencia de un niño brujo que intenta hacer todo el daño posible a la familia. Por eso es preciso expulsarlo, porque, de lo contrario, las desdichas no terminarían nunca. 
            Pero la picaresca también ha entrado en este terreno. A veces, un adulto acusa a un niño de ser brujo para poderle echar de casa, sin sentir culpa ni pena. Y esto se da cuando, por ejemplo, un matrimonio se divorcia y se vuelve a casar de nuevo. Y la nueva mujer -o el hombre- tiene que cargar con los hijos del anterior matrimonio. Si a esto añadimos que el pan escasea, que la chabola es pequeña, que el niño es revoltoso o desobediente, tenemos suficientes ingredientes para que el padrastro, o la madrastra, convenza a su pareja de que el niño es un ndoki que ha de ser echado a la calle. Es una manera fácil de quitarse de en medio al hijastro indeseado.


            Ayer por la noche, una niña acogida en Casa Boboto cantó en lingala esta canción:       
Yo no soy bruja.
Tú me has expulsado,
me has abandonado,
me has echado a la calle,
me has perseguido por las calles,
con un neumático en la mano,
para quemarme
y reducirme a cenizas.
 
         Cuando me tradujeron del lingala no entendí bien lo del neumático. Me explicaron. Tras la caída de Mobutu y la subida de Kabila se produjeron numerosos pillajes en tiendas, casas y edificios administrativos. Para frenar esta ola de robos, se decidió y autorizó que al ladrón pillado in fraganti se le podría atar a un neumático y prenderle fuego. Durante días la televisión pasaba una y otra vez imágenes de este castigo atroz. Pero la modalidad tuvo éxito, y a algunos niños acusados de brujería les fue aplicado idéntico castigo. En la mayoría de los casos, la sola mención del neumático era suficiente para aterrorizar a un niño y hacerle confesar su brujería. En el caso de la niña que cantó esta canción, ella misma pudo escapar cuando algunos familiares intentaban atarla a un neumático.
              El misionero me cuenta un episodio más: pocas semanas antes pide a un antiguo niño de la calle (hoy trabajador en el huerto y todo un mocetón de 20 años), que le acompañe al mercado para comprar víveres. Aparca el coche junto a un local donde se celebra el culto de una de las tantas sectas de la ciudad. El joven empieza a respirar con dificultad, empalidece, le entran sudores y, finalmente, se orina en los pantalones. Cuando el misionero logra tranquilizarle, confiesa entre sollozos: "Vámonos a otro sitio, en este local de culto me hicieron mil perrerías para que confesase que era un niño brujo". Él logró escapar de esa cacería. Vagabundeó por las calles. Recaló en la misión guaneliana. Hoy es un joven trabajador: Pero el recuerdo del terror vivido en su infancia, volvió a paralizarlo de nuevo en cuanto reconoció el lugar en el que había sido insultado y golpeado.               
            Tal vez sea cierto que una infancia desgraciada es un lastre para toda la vida:  Una 'enfermedad' que nunca se cura del todo.


Puentes: 25 años de una corriente solidaria. Kinshasa-R.D.del Congo, 2008.


 

 

15.- El Point d’eau.




        "Punto de agua". Fue lo primero que hicieron los misioneros guanelianos cuando llegaron hace catorce años a Kinshasa, la capital de la R. D. del Congo: poner un grifo. Un grifo de agua potable en una ciudad de agua infecta, en una ciudad polvorienta, en una ciudad de miles de niños que no sabían lo que era acercar su boca a un chorro de agua limpia, acercar su cara y sus manos al agua incolora, inodora e insípida, como se decía en la escuela. La mitad de las enfermedades -me explicarán en el ambulatorio médico de Kinshasa- está asociada a la ingesta de agua no potable en los países pobres.
            Pero el llamado Punto de agua tiene hoy muchos grifos abiertos. Y cada día entre cien y ciento cincuenta niños de la calle lo pueden apreciar. En el Point d’eau, hay unos lavaderos donde unos cuantos niños frotan con sus manos y escaso jabón su ropa sucia. Hay duchas y hay servicios. La ducha consiste en dos cubos de zinc llenos de agua. Uno para enjabonarse y el otro para aclararse. Y esto, de por sí, ya es una fiesta. Pero también una pizarra y unos cuantos bancos donde poder sentarse y escuchar por primera vez que la ‘eme’ con la ‘a’ se lee ‘ma’ y así sucesivamente.
            En medio del Point d’eau una perola borbotea con su salsa de verduras y de tomate (recibe el nombre de pondú), mientras que en el barreño de al lado se amontonan las bolas de fufù (una masa de harina de mandioca mezclada con harina de maíz). Es la comida segura para cientos de niños, algo con lo que pueden contar, si no hay suerte en el mercado de Matete para pillar o ‘descuidar’ algún alimento, o ganárselo por descargar cestas de carbón vegetal o cualquier otro mercancía.
            Y el Point d’eau, significa también la tirita, la venda y el yodo para las heridas de cada día, las desolladuras, las magulladuras, las mataduras y las infecciones, que son los achaques propios de quien vive en la calle, de quien hace de la calle hogar, albergue y escuela. "Las enfermedades de la miseria". Y el Punto de Agua es también sinónimo de escucha y empatía, que son como dos tiritas para el corazón.
            Y para finalizar, el Punto de Agua siempre será un refugio seguro; basta cruzar el portón para que cualquier niño se sienta a salvo. Y más aún de noche, cuando los peligros se multiplican. En una sala amplia, desparramados por el suelo, colchonetas delgadas y algo mugrientas acogen cada noche a más de 80 niños. Dormirán como duermen los benditos, pero antes de hacerlo sentirán el aliento cálido y tranquilizador del compañero de raterías, y escucharán las venturas y desventuras de los otros niños habitantes de la calle: esa formidable historia coral que teje, con hilos rotos y sucios, el tapiz de los niños de la calle de Kinshasa.
            Luego, cuando la tormenta pase, cuando se aleje el matón de turno, cuando el hambre y la sed no aprieten, será el momento de abandonar de nuevo el Point d’eau, porque la calle también tiene su fascinación, su aventura, su atractivo, su deslumbramiento y su libertad canalla. Y una ínfima pero luminosa posibilidad de conquistar el mundo y convertirse en su rey. La calle no sólo es maldición sino también una fascinante utopía, aunque cueste creerlo.


Puentes: 25 Años de una corriente solidaria. Kinshasa-R.D. del Congo, 2008.



 

martes, 21 de agosto de 2018

14.- 'Oganihu' es nombre de mujer.


 


            Historias que me cuentan en Nnebukwu. Cuando la mujer se casa, va al poblado de su marido, es decir a lo que aquí llaman el compound familiar, pero una vez al año vuelve a su aldea natal para hacer fiesta con el resto de las mujeres de su pueblo. Al principio se trataba sólo de eso: reunirse y hacer fiesta. Hoy en día aprovechan estos encuentros -que siempre se celebran durante el mes de agosto- para tratar diversos temas que afectan a la mujer: salud, cuidado de los niños, higiene, alimentación, cultivos, cooperativas de trabajo, prevención de enfermedades. En esta ocasión las mujeres van a tratar el tema de los microcréditos agrícolas: cómo acceder a ellos y cómo emplearlos bien para emprender algún pequeño negocio.

            'Oganihu' significa progreso. 'Oganihu' corean una y otra vez las mujeres a lo largo de toda la reunión en la que las intervenciones se sucedieron una tras otra. Pero, sin duda, este grito no es tanto una constatación cuanto un desideratum, un anhelo. Quizás por eso, en aquel encuentro de mujeres, el august meeting, celebrado en Awo Mbieri y al que tuve la suerte de asistir, lo que se estaba reclamando era un progreso que llegase a todos.

             Las mujeres van vestidas casi igual. Llevan blusas blancas, vistosos y complicados tocados, y un pareo en el que está estampada la efigie del Ugbele, el rey de la zona. Con idéntica tela está hecha la camisa de Pascal Uche, nuestro irremplazable guía cultural en este viaje y quien nos ha facilitado la asistencia a esta reunión de mujeres, algo verdaderamente interesante en el viaje a Nigeria.
            Si las mujeres tuviesen la llave de la economía y de las decisiones políticas importantes que afectan a la sanidad o a la educación, las cosas irían mucho mejor en África. Ellas son las que tiran, día a día, del carro familiar y social. Con su instinto de protección, con su capacidad para percibir las necesidades al primer vistazo y con su compasión, muchas de las pobrezas nigerianas, de las miserias de este rico país encontrarían alivio y solución. Tienen la fuerza del corazón y de los brazos, como lo demuestran diariamente en su vida familiar y laboral, pero aún casi no cuentan nada en la toma de decisiones. No pueden modificar las leyes. Pero este y otros encuentros demuestran que su fuerza es imparable. Se sabe, lo ha afirmado últimamente UNICEF, que si las mujeres tuvieran mayor poder de decisión política, habría mucha menos hambre en el mundo, habría menos guerras y menos injusticias. Y sin duda, esto es así. Y se entiende fácilmente.
                Me contaba el misionero que cuando llegaron a este rincón de África, eran los maridos, padres o hermanos los que se acercaban a cobrar el salario de las mujeres empleadas de la misión. Una primera decisión fue cambiar esta costumbre: el sueldo se entregó a las trabajadoras. 
            Las mujeres, con esa capacidad innata para ir a la esencia de las cosas, y para reclamar lo que es obvio y realmente importante, denuncian una injusticia y, al mismo tiempo, anuncian un tiempo en que el progreso llegará efectivamente a todos los rincones de Nigeria.
             Éste sería el auténtico oganihu. El otro progreso, el de las cifras macroeconómicas por causa del petróleo nigeriano, será siempre un escaparate vistoso con una trastienda mísera y maloliente al fondo. Solo cuando crece la economía familiar, aumenta el bienestar y aparece el verdadero 'oganihu'. 

            Por el bien de África y del Mundo, sólo cabe esperar que el futuro sea mujer.   


Puentes: 25 Años de una corriente solidaria. Nnebukwu-Nigeria, 2005.


 

13.- El amor a los gemelos y otras 'abominaciones'


 
 "Quizás la religión verdadera consiste en ir en contra de la superstición, sobre todo cuando ésta ha adquirido categoría religiosa y oprime a los más débiles". No sé quién escribió esta cita que recogí en algún trozo de papel, y sin embargo es una máxima que me ha venido a la cabeza en varias ocasiones en Nigeria.
            Por ejemplo cuando me contaron que los gemelos estaban mal vistos en la cultura igbo. Una 'abominación'. Son considerados portadores de malafortuna, vehículos de desdicha doméstica y comunitaria. Se sabe que muchas mujeres abandonaban al gemelo más débil en el bosque y de esta forma se intentaban exorcizar la maldición. La razón del mito se pierde en la noche de los tiempos, pero casi siempre hay una razón de orden práctica: el nacimiento de gemelos y la dificultad de la lactancia sólo podía augurar mayor pobreza para la familia que tenía que dedicar parte de sus recursos a alimentar a las nuevas criaturas que la leche materna no lograba saciar.

            Los guanelianos conocieron el mito y también la realidad de muchas mujeres que veían, en el nacimiento doble, el adviento de una mayor pobreza familiar.
            El programa en favor de las madres con gemelos intenta socorrer las necesidades de un grupo de mujeres, pero también luchar contra esa superstición arraigada. Cada mes las madres de gemelos acogidas a este programa reciben atención sanitaria por parte del médico de la misión, a la vez que se entrega una pequeña cantidad a cada madre para que puedan comprar alimentos que complementen así la alimentación del bebé.
            A medida que ha ido pasando el tiempo, nuevos perfiles de madres se han ido añadiendo al programa: madres solteras, madres con un hijo enfermo o con alta desnutrición, madres en una situación familiar particularmente dramática.
            Acoger a los gemelos y a sus madres con alegría en la misión, como una bendición, es un hecho destinado a cambiar la mentalidad y erradicar la superstición que, como siempre, se ceba en los más indefensos. Cuando las madres se acogen a este programa, constatan muy pronto que los gemelos "han llegado al mundo con dos panes bajo el brazo".
       
     No basta con decir que una superstición -o una abominación- es una tontería, una creencia de ignorantes e incultos supersticiosos. Cualquier categoría humana que lleve la etiqueta de ‘superstición o abominación’ debe ser combatida con la ayuda y el testimonio del amor, es decir; con lo único que nadie considera abominable.
            La religión verdadera, lo sabemos, tiene que ir muchas veces en contra de la naturaleza. Porque en la naturaleza, lo natural es que el pez grande se coma al chico, y el león a la gacela. Y la verdadera fe, con su altísimo componente moral, nos dice que el león y el cordero terminarán por pacer juntos. Y a ese león dormido que hay en cada corazón humano hay que decirle que no le está permitido zamparse al cordero inocente, aunque su naturaleza le capacite para ello, se lo demande e incluso se lo exija. 



Puentes: 25 Años de una corriente solidaria. Nnebukwu-Nigeria, 2005.

viernes, 17 de agosto de 2018

12.- Sobre la vida y la 'cola' en la Tierra de los Igbos



 
Desde que Chimua Achebe escribiera en su novela Things fall apart (Todo se desmorona, en la traducción al español), aquello de “Who he brings Kola, brings life” (quien te ofrece la cola, te ofrece la vida) y desde que yo lo leyera, sabía que, tarde o temprano, en la Tierra de los Igbos (Nigeria), conocería de cerca esa ceremonia tradicional que consiste en dar la bienvenida a alguien, ofreciéndole el fruto de la cola o nuez de cola .

            La cola se ha convertido en el santo y seña de la hospitalidad tradicional del pueblo igbo. Cuando alguien llama a tu casa, antes de preguntarle qué desea o a qué viene, has de ofrecerle la nuez de cola. La mujer o el hijo la buscarán en la casa o en el mercado. El varón de la casa se la presentará al recién llegado, la bendecirá (en lengua igbo, nunca en inglés) y le entregará dos frutos. El homenajeado comerá uno y se guardará otro para que, de regreso a su casa y a los suyos, pueda decir: "he sido bien acogido; me han ofrecido la cola".

            La nuez de cola (cola acuminata es el nombre científico) es un fruto en gajos, de sabor ácido y amargo, muy rico en cafeína, lo que la convierte en un alimento refrescante, ideal para combatir la sed, pero también la sensación de hambre y fatiga, por su alto valor estimulante. Por su amargura simboliza que los amigos deben reconocerse y ‘acogerse’ no sólo en los momentos buenos, sino y sobre todo en los difíciles.

            Ofrecer al recién llegado cola es algo tan importante que, cuando uno no tiene a mano el fruto, está moralmente obligado a ofrecer otro alimento u otra bebida, y poder decir de esta manera: "ésta es mi cola para ti".
        
            En la Tierra de los Igbos, generación tras generación han comido la cola y la han ofrecido a sus visitantes como un símbolo poderoso de hospitalidad sagrada y amistad. Luego, en el siglo XIX, un farmacéutico americano hizo un jarabe con 'nuez de cola'. El resultado fue una bebida refrescante y estimulante. Esta historia es de sobra conocida. Alguien escribió que "La Tierra es un planeta donde se bebe Coca-cola". Como nunca he sido aficionado a esta bebida, me quedo con la 'cola' de los igbos. 

            Me ofrecieron cola los reyes de Nwama y Ugbele, las comunidades parroquiales de Mbele y Orso Obodo; Pascal Uche, la modista Dominique en su humilde casa, el Rev. Francis en su parroquia… y puede que me olvide de alguien.

            Unos gajos de esta nuez de cola, secos y amojamados, están en mi casa, a la vista de todos. Cada vez que mis ojos se posan sobre ellos, aún puedo decir: "yo fui un hombre al que los igbos ofrecieron la nuez de cola".

Puentes: 25 Años de una corriente solidaria.
Nnebukwu-Nigeria, 2005.






 

 

11.- Dadles vosotros de comer





  
 No ha parado de llover durante toda la noche, así que por la mañana la furgoneta avanza a trancas y a barrancas por los caminos inundados de agua y llenos de baches. Nunca antes había viajado llevando tan preciosa carga. No es la carga de quien sale del supermercado con el carrito repleto de alimentos y bebidas, fruslerías o golosinas. De la valiosa carga que transportamos –lo comprobaré en las horas sucesivas- depende el ‘ir tirando’ de varias personas ancianas. Cada sábado, la misión de Nnebukwu cumple religiosamente su tarea. Se abre la despensa, se llenan las bolsas de harina de ñame o mandioca, de arroz o judías secas, de jabón hecho a mano, de cebollas o pastillas de caldo. Se cargan en la furgoneta y se inicia un viaje hacia los poblados perdidos, hacia las cabañas perdidas, hacia las personas perdidas. Verdadera celebración de un jueves santo, con su lavatorio y su fracción del pan. 

 Entre las múltiples pobrezas de este rincón nigeriano, los misioneros descubrieron muy pronto que muchos ancianos vivían solos y en condiciones deplorables. Los ancianos sin hijos, bien porque la emigración los hubiese arrancado del poblado o las enfermedades –especialmente el sida- los hubiese arrancado de la ciudad de los vivos, vivían en situación de auténtica indigencia, dependiendo en todo momento de la caridad de los vecinos (a veces con muchas bocas que llenar). Para mayor precisión, habría que decir que, en casi todos los casos, se trataba de mujeres ancianas. Por todo ello, los jóvenes seminaristas cada sábado cargan la furgoneta y, de poblado en poblado, van depositando su preciosa carga a los pies de los ancianos solos y solitarios. En este viaje (junto a los seminaristas y a Julia García, tuve la ocasión de ver situaciones de auténtica miseria y abandono, como pocas veces he visto en África. Viviendo en chozas desvencijadas o en cuchitriles malolientes, muchos ancianos, doblados por los años, las enfermedades y los impedimentos, tenían en la ayuda misionera el único sostén de sus existencias.
 Las raciones de alimentos eran el doble de lo que un anciano podría consumir durante una semana. Pero había motivo para ello, pues de esta forma los propios ancianos podían agradecer con un cuenco de arroz o de harina a los vecinos que les ayudaban a cocinar, que les aseaban o que acarreaban para ellos agua o leña.

Se va de casa en casa, se les pregunta qué tal ha transcurrido la semana, si ha mejorado la salud, si necesitan algo. Una anciana solicita una botella de keroseno para encender el candil; otra, unas medicinas; otra, una carga de leña. Cubiertas de harapos, en muchas ocasiones sucios, durmiendo en el suelo o en un duro jergón de chapa, esperan cada sábado la aparición de sus ‘ángeles’.

Se llaman Matilde, Agnes, Beatrice Chukwua y su miseria era tanta que yo apenas hice uso de mi cámara en aquella mañana.
 ¿Cómo no pensar en ese pasaje del Evangelio en que los discípulos se acercan al Maestro para decirle que la gente que lo sigue está hambrienta? ¿Cómo no pensar en la respuesta tajante e imperativa de Jesús: ‘Dadles vosotros de comer’?
 
           Puentes: 25 Años de una corriente solidaria.
Nnebukwu-Nigeria, 2005.

10.- Ébere y su botella de agua

 

 
Ébere es un niño de 8 años que cada mañana, antes de marchar a la escuela, tiene que ir a buscar agua, para que su madre prepare la comida y para que toda su familia pueda beber o lavarse. Ir por agua, cargar cubos, baldes y garrafas sobre la cabeza es una tarea de todos los días, una tarea pesada e imprescindible en casi toda África.

            Hasta hace pocos meses, Ébere se acercaba al río y llenaba su balde, con el consiguiente riesgo sanitario para él y su familia. Pero a finales de julio, las cosas cambiaron un poco, o quizás un mucho, si lo miramos con ojos africanos. Ébere sigue yendo cada mañana a por agua, pero ahora no tiene que acercarse al río; cómodamente recoge este preciado líquido de un grifo y, además, tanto él como su familia saben que el agua es limpia, potable y abundante.

            Acogiéndose a una subvención del programa de cooperación y desarrollo ofrecida por la villa de Aguilar de Campoo (Palencia), los misioneros guanelianos pudieron hacer frente a la prospección de un pozo (bomba elevadora, conducción y cañerías, dos depósitos, grifos) en el recinto de la misión. El pozo tiene una profundidad de sesenta y cinco metros, los suficientes para asegurar el caudal y la calidad del agua en la estación seca.



            El pozo, además de asegurar el agua potable a las gentes de los poblados, evitando así un montón de enfermedades y molestias provocadas por la ingesta de agua no tratada, posibilita a la misión el cultivo de diversas verduras y hortalizas en un huerto y, lo que es una auténtica novedad en la zona, el mantenimiento de una pequeña explotación de cerdos. Tanto la carne de los cerdos, como las verduras del huerto, mejorarán considerablemente la dieta de los niños acogidos en esta misión africana.       

Apenas el día ha amanecido, una procesión de niños (también de muchas mujeres) se acerca desde los poblados vecinos hasta la misión para coger agua en sus cubos, baldes y garrafas. El grifo de agua limpia corría sin parar, y su sonido alegre y reidor fue la canción más hermosa que yo escuché en Nnebukwu-Nigeria.

            Cada pequeño proyecto que se realiza en la geografía de la miseria es como una gota en el mar. Esto lo sabemos bien. Y sin embargo, como repetía Teresa de Calcuta, si esta gota faltase, el mar notaría su ausencia.

                                                                         Puentes: 25 Años de una corriente solidaria.
Nnebukwu-Nigeria, 2005.
 

lunes, 13 de agosto de 2018

9.- Aquellos niños de Biafra


 



Los españolitos medios, que acababan de comprar su primer televisor a finales de los años sesenta, se sintieron consternados por las imágenes que repartían los telediarios sobre los niños esqueléticos, panzudos de aire, de un país que nadie sabía colocar en el mapa. Los niños de Biafra.
            Ellos fueron los primeros niños que impactaron nuestras retinas con su hambre en blanco y negro, con sus ojos implorantes o simplemente perdidos ya en el limbo de la nada. Después, un telediario sí y otro no,  nos desayunaríamos con idénticas criaturas, pero ellos fueron los primeros. También a ellos estuvo dedicado mi primer ayuno voluntario en aquel Colegio de Aguilar de Campoo donde los problemas del hambre en el mundo eran un tema mayor.  Pero seguí sin saber dónde estaba Biafra. Y sin embargo, Biafra apareció en este viaje ante mí.
            Un día de este viaje nigeriano estuvo dedicado a visitar Umahaia, la que fue, por unos meses, capital de esta efímera nación. Tras años de una política gubernamental que favorecía al norte nigeriano y a las etnias hausa y fulani, algunas provincias del sur se declararon independientes y proclamaron la República de Biafra (por el Golfo de Biafra). 

            Era el año 1967. Tras algunas pequeñas victorias separatistas, los nigerianos se hicieron con el control de las principales ciudades, al mismo tiempo que el líder del movimiento independentista, Ojukwu, abandonaba el país. La guerra estaba perdida de antemano, pues ningún país, excepto el Vaticano, reconoció este nuevo Estado, de mayoría cristiana. Por lo tanto, la aventura separatista fue una  malaventura condenada al fracaso. La guerra duró tres largos años y, lo que es peor, provocó entre quinientos mil y un millón de muertos, la mayoría por enfermedades y hambre. Las provincias rebeldes fueron arrasadas y los campos ni siquiera fueron sembrados. La hambruna hizo su trágica aparición. Y por primera vez esta hambruna fue televisada. El impacto en España de estos niños famélicos fue tanto, que la expresión ‘niño de Biafra’ hizo fortuna, y se aplicaba a cualquier niño escuálido o enfermizamente delgado.
            La visita es, por lo tanto, una pequeña lección de historia. Ahí están los barcos varados en el lago; ahí están los aviones oxidados caídos nada más levantar el vuelo; ahí están los sótanos desde donde partía la señal radiofónica. El Museo es una sucesión aburrida de fotos de los generales y demás mandamases, los documentos de guerra, las condecoraciones, las armas, el
búnker del Ojukkwu con sus laberínticos corredores bajo tierra. Pero sobre todo están las instantáneas de los verdaderamente derrotados: madres de pechos resecos envueltas en harapos, niños llorando desconsolados, hambrientos hasta la vergüenza o simplemente abandonados a la muerte, hombres de rostros cargados de odio y desesperación, moscas revoloteando entorno a una escudilla de alimento junto a un niño panzudo que ni siquiera tiene fuerzas para comer.
             No había luz en el Museo, y un funcionario iba apuntando con la linterna las salas de fotografías, pero la memoria del corazón era capaz de reconstruir la foto que hacía treinta y pico años me había herido la retina para siempre: los niños de Biafra.   

                                                                         Puentes: 25 Años de una corriente solidaria.
Nnebukwu-Nigeria, 2005



































 

8.- Chibiken y Keke: una pietà guaneliana


  


            La primera vez que me vino la idea de que ellos formaban una 'piedad', un grupo escultórico de carne viva, fue en uno de aquellos bailes que cada tarde se organizaban para los children, el otro nombre cariñoso que se daba a los buonifigli.

            Keke, sentado en una silla de plástico, sostenía en su regazo a Chibiken. Fue un relámpago, pero yo lo vi claramente, como cuando en la universidad, en un examen de arte, te caía la Pietá de Miguel Ángel o la Piedad de Gregorio Fernández.

            Pocos días más tarde, por la fiesta de la Asunción, la imagen apareció ante mí nítida, y sobre todo, hermosa y religiosa. Era la hora de la comida, y los seminaristas encargados de dar de comer a los niños,  no acababan de aparecer en el comedor. Entonces Keke cogió a Chibiken de la silla, lo colocó en su regazo, le puso el babero, y le empezó a dar la comida: con sus dedos fue untando pedacitos de garri en la salsa y metiéndoselos en la boca.

            Pero Keke no es un monitor, ni un trabajador, ni un religioso. Es otro buonfiglio, otro chico con discapacidad. Un chico fuerte, de silencio total, que por las mañanas lo ves echando de comer a los cerdos y limpiando las cochineras. Pero tiene ese sexto sentido que tienen los ángeles –y también las madres- y, cuando un niño llora por la noche, antes de que el cura haya salido de su cuarto, somnoliento, para ver lo que pasa, ya Keke lo ha acunado y lo ha tranquilizado.

            Y Chibiken, con su cuerpecillo desmoronado, se siente amorosamente sostenido, y con sus ojos negros y brillantes le mira de vez en cuando como queriendo agradecerle, aunque torpemente, tanta materna solicitud.

            Sus dos cuerpos, unidos por la consanguinidad de espíritu, forman una pietà de mentes deficientes, de cuerpos carentes, de almas sobresalientes. Una pietà guanelliana. ¡Cómo le hubiese gustado a don Luis Guanella contemplar esta escena!




Puentes: 25 Años de una corriente solidaria.
Nnebukwu-Nigeria, 2005 

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