miércoles, 25 de mayo de 2022

Africana + cristiana = invisible



            Salvo en algún medio católico, poco tratamiento informativo ha merecido la noticia que paso a comentar. Hace unos días, Deborah Yakutu fue apaleada, lapidada y quemada viva por sus propios compañeros de la Universidad nigeriana de Sokoto. Al parecer, la joven cristiana había escrito en su whatsapp algunos comentarios supuestamente insultantes para Mahoma. Esta acusación de blasfemia fue su sentencia de muerte. Sin el menor sentido de culpa, sus agresores grabaron el asesinato y lo colgaron en las redes, como parte de su alto heroísmo y de su alta ‘religiosidad’. Así están las cosas.

            En algunos estados de Nigeria se aplica de facto la sharía, o ley islámica, lo que se traduce en destrucción de iglesias, secuestros, ataques y asesinatos a cristianos. En medio de un clima cada vez más radicalizado y exaltado entre los musulmanes nigerianos, a los cristianos sólo les queda la huida, vivir como ciudadanos de segunda clase o ser víctimas de la furia musulmana.

            El asesinato de Deborah Yakutu, cometido en un ambiente universitario, y con una crueldad inaudita, ha conmovido a todas las personas de bien. Las propias autoridades universitarias trataron de impedir la agresión de los estudiantes exaltados. Una tragedia que la propia comunidad musulmana local ha lamentado y tachado de ‘injustificable’. Ahora está por saber si la policía irá al fondo de la cuestión y si la justicia condenará a los culpables.

            Caben algunas reflexiones o preguntas antes esta noticia.

            ¿Qué idea tendrían de Dios y de los seres humanos los agresores? ¿Qué significará para ellos vivir religiosamente la vida? ¿En qué Dios y en qué profeta creen? ¿Qué monstruo produce la aleación de política y religión?

            Cuando al populacho se le adoctrina en el odio al diferente, en este caso al que profesa una religión distinta, hay un momento en que ya no se le puede frenar. Es fácil encender la mecha, pero resulta difícil apagar el incendio.

            Este hecho y otros similares nos enseñan que el valor de la vida es distinto según su procedencia o según la oportunidad política de cada momento. Si Deborah hubiera sido una mujer ucraniana y sus asesinos de nacionalidad rusa, es fácil imaginar la repercusión planetaria y la indignación universal.

            El caso de Deborah ha reunido dos circunstancias que cotizan a la baja, informativamente hablando, por no decir a la indiferencia total: su africanidad y su cristianismo.

            No obstante, unos pocos cristianos desafiaron a los intolerantes y se atrevieron a dar sepultura cristiana a Deborah Yakutu. Descanse en paz.




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