jueves, 5 de mayo de 2022

Delon quiere morir




    Será difícil olvidar su interpretación en El gatopardo, de Luchino Visconti, especialmente en la escena en la que mira embobado a Claudia Cardinale durante el baile, con la música del vals Nº 2 de Shostakovich. Alain Delon fue durante mucho tiempo uno de los actores más reputados y uno de los rostros masculinos más bellos del séptimo arte. Después, lo hemos visto envejecer y engordar. Hace poco más de un año sufrió un ictus, lo que le dejó algo disminuido y mermado. Y ahora hemos sabido que ha solicitado a su hijo que empiece los trámites para proceder a la eutanasia en Suiza. Alain Delon ya no tiene ganas de vivir.

    Tenía cuatro años cuando sus padres se separaron. Fue de internado en internado y también de expulsión en expulsión por su carácter rebelde. A los 14 años ya había dejado la escuela, y durante algún tiempo trabajó en la carnicería de su padrastro. Pero un director de cine vio en él uno de esos rostros de los que la cámara se enamora. Aprendió inglés y comenzó su carrera en el séptimo arte. Fue de éxito en éxito y los grandes directores se lo rifaron. Enfant terrible del cine francés, su presencia en la cartelera fue sinónimo de éxito comercial. Galán de cine y galán en la vida real, conquistó a hermosas mujeres con las que vivió, a veces, episodios tormentosos. Llegó a confesar sin rubor que había abofeteado y había sido abofeteado. En fin…

    Ahora Alain Delon ya no quiere vivir. Difícil lidiar con el envejecimiento, la decrepitud y las limitaciones. Y no seré yo el que juzgue. ¡Dios me libre! Pero la noticia leída sobre Delon me empuja a hacerme algunas preguntas: ¿Hasta cuándo la vida es vida, hasta cuándo merece ser vivida? ¿Estamos completamente indefensos frente a la enfermedad y a la limitación? ¿Qué imagen proyectamos de nosotros mismos ante los demás que nos resulta insoportable mostrarnos en debilidad y dependencia? ¿Por qué algunas personas siguen manteniendo la ilusión, la serenidad y la alegría en el potro del dolor? ¿Qué pan tan amargo nos obliga a masticar el dolor y el sentirnos vulnerables? ¿Es verdad que, sin Dios, no hay cabida para el ser humano impotente en su fragilidad?

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