La religión como
tentación
Es
una página enigmática, al menos para mí, ésta de las tentaciones. Los primeros
30 años de Jesús transcurren en el más absoluto anonimato, en una discreción
total en la pequeña aldea de Nazaret.
Durante
esos 30 años, Jesús vivió en el humilde taller de su padre, José. La suya no
fue la soltería del comodón que no quiere formar una familia ni tampoco la del
que se ha quedado sin novia. Los 30 años de carpintería fueron para Jesús una
escuela del silencio, trabajo y oración.
En esos años, Jesús fue un buscador. ¿Quién soy? ¿Cuál es mi misión?
¿Qué quiere Dios de mí? Al acabar su trabajo diario, entre virutas, sierras y
escoplos, lo podemos imaginar caminando entre los campos, los olivares, los
trigales, los viñedos, cerca de un pozo, o a la sombra de una higuera.
Observaría al sembrador, al viñador, a las mujeres amasando el pan, a los
pájaros en el cielo, a una oveja perdida y a los lirios a la orilla del río.
Observaría, sobre todo, a los seres humanos que le rodeaban: las cargas
insoportables que escribas y fariseos cargaban sobre los hombros de los judíos
devotos, la marginación a la que eran sometidos los leprosos y los enfermos, el
apartamiento en el que vivían locos y trastornados (“endemoniados”), la exclusión
en la que se movían las mujeres, el odio que mutuamente se profesaban judíos y
romanos, la humillación de los pobres, la tiranía de los reyezuelos, la mirada
perdida de los huérfanos y las viudas, la muerte atroz de alguna adúltera…
Durante
30 años de escondimiento, Jesús se hizo una buena idea de los dolores y las
angustias de los hombres de su tiempo, pero también de sus más profundas
aspiraciones. Y lo que es más importante, se hizo una acertada y veraz idea de
cómo los sacerdotes y el clero habían convertido la fe de Abrahán y de Moisés
en una serie de normas imposibles de cumplir, en una carga insoportable, en un
ritualismo supersticioso, en una religión muy lejana de la verdadera fe (la fe
siempre lleva las de perder ante la religión). Se había matado la vida y había
surgido el rito vacío y huero. De la religión judía había desaparecido la fe,
la fides, en un Dios cuyo primer nombre es Padre. De la religión había
desaparecido la cáritas, porque los
más pobres eran vistos como culpables de su pobreza, en lugar de como víctimas.
De la religión judía había desaparecido la spes,
porque ya no había un futuro en que creer, ni un Mesías que esperar. Únicamente
esperaban un rey más fuerte que el de los romanos. Esperaban a un caudillo, pero
no a un Salvador.
Y
en este sentido Jesús toma conciencia de que él ha venido al mundo para cumplir
una misión. Quiere contribuir a cambiar los corazones de los creyentes, a que
crean en un Padre que ama. Dios ha había sido convertido, con el paso de los
siglos, en el gran mudo, en el gran silencio. Jesús quiere que Dios hable de
nuevo a su pueblo. Jesús quiere ser la Palabra de Dios.
El
desierto de Jesús son los 30 años de vida escondida. El autor del Evangelio
resume en una experiencia de 40 días de silencio, ayuno y oración lo que fue
todo el periodo de Nazaret.
Y
yo creo que las tentaciones de Jesús tuvieron que ver con la manera en que
Jesús quería relacionarse con Dios y con la manera de presentar a Dios a los
demás.
El Antiguo
Testamente jugaba mucho con la noción de que, si tú tenías riquezas, ganados,
hijos y salud, eso significaba que Dios te había bendecido. El Primer Testamento
coqueteaba con la idea de que el cumplimiento (cumplo y miento) del rito te
acercaba a Dios, aunque tu corazón estuviese lejos.
La
primera tentación
del cristiano es convertir a Dios en el solucionador de problemas: que Dios
convierta las piedras en pan. Por el solo hecho de creer y pronunciar su
nombre, nosotros tendríamos resueltos los problemas materiales. Un Dios mágico.
La
segunda tentación es
la utilización de la religión como un colchón de seguridad, como un quitapenas, como una red de protección. Un
Dios que nos ahorraría el sufrimiento.
La
tercera tentación –y
probablemente la más perversa- es creer que la religión es poder, que los
reinos del mundo nos pertenecen, que las llaves de las naciones deberían estar
en nuestras manos. Es hacer política de la religión. La religión como juego de
poder, como conquista, como imposición, como batalla y sometimiento.
Cuando
Jesús tuvo clara su misión, cuando Jesús en lo profundo de su ser llegó a la
conclusión de que la relación con el Padre estaría basada en el amor y en la
confianza, y que serían estas las facetas que enseñaría a sus futuros
discípulos, las tentaciones se acabaron, porque Jesús no estaba dispuesto a
creer que la fe era la solución a los problemas materiales o un prestigio
mundano o un poder político.
La
fe en Dios no nos asegura ni el pan de cada día, ni el éxito en nuestras
empresas, ni el prestigio ante los demás, ni las buenas relaciones familiares o
de amigos.
La
fe sólo nos asegura que Dios estará siempre a nuestro lado, pero no como
nosotros quisiéramos, un talismán mágico en nuestro bolsillo. El hombre no a
imagen de Dios, sino Dios a imagen del hombre. La fe nos asegura que solamente
en el servicio y en el amor encontraremos la paz y la serenidad interiores,
aunque a nuestro alrededor todo sea violencia o infamia contra nuestra persona,
a veces por el simple hecho de pertenecer a la ‘secta de Jesús’.
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