Cuando el catequista de la parroquia del Corpus
Christi, de México DF, le preguntó al muchacho que se preparaba para la Primera
Comunión: “¿quién es Dios para ti”, el
chaval, completamente convencido, contestó: “Dios
es la Virgen de Guadalupe”. Este exabrupto teológico no es sólo la
respuesta ignorante de un niño, sino un sentir bastante generalizado en México,
probablemente uno de los países más religiosos del mundo.
En el año de 1531, apenas una década después de la
conquista de México, cuando el indio Juan Diego se encontraba en el cerro de
Tepeyac, tuvo lugar la aparición mariana. La Virgen pidió a Juan Diego que se
presentara ante el obispo Juan de Zumárraga para darle cuenta de esta
aparición. Evidentemente, el obispo no le creyó. Le pidió pruebas y le dijo que
preguntase a la Señora cómo se llamaba. El obispo pensaba que si la Virgen
deseara aparecerse a alguien en estas nuevas tierras, lo lógico sería que él
fuera el destinatario, como representante de la Iglesia en Nueva España, y no
un indito analfabeto que, por no saber, no sabía español.
Cuando Juan Diego le preguntó a la Virgen su nombre, ella le contestó: “coatlallope” (la que
aplasta a la serpiente). No hay que olvidar que la serpiente es un signo que
aparece en el Apocalipsis ligado a la Virgen María, pero también la serpiente era
muy importante en la cultura azteca (un símbolo que aún perdura en el escudo
mexicano). La Virgen, asimismo, le dijo a Juan Diego que recogiese unas flores
del cerro de Tepeyac y que se las llevase al obispo, como una prueba de su
aparición. En el árido cerro, increíblemente, habían crecido rosas. Y lo que es
más sorprendente, las rosas eran unas flores que no se conocían aún en América.
Cuando el buen indio se presentó de nuevo ante obispo,
le dijo que la Señora se llamaba Coatlallope.
Los que estaban alrededor no entendieron. Y le mandaron repetir varias veces el
nombre. Finalmente, uno de los acompañantes españoles del señor obispo dijo: “Está claro, la Señora se llama Guadalupe,
lo que pasa es que este indio no pronuncia bien el castellano”. El indito
volvió a repetir que la señora le había dicho Coatlallope, y no Guadalupe, pero todos creyeron al español, para
más señas extremeño. Estaba claro: “Era
la Virgen de Guadalupe, que quería acompañar a los españoles y a los extremeños
en esta conquista”. Muy pronto, las autoridades eclesiásticas de Nueva
España entendieron que el nombre de “la
que aplasta la serpiente” era una promesa y un anuncio de la victoria de la
religión cristiana sobre las antiguas creencias aztecas. Ahora empezaba otro
tiempo, el tiempo del cristianismo.
Al final, Juan Diego desistió. Y la Virgen pasó a
llamarse Guadalupe, el mismo nombre que la Virgen de Extremadura. Así son las cosas en este mundo de pura ficción.
La Virgen más mejicana, quintaesencia de la identidad de este pueblo, lleva un
nombre español, que a su vez es un nombre árabe que significa ‘río del amor’.
Son las ironías de la vida. Las ironías de la Historia.
Diego había guardado las flores en su manto recogido,
y cuando se las quiso mostrar al obispo apareció la imagen de la Virgen de
Guadalupe, con rasgos indios, tal y como se conserva en la Nueva Basílica de
Guadalupe. Una imagen para la que aún la ciencia no ha dado ninguna
explicación. Nadie sabe por qué el ayate (fibra de maguey) del que estaba tejido
el manto de Juan Diego no se ha deshecho todavía, tratándose de un tejido
vegetal de escasa duración. Ni tampoco se sabe qué tipo de pigmentos se han empleado, ni por
qué el rostro de Juan Diego aparece en las niñas de los ojos de la Virgen. Ni menos aún por qué las 46 estrellas que aparecen en el manto de María reproducen la posición que
ocupaban en el firmamento el 12 de diciembre de 1531, fecha de la última
aparición.
La Virgen de Guadalupe ha acompañado a México en todo
su peregrinar histórico a lo largo de los últimos cinco siglos: desde la conquista hasta el Virreinato, desde la Independencia hasta la Revolución. En México, hasta los ateos se declaran
guadalupanos, porque verdaderamente la Virgen de Guadalupe es “Dios en México”.
La imagen de la Guadalupana está en plazas y parques, iglesias y monumentos, supermercados y autobuses, camisetas y paraguas. Yo me encontré con una imagen de Guadalupe en los mismos
urinarios de la estación de autobuses de Puebla.
Estuve en México durante la fiesta de la Virgen de
Guadalupe, 12 de diciembre de 2010. Desde todos los caminos y carreteras
afluían miles de peregrinos a rendir pleitesía a la Virgen. Se dijo, que unos
cinco millones de personas se habían acercado a la Basílica en esos días. A las
12 de la noche en punto, el país entero se paraliza para cantar, a una 'Las
mañanitas'. Curiosamente el día de la Fiesta de Guadalupe no es fiesta nacional,
porque el furibundo laicismo de la revolución mexicana así lo decidió. Como los
mexicanos no podían honrar a la Virgen en un día laboral, las fábricas
permitían que un cura fuese a decir misa a las instalaciones y, después, los trabajadores comían y hacían fiesta en sus propios puestos de trabajo. Aún hoy en día
pervive esta costumbre, aunque son muchos los mexicanos que se cogen el día
libre para estar más cerca de la Guadalupana. Yo acompañé al padrecito Alfonso Martínez a algunas de
las misas que tuvo que decir en fábricas y supermercados, haciendas, canteras,
estaciones….
México -y el catolicismo del Nuevo Continente- no se entiende sin esta aparición. Y por ello, ignorantes y sabios, pobres y ricos, creyentes y agnósticos, indios y güeros cantan a una esta hermosa canción:
Desde el cielo, una hermosa mañana
Desde el cielo, una hermosa mañana
La Guadalupana, la Guadalupana
La Guadalupana bajó al Tepeyac
Desde el cielo, una hermosa mañana
La Guadalupana, la Guadalupana
La Guadalupana bajó al Tepeyac
Dedicado a todos los amigos que encontré en México.
Puentes: 25 años de una corriente solidaria. Guadalupe, México, 2010.