viernes, 24 de agosto de 2018

22.- Unas niñas... y ya flores aplastadas



 Fueron echadas a la calle o ellas mismas se escaparon de sus casas, sabe Dios por qué razones. Y pasadas pocas horas se encontraron con un hombre que acabó con su infancia y las convirtió en un objeto, y un objeto que se golpea sin piedad y por bastardo placer. Ya quisieran ellas ser tratadas con la suavidad y delicadeza con la que se trata un peluche, un frasco de colonia o un jarrón de flores. Ellas estaban destinadas a ser otra clase de objeto. Y en un par de lecciones tuvieron que aprender que conseguir un poco de pan o unos francos es mejor que nada. Así pasaron de niñas violadas a niñas prostitutas, sin que esto quiera decir que, con más frecuencia y más violencia de lo que sería deseable, intercambien dichos papeles. 

En la noche, también la ambulancia de la misión y sus 'ángeles' salen a su encuentro. Les entregan unos preservativos. Las curan y las escuchan, que es la otra forma de curar. Y no las juzgan, que es la única manera cristiana del querer. En la noche, en las rondas de la ambulancia por las calles de Kinshasa, me encontré con sus frágiles cuerpos de adolescentes. Unas niñas todavía... y ya flores aplastadas. Pero no me atreví a disparar una foto, porque un sagrado respeto a sus vidas rotas me lo impidió. Si todas las vidas de los niños de la calle son paupérrimas, las suyas son verdaderamente miserables.

Tienen aún el cuerpo de una niña, pero la pesadez de una mujer que ha conocido muchos dolores y muchas devastaciones. Tienen aún la edad de jugar con muñecas, pero alguna de ellas ya lleva una ‘muñeca’ de verdad en su vientre.

Ahí están en las calles de una ciudad cuyos hombres creen a pies juntillas que acostarse con una niña es un talismán que les dará buena suerte: salud, dinero y amor. La superstición, además de ser estúpida, es cruel. Ahí están, recibiendo por cada encuentro entre 30 y 60 céntimos de euro que es la tarifa del momento. Y a veces ni eso, porque las promesas son muchas y las amenazas aún muchas más. Y ellas, aunque han vivido cien vidas ya a las 15 primaveras, aún creen en las promesas de ‘un te quiero’ y ‘una casa contigo para toda la vida’ pronunciadas por el primero que pasa a su lado, y todavía temen las amenazas de quien es más fuerte o va uniformado.

Ahí están, llevando en su mirada los ojos lujuriosos, los ojos violentos de todos los que se han asomado al balcón de sus pupilas. Ahí están, llevando en su cuerpo la cadencia asalvajada de los animales apaleados del asfalto.

Son las niñas prostitutas de la ciudad de Kinshasa. Al volver a casa me acordé de un verso de Konstantínos Kaváfis. El poeta griego vivió por algún tiempo encima de un prostíbulo. Veía la lujuria animal de los hombres que entraban al burdel. Pero también la sonrisa suave de alguna  prostituta. Y entonces pensó que estas mujeres tenían que recibir alguna vez la visita de ángeles, porque, de lo contrario, no soportarían tanto aplastamiento. Es de esperar también que estas niñas –yo sólo me quedé con el nombre de una, Agnés, reciban, alguna vez, la visita de ángeles.

 
Puentes: 25 años de una corriente solidaria. Kinshasa-R.D.del Congo, 2008.




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