Desde el pasado mes de
septiembre todos los caminos de Tala Ngai, de Nkieme, de Dumi y de Mpongweme
llevan a la escuela de Ciudad Guanella. A las 8 de la mañana los caminos se
llenan de grupos de niños vestidos de blanco y azul (el uniforme es obligatorio
en Congo).
Muchos
de ellos no habían pisado una escuela y otros tenían que recorrer, como mínimo 8 Km. de ida y otros tantos de vuelta. Ahora, con la nueva escuela, son muchos
más los niños que pueden ir y muchos menos los kilómetros que han de recorrer
(entre 1 y 3 km., lo cual no es poco).
Más
de 200 alumnos en total, repartidos en cuatro clases y en dos turnos, mañana y
tarde. La segunda parte de la escuela está en construcción y el año que viene
también se impartirán clases de educación secundaria, a la que acudirá al menos un centenar de alumnos.
A
primera vista parece una escuela humilde, pero no lo es tanto. El responsable
de la misma me dice que ‘es bonita como una universidad’. Y así es en efecto,
si la comparamos con otras escuelas rurales congoleñas.
Disciplinados,
en silencio, sentados en sus pupitres de madera, escuchan atentamente las
explicaciones del profesor que, poco después, repetirán a memoria con el
conocido sonsonete.
El
maestro sólo dispone de un encerado, de unas tizas y de algunos carteles y
mapas para enseñar la lección. No hay libros ni material escolar; solamente los
más mayores tienen un cuaderno y un boli para anotar las explicaciones o realizar las tareas, por ejemplo, una breve redacción.
Unos
niños que quieren aprender, a pesar de la caminata, del sol, de la lluvia, del
viento, a pesar de los estómagos no siempre satisfechos, a pesar de que, antes o después de las horas lectivas, tienen que
acarrear agua, buscar leña en el bosque, dar de comer al hermano más pequeño o barrer la casa…
¡Qué mérito!
En un aparte, el maestro me dice que algunos niños llegan sin desayunar y a veces desfallecen de hambre en medio de la lección. Por eso, se están organizando para que, en el recreo, se ofrezca un plato de comida a los alumnos. El absentismo a la escuela es grande. Algunos padres son bien pobres y los hijos, aún siendo unos niños, trabajan la tierra. Otros padres no dan importancia a los estudios, y cualquier motivo es bueno para no mandar a los hijos a la escuela. Es una lucha diaria contra la falta de recursos, contra el absentismo, contra el hambre, contra la propia ignorancia de los padres. Pero el maestro reconoce que las cosas están cambiando poco a poco y que la nueva escuela es motivo de orgullo para todas las pequeñas aldeas de alrededor.
Pero, los niños, sin embargo, son aplicados y sumamente respetuosos. Quizás
se esfuerzan tanto porque saben que otros niños congoleños (y en Kinshasa he
visto a muchos) se pasan el día literalmente machacando piedras con un martillo
para vender los pequeños montoncitos de guijarros a cualquier albañil. O quizás
saben que hay miles de niños españoles que, aunque tengan todo, no merecen
nada. Y no quieren ser ni como unos ni como otros.
Los
niños de Bateke han decidido ser dignos de la escuela que ha surgido en Ciudad
Guanella: el árbol más hermoso del paraíso. Estos niños merecen estudiar. Estos
niños sí que tienen derecho a la educación.
Puentes: 25 años de una corriente solidaria. Bateke-R.D.del Congo, 2008.
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