Son las seis de la
mañana y la vida ajetreada de Kinshasa ya ha comenzado. En la panadería del Centro Profesional de Limete la primera hornada de pan ya está a punto. Un minuto después, el aprendiz de panadero, Didier Langanga, orgulloso y sonriente, lleva sobre su cabeza una
bandeja de panes, para entregar al grupo de mujeres que, a su vez, los venderán por las
calles de Kinshasa.
¿Cuántos padrenuestros he
rezado en mi vida? ¿Cuántas veces he pronunciado las palabras de
‘danos hoy nuestro pan de cada día? ¿Y qué significan, hoy en día, para un
occidental, estas palabras, cuando se tiene la despensa llena, la nevera a
rebosar, y el billete en la cartera para comprar no sólo el pan sino medio
supermercado?
Una mañana de calor sofocante, ingenuo de mí, pregunto a un educador congoleño, padre de familia, cuáles son los horarios de las comidas en el Congo. La respuesta no es la que
esperaba: “La gente come cuando reúne el suficiente dinero para comprar
comida”. Así de claro y sin rodeos. Cada día hay que ganar el alimento. Si el
día se ha dado mal, la cena se atrasa o se pasa directamente al ayuno. El
horario depende del momento en que se tengan los suficientes francos congoleños para
comprar un poco de pan, un cucurucho de cacahuetes o una bola de fufú.
Desde primera hora de la mañana huele a pan reciente
en la panadería de la misión guaneliana en la que trabajan y aprenden el oficio
cinco jóvenes de la calle. Un panadero les enseña a amasar, bregar, pesar, encender
el horno y cocer. Luego, unas 20 mujeres del barrio recogen el pan, lo colocan
en una cesta sobre su cabeza y van de calle en calle pregonándolo y
vendiéndolo.
El saco de harina cunde y se multiplica. Al final de
la jornada, cinco jóvenes saben un poco más del oficio, algo que les permitirá, dentro de no mucho, trabajar como panaderos o montar un pequeño horno. Y veinte mujeres pueden ganarse la vida y ganarla para su familia. La panadería de la misión es un hermoso ejemplo de un trabajo en equipo y de una voluntad de compartir y progresar juntos.
Puentes: 25 años de una corriente solidaria. Kinshasa-R.D.del Congo, 2008.
En nuestro mundo rico, rezar las palabras ‘Danos hoy
nuestro pan de cada día’ quizás es un sacrilegio, tal vez una blasfemia. En esta ciudad de Kinshasa,
cuando un padre que a duras penas consigue dar de comer a sus hijos, pide el
pan en el Padrenuestro está llamando directamente a la puerta de un Dios que se
dice Padre y que está obligado a dar panes en lugar de piedras, a dar peces en lugar de serpientes.
Solamente en una familia pobre, en un país pobre se puede rezar, sin sentir sonrojo o sentirse cínicos, "Danos hoy nuestro pan de cada día".
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