martes, 19 de junio de 2018

2.- Una simple vacuna.



 
 
La palabra poliomielitis deriva de los vocablos griegos poliós, gris, mielós, médula, y el sufijo itis que indica inflamación.
 
        Es una enfermedad infectocontagiosa aguda, de predominio infantil, causada por un virus. El hombre es el único que transmite la enfermedad y generalmente lo hace a través de portadores sanos que acumulan el virus en el intestino, y que lo expulsan a través de las heces. El contagio más frecuente es el fecal-oral: aguas infectadas, moscas, alimentos contaminados y los dedos. En el 95% de los casos, la infección no prospera, pero en el 5% restante pude manifestarse a través de una simple afección respiratoria o intestinal o –y lo que es más grave- a través de una parálisis irreversible con su atrofia muscular correspondiente.

Normalmente, la parálisis afecta a las extremidades inferiores. Una simple vacuna suministrada en varias dosis, a partir de los tres meses de vida, es suficiente para evitar la polio. Pero la vacuna no llegó a tiempo cuando los chicos, que ahora llenan el Centro Santa Teresa, eran unos niños. La vacunación contra la polio es ahora obligatoria en Ghana, aunque parece que aún no llega a todos, por una mala distribución de la misma o por el desconocimiento, por parte de los padres, de la gravedad de la enfermedad.

Pero no todas las minusvalías en las extremidades son debidas a la polio. La rotura de una pierna puede derivar en una infección galopante que al final termine en amputación. Pequeñas deformaciones, por ejemplo unos centímetros más alta que la otra, no corregidas con algún tipo de aparato o de rehabilitación provocan, con el paso de los años, una minusvalía severa o una cojera invalidante. 

En una zona rural, como es la aldea de Abor, en Ghana, no ser útil para los trabajos agrícolas significa una incapacidad de por vida. Y una dependencia y una carga para toda la familia. A veces también una dificultad añadida y terrible para formar una familia.

Angelo Confaloniere, valiente y generoso misionero italiano, al que tuve la suerte de conocer, llegó a esta conclusión: "Estos adolescentes nunca podrán trabajar en las duras faenas agrícolas. Es necesario enseñarles un oficio que les permita ganarse la vida y, sobre todo, ganar autoestima, formar una familia y ser útiles a la comunidad". 

La Escuela de Formación Profesional (con sus talleres de corte y confección, calzado ortopédico, arreglo de pequeños aparatos electrónicos, tejido de telas tradicionales, apicultura) era la respuesta concreta a una necesidad concreta en este lugar apartado de Ghana. Mi amigo, Fernando de la Torre, con el que yo había compartido pupitre en Aguilar de Campoo, heredó todo este proyecto y lo impulso con todas sus fuerzas. Él mi animó a asomarme a África y a compartir un verano de afanes y trabajos en esa misión de Ghana. Era la primera vez que me encontraba con la pobreza. Fue una sacudida, un golpe bajo y doloroso. También una iluminación. Algunos viajes modifican o dan un viraje a la trayectoria que pensabas seguir en tu vida. África entró en mi existencia.

Hace muchos años, la simple vacuna no había llegado para Simon, Justice, Hope, Kwasi, Kofi, Helen, Francis… Y yo acababa de verlo con mis propios ojos.


Puentes: 25 Años de una corriente solidaria.
Abor-Ghana, 1998.

lunes, 18 de junio de 2018

Los migrantes y el espectáculo televisado.



 
Desde hace muchos años, numerosas organizaciones están realizando una labor admirable con los migrantes que procedentes de los países empobrecidos o de regiones en guerra, llegan a nuestro país en busca de un futuro mejor. Es una labor en general callada, de pequeñas acciones que van desde la acogida, la defensa jurídica, el alojamiento, la enseñanza del español, la búsqueda de trabajo.
Una labor bastante discreta que en España lideran las parroquias y las ongds de inspiración cristiana, si bien también otras asociaciones luchan por los mismos objetivos: hacer visible el drama de los migrantes y atender las necesidades más urgentes.
El caso del barco Aquarius, rechazado por el nuevo Gobierno italiano y aceptado por el nuevo Gobierno español ha puesto de actualidad el drama de los migrantes, pero también las sensibilidades distintas que respecto al asunto migratorio tienen los diversos países que conforman la UE. Países como Grecia, España e Italia son los que mayor presión migratoria tienen en sus costas y por lo tanto los que ven de cerca el problema. En cambio los países más al Norte no perciben este problema como suyo y se desentienden, en parte, del asunto.
Para muchos, hay que dar una respuesta satisfactoria a los migrantes con políticas generosas de acogida. Otros creen que una política de puertos abiertos lo que hace es beneficiar a las numerosas mafias que operan en el mediterráneo y que hacen del tráfico de seres humanos una empresa de enormes beneficios. Unos miran más al problema humanitario: salvar vidas y acoger. Otros miran más a la persecución y castigo de las mafias.
Hay una tercera sensibilidad (para mí la más importante) y es que hasta que no nos preocupemos seriamente (y con muchos recursos) de mejorar las condiciones de vida de las personas en sus países de origen, seguirán llegando migrantes a nuestras costas, huyendo de la pobreza y de la falta de futuro. En general, la gente quiere permanecer en su propio país, con su familia, su idioma, su comida y sus tradiciones. Solo una pobreza sin esperanza lanza a las personas a perseguir sueños en Europa, sueños en los que a veces arriesga su vida. Sueños que frecuentemente se tornan pesadillas. Creo que sólo si contribuimos, tanto los gobiernos como las ongds, a mejorar la situación económica y social de los países pobres, habremos encontrado una solución definitiva al problema migratorio.
Crear riqueza y desarrollo en los países empobrecidos serviría para fijar la población y para que, salvo en contadas ocasiones, la gente prefiriese trabajar en Camerún o en Gambia a trabajar (con muchas incertidumbres) en Berlín o en Roma. No lo olvidemos.

Dicho esto, y volviendo al asunto del Aquarius, hay que alabar el gesto humanitario de España, pero hay que criticar que este episodio de  acogida, se haya convertido en solidaridad hecha espectáculo. Con retransmisiones desde el barco, seguimiento milla a milla de la navegación, con una parafernalia de medios estatales, autonómicos y locales, con gabinetes, con comités, con un dispositivo de más de 1500 personas para la acogida en Valencia. Estamos hablando de 630 migrantes, no estamos hablando de miles y miles de refugiados. Un despropósito de cifras y de números. No me extraña que así salga carísimo acoger a migrantes. ¿No puede ser todo más sencillo, más simple, más básico, más cercano?
Todo esto me ha sonado a una campaña de marketing, a una escenificación por todo lo alto, con altavoces y fanfarrias con televisión y cámaras, del ‘buenismo’ que tanto se lleva ahora. El ‘buenismo’ dura lo que dura la noticia en el telediario. Luego, la pelota pasa al tejado de los que siempre, y calladamente, se han preocupado y ocupado de los migrantes. Dentro de unos días, ¿quién se acordará de los migrantes, de sus historias personales, de su nueva vida emprendida en España”.
 
Estamos en la sociedad del espectáculo, escribía ya hace algún tiempo Vargas Llosa. Y así es: todo es espectáculo. Da igual la acogida del Aquarius, que una edición de Masterchef, igual la victoria del Real Madrid, que el juicio a Urdangarín, igual las protestas contra ‘La manada’ que el programa Supervivientes.
Da un poco de pena todo esto. Da un poco de pena porque en nuestra ciudad, quizás en nuestro propio barrio, mucha gente lleva mucho tiempo ayudando a los migrantes, ofreciéndoles su tiempo, su afecto y sus recursos. Pero ahora lo que tocaba era hacer espectáculo. El Aquarius forma parte ya de esa ‘solidaridad televisada’.

jueves, 14 de junio de 2018

Días sin final, de Sebastian Barry


 
"Matar hiere el corazón y mancilla el alma". Quizás sea ésta una de las conclusiones de la magnífica novela del irlandés Sebastian Barry. Una rareza. Una joya. En 1850, un irlandés huido de la hambruna de su país, Thomas McNulty, y un americano, larguirucho y demacrado de Nueva Inglaterra, John Cole, se refugian al mismo tiempo de un aguacero bajo un árbol de Misuri. “He ahí un amigo”, pensó inmediatamente Thomas. Son dos adolescentes, perdidos y pobres, quizás guapos, que aceptan un primer trabajo que consiste en vestirse de chicas para que los mineros de la zona les saquen a bailar en un típico 'saloon' americano. Ambos chicos se aman, sin culpa y sin drama, con una naturalidad sorprendente, sin aspavientos ni explicaciones.

 
Pero su verdadera vida empieza el día en que se enrolan en el ejército para luchar en primer lugar contra los indios y en segundo lugar en la Guerra de Secesión americana. Un sucederse de marchas, batallas, matanzas ocupa el núcleo central de la novela. Cuando la guerra termina se llevan consigo a una niña sioux, Winona, que ha sido salvada de la matanza de toda su tribu. Una niña que ha aprendido a limpiar la casa y hacer la comida. Y aquí cambia su vida, cambia su manera de ver al enemigo, a los indios, cambia su manera de ver la guerra, el trabajo, la familia. Comienza el tiempo de una vida doméstica, familiar, sencilla y rural en una granja de Tennessee.
La novela es un canto a la libertad: dos soldados intrépidos y valientes se aman, y forman una familia, precisamente con una niña sioux, de la tribu que ellos iban a combatir. Es un canto al amor entre dos hombres a los que una infancia de dolor y de desarraigo echó a uno en brazos del otro. Y siguieron amándose en el campo de batalla, en el baile de los mineros, en los cultivos de tabaco, en el hogar pobre donde han formado una familia.
 
 
La novela pone en entredicho y denuncia las guerras, las tribus, las etnias, los roles sexuales, los prejuicios que matan tanto como las balas. Y es finalmente un canto a la naturaleza, en toda su crudeza invernal, en toda su hermosura de primavera. Hay una poesía en la descripción de los paisajes, del agua, de las montañas, de los atardeceres, el viento y el hielo.
Sebastian Barry afirma que esas historias existían en el contexto del siglo XIX y en el transcurso de las guerras americanas. Había que contarlas. Cuenta que leyó entre líneas una vieja fotografía de época en la que dos soldados posan su mano en la pierna del compañero fotografiado. Y afirma también que cuando su hijo pequeño salió del armario, él adquirió una sensibilidad especial hacia el mundo de la homosexualidad. Este libro es también un homenaje a su hijo y una reivindicación del amor entre dos hombres, con su valentía y su lucha por la vida en los tiempos oscuros de las guerras y del racismo.
 El ser humano es capaz de todas las barbaridades y de todas las bajezas en el campo de batalla, pero ese mismo ser humano es capaz de todas las maravillas y de todas las grandezas en el campo del amor, de la amistad y la lealtad. Amor, amistad y lealtad son los bienes sublimes, parecen decirnos Thomas McNulty y John Cole. Y esta podría ser la moraleja o conclusión de esta espléndida novela.

martes, 12 de junio de 2018

3. - La pobreza y la alegría



 

¿Por qué se ríen tanto los niños de Ghana? ¿Y de qué se ríen? ¿Por qué no berrean, patalean, cabrean, rompen a llorar, chillan, vociferan, enfurecen como lo hacen los españolitos, cada vez que quieren comprarse un juguete nuevo, o cuando su madre apaga el televisor, o siempre que el padre se niega a montarlo por enésima vez en el tiovivo, o cada vez que no les gusta el filete, el yogur o el pescado?
¿Por qué esa sonrisa inexplicable, si los niños de Ghana no tienen gominolas, ni el último vídeo, ni la camiseta de la selección, ni el ordenador?
            Pero los niños de Ghana sonríen como yo no he visto sonreír en este mundo. ‘La luna blanca’ de su sonrisa rompe una y otra vez la noche oscura de su rostro. Gritan bruñi (hombre blanco) o fata (padre) y salen a tu encuentro. Te cogen de la mano y sonríen. Ni ellos entienden mi inglés, ni yo entiendo su ewe. Pero la sonrisa es siempre el lenguaje en el que todos pueden comunicarse y quererse. Luego jugarán a rodar un aro, posarán rítmicamente sus manitas sobre la piel del tambor, cargarán, en pos de su madre, con un balde de agua. Y comerán su plato de harina de maíz.
           Y quizás por esto son felices. Quizás saben que otros niños, de rostro tan negro como el suyo, no tienen siquiera un plato de harina de maíz.
        En Ghana resulta extraño ver tanta pobreza y tanta alegría juntas. Las casas son de barro, de no más de 20 metros cuadrados. Muchas las bocas que llenar. La sequía acompaña un año sí y otro no a sus habitantes. Una malaria mal curada les puede arrebatar un hijo para siempre. Los caminos son ásperos y duros, y recorrerlos con una carga de leña es un suplicio. Su media de vida ronda los 58 años. Y este es el panorama día a día.
        Si por un momento nos imaginásemos el semblante de estos sufridos ghaneses, pensaríamos que debe ser un rostro amargo, duro, serio, triste, infinitamente triste. Y esto es lo que pide la lógica. Pero no es así. La risa es su mejor adorno, y su sonrisa la moneda más preciada. La alegría es algo que impresiona y, acto seguido, interroga. Y es que a los ojos de un europeo, la alegría está reñida con la escasez. Pero pobreza y alegría casan y riman perfectamente en Ghana.
        Cualquier cosa es motivo de fiesta. Un tambor es su mejor aliado. Después de una larga jornada, durante la misa, en un acontecimiento familiar, en un funeral, un tambor es suficiente para olvidar penalidades y desdichas. Mientras que en este lado, a veces, qué cara nos sale la alegría: sofisticadas cenas, viajes de placer, ropa de marca, drogas de diseño… toda para provocarnos un momento de euforia, de alucinada euforia. No de pura alegría que es algo bien distinto. Y es que todo el mundo sabe que la diversión –un mal sucedáneo de la alegría- se puede comprar; en cambio la alegría no se vende en ningún mercado, ni hay visa-oro que pueda pagarla.
 
Puentes: 25 Años de una corriente solidaria.
Abor-Ghana, 1998.

 

lunes, 11 de junio de 2018

Inxeba


 
Con JM y J acudo al Festival Cinhomo. La cinta en cuestión se llama Inxeba (La herida) del sudafricano John Trengove. Cuando manejábamos el programa de este año nos llamó la atención esta película porque hablaba de la homosexualidad en un contexto de cultura africana, más concretamente en los ritos de iniciación a la pubertad de la etnia sudafricana de los xhosa.
Cuando llegan a la pubertad son muchos los miembros masculinos de los xhosa que pasan unos días en la montaña para ser circuncidados e iniciados por un tutor voluntario que los guiará en el paso a la ‘hombría’. “Ya soy un hombre” grita cada uno de los iniciados cuando el cirujano con la cuchilla cercena su prepucio. Este paso de la adolescencia a la edad adulta recibe el nombre de “ukwaluka”. Normalmente los iniciados son gente que procede de las zonas rurales, las que aún conservan más vivas las tradiciones ancestrales.
El protagonista es un tutor, un ‘khankatha’ que todos los años acude como voluntario a la montaña para guiar a los nuevos hombres. También acude un joven urbanita, obligado por su padre que en sus años jóvenes pasó por esta experiencia y que considera a su hijo un blandengue y al que este rito, sin duda, endurecerá. Por ello le manda al campamento, para ser circuncidado según los ritos antiguos, en lugar de enviarlo a un aséptico hospital.
Pero este ambiente rudo y tribal, de camaradería masculina, proporciona al tutor protagonista una ocasión única para encontrarse y mantener relaciones sexuales con otro tutor. De año en año mantienen su cita y dan rienda suelta a una sexualidad reprimida.
El joven urbano en seguida se da cuenta de esta situación, e invita a su tutor a abandonar la hipocresía y la mentira. Pero el tutor y su amigo íntimo no están ni mucho menos preparados para dar ese paso, ese salto en el vacío en una sociedad que siente desprecio y asco por el sexo entre dos hombres.
La cinta crece en tensión y el joven urbanita pagará con su vida el hecho de conocer la verdad que ocultan sus tutores. A veces –parece concluir la película- se puede estar mejor preparado para cometer un crimen que para afrontar el desprecio y el aislamiento en este mundo de ‘hombres’.

jueves, 3 de mayo de 2018

Tierra de Dios, de Francis Lee


Tierra de Dios
 
 
En una remota granja de Yorkshire, Inglaterra, un joven que vive con su padre lisiado y con su abuela mantiene un encuentro furtivo con otro joven en una feria de ganado. Cuando el joven al que acaba de sodomizar, le sugiere una relación que incluya algo algo de afecto, el granjero, con cara de asco, le contesta: ¿Nosotros? ¡No!
Para el joven granjero, John,  que lleva una existencia alienante, apenas rota por algún fugaz lance sexual y por alguna borrachera en el pub, cualquier afecto le parece algo impropio.
Un buen día llega a la granja un joven rumano, Gheorghe, para echar una mano en las tareas ganaderas. El granjero británico saca toda su mala leche, también su racismo a golpe de insulto: ¡gitano!  al recién llegado. Pero la carne tiene razones que la cabeza no entiende. Y el cuerpo entiende emociones y vulnerabilidades antes que la lengua ponga las palabras.
El rumano ama a los animales y tiene oficio de granjero, y también modales y hábitos de persona digna de tal nombre (no como el británico que come y bebe como los animales, que no siente el mínimo, no ya afecto, sino respeto por el padre y por la abuela, que es un descuidado en el trabajo, y que se siente perdido en la granja familiar).
El británico piensa en algún momento que podrá satisfacer su calentón sexual con el rumano de la misma manera violenta y frenética que venía haciendo con sus ligues ocasionales y fugaces. Pero el rumano pone, con fuerza y con ternura, otras condiciones y otros modales: La pedagogía de la ternura y del mutuo consentimiento. Llega, así, el primer beso tierno que es lo opuesto a un forcejeo cuerpo a cuerpo de fuerza bruta y de dominación.
La vida de John empieza, a veces con retrocesos llamativos como el encuentro frenético y asalvajado en el aseo del pub, a transitar por otros derroteros. Desayuna y come como Dios manda, trata con consideración a la abuela, expresa gestos de ternura hacia su padre incapacitado, ve en la granja, no sólo la rudeza de un trabajo, sino también la belleza de un paisaje. Las imágenes, por ejemplo, en las que John contempla al rumano mientras da el biberón a un corderillo o en la que coloca a este mismo cordero la piel de otro corderillo apenas muerto para que la oveja lo amamante como si fuera su propio hijo, son verdaderamente hermosas. Estas escenas de ovejas y corderos han resultado muy evocadoras para mí: me parecía ver a mi padre en idénticos menesteres en el pueblo.
Tierra de Dios, obra de un director novel Francis Lee, lleva, además, un bonito título. Quizás nos sugiere que, no obstante la dureza de la vida en una granja aislada, este paisaje, esta familia y hasta este amor son ‘tierra de Dios’, algo bendecido. Una tierra donde la redención es posible.
Una historia de amor, ni idílica ni romanticona ni empalagosa, pero sí hermosa, íntima y universal. Lo de menos es que los protagonistas sean dos hombres. Lo que cuenta es esa lección de que la ternura puede transformarnos y que sólo la compañía de alguien a quien amamos puede dar un sentido a la vida, a cualquier vida.
El granjero británico deja su aislamiento y su hosquedad, también su rebeldía estéril y sus rudos hábitos. Y Finalmente, abandona su 'yo' autodestructivo y empieza a caminar por la senda del  ‘nosotros’.  

miércoles, 2 de mayo de 2018

El carpe diem y "la manada"


 
 

            En los amplios reportajes que las televisiones nos han ofrecido en los últimos días con motivo de la polémica sentencia a los cinco jóvenes que abusaron de una mujer en los Sanfermines de hace un par de años, me ha llamado la atención el tatuaje que uno de ellos llevaba grabado en el bajo vientre: “Carpe diem’.
        Muy probablemente, este latinajo sea el único que los jóvenes y no tan jóvenes posmodernos conocen y ponen en práctica de la amplísima sabiduría que el mundo romano nos legó.
        El Carpe diem se ha convertido en santo y seña de posmodernos hedonistas. Una filosofía, una ideología y una religión para andar por casa y por el mundo. Y también un lema para el perfil de whatsapp y un tatuaje para el cuerpo. Si en google buscas ‘Carpe diem tatuaje imágenes’, te salen centenares de fotos de cuerpos tatuados con el latinajo de marras..
            Porque cuando decimos ‘Carpe diem’ o su equivalente castizo ‘Vive la vida’, lo que estamos diciendo es: “come, bebe, folla y alrededores….” Eso es lo que entendemos. Y nada más que eso. A nadie se le ocurre que el ‘Carpe diem’ (agarra el momento) pueda significar disfruta de la naturaleza que encuentras en tu camino, goza de los libros, facilita la vida a los que te rodean, exígete ser coherente, crece en espiritualidad, alimenta tu alma… Nada de esto.
         El carpe diem va directamente al cuerpo y a sus exigencias menos espirituales. Luego, cuando ocurre lo que ocurre, nos escandalizamos y nos llevamos las manos a la cabeza. Los cinco miembros de la manada ('la fuerza del lobo está en la manada' era otro de los tatuajes que llevaba uno de ellos) tenían claro lo que era el carpe diem. Y quisieron satisfacerlo, con o sin la aquiescencia del otro, en este caso de la otra. Probablemente la mujer víctima implicada también era partidaria del ‘Carpe diem’ pero no supo ver –o no entendió a tiempo- que una manada de lobos nunca pide permiso a un cordero. Aquel sueño de Isaías que cantaba que 'el lobo y el cordero pacerán juntos', aún no se ha cumplido. Y parece que queda lejos de nosotros.
        La ideología del ‘carpe diem’ está por doquier. Se incita a los jóvenes a que gocen y a que disfruten del cuerpo y de sus glorias sin límites y sin barreras, porque, total, son cuatro días. Y luego nos lamentamos y nos tiramos de los pelos cuando ocurren aberraciones y barbaridades. Hipócritamente, nos indignamos de las consecuencias, pero no queremos buscar las causas ni ir a la raíz del problema, porque en estos tiempos de buenismo y de "haz lo que te plazca", las causas son siempre cortapisas a la libertad de expresión y a la libertad del cuerpo. Antiguallas de los tiempos clericales y moralinas de vieja escuela.
        El ‘carpe diem’ que un "lobo de la manada" lleva grabado en su bajo vientre es una imagen atroz de este reino –o de esta dictadura- que todos hemos ayudado a construir.

lunes, 30 de abril de 2018

¿Llegarán repúblicas de Gilead?



 
 
Produce un cierto miedo la lectura del libro de la escritora canadiense Margaret Atwood, El cuento de la criada, una distopía que tiene lugar en Cambridge, Massachussetes, precisamente en el lugar donde hoy se levanta la Universidad de Harvard, en Estados Unidos.
Muchos años después de la República de Gilead, aparecen varios cassettes grabados en los que una mujer cuenta su propia historia: una criada durante los tiempos oscuros de esta teocracia de la república de Gilead. A lo largo de las 400 páginas de la novela no sabemos el verdadero nombre de la criada, porque en esta época ella fue simplemente una mujer fértil puesta al servicio de un comandante para ser inseminada. El comandante se llamaba Fred, y en consonancia era ella Defred, una pertenencia más de este alto cargo republicano.
Después de un periodo de grandes atentados contra las centrales nucleares y después de que los mares, las tierras y las personas se volviesen prácticamente infértiles por culpa de los sustancias tóxicas, se proclamó la teocracia puritana de Gilead. Las mujeres fueron rebajadas a un status de meras reproductoras destinadas a los varones directivos de la república.
El libro es también una estupenda enseñanza. Esta distopía no es tan distópica. En la historia ha habido regresiones e involuciones sin cuento. ¿A un yihadismo de atentados terribles puede suceder una teocracia de inspiración veterotestamentaria? ¿Al terrible desprecio por la natalidad y a los agentes de infertilidad que ya están presentes en nuestra sociedad contaminada, puede suceder una sociedad en que las mujeres sean rebajadas a ser mero ganado reproductor en la granja del mundos? ¿Después de Chernobyl y otras amenazas nucleares puede suceder un tiempo en que los campos y los mares dejen de dar sus frutos y los varones y mujeres se vuelvan en su mayoría estériles? ¿A los derechos y libertades que suponemos definitivos e invulnerables puede suceder un tiempo en que el ser humano ya no sea la medida de todo y en que una minoría de Jefes, Tías, Ojos, Señoras controlen a una mayoría de ‘seres para las colonias’, es decir de seres que tengan que trabajar para limpiar los elementos tóxicos arriesgando vida y salud?
La historia fue publicada en 1985, un año antes de Chernobyl y varios años antes de la explosión de violencia islamista en todo el mundo. Por lo tanto, la novela en cierto modo tiene algo de premonitorio.
El auge de los populismos de soluciones extremas para problemas complejos, el crecimiento de una religión islámica entendida de forma violenta, nos pone sobreaviso de que nunca debemos bajar la guardia.
A lo largo de la historia, la tentación de resolver los problemas de forma autoritaria y violenta ha sido una constante. El surgimiento del nazismo y del comunismo no están tan lejos, como tampoco lo están las actuales teocracias islamistas en algunas naciones y su intención de imponer su forma de pensar al mundo occidental. Si cambian las tornas, una mujer puede ser convertida en no mujer, en ‘Defred’, es decir, en propiedad y pertenencia de cualquier comandante.
Siempre queda la voluntad de no someterse y resistir, también la de contar lo que pasó. Y por supuesto el deseo de abrazar de igual a igual a otro ser humano. Como así sucede entre Defred y Nick, el chófer del comandante. Esto abre una línea a la esperanza, pero es una línea muy delgada. De ahí el miedo a esa espada que amenaza siempre nuestra cabeza.  

viernes, 20 de abril de 2018

Los hermanos Karamazov, de Fiodor Dostoiveski




Los hermanos Karamazov, de Fiodor Dostoiveski, estaba desde hace años en la ‘lista de espera’. Y la verdad es que yo no me atrevía a hincarle el diente, en parte por las 1100 páginas y en parte porque no es fácil entrar en el lenguaje ampuloso y en las minucias descriptivas y lentas de la grandes novelas del siglo XIX. Pero la novela me ha encantado. He entendido mejor lo que dice Vargas Llosa en su libro autobiográfico El pez en el agua. El escritor recuerda que, cuando la novela cayó en sus manos, estuvo más de un día despierto, entre febril y ansioso, sin comer y sin dormir, hasta acabarla.
Los tres hermanos Karamazov, Dimitri, Iván y Aliosha viven y se mueven en una ciudad rusa, agitada por las injusticias y las miserias de la época zarina. Una infancia compleja y de desamor da lugar a vidas marcadas por la tragedia, la desesperanza o el misticismo. Su padre, Fiodor Pavlovich, es un borracho y un sinvergüenza, vencido por la lujuria y el dinero. Iván es un indiferente, que representa muy bien las dudas y la naciente distancia y rechazo de  Dios. Aliosha es un místico, un ser angelical, un hombre bueno subyugado por la santidad del starets Zósima de quien recibe la bendición. Dimitri, el mayor, es un pendenciero, aunque de alma noble, un joven que se enfrenta a su padre que quiere quedarse con su herencia materna, capaz de amenazar a su padre e incluso de golpearle. Y en el medio dos mujeres. Ivanovna que ama a Dimitri, pero que se siente traicionada por él, y que terminará amando a Iván. Y Grushenka, una mujer de mala fama, protegida por un hombre casado, de la que se enamorarán perdida y lujuriosamente tanto Dimitri como su padre.
Y en medio de la novela un crimen: El padre de los Karamazov, Fiodor Pavlovich, aparece muerto y todos culpan a Dimitri que le había amenazado públicamente de muerte. Todas las pruebas son claras. El juicio a Dimitri ocupa una gran parte de la novela. Es un crimen horrendo, y por él tendrá que pagar un inocente, Dimitri. Y aquí, por fuerza, tenemos que hablar de Lisavieta Smerdiaschaia, un personaje trágico, una 'inocente' atropellada por un sinvergüenza, probablemente Pavlovich. Representa la miseria y la degradación. Smerdiakov es el hijo de Lisaveta. Ha sido cuidado por Grigori, el criado de Pavlovich. Es un personaje sibilino y retorcido. Él fue quien mató a Pavlovich, para congraciarse con Iván, para vengarse del que algunos creían que era su padre, para vengarse de sus hermanos Karamazov, que tienen otro estatus, mientras que él no era sino un simple criado.
No podemos olvidar a personajes como Iliusha, el niño pobre que defendió a su padre, un borracho impenitente, del desprecio de todos. La novela es una pintura magnífica de una época y también de una forma de estar en el mundo de la marginación y de la exclusión.
Capítulo memorable es el dedicado al Gran Inquisidor. Cristo vuelve a la tierra y el Gran Inquisidor de Sevilla mantiene un diálogo con él para darle a indicar que era un iluso, que creía que los hombres buscaban la verdad y la libertad mientras lo que buscan es el pan y la felicidad.
En el centro de la novela está la cuestión de la existencia de Dios. La frase célebre de "si Dios no existe, todo está permitido" resume muy bien todo ese humus que se va depositando en las conciencias. Las consecuencias de la muerte de Dios las conocería Rusia durante su etapa trágica comunista. Pero la advertencia y la premonición ya estaban en esta novela. Si no existe Dios, quién puede impedir al hombre constituirse en hombre-dios. Estamos ante una novela psicológica, pero sobre todo una novela de ideas. Una magnífica novela. Y tan actual como la Rusia zarina que le tocó vivir al gran escritor ruso Dostoievski.
De una cosa podemos estar seguros: El mundo girará siempre sobre los goznes de la bruticie y del horror, pero también existirán otros hombres que echen arena en el engranaje de la maquinaria terrible del mundo, para que esta no funcione tan de prisa e incluso para que se pare por unos instantes.

jueves, 5 de abril de 2018

¿Sólo amor a los perros?


 
¿En verdad es tan grande el amor a los animales, especialmente a los perros, que se está produciendo en nuestra sociedad? Puede que sí. ¿O es la compensación, el síntoma, de ese odium por todo lo humano que se está dando también, especialmente en nuestra vieja Europa? Dentro de no mucho, las personas valdrán menos que un animal de compañía. Los perros nos ganarán en derechos. Los animalistas y sus potentes asociaciones no sé si están luchando por la protección de los animales o simplemente están gritando que el ser humano vale bien poca cosa, especialmente si este ser humano tiene criterio propio. Y, sobre todo, si este ser humano está indefenso y desprotegido, por ejemplo un niño, o un anciano, o un enfermo.
Ves a jóvenes que se arrodillan para recoger las cacas de los perros a una edad en la que deberían arrodillarse para limpiar las cacas de sus propios hijos. Las parejas jóvenes piensan inmediatamente en ‘animales de compañía’, antes que en formar una familia, tener hijos, sacrificarse por ellos. Los perros se han convertido en el objeto de nuestro amor, de nuestras atenciones, de nuestros recursos. Por ellos sacrificamos la siesta y la película, con tal de que se den su paseo diario. Sacrificamos el hotel o el restaurante que nos gustaba porque no admiten a perros. El llanto y la desnutrición de un niño africano nos dejan indiferentes, pero no así el aullido lastimero de un perro abandonado o con una espina en la pata. Ya hay más jóvenes parejas paseando perros que paseando niños. Y tristemente, ninguna pareja pasea a ancianos, es decir, a sus propios padres o a sus propios abuelos. Nos cuesta ir una vez a la semana a la residencia donde tenemos a nuestro padre, pero no nos cuesta nada salir todas las tardes, haga frío o calor, llueva o nieve, con el perro, para que haga sus necesidades, se pegue cuatro carreras y vuelva contento a dormir a nuestro lado. No permitimos que la vieja vecina bese a nuestro niño, pero sí permitimos y jaleamos que los perros laman las caras de nuestros bebés. El perro de compañía aparece más veces en el perfil de whatsapp que nuestra madre anciana o nuestra abuela.

Que los animales deben ser tratados con respeto, nadie debería dudarlo y todos deberían practicarlo, pero cuando los perros y los animales de compañía reciben mejor trato que las personas, más cuidados, más tiempo y más afectos… es el síntoma inequívoco de que nuestra sociedad ha empezado a enfermar.

A destacar

Una temporada en el infierno

            En una estación de París, desciende un joven de 16 años, cuerpo atlético, pelo alborotado y ojos azules. Se llama Arthur Rimbaud...

Lo más visto: