martes, 9 de octubre de 2018

Mirar como el hermano Juan




Son las 6 de la mañana. Al despertarme, compruebo que es 9 de octubre. Cambio la foto del perfil del WhatsApp (una foto de caramelos). Y me doy un consejo para toda la jornada: ”mirar como el hermano Juan miraba”.
¿Qué nos queda a los que estudiamos en “los italianos’ de Aguilar de Campoo? Aparte de un montón de recuerdos, de anécdotas y de rostros, nos queda la altísima figura moral del Hermano Juan.


Hoy, hace 47, en un desgraciado accidente de tráfico, se acababa la vida de un hombre bueno. Tenía apenas 58 años. Pero ya había vivido una vida plena. Porque la existencia de la buena gente es siempre plena. Aunque se nos diga lo contrario: que hay que vivir mil situaciones límites y embarrarse en todos lodos, para así decir que uno ha vivido todo, ha probado todo y ha tenido ‘mil experiencias’.

El hermano Juan Vaccari (1913-1971) fue un hombre justo. Un hombre bueno. ¿Pero qué significa ser un hombre justo? Para mí es quien hace más llevadera la vida a los demás, quien nos conduce hacia lo mejor que hay en nosotros, y quien nos recuerda, con su testimonio, que ante todo lo que nos sucede en la vida, podemos optar por la alegría o por la amargura, por la ira o por la mansedumbre, por la rabia o por la serenidad, por la compasión o por la indiferencia, por el amor o por el odio. Las personas justas no ‘obligan a los demás a ser buenos por la fuerza’. Somos nosotros los que nos sentimos mejorados por su presencia y su compañía, y nos sentimos empujados a imitarlos, a repetir sus gestos de bondad y de bien.


El hermano Juan, tantos años después, sigue ejerciendo una influencia benéfica sobre mi vida, tan lejana de la suya en tantísimos aspectos.

Ya fuese en las cocinas de Barza (Italia) donde durante recién acabada la Guerra Mundial tuvo que ingeniárselas para preparar un plato de sopa aguada para los seminaristas. Ya fuese en los pomposos salones del Palacio de la Cancillería en Roma, donde tuvo que ejercer, con paciencia sin límites, de sirviente del cardenal Micara. Ya fuese en las escuelas y parroquias de la Castilla de finales de los años sesenta donde iba en busca de vocaciones para su Colegio de Aguilar de Campoo… por todos estos escenarios pasó haciendo el bien, con una sonrisa y con una alegría que no suelen abundar en este mundo.

Al morir, pudieron comprobar que en su testamento había escrito una frase desconcertante: “Si encontráis algo de calderilla en mis bolsillos cuando me muera, comprad caramelos a los buonifigli (los niños con discapacidad a los que siempre quiso, especialmente en sus años romanos)”.



¿Pero quién de nosotros no se siente, cien veces al día, un discapacitado de corazón, de ilusión y de esperanza? Por ello, una vez al año, nos acordamos de los caramelos del Hermano Juan. Por ello, una vez año años, sabemos que esos caramelos son para nosotros. Esos caramelos nos recuerdan nuestras limitaciones e incapacidades. Pero también que alguien nos quiere a pesar de ellas, o precisamente por ellas. Los caramelos del Hermano Juan nos seguirán endulzando un poco la existencia.

martes, 2 de octubre de 2018

El atentado, de Yasmina Khadra





Tras un atentado, uno más, en la ciudad de Tel Aviv, el doctor Amín Jaafari, un israelí de origen palestino, pasa horas atendiendo a los numerosos heridos y tratando de devolverles la vida. Pero entre los muertos que llegan al hospital está su propia mujer, Sihem. Y desde el primer momento, todo indica que ha sido ella la que se ha inmolado en el restaurante donde unos niños celebraban el cumpleaños, causando numerosos muertos. A partir de ahí, el doctor intentará saber qué pudo suceder para que su propia mujer tomara una decisión tan drástica. Amín Jaafari podrá conocer de esta manera el submundo de pobreza que habitan los palestinos, el humus de violencia y ferocidad en el que se mueven a diario palestinos e israelíes, la guerra interminable, la patria deseada y nunca construida, la desesperación de los milicianos, los niños adoctrinados en el odio, los buldozers que destruyen las casas de las familias de los inmolados, los muros levantados que condenan a unos y a otros, palestinos e israelíes, a vivir en guetos.


“Creo –es un miliciano el que habla al doctor Amín- que hasta los terroristas más curtidos ignoran lo que les ocurre de verdad. Las motivaciones te caen sobre la cabeza como un ladrillo o se agarran a tus tripas como una solitaria. Y a partir de ese momento tu forma de ver el mundo cambia. Sólo tienes una idea fija: levantar eso que se ha apoderado de tu cuerpo y tu alma para ver lo que hay debajo. A partir de entonces, ya no hay vuelta atrás posible. Además, has dejado de mandar en ti; te crees dueño de tus acciones pero no es cierto. No eres sino el instrumento de tus propias frustraciones. Lo mismo te da vivir que morir. En alguna parte de ti mismo has renunciado a lo que podría posibilitar tu regreso al mundo. Vives en el limbo y te dedicas a corretear tras las huríes y los unicornios. No quieres oír hablar de este mundo. Sólo esperar el momento de dar el paso. El único modo de recuperar lo que has perdido o de rectificar lo que has errado; en definitiva, el único modo de convertirte en leyenda es acabar a lo bestia: transformarte en bola de fuego en un autocar repleto de escolares o en torpedo en contra de un tanque enemigo. ¡Bum! Un prodigio premiado con el estatuto de mártir”.

Y también le explica un miliciano palestino: “Nadie se alista en nuestras brigadas por gusto, doctor. Todos los chicos que has visto, usen ondas o lanzagranadas, odian la guerra como el que más. Porque a diario cae uno de ellos en la flor de la vida por un disparo enemigo. Ellos también quisieran gozar de una posición honrosa, ser cirujanos, ídolos musicales, actores de cine, conducir cochazos, vivir un sueño todas las noches. El problema es que se les niega ese sueño, doctor. Se pretende aparcarlos en guetos hasta que se confundan con él. Por eso prefieren morir. Cuando se da calabazas a los sueños, la muerte es la única salvación que queda…”


El atentado, del argelino Yasmina Khadra, pseudónimo de Mohamed Moulessechoul, no es una novela perfecta –algunos capítulos carecen de verosimilitud- pero es una buena novela que enfoca nuestra mirada sobre el conflicto eterno en Tierra Santa entre israelíes y palestinos. La Tierra Prometida se ha convertido en una tierra imposible, donde los israelíes deben vivir poco menos que blindados en su jaula de oro para mantener su seguridad, y donde los palestinos, sin patria y sin territorio, han convertido la intifada, la lucha armada, en un oficio y en una costumbre. Todos los intentos por llevar la paz hasta este lugar santo se han mostrado poco menos que inútiles. El terrorismo y la guerra se han enquistado en esta región, como la mafia en Sicilia. Queda poco espacio para la esperanza entre tantos muros levantados.
La religión judía, curiosamente, ha convertido un Muro en el símbolo de su cultura y de su religiosidad. También, curiosamente, todos los días se ve a un chiquillo palestino lanzando una piedra con su tirachinas al tanque israelí. El mito bíblico de David y Goliat actualizado.

jueves, 27 de septiembre de 2018

Entre la corrección política y la hipocresía




Se han difundido unos audios en los que la actual Ministra de Justicia, y Notaria Mayor del Reino de España, Dolores Delgado, calificaba al juez Marlaska, ahora compañero suyo en el Consejo de Ministros, de ‘maricón y nenaza’. En ese mismo audio se escuchaba que ella prefería un tribunal de hombres a un tribunal de mujeres. Y claro, las redes se han incendiado, como se dice ahora. Los audios, filtrados por un excomisario sin escrúpulos y con una notable trayectoria delictiva de chantajes, nos sitúan en un escenario muy diferente.

¿Es un insulto  llamar maricón a alguien? Como poco, es de mal gusto. ¿Pero es tan grave? Eso ya no lo sé. ¿Es tan ofensivo que alguien diga que prefiere un tribunal formado por hombres a un tribunal compuesto por mujeres? No lo creo. Y es que en estos tiempo de máxima corrección política, o lo que es lo mismo, de máxima intolerancia, parece que es más grave decir algo ‘incorrecto’ que cometer un robo o moler a palos a alguien. ¿Es una falta tan grave o un delito tan serio llamar a alguien ‘maricón’ o mostrar preferencia por un tribunal exclusivamente formado por hombres? ¿Hay que dimitir por estas palabras insultantes? Yo creo que hay que distinguir entre el mal gusto o la chabacanería y las actitudes homófobas o en contra de la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres. Hemos llegado a tal extremo que, probablemente, si llegan a descubrir que cuando tenías 10 años llamaste a una compañera de pupitre ‘zorra’ o a un compañero ‘maricón’ nunca puedas llegar a ocupar un cargo público. O también si escribiste hace cinco años, en tu cuenta de Facebook o de twitter, que no te gustaba nada la ecología o que ibas a misa los domingos, muy probablemente no tienes nada que  hacer en política. Un poco de sensatez y de sentido común nos vendría a todos bien. Más discursos razonados y más debates serenos también nos vendrían muy bien.

Y sin embargo, dos cosas en este asunto de la ministra Delgado me llaman la atención:
Una: ¿qué hubiera pasado si estas palabras hubieran sido pronunciadas por una ministra del PP, por ejemplo Cospedal o Santamaría? Probablemente estaríamos con las calles llenas de algaradas y de protestas violentas y la noticia abriría todos los telediarios durante 10 días como ocurrió con el máster de la señora Cifuentes.  Una vez más se constata la doble vara de medir.
Y dos: Probablemente en esta España tan moderna, las actitudes van más lentas que las declaraciones. Una cosa es alardear de apoyo al colectivo LGTB o a la igualdad de las mujeres, y otra cosa es que la lengua y la educación nos traicionen y soltemos un ‘maricón’ cuando creemos que estamos entre amigos que nos reirán la gracia. Una cosa, en fin, es ponerse en primera fila, detrás de la pancarta, en las manifestaciones del Día del Orgullo, y otra cosa es creer sinceramente lo que proclamamos y actuar en consecuencia. Una cosa es desplegar abanicos rojos en favor de la igualdad y pronunciar palabras de indignación contra los machistas en la Gala de los Goyas y otra es creer en lo que se dice y llevarlo a la práctica en las grandes y pequeñas decisiones de cada día.

miércoles, 26 de septiembre de 2018

Mi Antonia, de Willa Cather

 


Del mismo tren que llega a la estación de Black Hawk en Nebraska se apean Jim Burden y Antonia Shirmeda. Jim es un niño de apenas 10 años que acaba de perder a sus padres y que se dirige a la granja de sus abuelos para vivir con ellos, unos granjeros americanos. Antonia, de 13 años, en cambio, llega con su familia bohemia a probar suerte en los campos de una América que se vende como la tierra de las oportunidades. En la inmensa tierra de Nebraska, sus granjas están vecinas. “Ella (Antonia), más que ninguna otra persona – se nos recuerda en el prólogo- parecía encarnar el país, las condiciones de vida, la aventura de nuestra infancia”.
De nuevo me encuentro con una bellísima novela de esta autora americana que yo acabo de descubrir. Después de La muerte llama al arzobispo y Los Pioneros esta es la tercera novela que leo en el transcurso de un mes.

A lo largo de 350 páginas Jim Burden va recordando la vida de Antonia, su propia vida en la granja y después en la pequeña ciudad de Black Hawk, al mismo tiempo que nos habla de la existencia, a veces tan dura y tan dramática, de tantos europeos del Norte, especialmente suecos, noruegos, daneses y bohemios que recién llegados a una tierra inmensa, a veces sin conocimientos del mundo agrícola, tuvieron que labrar la tierra y domarla hasta que empezó a dar frutos. En ello empeñaron la vida, las fuerzas y los pequeños ahorros que traían junto a su exiguo equipaje. Jim Burden era un americano de origen anglosajón que nunca se creyó superior a los vecinos bohemios, por el hecho de hablar un inglés correcto o porque su familia llevará mucho tiempo asentada en Nebraska. La simpatía que siente Jim por Antonia es la simpatía que sus propios abuelos le inculcaron cuando intentaban socorrer con vestidos, alimentos o con una vaca a esta pobre familia de bohemios que no tenía nada que llevarse a la boca.

Jim irá a la Universidad y se podrá labrar un buen futuro, pero nunca olvidará a aquella muchachita ‘Mi Antonia’ con la que compartió infancia y adolescencia. Unos años indisolublemente ligados a un paisaje y a una manera de estar en el mundo. Veinte añoss después, Jim volverá a encontrarse con Antonia, casada y rodeada de niños, viviendo como una granjera feliz. En esta familia numerosa y alegre, Jim encuentra la familia que nunca logró tener. Regresa, de esta manera, a la infancia y a la tierra que le vieron crecer. Solo así Jim Burden logrará el equilibrio personal y afectivo y podrá decir: “Bajo aquella luz singular, cada arbusto, cada gavilla de trigo, cada tallo de girasol y cada euforbia cobraban relieve; hasta los terrones de tierra y los surcos de los campos parecían destacarse de su entorno. Sentí la llamada ancestral de la tierra, la magia solemne que surge de los campos al caer la noche. Sentí el deseo de volver a ser niño y que aquel fuera el fin de mis días”. Jim escribirá asimismo en referencia a los hijos de Ántonia: “No era de extrañar que sus hijos caminaran erguidos. Ántonia era una cálida fuente de vida, como los fundadores de las razas primigenias”



lunes, 10 de septiembre de 2018

Imela, Angelita





Si mal no recuerdo, en igbo, una de las lenguas de Nigeria, “gracias” se dice “imela”. Por lo tanto; “Imela”, Angelita.

Al amanecer, un whatsapp me comunicaba que la señora Angelita Velasco acababa de dejarnos. Y lo primero que se me ha venido a la cabeza ha sido esta palabra en igbo.

Compartí contigo, querida Angelita, dos viajes a África: en 2005 a Nigeria y en 2008 a la R.D. del Congo. Por entonces ya estabas cargada de años y también de achaques. Pero también estabas cargada de ilusión y de esperanza. Y esta ilusión y esta esperanza te hicieron rejuvenecer y revivir en África. Cuarenta años antes, si alguien te hubiera propuesto viajar a África, le hubieras mandado con viento fresco, a pesar de que por aquellos lejanos días fueses joven y estuvieses llena de salud. Luego las cosas cambiaron. Tu hijo, Andrés, se marchó de misionero a África y a ti te entró la curiosidad, y yo diría que el cariño, por esos hombres y mujeres, por esos niños, por esos paisajes… que contemplabas ahora en las fotos que iban llenando las paredes de tu casa de La Cistérniga… Hay personas que, al cumplir años, su espíritu también envejece. Y hay personas que, a medida que el cuerpo se torna torpe y viejo, el espíritu se vuelve joven y ligero. Eras de esta segunda categoría.




África te ofreció un hermoso regalo. No fuiste a África para ayudar, para echar una mano, para enseñar. Tu sola presencia en las misiones de Nigeria y del Congo fue el mensaje. Para una cultura como la africana que aún siente respeto y admiración por las personas ancianas, la sola presencia de una mujer mayor y achacosa era un estupendo sermón, un bello discurso, un mensaje claro y entendible. Y quizás por ello, tu presencia en las misiones fue tan admirada y tan querida. No te importaron ni la pesadez de los aeropuertos y aviones, ni el desesperante calor y humedad africanos, ni los caminos llenos de baches que nos hacían saltar continuamente sobre los asientos del coche, ni la dieta monótona y pobre de la misión, ni la contaminación atroz de Kinshasa, ni el atraso secular de Nnebukwu.



Que una mujer menuda y frágil se hubiera plantado en medio de la selva nigeriana o en el corazón ruidoso y contaminado de la capital del Congo, era ya suficiente motivo de admiración para tantos y tantas africanas. No hablabas sus idiomas, ni eras una entendida en alguna materia que les pudiera ser de utilidad, ni eras una profesora que ofreciera una conferencia elevada sobre higiene y salud o sobre antropología. Tu presencia fue el mensaje. Una presencia sabia en la misión africana. Un estar en medio. Un ser en medio de ellos. Te seguían con la mirada los niños con discapacidad cuando te ponías a su lado a amasar el pan en la panadería de Nnebukwu. O cuando te agachabas para arrancar una mala hierba junto a las lechugas en el huerto. Te jaleaba toda la aldea cuando te uniste a las mujeres de Mbele en la danza tradicional al acabar la misa. Te entendían perfectamente cuando contabas recuerdos de tu infancia, en un castellano de Canalejas, a las niñas de la calle, en la Casa de la Alegría. Dejaste pasmado al personal del Museo Nacional de Lagos cuando te vieron entrar. Y quizás por ello, el director ordenó a un vigilante que te siguiera de sala en sala con una silla para que pudieras ver cómodamente sentada las obras de arte de su secular cultura. Fuiste una presencia significativa, aguantando estoicamente el interminable desfile del Festival del Ñame y asistiendo a las larguísimas ceremonias religiosas. Te aplaudían cuando te vestiste el tradicional traje africano, porque les hiciste sentir orgullosos del hecho de ser africanos. Diste también a las enfermeras y al personal de la misión, cuando la diabetes te jugó una mala pasada, la oportunidad de desvivirse y de llenarte de atenciones.


Pero tú también fuiste un bello regalo para las misiones africanas, para los proyectos de Puentes en Congo y Nigeria: nos diste la oportunidad de valorar la presencia de las personas mayores, con sus debilidades y  limitaciones. Ahora que Europa está tan alejada de la vejez, de la debilidad, de la enfermedad… tener la oportunidad de reflexionar sobre estas realidades y considerar que la presencia de las personas ancianas, con sus dolencias y sus arrugas, son una oportunidad de crecimiento personal para todos nosotros, son una oportunidad para situar a la persona en el centro de nuestras existencias y de nuestras comunidades.… Todo esto también fue un regalo. La utilidad de una vida no se mide por lo que nos aporta en términos materiales, sino por la posibilidad que nos ofrece de sacar de nosotros lo mejor que albergamos.



Para mí, ver la admiración y la veneración de tantos nigerianos y congoleños hacia esta venerable mujer, fue parte de las enseñanzas de los viajes a África. Los recuerdos vividos con Angelita en Congo y Nigeria fueron también ‘las cosas que yo me traje en mi mochila”. Por todo ello, ‘imela’, Angelita.  Gracias, Angelita.

viernes, 7 de septiembre de 2018

Pioneros, de Willa Cather


Los Bergson, una familia sueca, se establecen en el estado de Nebraska para cultivar la tierra. A finales del siglo XIX las grandes extensiones del suroeste americano empezaban a ser ocupadas por familias venidas de medio mundo que buscaban domeñar una tierra agreste y dura, que se resistía a perder su carácter salvaje. Muy pronto el cabeza de familia de los Bergson muere, no sin antes hacer prometer a sus dos hijos varones, Lou y Óscar, que se dejen guiar por los consejos y por la sabiduría innata para la granja de su hermana Alexandra.
Los primeros granjeros vivían acosados por las deudas, y desalentados por una naturaleza inhóspita que los vapuleaba constantemente. Muchas familias se veían obligadas a abandonar sus granjas y buscarse un trabajo como obreros en la ciudad. Es el caso de los Linstrun, vecinos de los Bergson y que, con dolor de su corazón, deben vender las tierras. El más apenado de los Linstrun será Carl, adolescente y amigo de aventuras de Alexandra.

Inasequible al desaliento y dotada de una mirada amplia sobre el porvenir,  Alexandra logró sacar adelante las tierras de su padre, comprar nuevas tierras, cambiar de cultivos. Pero Nebraska conoció tres terribles años de sequía que expulsó a muchos granjeros y que puso a prueba el carácter de la misma Alexandra. Fue la última rebelión de la tierra antes de dejarse dominar por el arado. "Un pionero debía tener imaginación. Debía ser capaz  de disfrutar con la idea de las cosas más que con las cosas mismas". Mientras tanto, Emil, el pequeño de la familia es enviado a estudiar a la ciudad, para que conozca otros mundos y para que, con sus estudios, pueda el día de mañana hacer prosperar las tierras.

Willa Cather (1873-1946) es una escritora norteamericana incómoda, por su no adscripción a la literatura experimental o moderna tan en boga en su época. En Pioneros nos hace asistir a los inicios de una nación, a los comienzos de repoblación de amplias extensiones de terreno que poco a poco, con voluntad de hierro y con sacrificios sin fin, empezaban a conocer la agricultura y la ganadería. "La historia de todos los países empieza en el corazón de un hombre o de una mujer". Nuevos granjeros llegan y se establecen como vecinos. Es el caso del jovencísimo matrimonio de bohemios, los Shabata, formado por Marie, extrovertida y un poco atolondrada, y por Frank, celoso y amargado. Son jóvenes que han consumido rápìdamente su inicial pasión y que sólo ahora se dan cuenta del abismo que los separa. En Emil y en Marie se despierta un amor que debe permanecer oculto, porque ella es una mujer casada. Y estamos a finales del siglo XIX. Una pasión que acabará en tragedia bajo una morera y tres disparos del marido burlado.
Un buen día, muchos años después, aquel adolescente que fue Carl Linstrum regresa para ver las tierras donde había vivido por algún tiempo. Y es en este punto donde la vida de Alexandra, que hasta ahora se ha limitado a trabajar las tierras y a perseguir la prosperidad de los Bergson, conocerá una nueva aurora. Bellísima novela de Cather, una pequeña alegría lectora en un año de libros de bajo perfil.  La tierra, y todo lo que ella significa, es protagonista también: "Pero el gran acontecimiento era la tierra en sí, que parecía anegar los pequeños y esforzados indicios de sociedad humana en sus sombrías extensiones. Enfrentándose con aquella inmensa dureza, su boca se había vuelto amarga; porque sentía que los hombres eran demasiado débiles para dejar su huella allí, que la tierra quería que la dejaran tranquila, quería conservar su implacable fortaleza, su belleza de una índole salvaje y peculiar, su melancolía sin interrupciones".

Desde que hace miles de años, los cazadores-recolectores se hicieron agricultores, la posesión y el cultivo de la tierra han sido dos pasiones inscritas en el ADN del ser humanos: "Nosotros venimos y nos vamos, pero la tierra siempre está aquí. Y las personas que la aman y la comprenden son las personas a las que pertenece... durante un tiempo".

 

jueves, 6 de septiembre de 2018

Sobre estadios y sobre escuelas.




Varios minutos dedicó el telediario de hace unos días a la situación precaria que varios estadios de fútbol de equipos de primera presentan en este inicio de la Liga Española. Una preocupación que se entiende. Un escándalo que ha estallado en Vallecas cuando el estadio del Rayo Vallecano ha sido clausurado de momento por motivos de seguridad, al no reunir las condiciones para que los futbolistas y los aficionados disfruten sin problemas. El telediario da imágenes de varios estadios en situación no apta. Sólo me he quedado con el de Vallecas y con el de Valladolid. En este último las condiciones del césped recién estrenado no eran ni mucho menos las deseables, según los entendidos, que en este país son siempre multitud.
Por estos motivos algún partido ha tenido que ser aplazado sine die. Otros partidos se jugarán en otro estadio. Mientras que las obras de algún otro estadio, se están realizando con gran celeridad. Y algún equipo, como el Rayo Vallecano, busca desesperadamente un estadio donde jugar. La falta de idoneidad en algunos estadios ha causado, por lo visto, honda preocupación en no pocos aficionados españoles. Se piden responsabilidades y se piden dimisiones. Se habla de ‘vergüenza y de irresponsabilidad’, algo indigno de la liga de primera en un país como España. Declaraciones y contradeclaraciones se suceden.

Justo en estos mismos momentos, a escasos días del comienzo del curso escolar, muchos institutos y muchos colegios andan patas arriba con obras iniciadas y no acabadas. Tejados, reformas de aulas, cambios de aseos, comedores escolares, pavimento de patios, instalaciones eléctricas, etc. Muchos están en obras y no estarán terminadas cuando los alumnos vuelvan a las clases. Se encontrarán todo manga por hombro, y deberán soportar ruidos, polvo e incomodidades a la hora de estudiar, de comer o de jugar en el recreo. Otras instalaciones precarias para las que se habían prometido reformas y mejoras ni siquiera han empezado y no empezarán. Habrá que esperar al curso siguiente. En varios lugares de España, las aulas llevan años instaladas en pabellones provisionales, en prefabricados que no aguantan el chaparrón. Pero todo esto no merece ni un solo minuto en el telediario o en el periódico local.
Y puede que las cosas sean así y no tengan remedio. Y no sólo porque los políticos sean mediocres, sino porque el común de los mortales, la ciudadanía como se dice ahora, anda más preocupada con un estadio que por una escuela. Los mismos aficionados del Rayo Vallecano que se muestran indignados por las condiciones del estadio de su equipo, probablemente no saben, ni les preocupa, si las escuelas en las que estudian sus propios hijos están bien, mal o regular.

“Ya no era mi revolución”





Una exposición en el Patio Herreriano sobre Abbas, uno de los grandes fotógrafos de la Agencia Magnum. La exposición va acompañada de textos extraídos de los diarios del fotógrafo. Un comentario está directamente relacionado con su famosa fotografía: los cuerpos de cuatro generales del Sha en la morgue de Teherán, tras ser ejecutados. Abbas había luchado contra la política injusta del Sha de Persia, pero muy pronto, tras esta fotografía, comprendió que aquella no era la revolución que esperaba. Tuvo que exiliarse. Permaneció  18 años en el exilio, y, una vez en su país, se sintió siempre un autoexiliado.
Palabras de su diario:
Teherán, 11 de febrero de 1979.
En el patio de un centro saqueado, aquellos fueron humillados se vengan del arrogante SAVAK, la temida policía política del Sha. Jóvenes matones se mezclan entre los verdaderos revolucionarios. La violencia es latente…
Más tarde… por la noche, ¿por qué no estoy lleno de alegría por la caída del régimen del Sha? ¡Todos mis amigos lo están! Después de todo, este es mi país, mi gente, mi revolución. ¿Es por la constante referencia al islam? ¿O es porque solamente he vito la cara de la perdición? Más concretamente, la de general Rahimi, el comandante de la ley marcial en Teherán. Hace dos años, le inmortalicé vistiendo sus galas, con todas su medallas sobre su uniforme. Esta noche se le obliga a desfilar ante las cámaras de televisión en mangas de camisa. Su interrogatorio, conducido por Ibrahim Yazdi, se asemeja a un juicio:
  • ¿Te quieres retractar?
  • Juré lealtad al Sha y no renegaré de ello ahora
Un periodista extranjero le pregunta entonces si cree que le ejecutarán. El General Rahimi alza las manos al cielo y dice: “Estoy en las manos de Alá”.


martes, 4 de septiembre de 2018

43.- El cuidado de la tierra. El cuidado de los niños.




 
Erik me enseña el proceso del vermicompost. Es un proyecto que ha sido subvencionado en parte por Puentes y en parte por el Ayuntamiento de Valladolid. En unos contenedores de plástico hay miles de lombrices, y es ahí donde se vierte la pulpa del café sobrante del proceso, así como otras mondas de frutas y verduras no aprovechables. Las lombrices comen esta pulpa y luego hacen un estiércol que sirve para los viveros de cafetales que hay en la misión y para los cafetales del bosque. Cada semana las lombrices hacen unos 10 centímetros de compost. Erik me dice que es una buena cosa, mucho mejor que los abonos tradicionales y que, encima, sale más barato y es muy respetuoso con el medio ambiente. Es una agricultura sostenible, por utilizar un término muy usado en estos momentos.
Después de comer subo con Leo y con Mauricio a Santa Lucía de la Buenavista. Santa Lucía está en un alto, por un camino de cabras que sólo se puede subir con un buen coche. Las 42 familias que viven en esta aldea sufren el aislamiento. Muy de mañana bajan con sus quesos de vaca que ellos mismos elaboran a vender al mercado de Chapas. Y con el dinero de la venta pueden comprar aceite, azúcar, harina etc. que tienen que subir a cuestas y andando y que les lleva unas tres horas, agotadoras por el ascenso.

Vamos recogiendo en la ranchera de la misión a todas las personas que nos encontramos en el camino. Al final llegamos con 8 mujeres más todo lo que llevaban en las manos y en la cabeza.
Iglesia pobre y desangelada. Humildes y toscas imágenes. Templo muy pobre, pero quizás hermosa ‘iglesia’, hermosa asamblea de fieles. Un coro de cuatro mujeres y dos chicos jóvenes con sus guitarras. En cuatro hojas grapadas están escritas las letras de las canciones. Una cantora sostiene a su hijo dormido. Yo creo que toda la chiquillería de Santa Lucía está en esta iglesia, más un buen grupo de adultos. Al finalizar la misa, el cura, Leo, me pide que diga unas palabras. Y yo no sé qué decir, porque me siento rico, cegado por mi riqueza, pero a la vez me siento más pobre que todos ellos. En fin, hay poco que  sermonear. Únicamente pienso que Puentes podría hacer suya alguna de las pobrezas de esta  comunidad, pero ni me atrevo a decirlo.
Terminada la misa, salgo afuera. Desde este privilegiado mirador, las vistas son inmejorables y el ojo humano abarca todo el valle.
La bajada hasta Chapas en silencio. Quizás los tres que vamos en la camioneta no queremos perdernos un atardecer tan espectacular. Todo el valle parece inundado en sangre, o inundado de pétalos de rosas rojas.  Yo estoy melancólico.

 
Nota: Un tiempo después, desde la misión Guanella de Chapas animaron a cuatro adolescentes de la aldea de Santa Lucía, dos chicos y dos chicas, para que se apuntasen en la escuela secundaria de Chapas. Puentes pagó este proyecto. Los chicos pernoctaban en Chapas de lunes a jueves, y pasaban el fin de semana en su aldea. Era la primera vez que niños de esta aldea cursaban la enseñanza secundaria. Mi viaje a Santa Lucía había tenido sentido.
 
“Cosas que me traje en la mochila” (Guatemala, 2010) – 20 Años de Puentes

42.- El niño y su saquito de café




 
Llegué a media mañana al aeropuerto de México DF para coger el vuelo que me tenía que llevar a Guatemala. Pero el avión se había averiado. Nerviosismo en los mostradores de la compañía. Al final, tendría que hacer noche en un hotel del aeropuerto y coger un vuelo al día siguiente, de madrugada, vía El Salvador. Pasé muchas horas en el hotel Camino Real, como uno de esos solitarios de las pinturas de Hopper. Nunca me había sentido tan incómodo en medio de tanta comodidad. Menos mal que el libro de José Jiménez Lozano Los cuadernos de Rembrant me hizo una cierta compañía.
El misionero español Juanma no había podido ir a recogerme al aeropuerto de Guatemala, y envío a un conocido suyo, el señor Pedro, indicándole que escribiera en un cartelito ‘Bautista’, pero se le olvidó el nombre cuando estaba a punto de llegar al aeropuerto. Así que cuando llegué a la terminal me encontré con muchos carteles pero ninguno con mi nombre. Después de un rápido vistazo, volví a leer los carteles detenidamente y pude leer uno que decía ‘Luis Guanella’. Pensé que ese cartel se refería a mí y al mirar al hombre de frente me preguntó: “¿Usted es el español amigo del padre Juanma?

El señor Pedro me dice que tenemos que pasar primero por Antigua a dejar a otro voluntario y que espera que no me moleste. No sólo no me molesta, sino que me da mucha alegría poder visitar Antigua, la primera capital de Guatemala. Apenas veinte minutos para ver esta preciosa ciudad. Pero algo es algo. Ahí están los antiguos conventos e iglesias levantados por los españoles y a los que un terremoto redujo a ruinas. Así pasa la gloria del mundo
Nada más apearme del coche en Chapas, donde está enclavada la misión, se acercan unos cuantos ‘buonifigli’ a saludarme. Siempre es así su acogida. Y ahí mismo se acerca también a saludarme Jorge, un trabajador al que conocía de oídas. Me dice que, si no estoy muy cansado, puedo acompañarle a los cafetales. Dejo la maleta en la habitación y, sin deshacerla, me subo de nuevo al coche. Jorge es un apasionado del café. Me dice que a los 11 años ya estaba trabajando en el campo. Ahora es un trabajador de la misión, pero también posee un pequeño cafetal. Los fines de semana estudia para ser ingeniero agrónomo. Su abuelo le enseñó todo. Nos internamos por senderos empinados entre los bosques que rodean el lugar. Es un paisaje montañoso y cubierto de una vegetación espesa.  Después de la megalópolis de Ciudad de México, tan contaminada, tan sucia, tan ruidosa, este rinconcito tranquilo, de exuberante naturaleza, es un descanso para los ojos y yo diría que para el alma.
Y escondidos entre los altos árboles del bosque están los cafetales, con sus frutos rojos listos para ser recolectados. La economía de Guatemala depende mucho de las cosechas del café. El café es una seña de identidad de este pueblo. Y durante el tiempo de cosecha, las escuelas cierran para que los niños puedan echar una mano a sus padres. En los cafetales hay grupos de familias aquí y allá. Finalmente el todoterreno se detiene. Y los trabajadores se acercan. Se pesan los sacos con los frutos y se anotan los kilos de cada familia. También se acerca un niño de cinco años, Roberto. Viene con su saquito de café. Ese es el fruto de su trabajo: 13,5 kgs. Y él está orgulloso de contribuir también a llevar el pan a casa. Cuando sonríe, se le marcan unos hoyuelos en la cara. Le pregunto si puedo hacerle una foto y él en seguida se pone junto a los sacos de café y sonríe feliz.

El día atardece. Los rayos de un sol moribundo pero espléndido se cuelan entre los cafetales. Llega el momento de acercar los sacos a la Cooperativa Nuevo Sendero de la que la misión forma parte.  Las multinacionales copan el mercado del café en Guatemala. Pagan mal y pagan poco a los trabajadores, y establecen los precios que les da la gana. Cuando el precio del café baja, es un malaugurio, pues anuncia un año de escasez y de carestía. Desde hace unos años, en muchas aldeas se han creado cooperativas cafeteras, lo que permite pagar un poco más alto el café y contribuir de esta forma a levantar algo las economías domésticas. Me muestran todo el proceso de elaboración del café, un proceso complicado y meticuloso. Jorge y los que me acompañan se muestran contentos de que yo manifieste tanto interés por el asunto y de que haga tantas preguntas
Desde entonces, cada vez que me siento con una taza de café en la mano pienso en aquella tarde: el paisaje de los cafetales, los trabajadores de rostros quemados, la cooperativa, y, sobre todo, en aquel niño y su saquito de café.


“Cosas que me traje en la mochila” (Guatemala, 2010) – 20 Años de Puentes

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