martes, 4 de septiembre de 2018

43.- El cuidado de la tierra. El cuidado de los niños.




 
Erik me enseña el proceso del vermicompost. Es un proyecto que ha sido subvencionado en parte por Puentes y en parte por el Ayuntamiento de Valladolid. En unos contenedores de plástico hay miles de lombrices, y es ahí donde se vierte la pulpa del café sobrante del proceso, así como otras mondas de frutas y verduras no aprovechables. Las lombrices comen esta pulpa y luego hacen un estiércol que sirve para los viveros de cafetales que hay en la misión y para los cafetales del bosque. Cada semana las lombrices hacen unos 10 centímetros de compost. Erik me dice que es una buena cosa, mucho mejor que los abonos tradicionales y que, encima, sale más barato y es muy respetuoso con el medio ambiente. Es una agricultura sostenible, por utilizar un término muy usado en estos momentos.
Después de comer subo con Leo y con Mauricio a Santa Lucía de la Buenavista. Santa Lucía está en un alto, por un camino de cabras que sólo se puede subir con un buen coche. Las 42 familias que viven en esta aldea sufren el aislamiento. Muy de mañana bajan con sus quesos de vaca que ellos mismos elaboran a vender al mercado de Chapas. Y con el dinero de la venta pueden comprar aceite, azúcar, harina etc. que tienen que subir a cuestas y andando y que les lleva unas tres horas, agotadoras por el ascenso.

Vamos recogiendo en la ranchera de la misión a todas las personas que nos encontramos en el camino. Al final llegamos con 8 mujeres más todo lo que llevaban en las manos y en la cabeza.
Iglesia pobre y desangelada. Humildes y toscas imágenes. Templo muy pobre, pero quizás hermosa ‘iglesia’, hermosa asamblea de fieles. Un coro de cuatro mujeres y dos chicos jóvenes con sus guitarras. En cuatro hojas grapadas están escritas las letras de las canciones. Una cantora sostiene a su hijo dormido. Yo creo que toda la chiquillería de Santa Lucía está en esta iglesia, más un buen grupo de adultos. Al finalizar la misa, el cura, Leo, me pide que diga unas palabras. Y yo no sé qué decir, porque me siento rico, cegado por mi riqueza, pero a la vez me siento más pobre que todos ellos. En fin, hay poco que  sermonear. Únicamente pienso que Puentes podría hacer suya alguna de las pobrezas de esta  comunidad, pero ni me atrevo a decirlo.
Terminada la misa, salgo afuera. Desde este privilegiado mirador, las vistas son inmejorables y el ojo humano abarca todo el valle.
La bajada hasta Chapas en silencio. Quizás los tres que vamos en la camioneta no queremos perdernos un atardecer tan espectacular. Todo el valle parece inundado en sangre, o inundado de pétalos de rosas rojas.  Yo estoy melancólico.

 
Nota: Un tiempo después, desde la misión Guanella de Chapas animaron a cuatro adolescentes de la aldea de Santa Lucía, dos chicos y dos chicas, para que se apuntasen en la escuela secundaria de Chapas. Puentes pagó este proyecto. Los chicos pernoctaban en Chapas de lunes a jueves, y pasaban el fin de semana en su aldea. Era la primera vez que niños de esta aldea cursaban la enseñanza secundaria. Mi viaje a Santa Lucía había tenido sentido.
 
“Cosas que me traje en la mochila” (Guatemala, 2010) – 20 Años de Puentes

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