Del mismo tren
que llega a la estación de Black Hawk en Nebraska se apean Jim Burden y Antonia
Shirmeda. Jim es un niño de apenas 10 años que acaba de perder a sus padres y
que se dirige a la granja de sus abuelos para vivir con ellos, unos granjeros
americanos. Antonia, de 13 años, en cambio, llega con su familia bohemia a
probar suerte en los campos de una América que se vende como la tierra de las
oportunidades. En la inmensa tierra de Nebraska, sus granjas están vecinas.
“Ella (Antonia), más que ninguna otra persona – se nos recuerda en el prólogo-
parecía encarnar el país, las condiciones de vida, la aventura de nuestra
infancia”.
De nuevo me
encuentro con una bellísima novela de esta autora americana que yo acabo de
descubrir. Después de La muerte llama al arzobispo y Los Pioneros esta es la
tercera novela que leo en el transcurso de un mes.
A lo largo de
350 páginas Jim Burden va recordando la vida de Antonia, su propia vida en la
granja y después en la pequeña ciudad de Black Hawk, al mismo tiempo que nos
habla de la existencia, a veces tan dura y tan dramática, de tantos europeos del Norte, especialmente
suecos, noruegos, daneses y bohemios que recién llegados a una tierra inmensa,
a veces sin conocimientos del mundo agrícola, tuvieron que labrar la tierra y
domarla hasta que empezó a dar frutos. En ello empeñaron la vida, las fuerzas y
los pequeños ahorros que traían junto a su exiguo equipaje. Jim Burden era un
americano de origen anglosajón que nunca se creyó superior a los vecinos bohemios,
por el hecho de hablar un inglés correcto o porque su familia llevará mucho
tiempo asentada en Nebraska. La simpatía que siente Jim por Antonia es la
simpatía que sus propios abuelos le inculcaron cuando intentaban socorrer con
vestidos, alimentos o con una vaca a esta pobre familia de bohemios que no
tenía nada que llevarse a la boca.
Jim irá a la
Universidad y se podrá labrar un buen futuro, pero nunca olvidará a aquella
muchachita ‘Mi Antonia’ con la que compartió infancia y adolescencia. Unos años
indisolublemente ligados a un paisaje y a una manera de estar en el mundo. Veinte
añoss después, Jim volverá a encontrarse con Antonia, casada y rodeada de
niños, viviendo como una granjera feliz. En esta familia numerosa y alegre, Jim
encuentra la familia que nunca logró tener. Regresa, de esta manera, a la
infancia y a la tierra que le vieron crecer. Solo así Jim Burden logrará el
equilibrio personal y afectivo y podrá decir: “Bajo aquella luz singular, cada
arbusto, cada gavilla de trigo, cada tallo de girasol y cada euforbia cobraban
relieve; hasta los terrones de tierra y los surcos de los campos parecían
destacarse de su entorno. Sentí la llamada ancestral de la tierra, la magia
solemne que surge de los campos al caer la noche. Sentí el deseo de volver a
ser niño y que aquel fuera el fin de mis días”. Jim escribirá asimismo en
referencia a los hijos de Ántonia: “No era de extrañar que sus hijos caminaran
erguidos. Ántonia era una cálida fuente de vida, como los fundadores de las
razas primigenias”
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