Llegué a media mañana al aeropuerto
de México DF para coger el vuelo que me tenía que llevar a Guatemala. Pero el
avión se había averiado. Nerviosismo en los mostradores de la compañía. Al
final, tendría que hacer noche en un hotel del aeropuerto y coger un vuelo al
día siguiente, muy de madrugada, vía El Salvador. Pasé muchas horas en el hotel
Camino Real, como uno de esos solitarios de las pinturas de Edward Hopper. Nunca me
había sentido tan incómodo en medio de tanta comodidad. Menos mal que llevaba conmigo el libro
de José Jiménez Lozano, Los cuadernos de
Rembrandt. La compañía estaba asegurada.
El misionero español Juanma no había
podido ir a recogerme al aeropuerto de Guatemala, como habíamos acordado, y envío a un conocido suyo, el
señor Pedro, indicándole que escribiera en un cartelito ‘Bautista’, pero se le olvidó el nombre cuando estaba a punto de
llegar al aeropuerto. Así que cuando llegué a la terminal me encontré con
muchos carteles pero ninguno con mi nombre. Después de un rápido vistazo, volví
a leer los carteles detenidamente y pude leer uno que decía ‘Luis Guanella’. Pensé que ese cartel se
refería a mí y al mirar al hombre de frente me preguntó: “¿Usted es el español
amigo del padre Juanma?
El señor Pedro me dice que tenemos
que pasar primero por Antigua a dejar a otro voluntario y que espera que no me
moleste. No sólo no me molesta, sino que me da mucha alegría poder visitar
Antigua, la primera capital de Guatemala. Apenas veinte minutos para ver esta
preciosa ciudad. Pero algo es algo. Ahí están los antiguos conventos e iglesias
levantados por los españoles y a los que un terremoto redujo a ruinas. Así pasa
la gloria del mundo
Nada más apearme del coche en Chapas,
donde está enclavada la misión, se acercan unos cuantos ‘buonifigli’ a
saludarme. Siempre es así su acogida. Y ahí mismo se acerca también a saludarme
Jorge, un trabajador al que conocía de oídas. Me dice que, si no estoy muy
cansado, puedo acompañarle a los cafetales. Dejo la maleta en la habitación y,
sin deshacerla, me subo de nuevo al coche. Jorge es un apasionado del café. Me
dice que a los 11 años ya estaba trabajando en el campo. Ahora es un trabajador
de la misión, pero también posee un pequeño cafetal. Los fines de semana
estudia para ser ingeniero agrónomo. Su abuelo le enseñó todo. Nos internamos
por senderos empinados entre los bosques que rodean el lugar. Es un paisaje montañoso
y cubierto de una vegetación espesa. Después de la megalópolis de Ciudad de México,
tan contaminada, tan sucia, tan ruidosa, este rinconcito tranquilo, de
exuberante naturaleza, es un descanso para los ojos y yo diría que para el
alma.
Y escondidos entre los altos árboles
del bosque están los cafetales, con sus frutos rojos listos para ser
recolectados. La economía de Guatemala depende mucho de las cosechas del café.
El café es una seña de identidad de este pueblo. Y durante el tiempo de cosecha,
las escuelas cierran para que los niños puedan echar una mano a sus padres. En
los cafetales hay grupos de familias aquí y allá. Finalmente el todoterreno se
detiene. Y los trabajadores se acercan. Se pesan los sacos con los frutos y se
anotan los kilos de cada familia. También se acerca un niño de cinco años,
Roberto. Viene con su saquito de café. Ese es el fruto de su trabajo: 13,5 kg.
Y él está orgulloso de contribuir también a llevar el pan a casa. Cuando
sonríe, se le marcan unos hoyuelos en la cara. Le pregunto si puedo hacerle una
foto y él en seguida se pone junto a los sacos de café y sonríe suavemente.
El día atardece. Los rayos de un sol
moribundo pero espléndido se cuelan entre los cafetales. Llega el momento de
acercar los sacos a la Cooperativa Nuevo Sendero de la que la misión forma
parte. Las multinacionales copan el
mercado del café en Guatemala. Pagan mal y pagan poco a los trabajadores, y
establecen los precios que les da la gana. Cuando el precio del café baja, es
un mal augurio, pues anuncia un año de escasez y de carestía. Desde hace unos
años, en muchas aldeas se han creado cooperativas cafeteras, lo que permite
pagar un poco más alto el café y contribuir de esta forma a levantar algo las
economías domésticas más humildes. Me muestran todo el proceso de elaboración del café, un
proceso complicado y meticuloso. Jorge y los que me acompañan se muestran contentos
de que yo manifieste tanto interés por el asunto y de que haga tantas preguntas
Desde entonces, algunas veces cuando me
siento con una taza de café en la mano pienso en aquella tarde: el paisaje de
los cafetales, los trabajadores de rostros quemados, la cooperativa, y, sobre
todo, en aquel niño y su saquito de café.
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