Si mal no recuerdo, en igbo, una de las lenguas de Nigeria, “gracias”
se dice “imela”. Por lo tanto; “Imela”, Angelita.
Al amanecer, un whatsapp me comunicaba que la señora Angelita
Velasco acababa de dejarnos. Y lo primero que se me ha venido a la cabeza ha
sido esta palabra en igbo.
Compartí contigo, querida Angelita, dos viajes a África: en
2005 a Nigeria y en 2008 a la R.D. del Congo. Por entonces ya estabas cargada
de años y también de achaques. Pero también estabas cargada de ilusión y de
esperanza. Y esta ilusión y esta esperanza te hicieron rejuvenecer y revivir en
África. Cuarenta años antes, si alguien te hubiera propuesto viajar a África,
le hubieras mandado con viento fresco, a pesar de que por aquellos lejanos días
fueses joven y estuvieses llena de salud. Luego las cosas cambiaron. Tu hijo, Andrés,
se marchó de misionero a África y a ti te entró la curiosidad, y yo diría que
el cariño, por esos hombres y mujeres, por esos niños, por esos paisajes… que
contemplabas ahora en las fotos que iban llenando las paredes de tu casa de La
Cistérniga… Hay personas que, al cumplir años, su espíritu también envejece. Y
hay personas que, a medida que el cuerpo se torna torpe y viejo, el espíritu se
vuelve joven y ligero. Eras de esta segunda categoría.
África te ofreció un hermoso regalo. No fuiste a África para
ayudar, para echar una mano, para enseñar. Tu sola presencia en las misiones de
Nigeria y del Congo fue el mensaje. Para una cultura como la africana que aún
siente respeto y admiración por las personas ancianas, la sola presencia de una
mujer mayor y achacosa era un estupendo sermón, un bello discurso, un mensaje
claro y entendible. Y quizás por ello, tu presencia en las misiones fue tan admirada
y tan querida. No te importaron ni la pesadez de los aeropuertos y aviones, ni
el desesperante calor y humedad africanos, ni los caminos llenos de baches que
nos hacían saltar continuamente sobre los asientos del coche, ni la dieta
monótona y pobre de la misión, ni la contaminación atroz de Kinshasa, ni el
atraso secular de Nnebukwu.
Que una mujer menuda y frágil se hubiera plantado en medio de
la selva nigeriana o en el corazón ruidoso y contaminado de la capital del Congo, era ya
suficiente motivo de admiración para tantos y tantas africanas. No hablabas sus
idiomas, ni eras una entendida en alguna materia que les pudiera ser de
utilidad, ni eras una profesora que ofreciera una conferencia elevada sobre
higiene y salud o sobre antropología. Tu presencia fue el mensaje. Una
presencia sabia en la misión africana. Un estar en medio. Un ser en medio de
ellos. Te seguían con la mirada los niños con discapacidad cuando te ponías a
su lado a amasar el pan en la panadería de Nnebukwu. O cuando te agachabas para
arrancar una mala hierba junto a las lechugas en el huerto. Te jaleaba toda la
aldea cuando te uniste a las mujeres de Mbele en la danza tradicional al acabar
la misa. Te entendían perfectamente cuando contabas recuerdos de tu infancia,
en un castellano de Canalejas, a las niñas de la calle, en la Casa de la
Alegría. Dejaste pasmado al personal del Museo Nacional de Lagos cuando te
vieron entrar. Y quizás por ello, el director ordenó a un vigilante que te
siguiera de sala en sala con una silla para que pudieras ver cómodamente
sentada las obras de arte de su secular cultura. Fuiste una presencia significativa,
aguantando estoicamente el interminable desfile del Festival del Ñame y
asistiendo a las larguísimas ceremonias religiosas. Te aplaudían cuando te
vestiste el tradicional traje africano, porque les hiciste sentir orgullosos
del hecho de ser africanos. Diste también a las enfermeras y al personal de la
misión, cuando la diabetes te jugó una mala pasada, la oportunidad de
desvivirse y de llenarte de atenciones.
Pero tú también fuiste un bello regalo para las misiones
africanas, para los proyectos de Puentes en Congo y Nigeria: nos diste la oportunidad
de valorar la presencia de las personas mayores, con sus debilidades y limitaciones. Ahora que Europa está tan
alejada de la vejez, de la debilidad, de la enfermedad… tener la oportunidad de
reflexionar sobre estas realidades y considerar que la presencia de las
personas ancianas, con sus dolencias y sus arrugas, son una oportunidad de
crecimiento personal para todos nosotros, son una oportunidad para situar a la
persona en el centro de nuestras existencias y de nuestras comunidades.… Todo
esto también fue un regalo. La utilidad de una vida no se mide por lo que nos
aporta en términos materiales, sino por la posibilidad que nos ofrece de sacar
de nosotros lo mejor que albergamos.
Para mí, ver la admiración y la veneración de tantos nigerianos
y congoleños hacia esta venerable mujer, fue parte de las enseñanzas de los
viajes a África. Los recuerdos vividos con Angelita en Congo y Nigeria fueron
también ‘las cosas que yo me traje en mi mochila”. Por todo ello, ‘imela’,
Angelita. Gracias, Angelita.
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