jueves, 3 de diciembre de 2020

Un paseo por el jardín de mis emociones

 


“Era un día de verano, con un sol espléndido”
. Así comienza el último libro que acabo de leer. A la hora de comer, cuando he llegado a casa, había un sobre en el buzón. Dentro, un libro titulado ‘Un paseo por el jardín de mis emociones”. Un regalo que los autores del libro han tenido la deferencia de enviarme.

Era un día de verano, de flores y mariposas, macetas en los balcones, pájaros que cantan, niños que juegan, pero Azahar estaba triste. Así se abre este singular libro que hoy ha caído en mis manos. Los autores de este cuento son jóvenes con discapacidad intelectual del Centro Villa San José (Palencia). Hace unos años empezaron a frecuentar la Biblioteca Pública de Palencia. Leían, comentaban, exponían, dialogaban sobre las lecturas. Después, animados por su coordinadora, Alma Arconada, dieron el salto a la escritura. Ellos y ellas tenían cosas adentro, tal vez adormecidas o no expresadas. Lo vivido, leído y escuchado. Instantes, miedos, inquietudes, rostros, sueños, emociones… muchas sentimientos que necesitaban ser traducidos en palabras escritas.

Así ha surgido este libro. La historia de Azahar, una chica con discapacidad intelectual, tan cerca y tan lejos de cada uno de nosotros, con los mismos pesares y los mismos pensares que cada uno de nosotros. Con palabras sencillas, Azahar nos cuenta sus emociones: la tristeza por la pérdida de un ser querido, la necesidad de ser escuchada, la confusión de lo que siente, la difícil convivencia, el rechazo al otro, el cosquilleo de un enamoramiento, la alegría burbujeante de quien prueba el amor y la amistad. Pero también la ayuda de una ‘estatua’ que nos comprende, nos quiere, se preocupa por nosotros, nos enseña y nos ofrece consejo y consuelo… Esta estatua del jardín es todo un personaje del cuento: ¿Un amigo, un padre, una educadora, Dios, nuestra propia conciencia? Y lo que es más importante: La estatua del jardín mágico es el espejo que le hace comprender a Azahar que es en su interior donde verdaderamente puede hallar la fuerza y los recursos para afrontar el día a día, con sus penas y sus alegrías.

Elena, Mª del Rosario, Soledad, David, Sergio, Pedro Manuel, Consuelo, Alejandro, Estíbaliz, Marco Antonio, Jesús y José Antonio… todos ellos son Azahar. Y todos ellos somos nosotros. Estos ‘escritores’ de Villa San José, contándonos cosas de Azahar, nos cuentan cosas suyas. Descubriendo las emociones de Azahar, descubrimos sus propias emociones, no diferentes y no distintas de las nuestras, de las que bullen en el interior de cada lector.

El libro ha tenido una ilustradora muy valiosa y muy capaz, Esmeralda González Delgado, que ha sabido interpretar el texto escrito con acierto y belleza. Hay que valorar, no poco, la cuidada y esmerada edición en la que el libro se nos presenta.

Que en un proceso creativo, bien orientado y acompañado, unos jóvenes con discapacidad intelectual hayan sido capaces de expresar sus sentimientos, de hilar, frase a frase, un libro, de imaginar situaciones, de retratarse en Azahar, dice mucho de la ‘genialidad’ que perfuma a estos chicos y chicas de Villa San José. En su discapacidad capacitadora, en su diferencia, anida el ‘ángel’ de la grandeza de cada ser humano, valioso por el hecho de serlo y haber sido llamado a la existencia y a la convivencia con el resto de hombres y mujeres de este mundo, en igualdad de oportunidades y en diversidad de dones.

¿Es exagerado si pido para ellos el Nobel de Literatura? No lo sé. Creo que, por el hecho de haber tocado con sus manos y visto con sus ojos este libro tan bonito, recién salido de la imprenta, estos jóvenes escritores se sienten tan dichosos y tan felices como si hubieran ganado dicho galardón. 

Y para acabar: Se nos invita a leer este cuento con los pies descalzos. Y no es una tontería. Solo quien se descalza y está dispuesto a calzarse los zapatos del otro podrá entender su caminar, ligero o renqueante, cansado o alado, alegre o triste. Leer es dejarnos asombrar y fascinar por el alma de un libro. ¡Feliz lectura!

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Puedes adquirir el libro directamente en la tienda de Villa San José (Palencia): 9 euros.

Si deseas que te lo envíen: contacta con: https: //m.facebook.com/VillaSanJosePalencia/

https://fb.watch/28NPCLNvUW/








lunes, 30 de noviembre de 2020

Diego: un pobre dios de barro

 


Ha muerto Diego Maradona. No creo que haya habido ni una sola persona del mundo mundial que no se haya enterado de esta noticia planetaria. Con la muerte de Maradona, nos percatamos que los inmortales mueren, y que los dioses que idolatran los hombres son apenas unos muñecos de barro, que caen rotos al suelo en cualquier momento.

Y no sé si sentir pena por un mundo que, inconsolable, llora al futbolista desaparecido y dice adiós a sus jugadas geniales, o sentir pena por el futbolista, elevado a la categoría de dios, al que hemos visto desgraciado y roto, envejecer prematuramente, después de tantos excesos, enfermar y morir.

Ya se sabe que el fútbol mueve pasiones: el actual ‘circus’ romano. Ya sabemos que los media deportivos construyen ‘el mejor futbolista de la historia’ cada década, y que ensalzan a la categoría de dioses a muchachos salidos de un barrio pobre y una infancia de carencias,  a los que perfuman de dólares y de aplausos.

¿Cómo no iba a sentirse dios aquel pibe rodeado de lujo que, muchas veces,  recordaría cuando a los tres años le regalaron su primer balón con el que durmió seis meses bajo su camiseta de niño pobre, para que no se lo robasen? ¿Cómo no iba a sentirse dios aquel ídolo mundial del fútbol que había conocido la escasez de comida diaria sobre la mesa y a una madre sacrificada que a la hora de comer repetía siempre: “comed vosotros que a mí me duele el estómago”?

¿Cómo no se iba a sentir dios aquel jovencito de 23 años que se encontró, a su llegada al estadio de San Paolo, con toda la ciudad a sus pies, o que veía cómo los napolitanos sustituían sus altares domésticos a San Genaro por los de Diego Armando Maradona, o que sabía que  a centenares de niños varones, en un Nápoles sureño y dejado de la mano de Dios, las madres bautizaban a sus hijos con el nombre Diego?

¿Cómo no se iba a sentir dios aquel muchacho medio analfabeto, surgido de un barrio mísero porteño, de privaciones y de incultura, cuando su rostro ocupaba más páginas en los periódicos y más minutos en los telediarios que todos los premios Nobel juntos o que el mismo Papa?

Roberto Saviano, el escritor perseguido por la camorra napolitana, ha escrito de Maradona: “Con él había alguien que mantenía una promesa de felicidad que todos habían traicionado en Nápoles”. Y hasta puedo entender que tantísimos hombres se sientan infelices con un trabajo de mierda, con una vida vulgar de piso pequeño, mujer, hijos, facturas y deudas, con su decepción de la política, y con sus cortos sueños de fin de semana y cervezas… y hasta puedo entender que estos hombres piensen y sientan que cada domingo el fútbol es una salida de emergencia a un paraíso de 90 minutos.

¿Pero es esta felicidad aguada y rebajada el máximo sueño al que aspira nuestro mundo? ¿Y qué dioses estamos proponiendo a los jóvenes? ¿Sólo estos niños mimados del balompié, envueltos en millones, rodeados de mujeres jóvenes y hermosas, corriendo velozmente en coches de ensueño, organizando fiestones con centenares de invitados, viviendo en un casoplón, codeándose con Jefes de Estado y personalidades del todo el orbe, cantados por cantautores de renombre internacional?

¿En qué consiste esta fascinación por estos ídolos del fútbol que hace que un obrero ahorre todo un año y prive a su familia de vacaciones con tal de comprar una entrada para un partido en La Bombonera de Buenos Aires o en el Maracaná de Río de Janeiro?  ¿Y qué extraña fascinación explica que las masas no sean capaces de salir a la calle cuando les reducen sus salarios, les recortan sus derechos y sin embargo llenen plazas y avenidas al paso de un autobús con su equipo victorioso?

¿Acaso era Maradona –y tantos otros diosecillos- un ejemplo de compromiso ético y cívico, autores de descubrimientos en favor de la humanidad, líderes de la paz, hombres comprometidos con la vida saludable, el rechazo a adicciones fuertes, paradigmas de respeto a la mujer o al indefenso? Elvira Lindo iniciaba un artículo con estas palabras: “Ha quedado claro una vez más que no hay biografía más intocable que la de los futbolistas. No hay reproche si la jugada es buena”. Si el gol es bueno, y la victoria es grande, todo lo demás no cuenta. Y todo lo demás se perdona.

¿Es esto lo que estamos proponiendo a nuestros niños y jóvenes? ¿Son estos los dioses que les ofrecemos y las religiones en las que les iniciamos?




domingo, 29 de noviembre de 2020

El castellano en los recreos

                                      

Resulta curioso que en cualquier lugar del mundo, jóvenes y no tan jóvenes abarroten las aulas del Instituto Cervantes para aprender la lengua española y poderse comunicar así con una buena parte de la humanidad. Resulta curioso que el español sea la lengua oficial de una veintena de países. Resulta curioso que en Estados Unidos el español alcance una presencia como nunca se había visto hasta ahora. O que un porcentaje nada desdeñable de contenidos en internet estén en castellano. O que para quinientos millones de personas el español sea su lengua materna, o que otros muchos millones la puedan entender o hablar.

Resulta curioso que la literatura en castellano haya dado un buen número de premios Nobel, o que algunas de las luminarias literarias de la historia se hayan escrito en la lengua común de Cervantes, Lorca, Vargas Llosa, Octavio Paz, Márquez, Delibes, Lope de Vega, Teresa de Jesús, Quevedo, Cela, Juan de la Cruz, Galdós… Resulta curioso que la mitad del orbe católico se dirija a Dios con el Padrenuestro o el Avemaría, rezados en español.

Y resulta curioso que en España, en algunos territorios, se pongan trabas a quien quiere estudiar en castellano, o peor aún, se discrimine a quien lo emplea o se prohíba a los niños que lo hablen en los recreos. Resulta curioso que la lengua española se la desprestigie en los medios de comunicación, que se amoneste o sancione a quien la utiliza en rótulos comerciales o en las conversaciones de las instituciones y de los funcionarios.

Todo esto que sería impensable en cualquier país del mundo, sea la Francia de Macron, el Reino Unido de Boris Jhonson o la Italia de Giuseppe Conte… pues todo esto cabe aquí. Desde hace décadas, el castellano sea ido apartando cada vez más en las escuelas de algunas regiones, privilegiando únicamente a la lengua de la comunidad autónoma. Ahora, la nueva ley de educación de la ministra Celaa (la misma señora que envió a sus hijas a un colegio concertado de Bilbao, donde únicamente se hablaba castellano e inglés), supone un nuevo golpe a la lengua común establecida por la Constitución. La ideología se coloca por encima de los intereses de los niños y jóvenes. ¿Qué padre o madre, en su sano juicio, se negaría a que su hijo aprendiese correctamente la segunda lengua más hablada del mundo?

Y los niños y adolescentes de algunos territorios de esto que aún llamamos España y que se expresen, durante los recreos, en la lengua de Cervantes serán amonestados, silenciados, castigados o discriminados.

¿Es el precio a pagar (no el único) por mantener el sillón y los sillones del poder? Es un precio que avergüenza un poco. Pero a la ciudadanía, este precio no le parece mal, por lo que se ve. Así que todos contentos. ¿Será esta la modernidad de los nuevos tiempos?

sábado, 21 de noviembre de 2020

Palabras para José Aguado

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Quisiera decir unas palabras al finalizar esta Eucaristía. Los tiempos calamitosos que vivimos han impedido a muchas personas participar y mostrar su cercanía y su agradecimiento por una vida que se hizo regalo para tantos y tantos feligreses. Cuando ayer, me preguntaba el empleado de la funeraria qué texto quería poner en la esquela, pensé que, más que una retahíla de nombres de familiares, en su esquela debía mencionarse a sus hermanos en el sacerdocio y a los feligreses de las distintas parroquias donde había trabajado.  Unos y otros fueron su verdadera familia.

José Aguado Poza (1930-2020), de pequeño, creía que su destino sería ser pastor de ovejas en el pueblo de Langayo donde había nacido. Así lo había sido su padre y lo eran sus hermanos. Pero la providencia tenía para él otros planes. Accedió al seminario gracias a una familia que le pagó sus estudios y hacia la cual mostró siempre agradecimiento. Una infancia de pobreza fue para él una estupenda escuela y una fuente de sensibilidad hacia los pobres.

Fue otra clase de pastor. Y gastó su vida por sus ovejas.  No esperó a que las ovejas fuesen a la parroquia, sino que, casa por casa y bloque por bloque, fue a buscarlas, a conocerlas y a anotar sus sueños y sus necesidades. Porque esa era la única forma de ayudarlas. Él olía a oveja, mucho antes de que el Papa Francisco hiciese famosa esta expresión.

Cuando la desmemoria empezó a instalarse en su cabeza, y tuvo que cesar su actividad como capellán del tanatorio de El Salvador, su única obsesión, cada mañana, es que tenía que ir a celebrar misa, a rezar un responso, a consolar a los familiares apenados.

En los pueblos de Serrada, Velliza, Viloria o Bahabón, en las parroquias  de la capital, San Pío X, San Isidro y Nuestra Señora del Prado, en la capellanía del Tanatorio de El Salvador, en la misión uruguaya de Minas supo ofrecer, con una mano, el evangelio y, con otra mano, el pan: las cosas del espíritu y las cosas del cuerpo. No perdió nunca de vista la promoción humana y social de sus feligreses. Hasta que tuvo fuerzas y mente, siguió apoyando -y haciendo que otros apoyasen- los proyectos que él había impulsado entre los más pobres de la comunidad de Minas-Uruguay.

Su vida se ha apagado en la Residencia de mayores de Santa Marta. El cuerpo postrado en una silla de ruedas y la cabeza agujereada por la desmemoria no han sido óbice para dejar allí un testimonio de afabilidad, de buen humor y de expresión risueña, capaz aún de bromear con enfermeras y cuidadoras.

Si en este momento hay una persona afligida, esta es su hermana Carmen con quien compartió toda su vida. Ella fue su apoyo, su hogar, su colaborado, su fiel compañera de cada día. Ella le acompañó hasta sus momentos finales

Cuando ayer se haya presentado ante el Padre, habrá abierto su zurrón de pastor lleno de nombres: “Estos son, Señor los hombres y mujeres que he amado y evangelizado y por los que, a su vez, he sido amado”. Nombres y más nombres. Muchos de ellos estáis aquí en esta misa de funeral. Los nombres de las personas amadas son las auténticas credenciales para acceder a la Casa del Padre.

Señor, te pedimos por José. Con mucho esfuerzo, llamando e importunando a  muchas puertas, ayudó a levantar las parroquias de San Isidro y de Nuestra Señora del Prado de esta ciudad de Valladolid. Levántale tú, Señor, y acógelo en tu seno: ven, bendito de mi padre, porque tuve hambre, tuve sed, estuve perdido, estuve sin fe….

(Leído durante la misa exequial por el eterno descanso de José Aguado, sacerdote. 20 de noviembre de 2020)

https://www.youtube.com/watch?v=9xV1cVpY6lg

miércoles, 11 de noviembre de 2020

Etty Hilesun o la impotencia de Dios frente al mal



Apostó por la bondad y la belleza en medio del horror del campo de confinamiento de Westerbork  donde permaneció recluida por su condición de judía en los años de la locura nazi. La abogada y filóloga Etty Hillesum es una de las mujeres del siglo XX que, con su vida y sus escritos, ha dejado una profunda huella en muchos lectores y seguidores. Esta joven holandesa, nacida en 1914, en el seno de una familia judía no practicante, vivió su primera juventud con despreocupación y con ligereza, pero la desgracia en la que vio a su pueblo le hizo tomar conciencia de la dignidad del ser humano, especialmente en los días de su máxima debilidad, y de su propia dignidad. Donde los demás se derrumbaban y desesperaban, Etty Hilesum crecía interiormente. Un momento decisivo de su vida fue su encuentro con el quirólogo berlinés Julius Spier. Le llamará “el gran amigo, el partero de mi alma”.  Spier le da a conocer la Biblia y a algunos luminarias del mundo católico: Thomas de Kempis, Francisco de Asís y San Agustín.

Julius Spier muere, pero la semilla plantada en su amiga no parará de crecer.

La persecución contra los judíos arrecia. Y ella acepta voluntariamente trabajar como asistenta social en un campo de confinamiento judío en Holanda, el campo de Westerbork. ¡Y eso que le habían propuesto sacarla del país!

Y es en medio de estas vidas arruinadas por las leyes nazis, de este horror de hacinamiento, hambre, suciedad, gritos, amenazas, frío, donde ella descubre que tiene un alma y descubre una Presencia en su camino, “al que por comodidad llamaré Dios”.

Y es en este escenario donde descubre que “a pesar de todo, la vida es muy bella”. Y cada día se extasía ante el pequeño ciclamen rosa, los campos de altramuces de color amarillo intenso, el baile de las nubes, las bandadas de pájaros o delante del inmenso horizonte que se abre ante el ‘campo’. ¡Toda esa belleza era capaz de mirar y admirar desde el barracón!  Reza así: “Dame una sola línea de poesía por día, Dios mío; y si alguna vez no puedo escribirla, por no tener papel, ni luz, la recitaré muy suavemente por la noche, con los ojos levantados hacia tu inmenso cielo”. Y también. “Estamos en nuestra casa. Por todas partes por donde se extienda el cielo, estamos en nuestra casa. En cualquier lugar de esta tierra, si lo llevamos todo en nosotros, estamos en nuestra casa”.  

Fue una mujer radicalmente libre. Frente a esa libertad interior, el poder omnímodo de Hitler nada pudo: “Los campos del alma y del espíritu son tan vastos, tan infinitos, que esta pequeña dosis de incomodidades y de sufrimientos físicos apenas tiene importancia; yo no tengo la impresión de haber sido privada de mi libertad, y, en el fondo, nadie puede hacerme verdaderamente daño”. Esta actitud la hizo merecedora de una admiración grande entre los que sufrían idéntica suerte en ese “territorio de tránsito hacia la nada” que era el campo de Westerbork. En ese escenario ella fue “el corazón pensante del barracón”.

Pero no se hace ilusiones sobre el destino del pueblo judío, ni sobre su propio destino. Sabe que la intención final de los nazis es la destrucción total de su raza. Y sabe que Westerbork es la antesala de algo peor: un campo de concentración. Y sin embargo no se permite el odio a los alemanes: “Basta con que un haya un solo alemán digno de respeto, para que merezca ser defendido contra toda la horda de bárbaros. Su sola existencia me arrebataría el derecho a derramar mi propio odio sobre todo ese pueblo”.

Esta mujer, tocada por la gracia y no perteneciente a ninguna religión, ha escrito algunas de las cosas más hermosas que sobre Dios se ha dicho en el siglo XX: la impotencia de Dios ante el mal y la necesidad que Dios mismo tiene de ser ayudado.  Frente a la desesperación de tantos creyentes y de tantos que se preguntaban dónde estaba Dios en la Shoah, una jovencísima mujer confiesa que “tiene suficiente amor para perdonar a Dios”. Etty descubre que solo tiene sentido creer en un Dios impotente frente al mal y que puede sufrir. Más aún, “Dios es el ser más despojado de todos los seres en los tiempos trágicamente adversos”.

Escribe: “Voy a ayudarte, Dios mío, a no apagarte en mí, pero no puedo garantizarte nada por adelantado. Sin embargo, hay una cosa que se me presenta cada vez con mayor claridad: no eres tú quien puede ayudarnos, sino nosotros quienes podemos ayudarte a ti, y, al hacerlo, ayudarnos a nosotros mismos”

Al tren que regularmente salía de Westerbork con prisioneros y que ella intuía que iba hacia la muerte, subió Etty en septiembre de 1943, junto a toda su familia. Eran 987 personas, transportadas como ganado en los vagones del tren. Durante el trayecto, aún tuvo el valor de escribir una postal a su amiga Christiane y colarla por una rendija del vagón. Unos campesinos la encontraron y la enviaron a su destino. “Abro la Biblia al azar y me encuentro: “El Señor es mi Cámara Alta”. Estoy sentada sobre mi mochila en un vagón de mercancías abarrotado. Papa, mamá y Mischa (su hermano pequeño) van en otro vagón. Hemos abandonado el campo de Westerbok cantando, papá, mamá, Mischa y yo. Gracias a todos vosotros por todos vuestros cuidados” Según los datos de la Cruz Roja, de aquel tren sólo sobrevivieron 8 prisioneros. Etty Hillesun pudo haber muerto en el campo de concentración de Auschwitz el 30 de noviembre de 1943.

Como muy pocos en ese momento de la historia, supo acoger el misterio del sufrimiento y de la iniquidad: “Tú me colocas antes tus últimos misterios, Dios mío. Te estoy agradecida. Siento en mí la fuerza para confrontarlos y saber que no hay respuesta. Hemos de ser capaces de asumir tus misterios”.

Recordar su vida en estos tiempos amargos que estamos viviendo nos proporciona un poco de esperanza ante la adversidad.¡Que nunca perdamos esa mirada que nos hace admirar el cyclamen rosa o el baile de las nubes sobre nuestras cabezas!

Contar todo esto prolonga unos instantes la existencia de Etty Hilesun.

Ella misma había escrito: “Quisiera vivir mucho tiempo, para estar un día en condiciones de explicarlo – había escrito en su diario- pero si no es posible, ya lo hará otro por mí. Otro proseguirá el hilo de mi vida allí donde haya quedado interrumpido”.








sábado, 7 de noviembre de 2020

La sombra de la pandemia será alargada


De esta foto se ha dicho que es la viva imagen de la desolación de la hostelería (y de tantos otros negocios). Cuando el Bodegón Azoque, en Zaragoza, se quedó vacío, en penumbra y en silencio, el chef salió a la puerta y se derrumbó. Ahí lo vemos, cabizbajo, llorando como un crío, o como un fracasado. En pueblos y ciudades se cierra la hostelería y con ella se acaba el trabajo, y también los sueños, las inversiones, mil historias de lucha y de esfuerzo. Mil historias de emprendimiento y de valentía. Es el chef Iván al que su amigo y socio, Fontanellas, quiere transmitirle un poco de consuelo con esa mano sobre su hombro. En el escenario aún está la pizarra del menú del día y dentro del bar podemos intuir más lágrimas y más rabia de otros trabajadores. Un camarero del restaurante, Guillermo, captó con su móvil la imagen que se ha convertido en un icono de la hostelería arruinada, y en general de tantos y tantos negocios que, directa o indirectamente, se van a ir al Erte o al cierre definitivo.

Después de meses y meses de incertidumbre, adaptándose a los cambios de normativa cada quince días, y sintiéndose obligados  a realizar pequeñas inversiones para dar un servicio más seguro, los bares de este país cuelgan el cartel de ‘Cerrado’.

La hostelería en España es un sector capital de la economía, pero también un  pilar de nuestra idiosincrasia, sin comparación a ningún otro país del mundo. Los bares -¡qué lugares!- responden a una forma de ser y de estar en el mundo. Una manera de encontrarse, de verse, de charlar  y de amistar.  

Como cada sábado de la temporada de invierno, he caminado hasta Renedo. Nada más llegar solía tomarme un café y leer el periódico en uno de los bares del pueblo. Hoy esto no es posible. Pero he visto un bar que servían cafés para llevar. He pedido un café con leche. Y cuando la dueña me lo ha servido en el umbral del bar, me ha despedido con un ‘gracias’ emocionado que valía por un discurso entero y por un abrazo.  

Puede que todas estas estas restricciones sean necesarias para luchar contra el Covid, pero también es verdad que, en parte, hemos llegado a todo esto por el caos y la desunión total de todas las administraciones implicadas, y también por esa condición que tenemos los españoles de anárquicos y de hacer lo que nos da la real gana.

Con las restricciones, el toque de queda, los confinamientos y demás historias… la economía se desploma (España, aunque se pasa de puntillas por este asunto, gana por goleada a todos los países de Europa en lo que a desastre económico se refiere). ¿Es de sentido común que en el año en el que menos ingresos recibe el Estado, el Gobierno suba todas las partidas de los ministerios? ¿No es posible reforzar la sanidad y hacer recortes sustanciosos en otros tantos ministerios? ¿Alguien se imagina a una familia que aumente los gastos al doble justo cuando le bajan el salario a la mitad?

Con esa vista corta que los mandatos de cuatro años dan a los políticos, se prefiere tirar la casa por la ventana, prometer  ayudas y subvenciones, multiplicar ministerios, asesores y mantenidos a costa del erario público, subir el sueldo a los funcionarios (yo soy uno de ellos, pero creo que no es el momento ni mucho menos, a pesar del esfuerzo de tantos para hacer funcionar el país durante estos tiempos calamitosos).

¿Un país que se endeuda hasta el infinito tiene alguna opción de seguir siendo un país libre e independiente?  Me imagino que, cuando despertemos de esta pandemia, la factura será abultada. Y toda una generación verá comprometidos su crecimiento y su futuro.

¿Se piensa en el conjunto de los ciudadanos o se piensa en asegurar un puñado de votos, aunque sea con promesas grandilocuentes y dádivas mensuales? Los palacios del Poder suelen terminar siendo los Palacios de la Locura. Me temo que aquí, y en muchos más lugares del mundo, el populismo de moda y en auge está ya del todo metido en esta senda de locura.

Tomando prestado el título de la novela de Delibes, intuyo que la sombra de la pandemia será alargada por estos lares.

miércoles, 4 de noviembre de 2020

Viajar de la mano de Javier Reverte

 


Javier Reverte me acompañó en mis afanes africanos con algunos de sus libros, y por ello me siento en deuda con él. Hay escritores que forman parte del entorno cercano de cada lector. Los libros de Javier Reverte me han hecho un poco de compañía, me han abierto algo los ojos, me han inspirado nuevas lecturas, me han provocado deseos de viajar y de ‘escribir los viajes’. Y a veces me han herido un poquito o me han curado a la vez.

Javier Reverte decía que se sentía un ser privilegiado porque lo que más le gustaba en la vida era viajar y, además, vivía de sus viajes. Lo que ganaba con un libro de viajes le servía para emprender el siguiente, y así sucesivamente.

La noticia de su muerte me llegó cuando leía al amor de la lumbre su último libro ‘Suite italiana”, en concreto su viaje a Sicilia tras los pasos de mi también admirado Giuseppe Tomasi di Lampedusa, el autor de El gatopardo.

Pero fueron sus libros africanos los que mejores horas me proporcionaron y los que me enseñaron mucho sobre esa África Negra que se adhirió a mí, como una segunda piel, cuando por primera vez puse los pies en Ghana, en el verano de 1998. Citaré los libros: “Vagabundo en África” y “El sueño de África”.

Dicen que su pasión africana la desencadenó, a los 11 años, la lectura de los tomos de Tarzán de los monos. Los leía una y otra vez hasta que su padre le dijo: “Javier, basta ya, existen otros libros”.

Hizo de un proverbio suajili el lema de vida: “panapo nia, pana njia”, o lo que es lo mismo: “Donde hay un corazón, hay un camino”. Un proverbio de honda sabiduría, porque cuando en algo ponemos corazón, encontramos los caminos para llegar a ese deseo o esa persona. No existen caminos, si no ponemos corazón.

Cada viaje es una aventura. Pero Javier Reverte no era un aventurero. La historia y sobre todo los escritores eran la brújula que le sirvieron para adentrarse en Grecia (El sueño de Ulises), en Irlanda (Canta Irlanda), en Italia (Un otoño romano y Suite Italiana), en Argelia (El hombre de las dos patrias) y en otros muchos lugares del mundo.

Lo mismo que en cada uno de sus viajes, Javier Reverte se dejaba guiar por Homero, Joseph Conrad, Joyce, Rilke, Lampedusa, Durrell, Blixen… yo también me dejaré acompañar, en mis próximo viajes, por este autor viajero que tanto nos ha provocado las ganas de viajar.

En el palacio palermitano donde Don Frabrizio (Burt Lancaster) bailaba un vals con la bella Angelica (Claudia Cardinale), ante la hipnótica mirada del guapo Tancredi (Alain Delon), en la versión cinematográfica de El Gatopardo, de Luchino Viscosti, me encontraré un día, cuando visite Sicilia, con Giuseppe Tomasi di Lampedusa al lado de Javier Reverte, conversando sobre la belleza y la muerte, siempre presentes en la isla de Sicilia. 

¿Nos narrará algún día ese viaje hacia lo desconocido que acaba de emprender por las tierras ignotas del más allá o por las ínsulas extrañas de la eternidad?







 

miércoles, 28 de octubre de 2020

Unos cristianos más




Las palabras del Papa sobre los homosexuales han levantado una polvareda y han abierto telediarios en medio mundo. Francisco ha dicho lo siguiente: “Los homosexuales tienen derecho a pertenecer a una familia. Son hijos de Dios y tienen derecho a una familia. Nadie debería ser expulsado o machacado por ello. Lo que tenemos que crear es una ley de unión civil para que estén cubiertos legalmente. Yo he luchado por esto". 
Muchos las han recibido como un alivio, con un “ya era hora; por fin”. A otros muchos les habrán sonado a aberración y a líneas rojas: “Hasta aquí podíamos llegar”. Me imagino que en los pasillos eclesiásticos, más de uno se habrá rasgado las vestiduras. Y más de uno también habrá aplaudido a rabiar. 
Lo que más me sorprende de esta historia es que la sociedad civil, a veces tan alejada del evangelio, haya llegado bastante antes que la Iglesia -y también que muchos cristianos- a defender la dignidad de dos hombres que se aman o de dos mujeres que se aman, y deciden formar una familia. 
¿Cómo es posible que a la Iglesia le cueste tanto bendecir a dos hombres que se aman cuando, a lo largo de la historia, ha bendecido -muchísimas veces- a dos hombres que se iban a matar, camino de la guerra? Es verdad que en la iglesia de base, en los cristianos de a pie de obra, desde hace tiempo, se respeta y no se discrimina a los homosexuales. Pero hay que recordar que todavía el catecismo católico dice que “los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados”. 
A la Iglesia no solo le ha faltado bondad y misericordia (que deberían serle exigibles en razón de su status y de su Origen) para con los homosexuales. Le ha faltado también inteligencia, pues ha apartado de sí a muchos que, de no haberse sentido rechazados, hubieran sido buenos cristianos y buenos laicos, y hubieran aportado su tiempo y sus capacidades para el bien de la Iglesia. 
Estas declaraciones del Papa, franciscanamente sencillo y jesuitamente inteligente, han abierto una brecha en el compacto muro vaticano. Aún faltan por dar muchos pasos. No basta ni con el paternalismo bobalicón hacia los homosexuales, ni con una aceptación a regañadientes y de cara a lo políticamente correcto. Sincero respeto. Colaboración sincera. 
Los homosexuales no pueden ser vistos como una categoría dentro de la iglesia, como mendigos a los que se permite entrar en el templo el día de jueves santo, para el lavatorio de los pies, sino como unos cristianos más. Unos cristianos que creen con sus dudas, aman con sus imperfecciones y esperan con sus impaciencias. 
En su cuenta de twitter, otro jesuita, José María Olaizola, escribía esto: “Para muchos será escandaloso lo que ha dicho el Papa sobre uniones civiles de personas lgtb, cuando en la sociedad ya está más que asumido. Nuestra asignatura pendiente no es decirles a las personas homosexuales qué hacer en su vida civil, sino facilitar su pertenencia eclesial”.

miércoles, 21 de octubre de 2020

Acompañar la fragilidad hasta medianoche




Su historia es la historia de una cabezonería. Y también la historia de un niño que se sabe amado por su Padre. Luis Guanella. Había nacido en 1842 en el seno de una familia numerosa que le había enseñado dos verbos importantes: trabajar y cuidar. Un plato de polenta no faltaba cada mediodía en casa, pero a él siempre le parecía que era escaso. Llegó al mundo en un pueblo de montaña, Fraciscio, Italia, muy cerca de la frontera con Suiza. 
De vez en cuando, alguna familia del pueblo venía a despedirse porque iba a coger un barco para Estados Unidos, como emigrantes de tercera. Y su madre acompañaba el abrazo de despedida con una hogaza. Había visto como comerciantes suizos, de religión protestante, eran acogidos de noche para dormir en casa, una casa católica a machamartillo. Los rostros de unos y de otros no se le olvidarían nunca. 

Sintió siempre un arrepentimiento lacerante por un episodio de su niñez: un anciano le había pedido un caramelo. Y él, en lugar de dárselo, se había apresurado a esconder el cucurucho. Había visto la frente de los campesinos inclinarse hasta rozar el suelo para recoger el heno para las bestias. Había visto a los hombres y mujeres analfabetos que daban a leer al cura la carta del hijo lejano. Había visto el rostro alelado y torpe de un niño retrasado. Y a él le había parecido que era el rostro de un niño bueno e inocente. 
Llevaba todas estas pobrezas en su corazón desde niño. Eran como visiones. También como latigazos. Sueños de heroísmo. Sueños de buen samaritano. Jugaba al infantil juego de hacer sopa con agua y barro para los pobres, soñando y prometiendo que, de mayor, la sopa sería de verdad. 
Correteaba por los prados y descendía por la montaña nevada. Sabía lo que era el viento, el torrente, las estrellas alpinas, las hierbas medicinales de los campos. Apreciaba la libertad de la montaña. Por ello, cuando entró en el seminario, se sintió como en una jaula. Las órdenes, los gritos, la disciplina militar… todo le inspiraba temor. Y cada noche, arrodillado, pensaba y repensaba que la educación debería ser siempre una obra del corazón.
Nada más hacerse sacerdote, quiso facilitar la vida a los necesitados. Cuidar de los frágiles, ayudar a los menesterosos. Su cabezonería genética le llevaba a proponerse una y otra vez construir una ‘choza’ para los más desamparados. Todo le salía torcido y al revés. Los políticos le veían muy clerical, porque no paraba de decir que Dios es un Padre lleno de amor. Y los clericales le veían muy político, porque defendía con inusitado ímpetu a los pobres y sólo pensaba en construir ‘chozas’ para ellos. 


Fue denunciado por insurrecto. Vilipendiado y multado. Un carabinero tomaba nota de sus homilías. Querían sorprenderlo en falta. Le llamaban el cura loco. Clericales y anticlericales estaban de acuerdo en que era un curo peligros, con muchos humos en la cabeza. El obispo le desterró a una aldea perdida, Olmo, para que dejara de dar la tabarra con los pobres y los menesterosos, con los analfabetos, los huérfanos, las mujeres trabajadoras, los ancianos solos, los discapacitados escondidos por vergüenza. 
Y curiosamente en Olmo no se llenó de amargura, ni de rabia. Se supo un fracasado: “Todos mis compañeros hacen grandes cosas, y yo nada”. Pero también se supo un niño amado por Dios, porque Dios no podía dejar de amar a este cura frágil, desterrado, fracasado y loco. Había sobrepasado los 40 años, y en cierta forma se sintió vencido por los hombres. Pero también se sintió rendido por el amor de Dios.
Justo después de su destierro en Olmo, sonó para él 'la hora de la misericordia'. Las fundaciones que él había soñado fueron surgiendo una tras otra. Todos los que llamaban a su puerta, eran acogidos. Era un ‘médico de atención primaria’. A él acudían todos los ‘enfermos’: Niños huérfanos, trabajadoras explotadas como hilanderas, adultos analfabetos, jóvenes aprendices de taller, ancianos solos, hasta curas y monjas que habían sido descartados en otras congregaciones. Pero si por alguien mostraba predilección era por los ‘benjamines de la casa’, los niños con alguna discapacidad, a los que él empezó a llamar ‘buenoshijos’ (buonifigli), porque le parecían que su fragilidad, su incapacidad a los ojos de los ‘normales’, mostraba a las claras su inocencia. Él veía una grandeza y una dignidad donde los demás veían ‘spazzatura’ (basura). 
Hizo alta teología de la amorosa paternidad de Dios. Hizo alta filosofía de la vulnerabilidad intrínseca de cada hombre y de cada mujer. Es en la fragilidad, donde conocemos al verdadero ser humano. Y sólo si amamos esa debilidad, nosotros mismos nos convertimos en ‘humanos’. Mirar con compasión al enfermo o al pobre, nos hace hombres y mujeres de bien. Seres humanos completos. 

Un día, de visita en el Vaticano, le preguntó el Papa Pío X si las preocupaciones le dejaban dormir de noche. Le contestó que no sólo dormía bien de noche, también algunas veces de día. Y siguió el Papa interrogando cómo se las apañaba para hacer tantas cosas. Y Luis: “Bueno, hasta medianoche, me encargo yo; después de medianoche, es Dios quien se encarga de todo”. Esa fe sin fisuras en la bondad de un Dios Padre le hizo escribir en letras grandes en la Capilla de la Casa de Lora: ‘Banco de la Divina Providencia’. 

Murió un 24 de octubre de 1915 en la ciudad de Como, donde había surgido su primera ‘choza’. Y podemos decir que murió con las botas puestas y las manos manchadas de los escombros del terremoto que había asolado el municipio de Avezzano. Intentaron convencerle de que no fuera al escenario de la catástrofe, pero él, como quien suelta una perogrullada, les dijo: “No podemos cruzarnos de brazos mientras haya pobres que socorrer”.

jueves, 25 de junio de 2020

Mario Bellarini, añorado profesor







Cuando el Padre Mario Bellarini murió en un trágico accidente de carretera en Medina del Campo, el 25 de junio de 1995, me fueron regalados algunos libros de arte de su biblioteca personal, y también su breviario. Unos días después lo abrí y me encontré con una fotografía mía, tamaño carnet. Había sido tomada en 1971, justo al llegar yo al Colegio San José de Aguilar de Campoo. Tenía por entonces 13 años. Se me heló la sangre.
P. Mario Bellarini había sido mi profesor de francés en tercero y quinto de bachillerato, en Aguilar de Campoo. Hablaba perfectamente el francés, ya que había estado viviendo en Francia varios años, pues sus padres eran emigrantes italianos en Alsacia. En un momento en que los profesores de idiomas en España tenían un nivel bastante bajo, Mario Bellarini brillaba con luz propia hablando de Montaigne, Victor Hugo, Stendhal o François Mauriac. Mi apego a la cultura francesa viene de esas primeras lecciones de bachillerato.
Un preparado y exigente profesor de francés que empezaba sus clases abriendo las ventanas en pleno invierno aguilarense, para que nos ventilásemos, e invitándonos a hacer algunos ejercicios de gimnasia, al ritmo de “un, deux, trois, ¡forza!”. Una expresión que se convertiría en coletilla de todo el colegio. En muchas ocasiones, las clases acababan con una breve audición de música clásica, una exquisitez extraña a nuestros oídos rurales, más habituados a Manolo Escobar, Formula V o Los Brincos. Bajaba las persianas, nos pedía silencio, y el tocadiscos empezaba a girar mientras el Jesús Alegría de los Hombres, de Bach, o el Agnus Dei de la Misa de la Coronación de Mozart o uno de los movimientos de la Novena de Beethoven, llenaban el aula del internado. Teníamos oídos duros casi todos, y necesitábamos las explicaciones apasionadas de este profesor melómano que poseía una colección magnífica de música clásica, toda ella de Deutsche Gramophon, como debe ser.
Siempre me he sentido agradecido a los profesores que abrieron la mollera de este pobre hombre y le metieron algunas ideas ‘insanas’ sobre arte, música, literatura, cine, idiomas, religión, solidaridad, paisajes y gentes de otras tierras. Nunca se lo podré agradecer lo suficiente. Mi arquitectura espiritual, aunque pequeña y endeble, se la debo a esos primeros maestros italianos.
Seguimos siendo amigos hasta el final de su vida. Nos veíamos con frecuencia. Y a su lado siempre experimenté una compañía agradable y serena. Cuando él se instaló en Madrid, en la Pía Unión, siempre tuve la casa abierta y la mesa puesta. Nunca faltaba un buen café y una onza de chocolate que sus muchos amigos italianos, franceses o suizos le enviaban. Durante mi estancia en Francia, nos carteamos con frecuencia. Él era el orgulloso maestro. Yo, el agradecido alumno. Y cuando escribí un pequeño libro sobre Luis Guanella en 1991, Mario Bellarini me regaló elogios y parabienes que enrojecerían al más templado.
Un día me comentó que, trasteando en la biblioteca de Aguilar de Campoo, había caído de un libro una pequeña foto mía, a la que he aludido más arriba: “La he recogido y la he guardado en mi breviario. Así todos los días me acordaré de rezar por ti”. Pocas veces me he sentido tan querido y tan bien querido.
Después de morir, y antes de obtener los permisos para el funeral en Palencia y la repatriación a Italia, su cadáver permaneció durante un par de días en el tanatorio de Medina del Campo. Me acerqué a despedirlo. Era una muy calurosa tarde de finales de junio. En el tanatorio, el empleado accedió a que pudiese ver el cuerpo sin vida del respetado maestro. No había nadie en el velatorio. Su rostro desfigurado acusaba el brutal impacto del accidente, pero yo reconocí en ese rostro devastado al amigo bueno y generoso. Me senté ante él y le leí algunos poemas religiosos de un libro que llevaba conmigo “Dios en la poesía actual” (edición de la Bac). Y también le recité el poema de Charles Péguy dedicado a la catedral de Chartres y que él nos había hecho aprender de memoria en 1975:

Un homme de chez nous a fait ici jaillir,
Depuis le ras du sol jusqu’au pied de la croix,
Plus haut que tous les saints, plus haut que tous les rois,
La flèche irreprochable et qui ne peut faillir

Cuando el empleado de la funeraria entró de nuevo en la sala, se encontró con un alumno agradecido que lloraba en silencio a su maestro muerto y que recitaba versos, lo mismo que, de adolescente en el colegio, repetía la lección de francés.
Una vez Mario me confió que, cuando viajaba y entraba en una iglesia a rezar, sacaba la agenda de los contactos y leía los nombres de sus amigos a Dios. Y, con cada nombre, pedía un deseo o una gracia. Estoy seguro de que aún conservará esa agenda en el cielo. Cada atardecer, seguirá recordando a Dios mi nombre y rogando por mi pobre vida.



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