En una entrevista, el filósofo Gustavo Bueno, dice algo
fascinante. “Mi familia era muy católica. Mi tía Ángeles era de la CEDA y he
vivido siempre entre curas. En la adolescencia me dio por no ir a misa, y mi
madre, que era aragonesa, me decía que hacía el ridículo si no iba. Y tenía
razón. Entonces, me las arreglé para coger el Tratado teológico-político de
Spinoza, que está lleno de latinajos, de un armario cerrado con llave en el que
lo guardaba mi padre junto a libros de Voltaire y de Anatole France. Lo metí
en un devocionario de mi tía, y entonces los domingos yo cogía el devocionario
y me ponía a leer en misa a Spinoza; y el notario, que estaba a mi lado, me
miraba de reojo y le decía a mi padre: Oye, tu hijo, muy bien, va para cura”.
Muy probablemente quien ha leído a Spinoza desde la primera
juventud, y más cuando se le ha leído en misa, uno ya queda curado de tanta
idiotez y de tanta necedad. Así de luminoso resulta Gustavo Bueno.
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