miércoles, 2 de diciembre de 2015

Baruch de Spinoza en misa.



En una entrevista, el filósofo Gustavo Bueno, dice algo fascinante. “Mi familia era muy católica. Mi tía Ángeles era de la CEDA y he vivido siempre entre curas. En la adolescencia me dio por no ir a misa, y mi madre, que era aragonesa, me decía que hacía el ridículo si no iba. Y tenía razón. Entonces, me las arreglé para coger el Tratado teológico-político de Spinoza, que está lleno de latinajos, de un armario cerrado con llave en el que lo guardaba mi padre junto a libros de Voltaire y de Anatole France. Lo metí en un devocionario de mi tía, y entonces los domingos yo cogía el devocionario y me ponía a leer en misa a Spinoza; y el notario, que estaba a mi lado, me miraba de reojo y le decía a mi padre: Oye, tu hijo, muy bien, va para cura”.
Muy probablemente quien ha leído a Spinoza desde la primera juventud, y más cuando se le ha leído en misa, uno ya queda curado de tanta idiotez y de tanta necedad. Así de luminoso resulta Gustavo Bueno.

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