miércoles, 2 de diciembre de 2015

Una naranja de regalo.



    Quintaria ha sido sin duda una buena atmósfera para leer el libro de Luis Landero ‘El balcón de invierno’, un viaje a la memoria de la familia y de la infancia labriega del autor en Valdeborrachos y Alburquerque y a la adolescencia rebelde en el internado de curas y en el barrio Prosperidad de Madrid. El autor desgrana su conflictiva relación con su padre, que quiso hacer de su único hijo varón un abogado rico que desquitase al padre de tantos sinsabores campesinos y emig...rantes, y al que el hijo decepcionó totalmente hasta el final de sus días, en una clínica madrileña. Luis Landero se desnuda en esa última visita al hospital donde su padre agoniza. Pero también el autor nos emociona cuando habla de los primeros libros adquiridos ‘Las mil mejores poesías de la lengua española’ o el Criterio, de Balmes, y el siguiente festín de libros de un joven procedente de una familia de labriegos donde no había ni un libro en casa. Tiene páginas memorables, además de las ya citadas, como el dibujo de su primo Paco, de su abuela Frasca, el trabajo durísimo de su madre y sus hermanas frente a la tricotosa, y también el recuerdo de la tía Cipriana. Luis Landero recuerda la vida dura y dramática de su tía, obligada a casar con un hombre oscuro que termino por volverse loco, y morir poco después, dejándole poca hacienda y cinco hijas. Pero también la alegría y el buen humor de la Cipriana que vivía pobremonte en el pueblo, y a la que ellos, cuando regresaban de la ciudad entregaban algunos regalos: “botes de leche condensasa, paquetes de galleta, una rebeca gruesa para el invierno. Ella no estaba acostumbada a recibir regalos y se emocionaba tanto que se ponía fea de ternura, y hacía como un puchero, el llanto pintado en el rostro, y no sólo por la emoción sino también por la tristeza de no poder corresponder en igual medida. Por eso nuestros regalos eran modestos, para no ofenderla y crearle un cargo de conciencia". Y sigue contando, más adelante: "Una vez, en su afán de corresponder, les dijo con mucho misterio a mis hijos, que debían de tener siete u ocho años: os voy a hacer un obsequio. Entró en una alcoba fresca y oscura, la oímos trastear, y salió con dos naranjas, una en cada mano. Se inclinó solícita hacia los niños y se las ofreció, como si realizase un juego de magia. Esto, dijo en un tono rumboso, para vosotros. Los niños se quedaron perplejos, sin entender, mirando cada cual su naranja. Sin duda, ignoraban que una naranja pudiera ser un obsequio. Yo les dije luego que quizás nunca habían recibido, ni recibirían, un regalo tan sincero y espléndido como aquel." (marzo 2015)

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