viernes, 4 de diciembre de 2015

El dios de la lluvia llora sobre México, de Laszlo Passuth


De todas las conquistas llevadas a cabo por los españoles a lo largo de todo el siglo XVI, ciertamente la realizada por Hernán Cortés causa asombro y pasmo, maravilla y extrañeza. Uno de los caciques indios comentó en su época ‘Debe ser por fuerza un dios si quiere conquistar Technotichtlán con solo 400 hombres’.
El libro de Laszlo Passuth, ‘El dios de la lluvia llora sobre México’ trata de todo esto y nos deja atónitos e incrédulos. En la conquista de Technotichtlán entraron en juego la fe, la avaricia, el honor, la búsqueda de gloria, la superstición, la traición, el amor…
Hernán Cortés no era un soldado al uso. Había estudiado leyes en Salamanca, se había codeado con los grandes maestros de la cultura de la época, leía corrientemente el latín, y tenía como libro de cabecera los escritos de Julio César. Admiró como ninguno la ciudad de los aztecas que intentó preservar a toda costa.
Moctezuma estaba convencido de que el dios Quetzacoalt  tenía que hacer su segunda venida y que Hernán Cortés, el hombre blanco venido en casas flotantes, que cabalgaba en ciervos sin cuernos y que era capaz de fabricar el trueno, podía ser dicho dios. La propia hermana de Cortés, Papan, había estado al otro lado de la muerte, donde había visto claramente que los hombres pálidos eran los nuevos dioses.
Doña Marina, la india Malinolli (la Malinche), había sido destinada a morir sacrificada en la mesa donde se arrancaban los corazones por orden del gran señor Moctezuma, pero su padre logró salvarla de esta muerte segura entregándola a otra tribu, que a su vez, se la entregaría a Cortés. Doña Marina fue una hábil intérprete y una ayuda imprescindible para Cortés y sus tropas. Cortés la amó con suavidad y dulzura y ésta le dio un hijo, Martín. Pero no puedo casarse con ella, porque era hombre casado, y la entregó en matrimonio a su paje, que le seguía con fidelidad desde que era un niño, Jaramillo.
Moctezuma había prestado juramento de fidelidad al Emperador Carlos y era su deseo llegar a acuerdos con Cortés, al que brindó su generosa hospitalidad. Pero no así Cuatemoc, yerno y heredero de Moctezuma. Moctezuma murió víctima de la violencia de los seguidores de Cuatemoc. Éste se negó a cualquier negociación con las tropas españolas. Tenochtitlán fue rendida por hambre. Cuatemoc fue apresado cuando intentaba huir por el lago. Poco después, acusado de instigar a una rebelión contra los españoles, fue ahorcado, en un momento de debilidad del propio Cortés que, en cambio, protegió hasta al final a su mujer, hija de Moctezuma, y a los otros miembros de la familia imperial.
Los dioses habían abandonado Technotichtlán, y la esperada aparición de Tlatoc, dios de la lluvia, para vengarse y destruir a los españoles no llegó nunca. La ciudad más hermosa del nuevo mundo desapareció para siempre, pero no sólo por los conquistadores españoles, sino por muchas otras tribus, especialmente los tlaxcaltecas, que se la tenían jurada al gran señor, ya que sus guerras floridas para capturar prisioneros y arrancarles el corazón les mantenían en un estado de odio permanente.
La cruz de madera se instaló en lo más alto de la pirámide, encima de la mesa de piedra donde se sacrificaban las víctimas. La Mujer blanca con su Niño en los brazos sustituyó a los ídolos aztecas. 
Martín, el infante surgido de Cortés y Malinoli, de un español y de una india, era el primer símbolo de ese mestizaje que caracterizaría la conquista española. Inevitablemente, hubo encuentro y encontronazo, acogida y hostilidad, sumisión y rebeldía… pero, sin duda, el nacimiento de algo nuevo: el mestizaje, y la primera globalización.

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