De todas las conquistas llevadas a cabo por los españoles a
lo largo de todo el siglo XVI, ciertamente la realizada por Hernán Cortés causa
asombro y pasmo, maravilla y extrañeza. Uno de los caciques indios comentó en
su época ‘Debe ser por fuerza un dios si quiere conquistar Technotichtlán con
solo 400 hombres’.
El libro de Laszlo Passuth, ‘El dios de la lluvia llora
sobre México’ trata de todo esto y nos deja atónitos e incrédulos. En la
conquista de Technotichtlán entraron en juego la fe, la avaricia, el honor, la
búsqueda de gloria, la superstición, la traición, el amor…
Hernán Cortés no era un soldado al uso. Había estudiado
leyes en Salamanca, se había codeado con los grandes maestros de la cultura de
la época, leía corrientemente el latín, y tenía como libro de cabecera los
escritos de Julio César. Admiró como ninguno la ciudad de los aztecas que
intentó preservar a toda costa.
Moctezuma estaba convencido de que el dios Quetzacoalt tenía que hacer su segunda venida y que
Hernán Cortés, el hombre blanco venido en casas flotantes, que cabalgaba en
ciervos sin cuernos y que era capaz de fabricar el trueno, podía ser dicho dios.
La propia hermana de Cortés, Papan, había estado al otro lado de la muerte,
donde había visto claramente que los hombres pálidos eran los nuevos dioses.
Doña Marina, la india Malinolli (la Malinche), había sido
destinada a morir sacrificada en la mesa donde se arrancaban los corazones por
orden del gran señor Moctezuma, pero su padre logró salvarla de esta muerte
segura entregándola a otra tribu, que a su vez, se la entregaría a Cortés. Doña
Marina fue una hábil intérprete y una ayuda imprescindible para Cortés y sus
tropas. Cortés la amó con suavidad y dulzura y ésta le dio un hijo, Martín.
Pero no puedo casarse con ella, porque era hombre casado, y la entregó en
matrimonio a su paje, que le seguía con fidelidad desde que era un niño,
Jaramillo.
Moctezuma había prestado juramento de fidelidad al Emperador
Carlos y era su deseo llegar a acuerdos con Cortés, al que brindó su generosa
hospitalidad. Pero no así Cuatemoc, yerno y heredero de Moctezuma. Moctezuma
murió víctima de la violencia de los seguidores de Cuatemoc. Éste se negó a
cualquier negociación con las tropas españolas. Tenochtitlán fue rendida por
hambre. Cuatemoc fue apresado cuando intentaba huir por el lago. Poco después,
acusado de instigar a una rebelión contra los españoles, fue ahorcado, en un
momento de debilidad del propio Cortés que, en cambio, protegió hasta al final
a su mujer, hija de Moctezuma, y a los otros miembros de la familia imperial.
Los dioses habían abandonado Technotichtlán, y la esperada
aparición de Tlatoc, dios de la lluvia, para vengarse y destruir a los
españoles no llegó nunca. La ciudad más hermosa del nuevo mundo desapareció
para siempre, pero no sólo por los conquistadores españoles, sino por muchas
otras tribus, especialmente los tlaxcaltecas, que se la tenían jurada al gran
señor, ya que sus guerras floridas para capturar prisioneros y arrancarles el
corazón les mantenían en un estado de odio permanente.
La cruz de madera se instaló en lo más alto de la pirámide,
encima de la mesa de piedra donde se sacrificaban las víctimas. La Mujer blanca
con su Niño en los brazos sustituyó a los ídolos aztecas.
Martín, el infante surgido de Cortés y Malinoli, de un
español y de una india, era el primer símbolo de ese mestizaje que
caracterizaría la conquista española. Inevitablemente, hubo encuentro y encontronazo,
acogida y hostilidad, sumisión y rebeldía… pero, sin duda, el nacimiento de
algo nuevo: el mestizaje, y la primera globalización.
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