Joey Velasco dirigía una empresa con 30 empleados. Afectado por un serio problema en el riñón, ingresó en el hospital donde pasaría una buena temporada. Fue allí donde sintió la necesidad de pintar. Aprendió el oficio y vendió sus primeros lienzos.
La pintura de la que ahora hablo lleva por título 'Hapag ng Pag-asa’ (La mesa compartida), una última cena, formalmente inspirada en Leonardo Da Vinci. Pero el deseo de pintar una ‘ultima cena’ le vino al pintor tras escuchar las quejas y lamentaciones diarias que sus propios cuatro hijos (entre 4 y 11 años) hacían sobre los variados y ricos alimentos que cada día les ofrecía. "Así que pensé darles un recordatorio visual, fuerte y desafiante, de las bendiciones que tenían y que no apreciaban".
Salió a buscar niños por las calles de Manila y Quezón, por los tugurios donde se conoce el hambre, todas las hambres, no sólo el hambre de arroz. Todos vivían en lugares de exclusión y de miseria delirante, y algunos de ellos no tenían familia y vivían en la calle. Los fotografió y luego plasmó sus rostros en un lienzo que colocó en el comedor de su casa.
Sólo después, la angustia empezó a golpearle y a desazonarle. Había utilizado a los niños y no había querido saber nada de ellos. Y volvió a buscarlos en los mismos tugurios donde los había fotografiado, hasta que localizó a todos. Empezó a hablar con ellos y a conocerlos. Eran niños entre 4 y 14 años. "Sólo cuando los encontré y traté con ellos, me encontré a mí mismo y me encontré con Dios. Yo pensé que ellos eran los que estaban perdidos, pero el que estaba perdido era yo. Aprendí lo que hacían día a día, quiénes eran, o habían sido, sus padres, y muchas otras cosas que nunca aprendí en la escuela, como la nobleza del carácter, el coraje y la fe en medio de una pobreza inexplicable."
Ahora Joey Velasco puede decir a sus propios hijos "quiénes son Itok, Nene, Joyce, Tinay, Emong, Onse, Buknoy, Michael, Doday, Jun, Roselle o Sudan. Antes eran anónimos. Ahora son personas."
Este cuadro que tanto me gusta, me ha venido hoy a la cabeza tras recibir una carta de un amigo misionero que, en el mismo escenario filipino, intenta día a día llenar de alimentos y de cariño "esa mesa compartida".
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