martes, 16 de abril de 2019

La casa de Nuestra Señora en llamas




Notre Dame des Larmes (Nuestra Señora de las lágrimas), Le coeur en cendres (El corazón convertido en ceniza), Notre Drame (Nuestro Drama), Des flammes et de larmes (sobre llamas y lágrimas) son algunos de los titulares de los principales periódicos franceses para dar cuenta de la conmoción y de la tristeza sufridas la tarde anterior cuando un devastador fuego arrasó con el tejado, la aguja y otras tesoros de la seo parisina. En los últimos años grupos radicales y anticlericales han coreado una frase que, sin duda, ha hecho fortuna. Y que luego la hemos visto grafiteada por doquier: en fachadas de universidades y monumentos insignes, en señalizaciones viarias, en muros y paredones, en pasquines y panfletos: “La única iglesia que ilumina es la que arde”.
Quiero pensar que ayer, cuando ante los ojos estupefactos del mundo entero, la catedral de Notre Dame era pasto de las llamas, estos radicales no hayan celebrado ‘esta excepcional iluminación’ de la catedral de París.
He seguido desde el minuto cero, con estupor y con dolor, la tragedia vivida ayer en la capital francesa. Europa es sus catedrales y sus catedrales son Europa. Europa de norte a sur y de este a oeste está jalonada por estas sacras moles. Los mejores arquitectos del mundo las levantaron; miles de canteros humildes las construyeron. Pintores, escultores, orfebres, músicos, novelistas, artesanos… las siguieron hermoseando a lo largo de los siglos. En ellas se celebraron los grandes acontecimientos de cada ciudad y de cada nación. Grandes y pobres entregaron su óbolo para que estas flechas de fe se levantaran hasta el cielo hasta rozarlo con su belleza.
Por lo tanto –y esto no debería ser difícil de entender- una catedral  es el símbolo de la fe, pero también del esfuerzo civilizador de un pueblo, del genio creativo del ser humano. Al menos, de los europeos. Pero no sólo una catedral, también la más pequeña iglesia de la más pequeña aldea. En ella una mujer se ha arrodillado para suplicar la curación de su hijo. En ella una Piedad ha consolado el sufrir de los pobres y de los enfermos. En ella, un niño ha rezado con devoción un Ave María. En ella una Madonna con el Niño ha sido siempre la imagen de cualquier mujer que amamanta y protege a su recién nacido. En ella se han desgranado rosarios implorando el final de la guerra o pidiendo la lluvia que permitiría no morir de hambre a los campesinos.
No frivolicemos, por tanto. Se puede discutir sobre el poder de la Iglesia y sus pecados. Y se la puede combatir y rebatir con la palabra y la razón. Pero hay cosas –las catedrales y los templos entre ellas- que la fe de tantas generaciones han sacralizado y, por eso mismo, forman parte de nuestra cultura, de nuestro ADN humano y espiritual, independientemente de que se crea o se deje de creer.
A esta catedral de Notre Dame estoy particularmente unido. Lo primero que hice nada más llegar a París, en el otoño de 1988, fue acercarme a visitarla. Notre Dame siempre será, a pesar del Louvre, el Arco del Triunfo, la Torre Eiffel y Eurodisney,  el corazón de París. La he visitado en muchas ocasiones, he rezado de rodillas ante la reliquia de la corona de espinas, he admirado sus muchas bellezas. Y me he extasiado ante la potencia de sus bóvedas de crucería y la luz admirable de sus rosetones. Y siempre que he vuelto a París, Notre Dame ha sido la primera cita, como el abrazo que se da al familiar más cercano cuando se llega a casa.
Por ello entiendo la conmoción de tantos franceses y de tantos extranjeros, creyentes o no. Por ello admiro la capacidad de la nación vecina para, alejándose de polémicas estériles y de ideologías políticas, ser capaces de unirse en un sentimiento común de orfandad y de tristeza, pero también en un sueño de rápida reconstrucción de la casa gótica y hermosa de Nuestra Señora.  




viernes, 12 de abril de 2019

El Papa se arrodilla para suplicar la paz en Sudán del Sur




Sudán del Sur alcanzó su independencia en 2011, después de un referéndum en el que el 98% expresó su voluntad de ser independientes. Al entusiasmo inicial por la recién ganada independencia, le sucedió la violencia y las luchas étnicas que generan el ejército y los distintos grupos armados. Más de la mitad de la población viven en unas condiciones miserables, y hay cerca de tres millones de desplazados que han huido de la violencia generalizada de unos y de otros.
Surdán del Sur es uno de esos estados falidos (en África hay varios). Y sin embargo, sursudaneses de buena voluntad, liderados en primer lugar por las iglesias cristianas creen firmemente en que esta escalada de violencia puede ser detenida y que los grupos armados y el gobierno deben ceder y ponerse de acuerdo en unos mínimos para que la paz alcance el país y, con la paz, un poco de prosperidad y de bienestar.
Hace unos días, noticia eso sí silenciada por las grandes agencias informativas, los diferentes líderes aceptaron encontrarse en el Vaticano para un ‘retiro espiritual’, o lo que es lo mismo para dejarse interpelar por el grito de los sursudaneses que los que verdaderamente es vivir en paz, sembrar sus campos, llevar a sus hijos a la escuela y vivir tranquilos en sus casas.

Ayer, con la presencia del propio Papa y de los Jefes de la Iglesia Anglicana y de la Iglesia de Escocia, tuvo lugar la ceremonia de clausura de este encuentro. El Papa leyó su discurso: un llamamiento a buscar la paz, a defender lo que une y a no encarcelarse en lo que separa. Y al final este discurso fue ratificado por un gesto inaudito: el papa se arrodilló y besó los pies de los líderes sursudaneses allí reunidos. Un Papa, cargado de años y torpe, se arrodilla y besa los pies de los que hasta ese momento han sido enemigos declarados. Un gesto de humildad, una súplica hermosa, una oración en toda regla, para que los políticos sean promotores de paz, buscadores de paz, y hacedores de puentes.
Estoy seguro que millones de sursudaneses se habrán sentido conmocionados ante el hecho de que un hombre desarmado, vestido de blanco, se arrodille delante de ‘unos guerrilleros’ y les pida que la búsqueda de la paz es la verdadera victoria, la única ganancia posible.


viernes, 22 de marzo de 2019

La eterna tentación del fariseísmo




Si queremos ser un poco objetivos, hay que tener en cuenta dos datos: la mayoría de los abusos sexuales a menores se producen en el entorno doméstico. En un pequeño porcentaje se produjeron en el ámbito de la Iglesia. Y segundo: un abuso sexual producido en el ámbito eclesiástico es noticia de telediario y su resonancia en los media y en las redes es inmensa.

Dicho esto, hay que decir con rotundidad: lo último que se espera de un sacerdote o de un consagrado es que abuse de la confianza de un pequeño, que utilice su status para esta bajeza, porque la víctima de quien menos esperaría este atropello sería de alguien que representa una ‘buena noticia’ de bondad, de fraternidad, de defensa de los más pequeños. A la maldad intrínseca de los abusos sexuales cometidos contra menores, se añade, escandalosamente, la procedencia del abusador: el ámbito religioso.


Pero quizás hay otros aspectos más deplorables de toda esta situación: la opacidad y el encubrimiento con los que actuó la jerarquía eclesiástica. Los niños abusados no eran creídos ni por su propio entorno familiar. Y en las ocasiones en que la familia o el interesado denunciaban, se encontraban con un muro infranqueable. Es más, los niños abusados se sentían culpables o se sentían avergonzados de su experiencia. Y las propias familias no se atrevían a denunciar porque no era fácil hacerlo frente a las instituciones eclesiásticas. Al abusador se le cambiaba de una parroquia a otra o de un colegio a otro. Esta solía ser la respuesta eclesiástica. A veces también la compra del silencio del abusado por una cantidad de dinero.

Y todo era así porque la Iglesia, por un concepto equivocado de la ejemplaridad y de la santidad, era incapaz de asumir sus propios pecados. Era incapaz de presentarse ante la sociedad como ‘pecadora’, frágil e incluso criminal. Los escándalos se tapaban, se encubrían. Todo menos aparecer en los periódicos y ante la opinión pública con varias manzanas podridas al aire y a la vista de todos.

Cuando Benedicto XVI llegó al solio pontificio empezó a sacudir las alfombras y empezaron a salir casos y casos. Fue el primer Papa que pidió perdón y afirmó que esto no sucedía porque los lobbys anticlericales fueran muy activos sino porque en la Iglesia había muchos sacerdotes y religiosos cargados de pecados. Y ya sin complejos, Francisco se decidió a coger el toro por los cuernos. Y a establecer protocolos de prevención y normas claras sobre cómo actuar cuando se da una denuncia, y a ponerse a las órdenes de las legislaciones nacionales. La cumbre antiabusos que ha tenido lugar en estos días en el Vaticano busca la protección del menor y también impedir que se produzcan nuevos casos. Ahora veremos a ver si hacen caso al Papa y al Vaticano.


Lo cierto y lo doloroso es que la iglesia haya llegado a esta ‘concienciación’ no por sí misma, no por su sensibilidad hacia el drama de los menores ni por su deseo de hacer justicia o de limpiar las cloacas en las que vivían muchos de sus miembros, sino porque tanto los abusados, como la sociedad civil, como las leyes de cada país, como los medios de comunicación… la han puesto contra la pared. Esto sí que da pena. Que la sociedad civil haya precedido a la Iglesia en la sensibilización hacia las personas que habían sufrido el martirio de ser abusados sexualmente, esto sí que es doloroso. Aquí muchos –no todos- de los más altos miembros de la iglesia optaron en el pasado por ser ‘sepulcros blanqueados’.  El fariseísmo ha llegado hasta ayer mismo. Esperemos que no sea así en el futuro.

miércoles, 20 de marzo de 2019

El hombre que secaba los pañales al fuego




El Prado publicaba ayer, con motivo de la festividad de San José, un detalle del tríptico de la Adoración de los Magos, del Bosco.
Debajo de un sombrajo, en un chamizo, un hombre anciano está secando al fuego unos pañales. El hombre gira un poco su cabeza, como si quisiera ver a alguien que se ha acercado al portal de Belén. La escena principal está ocupada por María y el Niño y los tres Reyes Magos en el momento de adorarle. Otros personajes, curiosos vecinos, se asoman por los ventanucos para ver la escena, para curiosear un rato, mientras que José permanece apartado, en un rincón, en la humildísima tarea de secar al fuego los pañales que él mismo ha lavado en el arroyo. Es un personaje secundario, una figura decorativa en la escena del nacimiento, un criadillo, un esclavillo.
Es una detalle adorable este que nos rescata el Prado. Y probablemente uno de los que mejor refleja la grandeza de la figura de San José.
En una cultura semítica como la suya, en la que asegurarse la descendencia, era capital, José acepta ser padre de uno que no es hijo. Acepta el matrimonio con una joven embarazada. Acepta el exilio en Egipto para proteger a un hijo que no es el suyo. Acepta una vida que, probablemente, no se le había pasado por la cabeza. Su papel fue no tener papel: un carpintero corriente, un trabajador entre tablones y virutas, un esposo amoroso, un padre generoso. Su vida fue estar ahí donde se le requería y donde su conciencia de hombre justo y bueno se lo demandaba.


Él tuvo visiones, nos dice el Evangelio, pero las visiones no fueron sino la conciencia noble de un ser de una pieza. La conciencia recta fue la que le indicó que no podía denunciar a la joven embarazada, pues eso habría supuesto la desdicha para María. Su conciencia fue la que le dijo que debía dejar Belén apresuradamente y huir a Egipto, comer el amargo pan del refugiado, con tal de poner a salvo al pequeño Jesús, al que desde el momento en que lo tuvo entre sus brazos, supo que lo amaría para siempre, más que si fuera su propio hijo.
Ahí está sentado en una cesta de mimbre, tendiendo los pañales ante las llamas, y mirando, humilde, la gran historia que pasa ante sus ojos, como si no fuese con él: el esclavillo de un niño al que adoran los Reyes.

martes, 19 de marzo de 2019

¿Artesanos de la paz en Euskadi?





Con todos los medios –muy poderosos- del rico y próspero Euskadi, desde hace algún tiempo se intenta blanquear la imagen de la banda ETA. Una vez que la banda terrorista ha sido vencida por la paciente actividad de las fuerzas de seguridad del Estado, no queda otra sino hacer ver al pueblo que lo de ETA hay que entenderlo, que tiene una explicación, que los tiempos eran convulsos, que eran momentos para la exaltación romántica o revolucionaria, pero que, en el fondo, no eran malos chicos. Estaban confundidos, se equivocaron en algunas cosas, pero querían el bien del pueblo, el bien de Euskalería. Ellos también, a su manera, quisieron construir la paz, la convivencia, la fraternidad.
Este es el insensato discurso que desde hace algún tiempo se lanza un día sí y otro no. Hay que lavar la imagen ensangrentada de los pistoleros –parecen decirnos- en favor de la convivencia y de la normalización.
Nos dicen en mensajes subliminales que sería humillante pedirles cuentas a los asesinos, exigirles que se arrodillen y supliquen perdón a las víctimas, que indemnicen, que confieses sus culpas y reconozcan el fracaso de su proyecto sanguinario.

Las víctimas al final van a ser los malos, los rencorosos, los vengativos. Y los victimarios van a ser los ‘artesanos de la paz’. Y el conjunto de la sociedad vasca está camino de lograr este propósito desvergonzado.
Un episodio que ilustraría todo esto nos lo ofreció la pasada Navidad. Una reunión de amiguetes, de colegas que, en plan buenista y espíritu navideño, cocinaron la cena de Nochebuena, se tomaron unos txiquitos juntos y desearon a los vascos Feliz Navidad. Un particular masterchef inocente y navideño.
Lo que puso los pelos de punta no es que en esta cena de la vergüenza apareciese el señor (por llamarle de alguna manera) Arnaldo Otegui, sino que apareciese también la señora Idoia Mendía, secretaria de los socialistas vascos.



A nadie extrañó, por lo tanto, que José María Múgica que vio como los pistoleros de ETA asesinaban a su padre Fernando Múgica delante de sus ojos, haya pedido la baja de militancia en el partido socialista en el que militó y resistió hasta la muerte su propio padre.

miércoles, 13 de marzo de 2019

Camino sin límites: discapacidad hacia Compostela





Un amigo peregrino me pasa el enlace del documental Camino sin límites, de Joan Planas. Empiezo a verlo sin demasiado interés, pensando que se trate de un documental más de los muchos que pueblan la web. Pero me equivoco.



Dos hermanos, Olivier y Juan Lu, se lanzan a recorrer los casi 800 kilómetros que separan Roncesvalles de Compostela. Juan Lu tiene parálisis cerebral. Es un chico de 20 años que desde pequeño ha tenido la suerte de ser tratado como un chico más. Su hermano, Oliver ha tenido la excéntrica idea de recorrer con él, en silla de ruedas, el Camino, no por la carretera, que sería lo aconsejable, sino por el trazado por el que transitan todos los peregrinos. Su madre, al volante de una furgoneta, se encarga de la intendencia y les espera en cada albergue. Y pronto ocurre un milagro, quizás un milagro que sólo se podía dar en uno de los pocos espacios del mundo donde aún es posible la ‘compasión trascendente’, en el mejor sentido de esta palabra. Muy pronto, otros peregrinos echan una mano para empujar o arrastrar la silla de Juan Lu, hasta el punto de que a los pocos días ya han formado un grupo estable y sólido, amoroso y fraterno. Ellos pensaban que echaban una mano a dos hermanos en apuros, pero descubren en seguida que es Juan Lu el que, de manera misteriosa e incomprensible, les está ayudando a ellos: a ser personas, a dejar las máscaras, a hablar de cosas serias, a mostrarse ante los demás con sus miedos y sus fragilidades, a experimentar la alegría de la gratuidad. Creían que era Juan Lu el que, por su parálisis, tenía límites, pero el Camino y el contacto con este chico tan especial les hace descubrir sus límites y al mismo tiempo sus infinitas capacidades para superarlos. Un grupo variopinto, por recorrido vital, por idioma o por nacionalidad, experimenta la grandeza de descubrir la ‘fuerza en la debilidad’, la alegría y la energía que pueden contagiar personas ‘tocadas’ por la discapacidad y los límites.



Un precioso documental, lleno de humanidad. Una historia de cariño entre dos hermanos. La alegría del mundo que es capaz de transmitirnos Juan Lu con sus gritos, sus sonrisas, sus carcajadas. El contacto con la debilidad que ilumina nuestros rincones oscuros. Todos los ‘Cebreiros’ pueden ser recorridos en compañía alegre, en espíritu de servicialidad, en esfuerzo fraternal.

La felicidad es esto, pero nos cuesta reconocerla y reconocerlo. Para no perdérsela.

 https://buscandohistorias.com/caminosinlimites/

jueves, 21 de febrero de 2019

Calentar las calles. Calentar las casas.




Se nos repite, y con razón, que muchas personas sufren pobreza energética. Apenas pueden calentar sus hogares en los largos meses de invierno. Tienen que pasar con un braserillo o con un pequeño calefactor y arroparse con mantas y cobertores. Y al lado de esta pobreza energética bastante invisible, existe una exhibición de abundancia energética. Han proliferado por doquier las terrazas de invierno que se pueden sostener gracias a las chimeneas o quemadores instalados en ellas. Ocupan las aceras de cualquier calle. La gente se sienta en ellas como si fuera pleno verano.  En medio de estos gélidos días, ahí los vemos disfrutando de un vino, una ración de jamón, un café o un cigarrillo. A primera vista, parece un sinsentido. Tenemos las cafeterías calentitas, pero vamos a sentarnos en las terrazas, donde la temperatura es de cero grados. Así somos de contradictorios los humanos. Muchas personas no pueden encender una hora al día la calefacción, mientras decenas de terrazas invernales tienen la calefacción encendida todo el santo día. Calentamos las calles, cuando la gente no puede calentar las casas.

miércoles, 20 de febrero de 2019

¿Alguien se acuerda del ébola?



¿Alguien se acuerda del revuelo nacional que se armó cuando una ciudadana española se contagió de ébola? Un auténtico desmadre de acusaciones, de improperios, de supuestos derechos, de supuestas negligencias, de supuestas ineficacias. Pocas semanas después, la paciente abandonó el hospital y pudo hacer vida normal.
¿Y alguien se acuerda del escándalo que montaron asociaciones animalistas cuando las autoridades sanitarias decidieron sacrificar al perro cuya dueña había contraído el ébola? Un despropósito que llevo a los propios dueños de Excalibur (nombre del perro) a querellarse contra Sanidad y solicitar una indemnización de 150.000 euros por "los daños morales provocados por el sacrificio".
El ébola, una vez más (es una epidemia recurrente en África), se declaró a primeros de agosto de 2018 en el noroeste de la República Democrática del Congo. Desde entonces han muerto ya unas 550 personas, y han sido diagnosticados y derrotados otros tantos casos. Los hospitales tercermundistas, los voluntarios, los médicos y los misioneros, están haciendo lo que pueden, que no es mucho, con más voluntad que recursos.
A la actual epidemia de ébola en Congo, se unen otras dos epidemias, sarampión y cólera. ¿Pero alguien habla en España de esta epidemia?  ¿No son acaso hombres y mujeres los congoleños que mueren o que luchan en silencio contra el mal? ¿Era Excalibur más importante y más valioso que cualquiera de los africanos que han muerto y que morirán en las próximas semanas?
El jinete apocalíptico del ébola sigue cabalgado por tierras del Congo ante la más absoluta indiferencia de todos.

miércoles, 28 de noviembre de 2018

Ordenación de Rubén en ‘modo abrazo’




Nunca antes había participado en una celebración litúrgica en Casa Guanella tan radicalmente guaneliana. Ocurrió el pasado 25 de noviembre en la parroquia San Joaquín de Madrid. Y el motivo fue la ordenación diaconal y presbiteral del joven colombiano Rubén Vargas.
Hacía mucho que no veía a Rubén. Lo había conocido en 2010 en Amozoc, México. Al día siguiente de mi llegada a la misión, me acompañó a Puebla para conocer esta hermosa ciudad.
Este domingo me encontré de nuevo con él. El cuerpo, torpe y cansado; el rostro, hinchado por la enfermedad. Y sin embargo, en Rubén brillaba, esa mañana, una dignidad que, por humilde, era regia.

Alfonso Martínez me ha tenido informado todo este tiempo de la enfermedad de Rubén, solicitándome oraciones y novenarios a San Luis Guanellla y al Hermano Juan Vaccari. Y muchas veces me he imaginado a Rubén, oscilando entre la tristeza terrible por la enfermedad y la alegría rebosante por la curación. Isaías lo expresa hermosamente:

Yo pensé: «Ya no veré más al Señor
en la tierra de los vivos,
ya no miraré a los hombres
entre los habitantes del mundo.
Pero también
Me has curado, me has hecho revivir,
la amargura se me volvió paz
cuando detuviste mi alma ante la tumba vacía
y volviste la espalda a todos mis pecados.
 

Nada más comenzar la eucaristía –la iglesia llena y con nutrida participación de personas con discapacidad, de sacerdotes y religiosas y de colombianos- el obispo auxiliar de Madrid, Mons. José Cobo, manifestó su alegría por “estar en una parroquia experta en abrazos y besos”. Y lo expresó con un tono gozoso y lleno de sentimiento. El tono del pastor.
La palabra ‘abrazo’ y la actitud ‘abrazo’ marcarían el resto de la liturgia. Una liturgia, eso sí, con un protocolo algo caótico, en parte debido a la precipitación de la ordenación, apenas fijada unos días antes, y en parte debido al estilo ‘manga por hombro’ de los guanelianos. Es verdad que la doble ordenación complicaba el rito, aunque también es cierto que pocos sabían cuando debían intervenir. Los curas que rodeaban al obispo, incluidos el General y el Provincial de los guanelianos, hacían de maestros de ceremonias, pero en verdad dudaban de cuándo se debía recoger la mitra o el báculo, cuándo debía aparecer en el ambón el lector, o cuándo se debían acercar los óleos. Por no saber, los intervinientes trabucaban la palabra ‘presbítero’. Todo eran recaditos entre los acólitos y de estos con el Obispo. No había nada de la belleza litúrgica benedictina. Todo era protocolo guaneliano. Pura ‘Arca de Noé’.
Pero la palabra ‘abrazo’, decía, marcó la jornada. Yo creo que todo el mundo, interiormente, se puso ‘en modo abrazo’. Sobre los abrazos de Dios a los hombres y de los hombres entre sí versó la homilía.
Abrazos conmovidos y conmovedores al neosacerdote. Especialmente el de sus cohermanos, que tanto habían luchado para que desde la curia madrileña se diese el visto bueno a la doble ordenación. Se nos aseguró también que el cardenal Osoro había dado todas las facilidades, teniendo en cuenta la excepcionalidad del caso. 
Abrazo especial el que recibió Rubén de José Antonio, con discapacidad mental. José Antonio estaba revestido con alba blanca. Todos conocen su afición a hacer de monaguillo. Cuando el nuevo presbítero recibió el abrazo de los sacerdotes presentes, también José Antonio se acercó a abrazarlo.

A abrazo sonaron las palabras de gratitud de Rubén que, con entereza y dignidad sacerdotal, pronunció al final de la misa: gracias a Dios, a sus padres, a la congregación de los Siervos de la Caridad, y a todos los presentes. La última palabra de su breve alocución fue ‘misericordia’. Curiosamente en su casulla recién estrenada estaba bordada la imagen del Cristo de la Divina Misericordia.
Abrazo fue la emotiva carta que desde Caracas envío la hermana de Rubén y que fue leída al final de la comida. Fue en este momento, cuando vimos a Rubén verdaderamente emocionado hasta las lágrimas.
Abrazos efusivos y besos gordos y lágrimas a flor de piel –y no de ritual protocolario- en la interminable fila que se acercó al besamanos del nuevo sacerdote.
Abrazo fue la cualificada presencia del Superior General, del Provincial, de los sacerdotes guanelianos llegados desde Colombia y México y desde Palencia. Subrayaron así el carácter excepcionalmente ‘guaneliano’ de esta ordenación.
Abrazo fue el hecho de que a la una de la tarde, mientras en Madrid se iniciaba la eucaristía, en todas las comunidades del mundo guaneliano se hiciera un momento de oración por Rubén.
A Abrazo sonaron las canciones que entonadas por José Antonio y por Rosy, ambos de la Villa San José, y guitarreadas por el animado Alfonso Martínez, lograron crear un ambiente de familia, en una sobremesa distendida y de fiesta mayor.
El genio del cristianismo, según la expresión de Chateaubriand resplandeció en la pequeña iglesia de los padres guanelianos, en Madrid. Un cristianismo que pone en el centro de su vida y de su historia la debilidad, la enfermedad y el sufrimiento humanos. Monsieur Pascal nos sigue recordando que lo ‘verdaderamente natural del cristianismo es la enfermedad, porque es en ese momento donde cada ser humano es como debería ser siempre”.

La ceremonia de ordenación de Rubén está ya en los anales de la historia de esta pequeña congregación, experta en abrazos y besos a personas frágiles, a personas insignificantes e invisibles para la sociedad. Los guanelianos saben que el ‘centro’ está en otros lugares, allí donde se juega la dignidad del ser humano, a secas y sin adjetivos. El ser humano en su impresionante y terrible desnudez, sin los ropajes del rango social, de la salud, del estatus económico, de la fuerza, de la inteligencia y de la belleza.
Oportunamente o por un guiño de la Providencia, el domingo pasado se celebraba la fiesta de Cristo Rey. El hombre está hecho a semejanza de Dios, pero un Dios ante Pilato, un Dios azotado y maltratado, un Dios en los umbrales de la muerte. Allí reina Dios y con él reina la fragilidad y la debilidad de este mundo. El genio del cristianismo.

jueves, 22 de noviembre de 2018

La lógica de los Campeones



Cuando después de una final de infarto entre el equipo Los Amigos, de Madrid, contra el equipo Los Enanos, de Canarias, éste se proclama campeón, el entrenador de Los Amigos se siente hundido y apesadumbrado y se queda ahí, en medio de la cancha, perdido y avergonzado, mientras sus pupilos se funden en un abrazo con los campeones, bailan, cantan y se divierten a lo grande repartiendo felicitaciones y enhorabuenas por doquier. Estoy hablando de la película Campeones de Javier Fesser que había dejado pasar en su momento y que he visto ahora.
El entrenador –Javier Gutiérrez- se siente normal, y lo normal es hundirse cuando en el último segundo se pierde una final. En cambio, los jugadores son especiales –y por supuesto el entrenador los considera no-normales- y para ellos lo lógico es disfrutar, pasarlo bien, felicitar al contrincante de corazón y vivir cada momento con dicha y alegría.
Muy probablemente, esta comedia está haciendo más por la normalización de las personas con discapacidad que cien discursos y cien campañas de sensibilización.


Campeones no pone el acento en el drama de la discapacidad y en las historias de marginación de estas personas, sino en los dones y cualidades que estas personas tienen. Para dar y tomar. Quizás por ello en muchos ambientes, se les llama ‘personas con capacidades diferentes’.   El perdón, el olvido de las afrentas, la no discriminación, el buen humor, la sinceridad, la valoración de cada persona por lo que en cada momento es y no por su rango o procedencia, son dones muy suyos. El mismo título de la película no nos remite a un resultado de un partido de baloncesto, si no a un resultado en la vida de cada día: son auténticos campeones en muchas cosas y en muchos saberes.
Su comportamiento responde a una lógica sencilla y natural, que al resto resulta difícil entender. Tienen su malicia y su picardía, pero en ellos resplandece aún la inocencia, esa bendita infancia que dura tan poco a los llamados ‘normales’. Estas personas con capacidades diferentes no admiran en el otro ni la inteligencia, ni la belleza, ni la clase social, ni la influencia, solo la bondad y los detalles en que esta se expresa. Y, al igual que los niños, tienen el don de leer el corazón del otro y, por lo tanto, empatizan o no con la persona que tienen en frente. Hasta el don de hacer travesuras, que es un don propio de la infancia, ellos lo tienen en abundancia.
El trato con estas personas puede ser muy complicado o muy elemental. Depende en gran parte de nosotros. Nosotros, en cambio, nos esforzamos para que entiendan nuestra lógica de pensar y de hacer. Pero probablemente seamos nosotros los que tenemos que pensar y amar desde su lógica. La lógica de la sencillez y de la bondad, que los que nos creemos ‘normales’ hemos perdido por el camino. Así todo será más sencillo. Sólo así, como en la película, seremos los destinatarios de sus abrazos y de su cariño.

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            En una estación de París, desciende un joven de 16 años, cuerpo atlético, pelo alborotado y ojos azules. Se llama Arthur Rimbaud...

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