En 1940,
Viktor Frankl, vienés, judío, joven, y con una prometedora carrera en el campo
de la neurología, tenía en sus manos un visado para trabajar y estudiar en
Estados Unidos y, de esta forma, salir cuanto antes de una Austria devorada ya
por el nazismo. Pero Víktor sabía que sus padres, ya mayores, no contaban con
este visado y que no podía dejarles abandonados a su suerte en un mundo que se
había vuelto loco con los judíos. Dejó caducar el visado y así, poco tiempo
después, llegó a Auschwitz.
Ya en el
primer control no le dejaron pasar el manuscrito de sus investigaciones y que
luego se conocería como Logoterapia. Ante sus narices hicieron trizas sus
apuntes, fruto del trabajo de varios años.
Ante la
brutalidad y la inhumanidad reinantes en el Lager, Viktor se preguntaba ya en
las primeras semanas de prisión si, en estas condiciones, tenía sentido la vida
y si era posible buscar un sentido a la vida.
El
prisionero 119.104 se dedicó a observar el comportamiento de todos cuantos le
rodeaban: los oficiales nazis, los kapos, capataces de los barracones, los prisioneros, veteranos o novatos…. Tomó
distancia frente a cuanto sucedía a su alrededor y se preguntó una mil veces por
el sentido de este sufrimiento. Fue así como el campo de concentración se
convirtió en un motivo de madurez personal pero también en el laboratorio de
sus investigaciones. El filósofo Baruch
de Spinoza, también judío como él y perseguido como él, le había enseñado lo
siguiente: “Affectus, qui passio est, desinit esse passio simulatque eius
claram et distinctam formamus ideam” (el sentimiento que se convierte en
sufrimiento deja de serlo en cuanto nos formamos una idea clara y precisa de
él”.
Frankl intentó formarse una idea clara y
precisa de este sufrimiento. Observó la mezquindad y la crueldad de los kapos, pero también la generosidad de un
oficial nazi que compraba medicinas de su propio bolsillo y las distribuía
entre los enfermos. Los propios prisioneros protegieron a este oficial cuando
llegó el momento de la liberación. Observó el sadismo de muchos prisioneros con
otros más débiles o recién llegados. Observó el hundimiento moral de otros
tantos que simplemente se volvían apáticos, se resistían a comer y se
entregaban a la muerte como quien se entrega a una liberación. Observó el
fenómeno de la ‘despersonalización’, que es ese momento en que una persona se
vuelve incapaz de ser persona, de actuar con la dignidad de una persona. Se
conciencia de que es una cosa, a la que han arrebatado cualquier sentimiento de
humanidad o incluso han incapacitado para la alegría, algo que sucedería por
ejemplo en el momento de la liberación: los prisioneros ya no eran capaces de
experimentar la alegría, porque creían que no era cierta, que era una patraña
más de su mente enferma.
En las circunstancias más dramáticas, el hombre aún puede conservar una
llama de humanidad y creer que su vida y su sufrimiento tienen un sentido, una
enseñanza, un chispa que puede iluminar la noche más oscura. Viktor Frankl
salió con vida del Lager. No así su familia, incluida su joven mujer. Prosiguió
sus estudios, su trabajo y sus investigaciones de Logoterapia.
El sentido de la vida, en su acepción frankliana, es así de natural:
amores, amistades, proyectos, obligaciones, ilusiones, nostalgias…, todo
aquello capaz de servir de palanca para la acción concreta y cotidiana: “No hay
nada en el mundo que sea tan capaz de consolar a una persona de las fatigas internas
o las dificultades externas como el tener conocimiento de un deber específico,
de un sentido muy concreto, no en el conjunto de su vida, sino aquí y ahora, en
la situación concreta en que se encuentra”
En el prólogo de Benigno Freire, leemos: “En el Campo, Frankl pudo
experimentar situaciones impensadas e insospechadas para ahondar en el
conocimiento del hombre. El sufrimiento estaba presente en el lager en todas
sus modalidades e intensidades. Estudió con detalle sus efectos en el psiquismo
y observó cómo algunos reclusos se abatían o degradaban ante el sufrimiento,
mientras otros parecían madurar interiormente. De esa observación dedujo que no
es el sufrimiento en sí mismo el que madura o enturbia al hombre, es el hombre
el que da sentido al sufrimiento”.
Viktor Frankl pudo resumir: “El sufrimiento, en cierto sentido, deja de
ser sufrimiento cuando encuentra un sentido…”