Cada mañana el señor Lupe (en México
Guadalupe es también nombre de varón) arranca la furgoneta y se dirige a
recoger de casa en casa a un grupo de ancianos que pasarán unas cuantas horas en el Centro de Día para mayores que en la
misión de Amozoc tienen los guanelianos. 'Techo Fraterno' dicen por aquí.
Lo primero que hacen nada más llegar a la misión es desayunar como Dios manda: huevo revuelto con tomate, un vaso de zumo, un
panecillo dulce y, quien lo desea, un trozo de bizcocho. Después del desayuno
empiezan las manualidades: manteles y pañuelos bordados a punto de cruz, bolsos
y cestitas de rafia trenzada, bufandas y gorros de lana.
Los que tienen algún achaque o
necesitan medicinas se van acercando de uno en uno al despacho médico. También
algunos ancianos aprovechan el Centro para bañarse, como lo hace el señor
Cástulo que va en silla de ruedas. “Yo, que siempre anduve montando caballos, ya ve lo que me toca montar ahora -dice de buen humor”.
A media mañana rezan el rosario
todos juntos. Algunos de ellos expresan en voz alta sus peticiones personales
antes de empezar un misterio. Una mujer pide por ‘el señor de Puentes”.
Hoy, para comer, tienen arroz, carne
con guisantes y un trozo de bizcocho, el mismo menú que después comeré yo junto
a la comunidad religiosa.
Una mujer retrasada, abstraída, con
dos trenzas blancas y un rostro negrísimo, me mira con insistencia. Me acerco a ella y le digo que lleva unos
pendientes muy bonitos, y ella me sonríe ampliamente. No hace ninguna labor ni
manualidad. Se sienta, se levanta, mira, va de un lado para otro, observa atentamente el trabajo de los demás. Y así pasa las horas. Pero, luego, al acabar la comida, será la primera que se alce a recoger los platos,
acercarlos al fregadero, lavarlos y secarlos.
Cuando acaban de comer, un par de
viejecitas me dicen que quieren hacerme un regalo. Piden silencio al grupo. Me
entregan una cestita de rafia que curiosamente ha tejido un anciano ciego, el
señor José Juárez. También me regalan una bufanda multicolor de lana y un
mantelito bordado con flores de colores. Me dicen que están muy agradecidos a
Puentes y me hacen una petición: “Sígannos
ayudando, porque usted ahora sabe que nosotros no podemos pagar todo lo que
aquí recibimos”.
Es verdad que este proyecto del
Techo Fraterno depende prácticamente de la ayuda de Puentes. Y por ello, quería
conocerlo de cerca, y sobre todo quería conocer a qué personas concretas
llegaba nuestra ayuda. Luego acercan hasta mí a la señora Lupita que dentro de
dos semanas cumplirá 100 años para que me fotografíe con ella. No los
aparenta. Tiene los ojos muy cerrados, como si los párpados ya no aguantasen
tantas cosas vistas en una centuria vivida, pero no deja de sonreír en ningún
momento. Me siento pagado con estas muestras de cariño. Y lo que es más
importante: me siento obligado a trabajar por sostener este proyecto.
Puentes: 25 años de una corriente solidaria. Amozoc - México, 2010.
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