
miércoles, 3 de enero de 2018
Auroras y ocasos

Las virtudes trampa
Cada vez nos fijamos más en las virtudes trampa,
en las que parecen virtudes, porque causan nuestra admiración y provocan -por
qué no decirlo- nuestra envidia. La belleza, la inteligencia, el vestir bien,
la locuacidad al hablar, el estatus social. Y sin embargo todos sabemos que, en
el fondo no son virtudes. Tienen la apariencia de virtud, pero no lo son. En la
mayoría de los casos sus dueños no han hecho nada por conseguirlas, han nacido
con ellas o les han sido dadas. Y sobre todo, no son virtudes porque, al
contrario de las verdaderas (el amor, la comprensión, la paciencia, el respeto,
el perdón) no benefician a los demás, no les facilitan la vida. Las virtudes
trampa tienen también fecha de caducidad. La hermosura y la juventud se acaban.
La inteligencia puede ser muy egoísta o completamente inútil para elaborar un
pan o guiarse bajo las estrellas.
lunes, 4 de diciembre de 2017
De escuelas a escuelas va mucho.
¿Qué se necesita para que una escuela funcione bien?
Probablemente dos cosas: un profesor con pasión por enseñar y un alumno con
pasión por aprender. Todo lo demás, podría ser secundario, incluso prescindible.
Y digo esto, porque en nuestra España del lamento y de la
queja, no paramos de poner pegas a los colegios, a los recursos a ellos
dedicados, etc. Y quizás lo único que nos debería preocupar es si nuestros hijos
tienen ganas de aprender y si los profesores tienen pasión por enseñar.
Cuando llegó la crisis económica a España, hubo
manifestaciones multitudinarias por la escuela pública y en contra de los
recortes. Nada que objetar. Y sin embargo, antes de la crisis, con muchos
medios y muchos recursos, cuando salía el listado de las mejores escuelas del
mundo, España no aparecía o aparecía en los últimos lugares entre los llamados
países económicamente importantes.
Desde los años 60 hasta justo antes de la crisis el
presupuesto de la educación había crecido considerablemente. Las aulas habían reducido
notablemente la ratio, algunas asignaturas, como inglés, música, educación
física y religión, habían pasado a ser impartidas por profesores especialistas, los profesores de
apoyo para niños con dificultades habían aumentado … y entonces, ¿por qué todo
el mundo se quejaba que la educación no iba bien y que el listón se había ido
bajando hasta hacer el ridículo? ¿No serán otros los problemas? ¿Acaso un
profesorado desmotivado, acaso un alumnado con escasa disciplina y sentido del
deber, acaso una sociedad que no valora el trabajo de los docentes, acaso la
pérdida de autoridad de los profesores, acaso porque tenemos unos niños para
los que todo son derechos y el único deber es el de asistir a clase?
Desde mi modesto punto de vista, una mejora de la educación
no se arregla sólo con más recursos, que también, sino con aumentar la pasión
por enseñar de los docentes y la pasión por aprender y el sentido del deber de los
alumnos.
De escuelas a escuelas va mucho. Instalados en la cultura de
la queja, nos quejamos por todo: porque las pizarras digitales no son de
última generación, porque la comida del colegio no es variada, porque las
actividades extraescolares no son de nuestro agrado, porque hay que comprar el diccionario,
porque los libros no son gratis, porque el autobús escolar da mucho rodeo,
porque las tareas que mandan a los niños son muchas, o son pocas, porque …
Echar un vistazo a las escuelas de África podría ser una buena tarea en esta Navidad para los 'quejicosos niños españoles'. PUENTES ONGD te invita a prestar un minuto de
atención a las escuelas de los países pobres. La Campaña de Navidad de esta
Ongd va dedicada a patrocinar el proyecto de “Escolarización y Alfabetización
de los Niños de la calle en la R. D. del Congo”, unos niños sin ningún acceso a
la escuela pública (porque en Congo también la escuela pública se paga). Desde
hace años Puentes intenta que un numeroso grupo de niños y de niñas de la
calle puedan ser matriculados en diversas escuelas de la ciudad, y que un grupo aún más numeroso reciba, al menos, clases de alfabetización elemental.
Para colaborar: IBAN ES46 0030 6018 1700 1005 1272
Al hacer tu ingreso, en el concepto deben indicar “Navidad”
miércoles, 29 de noviembre de 2017
El silencio sobre los rohingyas.
Desde agosto pasado, y con cuentagotas, algunos medios de
comunicación se han hecho eco de la riada de refugiados que desde Myanmar
(antigua Birmania) intentaba entrar en Blangadesh. De esta forma, la palabra
rohingya entró en mi vocabulario.
La traca y matraca del asunto catalán ha hecho invisibles
muchas cosas y muchas noticias últimamente, entre ellas el éxodo de la
comunidad rohingya, de religión musulmana en un país de mayoría budista. Los
rohingyas están asentados en el estado de Rakhine, muy cerca de Blangadesh.
Myanmar reconoce a 135 etnias o grupos, y sin embargo no reconoce a los
rohingyas, que desde 1962 tienen la condición de apátridas y carecen de
derechos sociales o civiles. Llevan viviendo durante generaciones en Myanmar
pero no son considerados birmanos.
El hecho de sentirse proscritos y de sentirme completamente
marginados les llevó a organizarse para reclamar sus derechos. Surgió así el
Ejército de Salvación Rohingya de Arakan (ESRA) que muy pronto comenzaron
reclamaciones de manera violenta y algunos guardias birmanos fueron asesinados.
A partir de esto, el estado birmano los consideró terroristas. El 25 de agosto,
según varios testigos en los que se basa el informe de la ONU, el ejército
disparó indiscriminadamente sobre la
población civil, causando varios centenares de muertos. Ese día empezó el largo
éxodo hacia Bangladesh.

Para los birmanos nada de esto es cierto, pero la ONU considera que estamos ante un caso de ‘limpieza étnica de libro y ante una brutal represión’ y ha pedidoa al Gobierno birmano "a poner fin a sus crueles operaciones militares actuales, a rendir cuentas por todas las violaciones ocurridas y a revertir el patrón de la severa y extendida discriminación contra la población rohingya", así como a permitir a la misión de investigación un "acceso sin restricciones al país". Sorprende que hasta la propia premio Nobel Aung San Suu Kyi se haya mantenido ambigua en sus declaraciones, que haya dicho, por ejemplo, que no sabe la causa por la que huyen. Sorprende, asimismo, que hayan sido muchos (incluidas las autoridades católicas del país) los que han aconsejado al Papa (de visita estos días en Myanmar y Bangladesh) que no mencione la palabra rohingya, que por lo visto se ha convertido en ‘tabú’ para todos los birmanos, y que ocasionaría aún más violencia.

Hoy he intentado bucear en internet a ver si podía hacerme
una idea del problema. Lo admito: cada vez es más difícil conocer la verdad.
Las mentiras y las intoxicaciones son tan grandes que es complicado conocer cuáles
son los verdaderos motivos de esta persecución.
Haya o no haya violencia por parte de los rohingyas, lo
cierto es que una muchedumbre, una etnia, no puede ser castigada por culpa de
los que integran los grupos violentos o terroristas. De lo contrario, entramos
en la ley de la selva, y castigaríamos a toda la comunidad por los pecados de
unos pocos.
Se habla que el 60% de los refugiados que huyen son menores.
Acnur ha pedido aportaciones a la comunidad internacional para mejorar los
campos de refugiados, antes de que las enfermedades o el hambre hagan su
particular vendimia entre los más pobres y los más inocentes.
¿Pero a quién interesa el asunto rohingya?
El Dalai Dama ha pedido a la premio nobel birmana que
intente restaurar la paz, porque el “propio Buda habría ayudado a esos pobres
musulmanes”. Estoy seguro de que el Papa viaja a Myanmar y a Bangladesh
precisamente por esto. Y que, con toda la diplomacia y la prudencia vaticanas,
el asunto saldrá en las conversaciones y el Papa arrancará algunos compromisos
a los mandatarios birmanos y a los mandatarios bangladeshíes para llevar un
poco de esperanza y de socorro a las poblaciones rohingyas.
La tumba del cardenal Clemente Micara
En Santa María Sopra Minerva está también el humilde
sepulcro de uno de los más grandes pintores de la historia, fra Angelico,
también dominico.
La iglesia estaba en penumbra cuando yo entré. Al acercarme
al presbiterio, vi que una mujer salía de la sacristía. No sé por qué pensé que
no era ni una turista ni una parroquiana más, sino alguien de la casa. Y no sé
tampoco por qué tuve el impulso de preguntarle si sabía dónde se encontraba la
tumba del cardenal Clemente Micara.
- Creo responderle que sí, aunque hace ya algún tiempo que no
me detengo en esa capilla, pero me acompañe y ya veremos -me contestó.
Cruzamos a la nave
opuesta y directamente se encaminó hacia una pequeña capilla, situada en la
nave de la Epístola
y no lejos del presbiterio. Una capilla algo oscura. El acceso a la misma se
hallaba interrumpido por un lampadario donde no ardía ninguna lamparilla.
- “Ahí es, -me dijo. ¿Lo conocía?”
- Yo no le conocí, pero un fraile de mi colegio fue su asistente, y por la biografía de éste sabía que el cardenal estaba enterrado en esta iglesia.
Le di las gracias, y ella, discretamente, volvió sobre sus pasos.
El hermano Juan me ha traído hasta aquí –pensé- en esta
mañana luminosa del 19 de octubre de 2017.
El hermano Juan Vaccari pasó en el otoño de 1970 por la
escuela de Quintanilla de Arriba, buscando chicos que quisieran ir a su colegio
de Aguilar de Campoo. Era un hombre alto y apuesto, con su larga sotana negra,
y una boina que nada más entrar en la escuela estrujó entre sus manos. Cuando lo
tuvimos delante de nosotros, lo primero que hizo fue sacar una baraja de cartas
y hacer varios juegos de prestidigitación ante nuestros ojos incrédulos y
abiertos de par en par. Luego, repartió unas estampitas con el rostro de Luis
Guanella, y finalmente preguntó si alguno estaría dispuesto a ir a su colegio
de Aguilar de Campoo. Yo levanté la mano. Me hizo gracia su español
chapurreado, como el de un niño que empieza a balbucir palabras pero no sabe aún
hacer concordancias o conjugar correctamente los verbos.
A primeros de septiembre de 1971 yo entré de interno en el
colegio de los padres guanelianos de Aguilar de Campoo. Un mes después,
exactamente, el 9 de octubre, el hermano Juan Vaccari fallecía, un par de horas
después de sufrir un brutal accidente de coche a la altura de Osorno. No tuve
tiempo de conocerlo mucho, bien es verdad, pero su figura se quedó ahí, como una semilla prendida en mi cabeza y en mi corazón.
Desde entonces no he dejado de sentir curiosidad por su peripecia
existencial. Me interesé por su biografía, por sus diarios, y por las personas
a las que había encontrado, entre estas últimas estaba su eminencia el cardenal
Clemente Micara.

Un poco cabizbajo, pero también aliviado, el hermano Juan abandonó Roma y
volvió a los pucheros de la cocina de Barza. Poco después -y esto es un misterio- el cardenal lo reclamó.
Y el buen hermano Juan, de nuevo cabizbajo y más asustado, pero siempre
temeroso de Dios, volvió a Roma y a Palacio. El hermano Juan tuvo que desplegar
paciencia, caridad, misericordia, para atender y servir al purpurado.
El
eminente cardenal, por resumir, fue un instrumento de la Providencia para
aquilatar el carácter del pobre fraile. En los últimos años, la enfermedad
del cardenal puso al hermano Juan en una situación de enfermero las 24 horas
del día, asistiéndole en todas sus necesidades, las más humildes también. Todo
lo sobrellevó con heroica paciencia y con heroica caridad. Pero también el
cardenal creyó, quizás por primera vez en su vida, que alguien le podía enseñar
algo, cristianamente hablando. Es más, que el humilde y ‘analfabeto’ fraile
podía enseñarle bastante sobre fe y esperanza y caridad.
Por todo ello, cuando yo pensaba en la biografía del Hermano
Juan, adscribía al cardenal el papel de malo de la película: el puntilloso y
cascarrabias cardenal que atropella en su dignidad una y otra vez al hermano
Juan. Y sin embargo, el hermano Juan nunca se queja de él, si bien algunos
puntos suspensivos dan a entender que la vida a su lado no era precisamente un
vergel de rosas o una tarta de cumpleaños, especialmente al principio de su convivencia.


Estoy seguro de que el hermano Juan, allá en el cielo, donde siempre le he imaginado, habrá esbozado
una sonrisa a este pobre hombre, 'povero cristiano', diría Ignazio Silone, que hoy ronda los sesenta años y al que el el hermano Juan Vaccari conoció cuando era un niño de 11 en aquella escuela rural de Quintanilla de
Arriba.
lunes, 20 de noviembre de 2017
Zigmunt Bauman: Un mundo demasiado líquido.
A principios de 2017 moría Zigmunt Bauman. Lo descubrí tarde, en 2014, pero le leí con gusto y con interés. Tiempos líquidos, Esto no es un diario y Vidas desperdiciadas. Fue este último el libro que más me gustó. La sociedad líquida va dejando, a velocidad cada vez mayor, a muchas personas al margen, descartadas, vidas desperdiciadas porque, para los cánones actuales, son vidas sin valor, vidas inútiles. Su expresión ‘modernidad líquida’ es una de las mejores definiciones que se hayan hecho de nuestra época, de tal forma que no se pueda hablar de nuestro mundo sin apellidarlo ‘líquido’.
La ‘modernidad líquida’ describe un mundo contemporáneo en tal flujo que los individuos se quedan
sin raíces y privados de cualquier marco de referencia predecible.
"El hombre está huérfano de referencias consistentes". Bauman lo
proclamaba de sí mismo: "lo único sólido en mi vida es Janine, mi esposa
desde hace sesenta años". Sus obras expresaban la fragilidad de la
conexión humana en estos tiempos y la inseguridad que crea un mundo en constante
cambio.
"En una vida moderna líquida no hay vínculos permanentes, y cualquier cosa que ocupemos por un tiempo debe estar ligada libremente para poder desatarse de nuevo, tan rápido y sin esfuerzo como sea posible, cuando las circunstancias cambien", afirmaba Bauman. “El paso de la modernidad a la postmodernidad se caracteriza por una profunda crisis que provoca fuertes zozobras institucionales y personales y la sensación de que la vida es un tiempo desperdiciado. El Estado era en el pasado una referencia, una sólida estructura, que ha sido substituida por unas fuerzas globales que parecen surgidas de lado obscuro de la vida. Ahora todo es fluido y dura poco.
"En una vida moderna líquida no hay vínculos permanentes, y cualquier cosa que ocupemos por un tiempo debe estar ligada libremente para poder desatarse de nuevo, tan rápido y sin esfuerzo como sea posible, cuando las circunstancias cambien", afirmaba Bauman. “El paso de la modernidad a la postmodernidad se caracteriza por una profunda crisis que provoca fuertes zozobras institucionales y personales y la sensación de que la vida es un tiempo desperdiciado. El Estado era en el pasado una referencia, una sólida estructura, que ha sido substituida por unas fuerzas globales que parecen surgidas de lado obscuro de la vida. Ahora todo es fluido y dura poco.

Zigmunt Bauman. También su vida fue azarosa y líquida. Había nacido en Pozman en 1925, en el seno de una familia humilde, judía pero no practicante. En 1939, huyó a la Unión soviética, cuando los nazis invadieron Polonia. Se unió al ejército rojo como militar y fue profesor de sociología en la universidad de Varsovia. Pero la ola de antisemitismo que explotó en Polonia a raíz de la Guerra árabe-israelí de los Seis Días, le despojó de su rango militar, de la Universidad y de Polonia. Emigró a Israel, para finalmente asentarse en la ciudad inglesa de Leeds, en cuya universidad fue profesor y donde ha muerto a los 91 años.
Bauman se confesaba
un ‘pesimista esperanzado’, porque, según decía "yo no soy optimista pero tengo
esperanza. Hay una diferencia entre optimismo y esperanza. El optimista analiza
la situación, hace un diagnóstico y dice, por ejemplo, hay un veintinco por
ciento de posibilidades, etc. Yo no digo eso, sino que tengo esperanza en
la razón y la consciencia humanas, en la decencia. La humanidad
ha estado muchas veces en crisis, y siempre hemos resuelto los problemas. Estoy
bastante seguro de que se resolverá, antes o después. La única verdadera
preocupación es cuántas víctimas caerán antes. No hay razones sólidas para ser
optimista. Pero Dios nos libre de perder la esperanza”.

Fernando Arámburu hablaba de Zygmunt Bauman, de José Luis Sampedro, de Vargas Llosa y de Stéphane Hessel como de ‘avisadores’ de estos tiempos que giran entre el ilusionismo y la ferocidad: “Nuestros abuelos padecieron la guerra y sus consecuencias. Nuestros padres se mataron a trabajar. Los siguientes disfrutamos de la época más apacible en la historia de Europa, hemos arrasado con las provisiones de bienestar y a los chavales de hoy les hemos dejado el desorden y los desperdicios de la fiesta. Ah, y las deudas. Cada día están más lejos los jardines”.
lunes, 13 de noviembre de 2017
La mujer que no vio al mendigo.
En la película Rumbos, de Manuela Burló Moreno,
hay una escena que cada vez nos tocara ver con más frecuencia en la vida real.
En ella reparan los dos conductores de la ambulancia nocturna que recorre la
ciudad. Una mujer, a las 6 de la mañana, pasea a su perro. De pronto se acerca
adonde duerme un sintecho, y deja un poco de comida para el perro que acompaña
al mendigo. Al instante el mendigo se lo arrebata al perro y se lo come. La
mujer no ha visto al mendigo, sólo ha visto al perro. La mujer ni ha saludado
al mendigo ni le ha dado algo de comer. Sólo ha tenido ojos y corazón para el
perro. Los dos ambulancieros se quedan estupefactos. ¿Qué ciudad es esta donde
damos de comer a los animales y no a las personas, donde las personas no
merecen ni un hola, ni una mirada ni un trozo de pan? ¿Qué mundo es éste donde
los perros se convierten en los dueños de sus amos?
Parece que la directora de la película vio una
escena similar, en una noche cualquiera barcelonesa, y quiso trasladarla a su
película. Probablemente ésta sea una de las señales de la decadencia de nuestra
Europa: las personas después de los animales.
miércoles, 8 de noviembre de 2017
El humus cristiano en la obra de J. Jiménez Lozano
José Jiménez Lozano recibió hace unos días la condecoración
Pro Ecclesia et Pontifice, la máxima distinción de la Santa Sede para un
seglar. A primera vista, podría pensarse que los méritos del ilustre escritor
para tan alto honor estarían en su participación en las primeras Edades del
Hombre. José Velicia, Pablo Puente, Eloísa Watemberg y José Jiménez Lozano
constituyeron un estupendo cuarteto y dieron a luz a una forma de hacer
exposiciones que no se habían hecho con anterioridad antes. Las imágenes
guardadas durante siglos en iglesias y monasterios hablaron de nuevo y contaron
sus historias a los miles de visitantes. Y la gente, que quizás no sabe si una
obra es manierista o barroca, se dejó interrogar por esas imágenes que durante
siglos habían oído rezos y escuchado súplicas de tantos fieles.
Pero el servicio que J.J.L. ha prestado a la Iglesia no está
sólo en su faceta de ‘promotor’ de Las Edades, sino en su inmensa obra de
escritor, de escribidor, como le gusta decir. A él no le hace ninguna gracia
que les clasifiquen o descalifiquen como escritor católico, pero reconoce que
el humus que subyace en toda su obra es un humus cristiano, con toda su tradición
de grandes relatos del Antiguo Testamento y con el ‘novum’ que vino a traer
Cristo al mundo.
Empecé a leer a J.J.L. hace unos 30 años. Y comencé
precisamente con Historia de un otoño, una estupenda novela sobre el final del monasterio
de Port Royal. Un reducido grupo de monjas pagaron cara su libertad de pensar y
su desprecio de la corte y del mundo. Pero los libros que más me han influido han
sido sus diversos dietarios. Sus finas observaciones sobre “el junco pensante
que es el hombre”, y sus comentarios a lecturas, me abrieron los ojos a otras
formas de pensar y, gracias a él, yo pude conocer, por ejemplo, a Simone Weill.
En muchas ocasiones, el autor afincado en Alcazarén, ha
expresado su idea de que los buenos libros proporcionan una buena
compañía. A mí, ciertamente, sus libros
me han hecho mucha compañía. Por todo ello, José Jiménez Lozano tiene un altar
en mi corazón desde hace 30 años. Y ocupa, también, un amplio espacio en mi
biblioteca.
martes, 31 de octubre de 2017
30 de octubre: El Parlament de los cobardes.
Hay una noticia seria del día: la
normalidad en la aplicación del artículo 155 en Cataluña. Y hay otra noticia
surrealista o más bien de bajeza moral, si queremos hablar con propiedad .
Puigdemont y algunos de sus ex-consejeros huyeron de Barcelona a Marsella y allí
cogieron un avión hasta Bruselas, probablemente para pedir asilo político. El
parlament de los cobardes. Los que sacaban pecho, los que querían constituir
con su autoridad 'moral' la República Catalana, huyendo de noche, como vulgares
malhechores. Los que pedían a los ciudadanos afines que resistiesen en la
calle, los que pedían a los funcionarios que no obedeciesen al Estado represor,
huyen como cobardes, como gallinas con su cacareo asustado, como ratas en tiempos de naufragio. El supuesto capitán abandona el primero el barco, y pide a los grumetes que permanezcan en él.
5 de octubre: Inquietud por Cataluña
Pues así debería ser: permanecer en
el propio sitio. Pero los acontecimientos que se están produciendo en Cataluña
dejan poco espacio para la calma y para la serenidad. Las redes sociales
tampoco ayudan a ello, ya que solicitan nuestra atención y urgen nuestra
respuesta y nuestra reacción. Los bulos se hacen virales, y las mentiras
trending-topic. La verdad perece como se agostaba el trigo cuando se arrojaba
sal sobre los campos en aquellos castigos medievales. En un clima de vértigo y
de aceleración, es difícil hacer un hueco para la reflexión serena y para el
análisis sosegado. A golpe de emoción respondemos y a golpe de emoción
reaccionamos. La razón ha sido sustituida por el insulto, la descalificación
gratuita, la amenaza ruin y la bandera ondeada al viento. Nada que ver con el
examen, el diagnóstico y la medicina, es decir, nada que ver con las razones
razonadas.
Claro, alguno me dirá: ¿Y no es
bueno pronunciarse, definirse, decir aquí estoy en este campo, con esta
bandera? En estos mismos días hemos visto cómo se forzaba a muchos célebres
futbolistas a que se definiesen. Yo creo que solamente a las instituciones
públicas, a los partidos, se les puede exigir que digan dónde están y con quién
están. Hemos visto, en este campo, a no pocos tibios’. Algún partido y alguna
institución se situaban de perfil ante el conflicto, para que nada les moje ni
les salpique. Una vela a Dios y otra al diablo, la equidistancia exquisita y la
ambigüedad calculada. Éstos imploran el ‘diálogo’ como un mantra. Pero el
diálogo exige que ambas partes estén dispuestas a ceder en algo y a perder, por
el camino, parte de sus exigencias. Lo que pasa que quien exige diálogo no
puede poner condiciones inadmisables y contrarias diametralmente al derecho y a
las leyes que nos hemos dado.
¿Hay víctimas y hay verdugos en este
caso de Cataluña? Yo creo que sí. Y, sin duda, las primeras víctimas son esos
catalanes que no comulgan con el proyecto independentista, que han visto como
les ponen trabas para un ascenso laboral, que les hacen el vacío a sus hijos en
las escuelas, que les llaman charnegos o emigrantes, porque han nacido en
Extremadura o Andalucía. Pero que también, aunque hayan nacido en el Paseo de
Gracia, les tachan de no-catalanes simplemente porque no son de ‘de los suyos’,
de los que ahora tienen secuestrado al ‘Parlament’. Era curioso como algún
etarra era aclamado como un héroe por las calles de Barcelona, y alguna
cineasta de trayectoria intachable era insultada de ‘fascista’, que es el
término que utilizan los fascistas para todos los que no lo son.
Cuando se hacen los diagnósticos de
lo sucedido en Cataluña, muchos expertos hablan de tres factores determinantes:
una educación que se ha encargado de sembrar, desde las guarderías, el
desprecio a todo lo español y la descalificación de todo lo que no sea ‘catalanismo
excluyente’. Dos: unos medios de comunicación sectarios (especialmente la TV3)
absolutamente comprados y en constante genuflexión a la Generalitat. Y unos
mossos de esquadra ‘seleccionados, formados y adoctrinados’ según los intereses
del Govern. Es decir, desde hace décadas el nacionalismo excluyente ha ido
creando una ‘identidad del odio’.
Lo que llamamos fracturación social proviene
de una identificación acérrima con una ideología que nos impide ver a la
persona, y sólo nos interesa, para combatirlo y sentirlo como propio, su
postura política. Así las cosas, lo primero que se rompe es la convivencia
normal y pacífica entre los miembros de una familia, los trabajadores de una fábrica
y los amigos de toda la vida. Como perros sabuesos, se rastrea el pensamiento
del otro y, a partir de aquí, se le clasifica en amigo o en enemigo. Las masas azuzadas
por los políticos independentistas se han lanzado a las calles de Cataluña para
hacer su particular ‘insurrección. Y las masas, admitámoslo, casi siempre se
equivocan. Y además, suelen cambiar de bandera con cierta facilidad y cierta
frecuencia. Es el fenómeno de las banderas reversibles, como los aquellos
abrigos de dos colores que se pusieron de moda hace unos años.
Entre el griterío y el impulso irracional
es difícil escuchar la voz del argumento, el susurro limpio y frío de la razón.
Los griteríos excesivos no anuncian sino los futuros insultos. Las masas,
manejadas por el odio, son un arma que, en los inicios, puede contribuir a los
‘objetivos’ marcados por la ideología de turno, pero al final todo esto acaba
en un desorden estéril y en una violencia gratuita. Unos son los que azuzan,
pero otros, mucho más numerosos, son los que pagan los platos rotos. Y la
tragedia de un pueblo, todos lo sabemos, llega cuando la mayoría se equivoca.
No olvidemos nunca que una mayoría de alemanes siguió al Fuhrer, aunque luego
ni un solo ademán reconociera que había pertenecido al partido nazi.
¿Qué hacer en estos tiempos convulsos,
en estos tiempos de desasosiego y de agresividad creciente? ¿Se puede vivir
como si tal cosa, como quien oye llover? Difícil, sin duda. Pero hay que
intentarlo.
Permanecer en el propio sitio,
mantener el alma en el propio almario. No responder al fuego con el fuego, ni
al insulto con el insulto. Bajar el tono en el hablar. No afilar los dientes
sino dibujar la sonrisa. No responder con el odio a los que por su actitud se
hacen odiosos…
Y esto no es buenismo, sino inteligencia
cordial. Porque si yo también voceo, si yo también insulto, si yo también
prendo la mecha, si yo también ondeo mi bandera como una lanza, ya me he
colocado en el campo del que me insulta. Me ha llevado a su terreno.
Desear que se cumpla la ley, desear
que se haga justicia sólo significa eso: que la ley se aplique y que la
justicia (con sus ojos vendados de alta simbología) se imparta con fría
imparcialidad.
En estos tiempos recios, según la
expresión de Teresa de Jesús, no pueden abrirse las compuertas del
resentimiento, del rencor o del odio en nuestro corazón frente a los
resentidos, a los rencorosos y a los ‘odiosos’. Ni podemos saltarnos la ley ni
el derecho frente a los que se los saltan a diario.
Es tiempo de contención. En tiempos
de riada es cuando las compuertas deben permanecer firmes e inamovibles, ya que
de lo contrario se anegarían los campos, perderíamos los cultivos y vendría el
hambre y la miseria. El hambre y la miseria moral son los frutos inequívocos
cuando la convivencia se rompe y se abre un tiempo de espadas.
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