miércoles, 22 de agosto de 2018

18.- Un ángel cruza la noche.





  
El sol cae bruscamente en Kinshasa. A las 7 de la tarde ya es noche ciega. Una ambulancia del OSEPER arranca. OSEPER son las siglas en francés del programa de ayuda a los niños de la calle que los guanelianos tienen en el Congo (Obra de acompañamiento, educación y protección de los niños de la calle). En los barrios no hay alumbrado público. Pequeñas lámparas de petróleo interrumpen débilmente la oscuridad. Algunas sombras cruzan la calle. Cada noche la ambulancia, con su chófer, su enfermero y sus dos educadores sociales a bordo, patrulla la ciudad. Los chicos de la calle la esperan.
            Anoche, acompañé a este Equipo Móvil, como se le conoce. Muy pronto los misioneros observaron que los niños de la calle, por miedo, por vergüenza, por simple desconocimiento, difícilmente se acercaban al ambulatorio. Y cuando lo hacían, su estado de salud era deplorable. Así que los misioneros decidieron que les correspondía a ellos salir a su encuentro. Un 'ambulatorio ambulante', valga la redundancia. Al atardecer la ambulancia arranca y recorre la ciudad, haciendo varias paradas en plazas y parques, donde los niños de la calles merodean o se juntan para protegerse los unos a los otros.
         La ambulancia se detiene, y una nube de niños y adolescentes la rodea. Los educadores conocen a muchos chicos por sus nombres. Y estos les cuentan sus últimas trastadas, pero también sus problemas: esa lucha diaria por la vida, esa carrera dramática para sobrevivir a una mañana y a una noche.
            Más tarde, cuando la oscuridad y el silencio sean completos, los chicos se reunirán y dormirán pegados los unos a los otros para espantar el miedo y para hacerse fuertes ante la policía desconsiderada, ante las pandillas de desaprensivos, para las cuales divertirse a costa de los chicos de la calle es parte del ocio.
            El enfermero abre el botiquín y empieza las curas: las llagas, la herida en la cabeza, el corte del botellazo en el cuello, la dermatitis, la deshidratación, la gastroenteritis, la avitaminosis, el traumatismo en el codo... Una maleta llena de medicinas y un corazón lleno de consejos: tómate estas pastillas, lávate la herida, vuelve mañana a curarte, pásate por e ambulatorio, no hagas esto, no hagas aquello…
            Una chica ha sido detenida por insultar a un policía (versión del policía). Uno de los educadores se acerca a la comisaría, para solucionar el tema con unas monedas, porque de lo contrario la chica, 15 años, pasaría una semana en el calabozo a pan y agua (pero sin el pan). El educador me confiesa que hay un pequeño presupuesto dedicado a sacar a menores  del calabozo. Una práctica de corrupción próspera. La policía detiene, por motivos peregrinos, a algún chico de la calle y lo conduce al calabozo. Muy pronto, una ongd o una misión acudirán a la comisaría de policía a rescatarlo, y el importe significará un complemento a su magro salario. Los educadores no se atreven a romper esta praxis; no se aventuran a dejar a alguien una noche en chirona, por el riesgo grandísimo que eso supondría. ¡Y más para una chica!


            Toda la fauna humana se arremolina junto a la ambulancia: Chicos colgados, chicos colocados de ‘chanvre’ (marihuana y otras hierbas) o de pegamento. Chicas de la calle convertidas en prostitutas niñas. Fanfarrones de tres al cuarto, de gestos duros y mandíbula apretada, que me saludan chocando puño contra puño, y que, antes de que me dé cuenta, ya han metido su mano en mi bolsillo para birlarme cualquier cosa. Chicos pedigüeños que me señalan su estómago vacío, que me piden el anillo, la camiseta o las sandalias. Niñas adolescentes que se acercan, silenciosas, aplastadas, devastadas, indiferentes. Tienden la mano, y el enfermero entiende su necesidad y su demanda. Saca del bolsillo de su bata unos preservativos y se los entrega. Les pregunta qué tal están, qué tal la salud. Susurran un "bien', musitan un "vaya", esbozan una sonrisa, bajan la mirada o lanzan un suspiro. Y se pierden en la noche, en las calles, en los parques. Pasará poco tiempo antes que un hombre se les acerque y les entregue un billete arrugado, de escaso valor, por un momento de placer, ¿para quién?
        Niños, muchachos, adolescentes. A primera vista, parecen desafiantes o pendencieros, y hasta peligrosos. Serán suficientes unos minutos de encuentro y el intercambio de cuatro frases para darme cuenta de que no es tan fiero el león como lo pintan. Y como cualquier ser desprotegido y malquerido, el niño y el adolescente buscan tu palabra, la dirección de tu mirada, tu afecto y tu mano para despedirte y desearte buenas noches.
          La ambulancia arranca. Los niños saludan con jolgorio a la patrulla pacifica del Oseper. Probablemente, de los 10 millones de habitantes que tiene la ciudad de Kinshasa, las cuatro personas que forman el 'equipo móvil' son los únicos adultos de los que pueden fiarse. 
            La ambulancia blanca se aleja, pero volverá. Al fin y al cabo es el ángel de la guarda que cada noche cruza la ciudad.


Puentes: 25 años de una corriente solidaria. Kinshasa-R.D.del Congo, 2008.



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