Se nos repite, y con razón, que muchas personas sufren
pobreza energética. Apenas pueden calentar sus hogares en los largos meses de
invierno. Tienen que pasar con un braserillo o con un pequeño calefactor y
arroparse con mantas y cobertores. Y al lado de esta pobreza energética
bastante invisible, existe una exhibición de abundancia energética. Han
proliferado por doquier las terrazas de invierno que se pueden sostener gracias
a las chimeneas o quemadores instalados en ellas. Ocupan las aceras de
cualquier calle. La gente se sienta en ellas como si fuera pleno verano. En medio de estos gélidos días, ahí los vemos
disfrutando de un vino, una ración de jamón, un café o un cigarrillo. A primera
vista, parece un sinsentido. Tenemos las cafeterías calentitas, pero vamos a
sentarnos en las terrazas, donde la temperatura es de cero grados. Así somos de
contradictorios los humanos. Muchas personas no pueden encender una hora al día
la calefacción, mientras decenas de terrazas invernales tienen la calefacción
encendida todo el santo día. Calentamos las calles, cuando la gente no puede
calentar las casas.
jueves, 21 de febrero de 2019
miércoles, 20 de febrero de 2019
¿Alguien se acuerda del ébola?
¿Alguien se acuerda del revuelo nacional que se armó cuando
una ciudadana española se contagió de ébola? Un auténtico desmadre de
acusaciones, de improperios, de supuestos derechos, de supuestas negligencias,
de supuestas ineficacias. Pocas semanas después, la paciente abandonó el
hospital y pudo hacer vida normal.
¿Y alguien se acuerda del escándalo que montaron asociaciones
animalistas cuando las autoridades sanitarias decidieron sacrificar al perro
cuya dueña había contraído el ébola? Un despropósito que llevo a los propios
dueños de Excalibur (nombre del perro) a querellarse contra Sanidad y solicitar
una indemnización de 150.000 euros por "los daños morales provocados por el
sacrificio".
El ébola, una vez más (es una epidemia recurrente en África),
se declaró a primeros de agosto de 2018 en el noroeste de la República
Democrática del Congo. Desde entonces han muerto ya unas 550 personas, y han
sido diagnosticados y derrotados otros tantos casos. Los hospitales tercermundistas, los voluntarios,
los médicos y los misioneros, están haciendo lo que pueden, que no es mucho,
con más voluntad que recursos.
A la actual epidemia de ébola en Congo, se unen otras dos
epidemias, sarampión y cólera. ¿Pero alguien habla en España de esta epidemia? ¿No son acaso hombres y mujeres los congoleños
que mueren o que luchan en silencio contra el mal? ¿Era Excalibur más
importante y más valioso que cualquiera de los africanos que han muerto y que
morirán en las próximas semanas?
El jinete apocalíptico del ébola sigue cabalgado por tierras
del Congo ante la más absoluta indiferencia de todos.
miércoles, 28 de noviembre de 2018
Ordenación de Rubén en ‘modo abrazo’
Nunca antes había participado en una celebración
litúrgica en Casa Guanella tan radicalmente guaneliana. Ocurrió el pasado 25 de
noviembre en la parroquia San Joaquín de Madrid. Y el motivo fue la ordenación
diaconal y presbiteral del joven colombiano Rubén Vargas.
Hacía mucho que no veía a Rubén. Lo había
conocido en 2010 en Amozoc, México. Al día siguiente de mi llegada a la misión,
me acompañó a Puebla para conocer esta hermosa ciudad.
Este domingo me encontré de nuevo con él. El
cuerpo, torpe y cansado; el rostro, hinchado por la enfermedad. Y sin embargo,
en Rubén brillaba, esa mañana, una dignidad que, por humilde, era regia.
Alfonso Martínez me ha tenido informado todo
este tiempo de la enfermedad de Rubén, solicitándome oraciones y novenarios a
San Luis Guanellla y al Hermano Juan Vaccari. Y muchas veces me he imaginado a
Rubén, oscilando entre la tristeza terrible por la enfermedad y la alegría
rebosante por la curación. Isaías lo expresa hermosamente:
Yo pensé: «Ya no veré más al Señor
en la tierra de los vivos,
ya no miraré a los hombres
entre los habitantes del mundo.
en la tierra de los vivos,
ya no miraré a los hombres
entre los habitantes del mundo.
Pero también
Me has curado, me has hecho revivir,
la amargura se me volvió paz
cuando detuviste mi alma ante la tumba vacía
y volviste la espalda a todos mis pecados.
la amargura se me volvió paz
cuando detuviste mi alma ante la tumba vacía
y volviste la espalda a todos mis pecados.
Nada más comenzar la eucaristía –la iglesia
llena y con nutrida participación de personas con discapacidad, de sacerdotes y
religiosas y de colombianos- el obispo auxiliar de Madrid, Mons. José Cobo,
manifestó su alegría por “estar en una parroquia experta en abrazos y besos”. Y
lo expresó con un tono gozoso y lleno de sentimiento. El tono del pastor.
La palabra ‘abrazo’ y la actitud ‘abrazo’
marcarían el resto de la liturgia. Una liturgia, eso sí, con un protocolo algo
caótico, en parte debido a la precipitación de la ordenación, apenas fijada
unos días antes, y en parte debido al estilo ‘manga por hombro’ de los
guanelianos. Es verdad que la doble ordenación complicaba el rito, aunque también es cierto que pocos sabían cuando debían intervenir. Los curas que rodeaban al
obispo, incluidos el General y el Provincial de los guanelianos, hacían de
maestros de ceremonias, pero en verdad dudaban de cuándo se debía recoger la
mitra o el báculo, cuándo debía aparecer en el ambón el lector, o cuándo se
debían acercar los óleos. Por no saber, los intervinientes trabucaban la
palabra ‘presbítero’. Todo eran recaditos entre los acólitos y de estos con el
Obispo. No había nada de la belleza litúrgica benedictina. Todo era protocolo guaneliano.
Pura ‘Arca de Noé’.
Pero la palabra ‘abrazo’, decía, marcó la
jornada. Yo creo que todo el mundo, interiormente, se puso ‘en modo abrazo’.
Sobre los abrazos de Dios a los hombres y de los hombres entre sí versó la
homilía.
Abrazos conmovidos y conmovedores al
neosacerdote. Especialmente el de sus cohermanos, que tanto habían luchado para
que desde la curia madrileña se diese el visto bueno a la doble ordenación. Se
nos aseguró también que el cardenal Osoro había dado todas las facilidades,
teniendo en cuenta la excepcionalidad del caso.
Abrazo especial el que recibió Rubén de José
Antonio, con discapacidad mental. José Antonio estaba revestido con alba
blanca. Todos conocen su afición a hacer de monaguillo. Cuando el nuevo
presbítero recibió el abrazo de los sacerdotes presentes, también José Antonio
se acercó a abrazarlo.
A abrazo sonaron las palabras de gratitud de
Rubén que, con entereza y dignidad sacerdotal, pronunció al final de la misa:
gracias a Dios, a sus padres, a la congregación de los Siervos de la Caridad, y
a todos los presentes. La última palabra de su breve alocución fue
‘misericordia’. Curiosamente en su casulla recién estrenada estaba bordada la
imagen del Cristo de la Divina Misericordia.
Abrazo fue la emotiva carta que desde Caracas
envío la hermana de Rubén y que fue leída al final de la comida. Fue en este
momento, cuando vimos a Rubén verdaderamente emocionado hasta las lágrimas.
Abrazos efusivos y besos gordos y lágrimas a
flor de piel –y no de ritual protocolario- en la interminable fila que se
acercó al besamanos del nuevo sacerdote.
Abrazo fue la cualificada presencia del
Superior General, del Provincial, de los sacerdotes guanelianos llegados desde
Colombia y México y desde Palencia. Subrayaron así el carácter excepcionalmente
‘guaneliano’ de esta ordenación.
Abrazo fue el hecho de que a la una de la
tarde, mientras en Madrid se iniciaba la eucaristía, en todas las comunidades
del mundo guaneliano se hiciera un momento de oración por Rubén.
A Abrazo sonaron las canciones que entonadas
por José Antonio y por Rosy, ambos de la Villa San José, y guitarreadas por el
animado Alfonso Martínez, lograron crear un ambiente de familia, en una
sobremesa distendida y de fiesta mayor.
El genio del cristianismo, según la expresión
de Chateaubriand resplandeció en la pequeña iglesia de los padres guanelianos,
en Madrid. Un cristianismo que pone en el centro de su vida y de su historia la
debilidad, la enfermedad y el sufrimiento humanos. Monsieur Pascal nos sigue
recordando que lo ‘verdaderamente natural del cristianismo es la enfermedad,
porque es en ese momento donde cada ser humano es como debería ser siempre”.
La ceremonia de ordenación de Rubén está ya
en los anales de la historia de esta pequeña congregación, experta en abrazos y
besos a personas frágiles, a personas insignificantes e invisibles para la
sociedad. Los guanelianos saben que el ‘centro’ está en otros lugares, allí
donde se juega la dignidad del ser humano, a secas y sin adjetivos. El ser
humano en su impresionante y terrible desnudez, sin los ropajes del rango
social, de la salud, del estatus económico, de la fuerza, de la inteligencia y
de la belleza.
Oportunamente o por un guiño de la
Providencia, el domingo pasado se celebraba la fiesta de Cristo Rey. El hombre está
hecho a semejanza de Dios, pero un Dios ante Pilato, un Dios azotado y
maltratado, un Dios en los umbrales de la muerte. Allí reina Dios y con él
reina la fragilidad y la debilidad de este mundo. El genio del cristianismo.
jueves, 22 de noviembre de 2018
La lógica de los Campeones
Cuando después de una final de infarto entre el equipo Los
Amigos, de Madrid, contra el equipo Los Enanos, de Canarias, éste se proclama
campeón, el entrenador de Los Amigos se siente hundido y apesadumbrado y se
queda ahí, en medio de la cancha, perdido y avergonzado, mientras sus pupilos
se funden en un abrazo con los campeones, bailan, cantan y se divierten a lo
grande repartiendo felicitaciones y enhorabuenas por doquier. Estoy hablando de
la película Campeones de Javier Fesser que había dejado pasar en su momento y
que he visto ahora.
El entrenador –Javier Gutiérrez- se siente normal, y lo
normal es hundirse cuando en el último segundo se pierde una final. En cambio,
los jugadores son especiales –y por supuesto el entrenador los considera
no-normales- y para ellos lo lógico es disfrutar, pasarlo bien, felicitar al
contrincante de corazón y vivir cada momento con dicha y alegría.
Muy probablemente, esta comedia está haciendo más por la
normalización de las personas con discapacidad que cien discursos y cien
campañas de sensibilización.
Campeones no pone el acento en el drama de la discapacidad y
en las historias de marginación de estas personas, sino en los dones y
cualidades que estas personas tienen. Para dar y tomar. Quizás por ello en
muchos ambientes, se les llama ‘personas con capacidades diferentes’. El perdón, el olvido de las afrentas, la no
discriminación, el buen humor, la sinceridad, la valoración de cada persona por
lo que en cada momento es y no por su rango o procedencia, son dones muy suyos.
El mismo título de la película no nos remite a un resultado de un partido de baloncesto, si no a un resultado en la vida de cada día: son auténticos campeones en muchas cosas y en muchos saberes.
Su comportamiento responde a una lógica sencilla y natural,
que al resto resulta difícil entender. Tienen su malicia y su picardía, pero en
ellos resplandece aún la inocencia, esa bendita infancia que dura tan poco a
los llamados ‘normales’. Estas personas con capacidades diferentes no admiran
en el otro ni la inteligencia, ni la belleza, ni la clase social, ni la
influencia, solo la bondad y los detalles en que esta se expresa. Y, al igual
que los niños, tienen el don de leer el corazón del otro y, por lo tanto,
empatizan o no con la persona que tienen en frente. Hasta el don de hacer
travesuras, que es un don propio de la infancia, ellos lo tienen en abundancia.
El trato con estas personas puede ser muy complicado o muy
elemental. Depende en gran parte de nosotros. Nosotros, en cambio, nos
esforzamos para que entiendan nuestra lógica de pensar y de hacer. Pero
probablemente seamos nosotros los que tenemos que pensar y amar desde su
lógica. La lógica de la sencillez y de la bondad, que los que nos creemos ‘normales’
hemos perdido por el camino. Así todo será más sencillo. Sólo así, como en la
película, seremos los destinatarios de sus abrazos y de su cariño.
miércoles, 21 de noviembre de 2018
Redes sociales: Felicidad permanente. Permanente cabreo.
El estado de permanente felicidad personal y el estado de
permanente cabreo con la sociedad son, a mi modo de ver, las dos corrientes más
caudalosas de las redes sociales, por ejemplo Facebook. Continuamente se suben
fotos y selfies en los que aparecemos nosotros –y nuestros amigos o familiares-
completamente sonrientes o disfrutando de la vida, de un viaje, de una buena
comida, de un buen vino, de una buena ropa, de una fiesta, de un cumpleaños. Lo
que no es felicidad y sonrisa permanentes no aparecen en Facebook. Somos
personas maravillosas y llenas de dicha. Y con nosotros lo son también nuestras
parejas, nuestros amigos y nuestras mascotas. Fotografiarse con nuestro perro
es un plus a la felicidad permanente. Se ha dicho últimamente que los selfies
aumentan el narcisismo. Y el narcisimo no es sólo malo porque nos puede hacer
creer que somos los más guapos de la red, sino porque podemos llegar a pensar
que también somos los más honrados, los mejores, los más solidarios, los más
cabales y los más sabios.
Por otro lado, cuando uno abre una red social, aparece
continuamente una corriente tumultuosa de cabreo, de indignación, de
descalificaciones, de insultos. Indignados contra los políticos que son unos
corruptos, unos sinvergüenzas y unos desalmados. Indignados contra las
Instituciones del Estado, porque siempre funcionan mal. Indignados contra las
personas públicas porque o son muy ricas, o son muy famosas, o gastan mucho o
han dicho esto o han dicho lo otro. Indignados contra los empresarios porque
nos explotan, los maestros porque son bastante cazurros, los policías porque
son contundentes en las manifestaciones, los funcionarios porque no dan ni
golpe …
Las redes sociales se han convertido en ventiladores de
excrementos. Aún a sabiendas de que un buen número de noticias son falsas o están
manipuladas –las fake news- las compartimos con toda la ligereza y añadimos
algún improperio o algún insulto a los que ya están recogidos en el artículo o
en el pie de foto. Si toda esta energía que dedicamos a desparramar la mierda
ajena, la utilizásemos en compartir las noticias de bondad y de belleza (que
también las hay y muchas en las redes sociales), las cosas mejorarían y nos
mejorarían.
El hacer crítica con argumentos es un buen ejercicio que
ayuda a la propia sociedad, pero el insultar por insultar y el descalificar por
descalificar, ¿para qué sirve? Sobre todo, porque cuando nos erigimos en
constantes jueces de los demás, al mismo tiempo nos estamos autoproclamando
como modelos de honestidad.
Tengo la sensación de que nos creemos infinitamente mejores
a la media de la sociedad, porque de lo contrario, si pensásemos que también
nosotros no damos el cien por cien en el trabajo, o somos mezquinos con nuestros
familiares, o vamos por interés con ciertos amigos, o nos lanzamos a la yugular del compañero más
débil, o no nos privamos de nuestra mala leche ante nuestros amigos y vecinos,
muy probablemente no iríamos emitiendo juicios tan severos y tan injustos sobre
el resto del mundo.
Somos un país de indignados. Pero la indignación sólo debería
durar cinco minutos. No más de cinco minutos. Pasados estos, lo que toca es
proponer y arrimar el hombro. Con total naturalidad nos quejamos de los sucias que están las ciudades y nos indignamos contra los
recortes en limpieza o en jardinería, pero luego tiramos la bolsa de patatas al
suelo, las colillas o el bote de cerveza, pisamos el césped y damos una patada
al macetero de la vía pública. ¿En qué quedamos?
Proponer significa pensar qué puedo hacer yo para mejorar
algunas de las situaciones que me parecen injustas. Arrimar el hombro significa
actuar para que algo funcione un poquito mejor. Hay una diferencia entre el que
se queja a voz en grito de los pocos recursos que el Gobierno dedica a los más
vulnerables, y aquel que, aun siendo consciente de esto, dedica un par de horas
a la semana al Banco de Alimentos. Y así sucesivamente.
En las redes sociales oscilamos entre la imagen ideal de
cada uno y la imagen grotesca de la sociedad. Ni lo uno, ni lo otro. Ni
nosotros somos el ciudadano modelo ni la sociedad –y cada uno de los que la
componen- es tan desastrosa como queremos dar a entender.
martes, 20 de noviembre de 2018
Las cenizas del califato, de Mikel Ayestaran
Mikel Ayestaran es un periodista
y escritor vasco, afincado en Jerusalén. En su libro Las cenizas del califato
nos ofrece la visión dramática y calcinada que ha dejado el autoproclamado Estado Islámico a
su paso por Irak y Siria durante los años que van de 2013 a 2017. Las cenizas y los escombros de las ciudades y
pueblos visitados son la imagen certeza para representar a los sufridos irakíes
y sirios reducidos por el EI a escombros y cenizas.
La invasión de Irak por parte del
Ejército de los Estados Unidos en 2003, y la consiguiente defenestración de
Sadam Hussein, está, para el autor, en el origen de los movimientos extremistas
surgidos a partir de ese deseo de vengarse por la humillación sufrida. Por
otro lado, los movimientos insurgentes de oposición contra el presidente sirio
Al Asad, como un episodio más de la Primavera Arabe, fueron vistos con un
cierto agrado por parte de Occidente. Pronto se demostró que esta oposición era
de un islamismo extremista que iba a complicar mucho las cosas en la región.
Por otro lado, tenemos a Irán, imperialista, que ha aprovechado la situación de
caos y la ‘lucha contra el terrorismo' del EI, como una oportunidad única para
influir en la región. Irán, de mayoría chiita, está muy interesada en acaba con
los suníes, mayoría en Irak y Siria. Para muchos el Estado Islámico habría sido una creación
de Teherán para debilitar a los suníes y, con la excusa de 'luchar contra el
terrorismo', destrozar las principales ciudades suníes. Irán es la gran
incógnita en la era pos-califato. Y no olvidemos a Turquía que también se involucró apoyando a grupos rebeldes que actuaban en Siria y que ha sido acusada de hacer negocios petrolíferos con los combatientes del Estado Islámico.
No hay que olvidar tampoco que en
muchos pueblos y ciudades la aparición del EI fue saludada con entusiasmo y que
recibió grandes apoyos de la población, quizás creyendo que era una respuesta
radical a los gobiernos claudicantes ante la política occidental.
El autor se hace la misma
pregunta que nos hacemos todos: ¿Cómo es posible que la llamada por parte del
EI a los jóvenes del mundo entero para que se unieran a su lucha contra los
infieles o contra los musulmanes blandos tuviera tanta respuesta? Se calcula
que más de cuarenta mil voluntarios llegaron de todas las parte del mundo,
muchísimos de ellos de Estados Unidos y de Europa? ¿Qué buscaban? ¿Qué
desesperación sentían en sus vidas para lanzarse de cabeza al precipicio? ¿Se
sentían huérfanos y sin ideales y el Estado Islámico les ofreció una 'familia fuerte' y un
ideal por el que luchar y morir?
¿Y cuál es su situación ahora en
el post-califato?. Una frase me llama la atención: “Los mandos kurdos, y también
las fuerzas francesas e inglesas, disponían de una lista de combatientes
extranjeros, con sus nombres y fotografías, a los que tenían la orden de
eliminar porque, en caso de detenerlos, “sus países de origen no los querrían
de vuelta”.
Otro momento que el autor no
olvida es cuando el líder del EI Bakr al Bagdali hace un llamamiento para que
los voluntarios permanezcan en sus naciones y desde ahí cometan los atentados
terroristas que puedan para matar a los infieles. La respuesta no se hace
esperar. En enero de 2015, los periodistas de Charlie Hebdo caen bajo las balas
asesinas de los radicales. Sucederán atentados en Niza, Estambul, Orlando,
Barcelona, Bruselas… sembrando el pánico en el mundo entero. El EI asegura a
los terroristas la entrada directa en el paraíso y el disfrute sin trabas de
bellas mujeres.
Mosul, Palmira, Faluya, Tikrit,
Alepo, Deir Hafer o Akerbat son algunas de las ciudades que han estado en la
mente y en el corazón de todos desde hace años. Formaron parte de las ciudades
conquistadas por los soldados del Estado Islámico y en ellas se implantó un
régimen de terror de los más aberrantes que se hayan conocido. Todos hemos sido
testigos del éxodo de millones de refugiados irakíes y sirios que abandonaron
sus casas y llamaron dramáticamente a las puertas de Europa.
El autor visita Deir Hafer, tras
ser liberado del EI, y se detiene en la Plaza de las Decapitaciones. Cuando los
combatientes del EI conquistaban una ciudad instalaban en una plaza una jaula
de barrotes donde metían a los presos, para que estuvieran a la vista de todos.
Les dejaban cocerse de calor en verano y de frío en invierno. Y cuando les
sacaban de ella, era para decapitarlos. Luego, crucificaban los cuerpos
decapitados durante tres días, como una clara advertencia para todos.
En las pizarras de las escuelas
escribían: “Los apóstatas son aquellos que aplican leyes que no son las de
Alá”. Prohibieron también vacunar a los
niños porque aseguraban que la enfermedad sólo atacaba a los musulmanes blandos
o a los infieles. Sólo – recuerda un médico- cuando sus propios hijos enfermaron,
las volvieron a permitir.
El califato ha sido prácticamente
derrotado, pero no así su semilla que brotará cuando menos se espere, ya que
los intereses de grupos de poder son muchos y, además, se da la casual fatalidad de que no pocos ciudadanos comulgan con esta manera radical de ver la vida o, mejor, de ver la
muerte. Muchos familiares de combatientes del estado islámico no podrán ya
vivir en sus poblaciones porque serían eliminados inmediatamente. Muchos de
ellos han huido; otros tantos han sido recluidos en un lugar indeterminado.
Pero el sentido común y la
Historia nos dicen que no han sido los creyentes musulmanes los que han creado
el Estado Islámico. Han sido los intereses políticos, los intereses de partidos
o de naciones enteras los que se han servido de la religión para conseguir sus
objetivos políticos o militares. La fe islámica extremista es el barniz con el que han
pintado sus intereses más criminales e inconfesables. Esto se ha visto a lo
largo de la historia. Y aquí en Irak y en Siria ha tenido lugar el último
episodio de una guerra santa, que no lo es. Ni mucho ni poco ni nada.
jueves, 15 de noviembre de 2018
Las botas florecidas de mi amigo peregrino
Mi amigo peregrino C. de Y. vino hace unos días a
verme al pueblo. Por la mañana salimos al campo. Recorrimos los 8 kilómetros
que, a la vera del río Duero, separan Quintanilla del monasterio cisterciense
de Santa María de Valbuena. De regreso a casa, C. de Y. comprobó que las suelas
de sus botas peregrinas prácticamente estaban desechas. El caucho tiene un
tiempo de vida, me comentó. Había llegado el momento de tirarlas a la basura.
Conocí a C. de Y. a principios de junio de 2000, en
Roncesvalles, cuando ambos nos disponíamos a recorrer el Camino de Santiago.
Fue un flechazo de amistad a primera vista. Juntos atravesaríamos montañas y
valles, cruzaríamos puentes, visitaríamos catedrales y museos, sudaríamos la
gota gorda, compartiríamos la comida y el café. Y lo que es más importante
charlaríamos de lo humano y de lo divino durante los 26 días que duró nuestra
peregrinación. Cuando llegó el momento de decirle adiós en Santiago de
Compostela, después de que el incienso del botafumeiro perfumase nuestros
cuerpos cansados y nuestras almas limpias, busqué unas palabras para
agradecerle su compañía, el hermoso regalo de su compañía, pero sólo fui capaz
de decirle esto: Gracias por ser mi bordón de ánimo.
Nos despedimos con un abrazo que rondaba las
lágrimas. Pero yo sabía –los dos sabíamos- que la amistad no iba a ser flor de
un día, sino árbol plantado junto a la acequia que da frutos y promete sombra
por luengos años. Y así fue. Una larga amistad nos une. Amistad de conversaciones
y de visitas, de confidencias y de risas, de desahogos del alma y de borbotones
de carcajadas.
Siempre es una fiesta encontrarme con C. de Y. La
alegría, el buen humor, la chispa luminosa en el hablar siempre me han parecido
regalos del cielo. La alegría embellece el rostro, pero aún embellece más el
alma. Y C. de Y. la tiene. Pero la suya no es la alegría huera del chistoso, ni
la alegría espesa de quien ha se ha pegado un par de tragos. Es la suya la
alegría de quien encuentra una fuente fresca en un día de sed y de quien halla
un trozo de pan sobre la mesa en una jornada de hambre. Es la alegría también
de quien quiere y se empeña por seguir perteneciendo a la tribu de Jesús de
Nazaret, portador de una Buena Noticia. Y también esta fe compartida, con
alegría y sencillez, es una de las cosas que más me unen a C. de Y. Rezar
juntos un avemaría mientras caminamos o recibir un whatsapp de buenas noches
implorando sobre mí la bendición de lo Alto, no tiene precio. Aun cuando, a
veces, me habla de cosas serias, de alguna pena gorda, de un mal momento, C. de
Y. conserva una suave alegría, una serena sonrisa: la esperanza de quien cree
que nunca se puede dar nada por perdido del todo. Las cenizas siempre esconden
un rescoldo que descubrimos a la mañana siguiente en el hogar.
En 2017
decidí volver al Camino. Esto es lo que apunté al final de la etapa que de
Roncesvalles me llevó hasta Larrasoaña: “Pero mi primer pensamiento nada más
salir del albergue a la intemperie ha sido para C. de Y. Lo he buscado con la
mirada. He recorrido el espacio que tenía ante mí, pero ahí no estaba C. de Y.,
mi leal compañero del Camino de 2000, ese peregrino cuya mano estreché en esa
primera mañana de Camino y que me acompañaría con dulce, chispeante y alegre
compañía hasta Santiago. Buscaba a C. de Y. o, por lo menos, a otro C. de Y. Pero
mi corazón, ya desde los primeros pasos dados en Saint Jean Pied de Port, sabía
que en este Camino ya no habría otro Carlos. Yo no era el mismo de hace 17 años
y el Camino no era, ni mucho menos, el mismo del año 2000. En esos primeros
minutos de la mañana, a la luz incierta del alba, por este bosque incierto de
Navarra, mis labios intentaban hacer síntesis y resumen de estos sentimientos
de orfandad que yo estaba experimentando. Y lo lograron, aunque no sé si lo
acertaron: “Ya no quedan C. de Y. en el Camino”. Era, sin duda, una conclusión
temeraria, exagerada quizás, pero el corazón tiene razones que la razón no
conoce”
C. de Y. pasó dos días soleados del último
septiembre conmigo. Poco después de volver a su casa y a su familia, me envío
una foto: Las botas inservibles de su peregrinación las había colocado sobre
una piedra del patio de su casa. Y las había llenado de flores. Las botas
florecidas de mi amigo peregrino son una imagen y una metáfora. Hay personas en
nuestra vida que nos roban el aire y nos agostan el ánimo. Pero existen
personas también en cuya presencia nos sentimos florecer. Su compañía nos da
aire fresco, descarga el fardo de nuestro corazón, transforma nuestra pena en
risa y, sobre todo, nos mejora. Hay compañías que agostan nuestro ánimo, como
el calor agosta la hierbecilla en verano. Hay compañías que hacen brotar y
florecer el jardín de nuestra existencia. Para mí, esas botas florecidas son
una imagen certera de mi amigo peregrino.
viernes, 9 de noviembre de 2018
Cavilaciones y melancolías, de José Jiménez Lozano
También en Silos ha resonado la
voz de José Jiménez Lozano, a través de su libro ‘Cavilaciones y melancolías’.
Es el último ‘diario’ que sale a la luz y que recoge los años 2016-2017. Desde
que cayó en mis manos Tres cuadernos rojos, los diarios de Jiménez Lozano han
sido algo importante en mi vida de lector. El autor recuerda a menudo que lo que busca
únicamente con sus libros es que hagan compañía a un pequeño grupo de lectores
(no creo que seamos mucho, sinceramente, aunque muy fieles). En mi caso esto se
ve cumplido con creces. Me ha hecho mucha compañía. Pero también -y esto no se
lo agradeceré nunca lo suficiente- me han abierto a nuevas lecturas como Simone
Weil o Willa Cather.
Son muchos los temas que aparecen
en sus diarios, reflexiones sobre literatura, religión, arte, paisaje o amigos.
En sus últimos diarios sigue con creciente perplejidad el desprecio de Europa
hacia el cristianismo:
“Un amigo de USA que tiene
excelentes relaciones de amistad y trabajo intelectual con islámicos me dice
que éstos se muestran perplejos de su poder de atracción, mayor incluso que el
odio y el desprecio de Europa al cristianismo, y en la inconsciencia, sin
embargo, de que esta misma atracción no deja de resultar una enorme y seria
burla a la Ilustración y a la Modernidad y a los alegres nihilismos en los que
la propia Europa dice confiar y ha impuesto. Realmente es para quedar pasmados”
Para mí Jiménez Lozano ha sido
siempre un ‘avisador’, en el sentido de que su escritura nos avisa sobre lo por
venir, e ilumina el camino oscuro por el que nos estamos adentrando,
advirtiendo de las trampas y los peligros. Ya hace muchos años que nos viene
avisando que lo ‘políticamente correcto’ es una auténtica dictadura, algo que
comprobamos cada día con mayor tristeza.
“Ni la peor tiranía fue nunca el
horror que ha han sido los dos grandes totalitarismos del próximo pasado, pero
la tiranía sobrevive en la llamada ‘opinión pública’ o imperio de la multitud,
cuyos pensares y sentires son fabricados por los que el señor Stalin llamaba
“ingenieros de almas”, y la única expresión libre y sin límite, hay que
repetirlo, será la que coincida con ese pensar y sentir de la multitud
condicionada por tales ingenieros de almas o cazadores de mentes a quienes
tornan exactamente en “mente capti” o mentecatos. Y Dios nos libre del poder
estos individuos “mente captores y “mente capti”.
“Pero la ética que se exige a un
político no es una ética sino el doctrinarismo de lo “políticamente correcto”,
y no se le permite decir lo que piensa y siente y lo único que no se exige de
él es que piense y obre en relación con el bien común, sino con lo que quiere
un público adoctrinado”.
En una de sus páginas aparece la
figura de Luisito de Pozaldez. Era un pobre que recorría los pueblos de
Valladolid y Segovia, y que yo aún llegué a conocer en mi primera infancia
cuando pasó por Quintanilla. Cantaba coplas surrealistas y recitaba poemas para
bendecir a las gentes. Su presencia y su alegría eran un pequeño acontecimiento
allí por donde pasaba. Aún en el subconsciente de las gentes, yacía la idea de
que un pobre era nada menos que un pobre y, por lo tanto, alguien digno de
respeto.
“Un pobre, en mi adolescencia,
todavía era alguien y hasta mucho; se pensaba que su oración era más escuchada
y, si entraba en la escuela, como pasó a veces, nos poníamos de pie como cuando
entraba el señor alcalde, o el señor Inspector de Enseñanza. Y una vez que conté
esto en una reunión, me dijo una señora de la aristocracia francesa: “Usted se
queja de sus límites, pero ha recibido una educación aristocrática, sin
saberlo”
A propósito de un documental
sobre la construcción del bellísimo monumento del Taj Mahal en la India, en el
que se dice que todos los recursos de la región fueron a parar a la
construcción de este mausoleo y que esa ‘belleza’ fue la causa de mucha hambre
y mucha desdicha.
“Lo que no puede ser es que la
belleza, el arte, la cultura entera y la ciencia sean pagadas con el hambre y
toda clase de sufrimiento ajeno; pero tampoco las construcciones sociales ni
políticas, y entonces pienso en el señor Stalin confiscando la producción
entera de los campesinos y condenándolos al hambre –e incluso cercándolos para
que no pudieran escapar ni pudieran ser
ayudados- y dirigiendo todos los alimentos y el dinero a la industria de la
guerra. Los dioses de la ideología y del dinero nos hacen perversos o nos
idiotizan, pero, así y todo, podemos negarnos y debemos negarnos a su imperio
en este mundo. Nuestro único deber, en efecto, es ser ateos de estos dioses”.
El autor cree que hay una
similitud entre los tiempos finales de Roma y los tiempos actuales que vivimos
en Europa. Tengo la sensación de que hoy repetimos al pie de la letra la
expresión de Teodoreto:
“La tragedia del final de Roma es
lo que decía el rey bárbaro Teodoreto, que los romanos idiotas querían ser
bárbaros, pero ellos, los bárbaros listos, querían ser romanos”.
Y el recuerdo también de algunas
personas muy queridas por el autor, por ejemplo Eloísa Wattemberg. Ambos habían
colaborado en las primeras muestras de las Edades del Hombre.
“Somos bastante estúpidos cuando
confiamos en el tiempo del mañana más próximo, y más en estos años nuestros;
pero estamos hechos así. Aunque también sabemos que una última palabra es un
consuelo, y yo tenía por Eloísa una gran consideración, respeto y afecto. Por
esto la encomiendo, como me encomendaría a mí mismo, a la memoria de Dios,
porque nos mantiene el ser para siempre”
martes, 9 de octubre de 2018
Mirar como el hermano Juan
Son las 6 de la mañana. Al
despertarme, compruebo que es 9 de octubre. Cambio la foto del perfil del
WhatsApp (una foto de caramelos). Y me doy un consejo para toda la jornada: ”mirar como el hermano Juan
miraba”.
¿Qué nos queda a los que
estudiamos en “los italianos’ de Aguilar de Campoo? Aparte de un montón de
recuerdos, de anécdotas y de rostros, nos queda la altísima figura moral del
Hermano Juan.
Hoy, hace 47, en un desgraciado
accidente de tráfico, se acababa la vida de un hombre bueno. Tenía apenas 58
años. Pero ya había vivido una vida plena. Porque la existencia de la buena
gente es siempre plena. Aunque se nos diga lo contrario: que hay que vivir mil
situaciones límites y embarrarse en todos lodos, para así decir que uno ha
vivido todo, ha probado todo y ha tenido ‘mil experiencias’.
El hermano Juan Vaccari
(1913-1971) fue un hombre justo. Un hombre bueno. ¿Pero qué significa ser un
hombre justo? Para mí es quien hace más llevadera la vida a los demás, quien
nos conduce hacia lo mejor que hay en nosotros, y quien nos recuerda, con su
testimonio, que ante todo lo que nos sucede en la vida, podemos optar por la
alegría o por la amargura, por la ira o por la mansedumbre, por la rabia o por
la serenidad, por la compasión o por la indiferencia, por el amor o por el
odio. Las personas justas no ‘obligan a los demás a ser buenos por la fuerza’. Somos
nosotros los que nos sentimos mejorados por su presencia y su compañía, y nos
sentimos empujados a imitarlos, a repetir sus gestos de bondad y de bien.
El hermano Juan, tantos años
después, sigue ejerciendo una influencia benéfica sobre mi vida, tan lejana de
la suya en tantísimos aspectos.
Ya fuese en las cocinas de Barza
(Italia) donde durante recién acabada la Guerra Mundial tuvo que ingeniárselas
para preparar un plato de sopa aguada para los seminaristas. Ya fuese en los
pomposos salones del Palacio de la Cancillería en Roma, donde tuvo que ejercer,
con paciencia sin límites, de sirviente del cardenal Micara. Ya fuese en las
escuelas y parroquias de la Castilla de finales de los años sesenta donde iba
en busca de vocaciones para su Colegio de Aguilar de Campoo… por todos estos
escenarios pasó haciendo el bien, con una sonrisa y con una alegría que no
suelen abundar en este mundo.
Al morir, pudieron comprobar que
en su testamento había escrito una frase desconcertante: “Si encontráis algo de calderilla en mis bolsillos cuando me muera,
comprad caramelos a los buonifigli (los niños con discapacidad a los que
siempre quiso, especialmente en sus años romanos)”.
¿Pero quién de nosotros no se
siente, cien veces al día, un discapacitado de corazón, de ilusión y de
esperanza? Por ello, una vez al año, nos
acordamos de los caramelos del Hermano Juan. Por ello, una vez año años,
sabemos que esos caramelos son para nosotros. Esos caramelos nos recuerdan
nuestras limitaciones e incapacidades. Pero también que alguien nos quiere a
pesar de ellas, o precisamente por ellas. Los caramelos del Hermano Juan nos
seguirán endulzando un poco la existencia.
martes, 2 de octubre de 2018
El atentado, de Yasmina Khadra
Tras un
atentado, uno más, en la ciudad de Tel Aviv, el doctor Amín Jaafari, un israelí
de origen palestino, pasa horas atendiendo a los numerosos heridos y tratando
de devolverles la vida. Pero entre los muertos que llegan al hospital está su
propia mujer, Sihem. Y desde el primer momento, todo indica que ha sido ella la
que se ha inmolado en el restaurante donde unos niños celebraban el cumpleaños,
causando numerosos muertos. A partir de ahí, el doctor intentará saber qué pudo
suceder para que su propia mujer tomara una decisión tan drástica. Amín Jaafari
podrá conocer de esta manera el submundo de pobreza que habitan los palestinos,
el humus de violencia y ferocidad en el que se mueven a diario palestinos e
israelíes, la guerra interminable, la patria deseada y nunca construida, la
desesperación de los milicianos, los niños adoctrinados en el odio, los
buldozers que destruyen las casas de las familias de los inmolados, los muros
levantados que condenan a unos y a otros, palestinos e israelíes, a vivir en
guetos.
“Creo –es un
miliciano el que habla al doctor Amín- que hasta los terroristas más curtidos
ignoran lo que les ocurre de verdad. Las motivaciones te caen sobre la cabeza
como un ladrillo o se agarran a tus tripas como una solitaria. Y a partir de
ese momento tu forma de ver el mundo cambia. Sólo tienes una idea fija:
levantar eso que se ha apoderado de tu cuerpo y tu alma para ver lo que hay
debajo. A partir de entonces, ya no hay vuelta atrás posible. Además, has
dejado de mandar en ti; te crees dueño de tus acciones pero no es cierto. No
eres sino el instrumento de tus propias frustraciones. Lo mismo te da vivir que
morir. En alguna parte de ti mismo has renunciado a lo que podría posibilitar
tu regreso al mundo. Vives en el limbo y te dedicas a corretear tras las huríes
y los unicornios. No quieres oír hablar de este mundo. Sólo esperar el momento
de dar el paso. El único modo de recuperar lo que has perdido o de rectificar
lo que has errado; en definitiva, el único modo de convertirte en leyenda es
acabar a lo bestia: transformarte en bola de fuego en un autocar repleto de
escolares o en torpedo en contra de un tanque enemigo. ¡Bum! Un prodigio
premiado con el estatuto de mártir”.
Y también le
explica un miliciano palestino: “Nadie se alista en nuestras brigadas por
gusto, doctor. Todos los chicos que has visto, usen ondas o lanzagranadas,
odian la guerra como el que más. Porque a diario cae uno de ellos en la flor de
la vida por un disparo enemigo. Ellos también quisieran gozar de una posición
honrosa, ser cirujanos, ídolos musicales, actores de cine, conducir cochazos, vivir
un sueño todas las noches. El problema es que se les niega ese sueño, doctor.
Se pretende aparcarlos en guetos hasta que se confundan con él. Por eso
prefieren morir. Cuando se da calabazas a los sueños, la muerte es la única
salvación que queda…”
El atentado,
del argelino Yasmina Khadra, pseudónimo de Mohamed Moulessechoul, no es una
novela perfecta –algunos capítulos carecen de verosimilitud- pero es
una buena novela que enfoca nuestra mirada sobre el conflicto eterno en Tierra
Santa entre israelíes y palestinos. La Tierra Prometida se ha convertido en
una tierra imposible, donde los israelíes deben vivir poco menos que blindados
en su jaula de oro para mantener su seguridad, y donde los palestinos, sin
patria y sin territorio, han convertido la intifada, la lucha armada, en un
oficio y en una costumbre. Todos los intentos por llevar la paz hasta este lugar
santo se han mostrado poco menos que inútiles. El terrorismo y la guerra se han
enquistado en esta región, como la mafia en Sicilia. Queda poco espacio para la
esperanza entre tantos muros levantados.
La religión judía, curiosamente, ha
convertido un Muro en el símbolo de su cultura y de su religiosidad. También,
curiosamente, todos los días se ve a un chiquillo palestino lanzando una piedra
con su tirachinas al tanque israelí. El mito bíblico de David y Goliat
actualizado.
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